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Confesión de fe en perspectiva menonita Confesión de fe en perspectiva menonita
Nuestra esperanza está puesta en el reino de Dios y su cumplimiento aquel día cuando Cristo, nuestro Señor ascendido, volverá en gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Él reunirá a su iglesia, que vive ya bajo el reinado de Dios conforme al modelo del futuro de Dios. Creemos en la victoria final de Dios, el fin de esta presente era de conflicto entre el bien y el mal, la resurrección de los muertos, y la manifestación de un nuevo cielo y una nueva tierra. Allí el pueblo de Dios reinará juntamente con Cristo en justicia, rectitud y paz. Creemos que Dios, que creó el universo, lo sigue gobernando con sabiduría, paciencia y justicia, aunque la creación pecadora todavía no ha reconocido el gobierno de Dios. Cuando Israel fue fiel aclamó a Dios como rey y anheló la plenitud del reino de Dios [1]. Aseveramos que el tiempo de cumplimiento ha empezado con el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús [2]. Jesús proclamó la proximidad del reino de Dios y a la vez su perfección futura, su efecto sanador y su juicio. En su vida y enseñanza, Jesús demostró que el reino de Dios incluye a los pobres, los marginados, los perseguidos, los que son como niños, y aquellos cuya fe es como un grano de mostaza [3]. Sobre este reino, Dios ha designado a Jesucristo como rey y Señor [4]. Creemos que es vocación de la iglesia vivir ahora conforme al modelo del reinado futuro de Dios. De esta manera nos es dado probar de antemano aquel reino de Dios que un día se establecerá en su plenitud. La iglesia ha de ser una realidad espiritual, social y económica [5], que demuestra ya la justicia, la rectitud, el amor y la paz de la era venidera. La iglesia hace esto por obediencia a su Señor y como anticipo de que el reino de este mundo pasará a ser el reino de nuestro Señor [6]. Creemos que, así como Dios levantó a Jesús de entre los muertos, nosotros también seremos levantados de entre los muertos [7]. Cuando Cristo vuelva en gloria para juicio, los muertos saldrán de sus tumbas: «los que hicieron cosas buenas, a resurrección para vida; y los que han practicado cosas malas, a resurrección para condenación» [8]. Los justos resucitarán a una vida eterna con Dios, y los injustos al infierno y la separación de Dios. Así Dios hará justicia con los perseguidos y confirmará la victoria sobre el pecado, la maldad y la mismísima muerte. Anhelamos la llegada de un cielo nuevo y una tierra nueva, y de una nueva Jerusalén, donde el pueblo de Dios ya no sufrirá hambre ni sed ni llanto [9], sino que cantará alabanzas: «¡Al que está sentado en el trono y al Cordero sea alabanza y honor y gloria y poder por los siglos de los siglos, amén!» [10].
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