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Confesión de fe en perspectiva menonita Confesión de fe en perspectiva menonita
Creemos que por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios ofrece a todas las personas salvación del pecado, y una nueva manera de vivir. Recibimos la salvación de Dios cuando nos arrepentimos del pecado y aceptamos a Jesucristo como Salvador y Señor. En Cristo somos reconciliados con Dios e integrados en la comunidad reconciliadora, el pueblo de Dios. Confiamos en Dios que, por el mismo poder que levantó a Cristo de entre los muertos, es posible ser salvados del pecado para seguir a Cristo en la presente vida y conocer la plenitud de la salvación en la era venidera. Desde el principio, Dios ha actuado con gracia y misericordia para efectuar salvación —realizando señales y prodigios, liberando al pueblo de Dios, y entablando un pacto con Israel [1]. De tal manera amó Dios al mundo que, en el cumplimiento del tiempo, envió a su Hijo, cuya fidelidad hasta la muerte en una cruz ha dispuesto el camino de salvación para todos [2]. Por su sangre derramada por nosotros, Cristo inauguró el nuevo pacto [3]. Él nos sana, perdona nuestros pecados, y nos libera de la cautividad del mal y de aquellos que nos hacen mal [4]. Por su muerte y resurrección, él desbarata los poderes del pecado y de la muerte [5], cancela nuestra deuda de pecado [6], y allana el camino a una vida nueva [7]. Somos salvos por la gracia de Dios, no por nuestros propios méritos [8]. Cuando escuchamos las buenas noticias del amor de Dios, el Espíritu Santo nos impulsa a aceptar el don de la salvación. Dios nos guía sin imposición a una relación justa. Nuestra respuesta incluye ceder ante la gracia de Dios, poner tan sólo en Dios nuestra confianza entera, arrepentirnos de nuestro pecado, dar la espalda al mal, vincularnos con la comunidad de los redimidos, y manifestar la obediencia de fe en palabra y hecho [9]. Cuando nosotros que antes fuimos enemigos de Dios hallamos reconciliación con Dios por medio de Cristo, también experimentamos reconciliación con otras personas, especialmente en el seno de la iglesia [10]. En el bautismo testificamos públicamente acerca de nuestra salvación y nos comprometemos en lealtad al único Dios verdadero y al pueblo de Dios, la iglesia. Al experimentar la gracia y el nuevo nacimiento, somos adoptados en la familia de Dios y nos vamos transformando más y más a la imagen de Cristo [11]. Respondemos así en fe a Cristo y procuramos andar fielmente en el camino de Cristo. Creemos que la salvación que ya experimentamos no es más que un adelanto de la salvación que está aún por llegar, cuando Cristo vencerá al pecado y a la muerte, y los redimidos vivirán en comunión eterna con Dios.
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