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Confesión de fe en perspectiva menonita Confesión de fe en perspectiva menonita
Creemos que todo pertenece a Dios, quien nos llama, en cuanto iglesia, a vivir como administradores fieles de todo lo que Dios nos ha encomendado. Como siervos de Dios, nuestra vocación principal es ser administradores en la casa de Dios [1]. Dios, que en Cristo nos ha dado vida nueva, también nos ha dado dones espirituales para que los usemos para la misión y el cuidado de la iglesia [2]. El mensaje de reconciliación ha sido encomendado a cada creyente, para que mediante la iglesia el misterio del evangelio pueda darse a conocer en todo el mundo [3]. Creemos que el tiempo también es de Dios y que debemos emplear con prudencia el tiempo del que somos administradores [4]. Ahora bien, desde los días más remotos, el pueblo de Dios ha sido llamado a observar períodos especiales de descanso y adoración. En el Antiguo Testamento, el séptimo día era santo porque fue el día que Dios descansó de la obra de creación [5]. El día de reposo también era santo porque Dios liberó al pueblo hebreo de la esclavitud [6]. Por Jesús, todo el tiempo es sagrado, apartado para Dios con el propósito de que se emplee en salvación, sanidad y justicia [7]. Hoy en día, la iglesia celebra un día de descanso sagrado, habitualmente el día domingo, y debe vivir todos los días conforme a la justicia del reposo de Dios. Reconocemos que Dios como Creador es dueño de todas las cosas. En el Antiguo Testamento, el año sabático y el año de jubileo fueron expresiones prácticas de creer que la tierra es de Dios y que el pueblo de Israel pertenece a Dios [8]. Jesús, al empezar su ministerio, anunció el año favorable del Señor, que se suele entender como un jubileo. Por medio de Jesús, los pobres oyeron buenas noticias, los presos fueron liberados, los ciegos vieron, y los oprimidos recobraron la libertad [9]. La primera iglesia en Jerusalén puso en práctica el jubileo al predicar el evangelios, sanar a los enfermos y compartir las posesiones. Otras iglesias tempranas compartieron económicamente con los necesitados [10]. Como administradores de la tierra de Dios, se nos ha encomendado cuidar de la tierra y traer descanso y renovación a la tierra y a todo lo que en ella vive [11]. Como administradores de dinero y posesiones, hemos de vivir con sencillez, poner en práctica la ayuda mutua en el seno de la iglesia, defender la justicia económica, y dar generosa y gozosamente [12]. Como personas que dependemos de la providencia de Dios, no debemos sufrir ansiedad acerca de las necesidades de la vida, sino buscar primeramente el reino de Dios [13]. No podemos ser siervos legítimos de Dios y a la vez permitir que nuestras vidas estén gobernadas por el deseo de riquezas. Es nuestra vocación ser administradores en la casa de Dios, apartados para el servicio de Dios. Vivimos ahora conforme al descanso y la justicia que Dios ha prometido [14]. La iglesia hace esto mientras aguarda la venida de nuestro Señor y la restauración de todas las cosas en un cielo nuevo y una tierra nueva.
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