Rituales cristianos de transición
9. Unción con aceite por enfermedad
por Dionisio Byler
Se cuenta que la viuda anabaptista Weynken, que ardió en la hoguera en La Haya el 20 de noviembre de 1527, estaba siendo interrogada por la Inquisición acerca de los sacramentos. Llegados a la extremaunción, le preguntan:
—¿Y qué opina sobre el aceite consagrado?
—Que es muy útil para las ensaladas y para ablandar el cuero de los zapatos —respondió al instante Weynken, con bastante más sentido de humor que prudencia[1].
Los anabaptistas neerlandeses eran muchos de ellos «sacramentistas» a la vez que anabaptistas. El sacramentismo fue una corriente de pensamiento evangélico en los Países Bajos en el siglo XVI, que bajo la influencia de Erasmo y otros pensadores, ponían en duda la eficacia de los sacramentos católicos para los efectos que se les atribuía. Consideraban que la creencia popular (fomentada, desde luego, por el clero) atribuía poderes mágicos a los sacramentos, unos poderes muy reñidos con la realidad material de cosas como el pan y el vino de la eucaristía, el aceite de la extremaunción o el agua bendita.
Entendían que estas cosas bien podían tener cierto valor simbólico para visualizar o imaginar el poder del Señor que opera en los creyentes, pero que en sí mismos, eran exactamente idénticos a cualquier otro pan o vino o aceite o agua, por muy «consagrados» que estuvieran. Opinaban, entonces, que por cuanto estos elementos simbólicos se podían volver fácilmente objeto de superstición, lo mejor era evitarlos del todo.
Los sacramentistas y anabaptistas neerlandeses se encontraban en la vanguardia de un movimiento que en los siguientes siglos había de transformar la cultura europea. Denunciando como superstición y oscurantismo mentiroso muchas de las creencias cristianas medievales, se proponían entender el mundo tal cual es. No estaban dispuestos a conformarse con fábulas y cuentos y objetos o rituales supuestamente milagrosos, cuyo único resultado era reafirmar como virtud la ignorancia y una credulidad pueril.
El estudio de la Biblia es sin duda el origen de esta costumbre, por cuanto ungir a los enfermos con aceite es una práctica apostólica. |
En las antiguas confesiones de fe menonitas, no hay ninguna referencia a la unción con aceite para los enfermos. Según GAMEO (la enciclopedia menonita online), parecería ser que los menonitas y ámish norteamericanos recuperaron esta práctica a lo largo del siglo XIX, gracias a su interacción con otros grupos evangélicos y a un interés renovado en el estudio bíblico. El estudio de la Biblia es sin duda el origen de esta costumbre, por cuanto ungir a los enfermos con aceite es una práctica apostólica.
El texto en cuestión es Santiago 5,13-18.
Cuando alguno de vosotros padece un mal, haya oración; y cuando está bien, que se canten salmos. Cuando uno de vosotros está enfermo, sean llamados los ancianos de la asamblea y que rueguen a Dios por él, a la vez que sea ungido con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al que padece y el Señor lo levantará; y si ha cometido algún error vital, no le será tenido en cuenta. Confesaos unos a otros los errores vitales y rogad a Dios unos por otros, de modo que os curéis. Mucho puede conseguir la oración del justo. Elías fue un hombre tan débil como nosotros y rogó encarecidamente que no lloviera; y no llovió durante tres años y medio. Después oró otra vez y el cielo dio agua y la tierra produjo su fruto.
No es difícil imaginar cómo pudo evolucionar esta práctica apostólica hasta transformarse en la extremaunción católica. Desengañados de ver curaciones milagrosas cuando la mayoría de los ungidos se les morían a pesar de la unción, se fijaron especialmente en la cuestión de la confesión y perdón de pecados, y reinterpretaron aquello de que «el Señor los levantará» como una referencia a la resurrección. Y así la unción para la curación de enfermedades se transforma en la última confesión, que limpiará el alma de sus culpas frente a la muerte inminente.
En mis recuerdos de la niñez y juventud en la iglesia menonita, me parece que era muy raro ungir con aceite a los enfermos. Y no era para prepararlos para morir. Se esperaba que ojalá Dios tuviera a bien curarlos.
Más adelante, con la llegada del «movimiento de renovación carismática» de los años 60 y 70, se enfatizó mucho más —y se popularizó enormemente— la unción con aceite como forma de expresar visualmente la fe y confianza en el poder de Dios para intervenir sobrenaturalmente para la curación de todo tipo de enfermedades. Recuerdo que por aquella época, había pastores que no iban a ninguna parte sin llevar en el bolsillo una botellita diminuta de aceite, por si había que orar por algún enfermo.
El movimiento carismático popularizó enormemente la convicción «pentecostal», de que todos los dones del Espíritu siguen estando presentes en la iglesia. Entre ellos, por supuesto, el de la curación de enfermedades. Apareció un cierto énfasis en que la enfermedad era de suyo contraria a la voluntad de Dios, demoníaca o satánica en su origen. Se estiló reprender al diablo y declarar por la fe que el enfermo ya estaba sano por el propio hecho de la oración (con unción de aceite).
Hubo —y sigue habiendo— quien se curaba al instante. Cuando el Señor quiere conceder un milagro, lo mismo le vale el aceite, el barro de un escupitajo, o la sola oración.
Pero también circulaban todo tipo de historias de personas que, temiendo no tener suficiente fe para su curación, tiraron a la basura sus gafas o dejaron de tomar sus medicamentos —con el consecuente empeoramiento de su condición o gasto posterior para reponer las gafas.
El resultado fue que cayera en bastante desprestigio la unción con aceite. Predicada por aquella época como medicamento espiritual seguro, la anhelada panacea o remedio para todas las enfermedades, en muchos grupos cristianos después de una ola de entusiasmo, la unción de los enfermos fue cayendo otra vez en desuso.
¿Qué es lo que pone la epístola de Santiago?
En primer lugar, hay que recordar que hasta hace bien poco, una de las formas más típicas de administrar medicamentos era machacando hierbas medicinales en un mortero con un poco de aceite, transfiriendo así a ese aceite esas propiedades medicinales. Este compuesto era administrando con frotamientos sobre la piel para que penetrara así en el organismo del enfermo. Yo entiendo, entonces, que al contrario de indicar que los cristianos debían abandonar los medicamentos, Santiago recomienda la propia unción con aceite que recetaban los médicos. Pero a esto los cristianos habían de añadir la oración con fe y la confesión mutua de los pecados de la comunidad.
¡Desde luego, un entorno armonioso y afectuoso es mucho más propicio para recuperar la salud, que uno lleno de tensiones sin resolver! |
Esto venía en reconocer algo que cada vez se reconoce más hoy día también. Que la enfermedad suele llevar parejas dos tipos de causa y de efecto en la persona: la mental o espiritual, y la material o física. La medicina que se ocupa solamente de preparados medicinales y cirugía —en fin, los aspectos físicos o materiales— es siempre menos eficaz que la que ayuda también al enfermo a recuperar su ánimo y esperanza, su fe en la recuperación y una actitud positiva. Esto otro por sí sólo —una actitud positiva y fe en curarse— tampoco es tan útil por sí solo, como cuando se le añaden a la vez los tratamientos que ha ido descubriendo la ciencia médica.
Entonces entiendo que Santiago recomendaba, por una parte, la administración de compuestos medicinales mediante los aceites debidamente preparados que se empleaban en aquella época y, por otra parte, la terapia espiritual y anímica que viene de poner la confianza en Dios y recuperar la convivencia armoniosa en la comunidad, gracias a la confesión y el perdón mutuo de las faltas. ¡Desde luego, un entorno armonioso y afectuoso es mucho más propicio para recuperar la salud, que un entorno lleno de tensiones sin resolver! Y donde encomendamos al Señor en oración nuestras vidas y nuestra salud, sabiéndonos seguros en su amor y buena voluntad, también es más fácil que los medicamentos administrados surtan su efecto benéfico. Es más: a la hora de tomar nuestros medicamentos, Santiago instruye hacerlo «en el nombre del Señor».
Dentro de esta serie de meditaciones sobre «Rituales cristianos de transición», vengo a sugerir que a lo largo de la vida, cada uno de los seguidores de Jesús vamos a encontrarnos con situaciones de enfermedad donde nos resultará de un valor inmenso, sin renunciar a la medicina científica, pedir que la comunidad nos rodee con sus oraciones. En esos actos donde se ora por el enfermo o la enferma, me parecería natural un examen de conciencia de toda la comunidad, para resolver nuestras diferencias si las hay y para crear un entorno saludable psíquica y espiritualmente; un entorno que propiciará también por supuesto la salud física.
En mi opinión, no debería ser nada raro en esas oportunidades, una unción simbólica con unas gotitas de aceite normal de cocina sobre la frente del enfermo o la enferma. Esa unción no tendrá ningún efecto milagroso ni medicinal en sí mismo. Pero sí será una manera de focalizar nuestra imaginación y nuestra fe y nuestra puesta de esperanza en Dios, para que el Espíritu del Señor colabore con la medicina, a efectos de restaurar la salud del miembro enfermo en nuestro cuerpo cristiano.