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  Nº 134
Junio 2014
 
  Bautismo

Nueva serie: Rituales cristianos de transición
La importancia de rituales de transición
por Dionisio Byler

La vida humana es extraordinariamente dilatada. Aunque entre los árboles hay seres vivientes cuya vida se extiende durante siglos, entre los animales es rara la longitud de la vida humana. Tenemos, además, un desarrollo extraordinariamente lento. Un potrillo o un cordero se puede tener de pie y andar tras su madre al poco rato de nacer; nosotros tardaremos un año o más en conseguir eso. La madurez sexual tarda en nosotros más de diez años —bastante más, normalmente— pero no estaremos capacitados para responsabilizarnos plenamente de hijos hasta algunos años después.

Luego también el carácter social del ser humano hace que una parte importantísima de nuestro desarrollo sucede en el interior de nuestra cabeza durante todos esos largos años de desarrollo físico. Aprendemos a hablar y a reconocer nuestro lugar en sociedad humana: primero en la familia y poco a poco en el mundo social tal cual nos lo presenta la civilización donde hayamos nacido. Vamos aprendiendo multitud de destrezas manuales y también mentales. Aprendemos a vestirnos y ordenar nuestra habitación, pero también a utilizar diversas herramientas y utensilios y a veces, a tocar un instrumento de música. Aprendemos matemáticas y ciencias, literatura e historia y demás conocimientos que nuestros mayores juzgan necesarios para poder alcanzar una vida adulta satisfactoria y conseguir un empleo digno.

Y todo esto en la etapa de desarrollo y crecimiento. Porque después, nos aguardan largos años con todo tipo de experiencias y aprendizajes y transiciones personales.

Hijos de familias cristianas

Para los hijos nacidos en familias cristianas hay a la par con todos los otros cambios y todas las demás experiencias que nos traerá la vida, otras tantas etapas de una vida interior espiritual, de relación con Dios —y con el prójimo a la luz de esa relación con Dios.

Las diferentes transiciones son muy importantes para nosotros, para nuestra identidad personal, para reconocernos en nuestro entorno social y que los demás nos reconozcan también así. Como esto es así, todas las culturas humanas, sin excepción, han desarrollado rituales de transición, donde el entorno social de la persona la rodea y con su presencia y sus actos simbólicos, ayudan a la persona a hacer frente a cada paso de la vida con naturalidad y seguridad. En nuestra sociedad occidental moderna, la mayoría de estos rituales son seculares, sin referencia a Dios.

Observo que nuestra cultura evangélica española es singularmente pobre en rituales de transición, exceptuando el bautismo, la boda y el funeral y en algunas iglesias, aplaudir los cumpleaños. En lugar de rodear y acompañar a las personas en estas transiciones, las dejamos abandonadas a apechugar como puedan con los cambios en sus vidas o bien a seguir por defecto los rituales de transición que les marca «el mundo»: un viaje de fin de carrera, la firma de la hipoteca para una casa.

Aquí vengo a opinar, entonces, que es necesario recuperar para nuestras iglesias el valor de los rituales de transición a lo largo de la vida. Pensando un poco sobre ello, quiero proponer doce transiciones en la vida humana, cuando sería apropiado que la comunidad cristiana rodeara al individuo para acompañarlo con palabras y actos simbólicos ritualizados. Porque no estamos llamados, como seguidores de Cristo, a un individualismo donde cada persona es una isla, sino a la riqueza de una vida en comunidad humana y cristiana. Y los rituales son probablemente una de las formas más potentes de sellar esa realidad de comunidad.

Doce rituales

Los doce rituales que propongo a continuación y espero explicar en sendos artículos que irían apareciendo paulatinamente, no coinciden necesariamente con rituales que se producen en el mundo secular; que los tiene, pero tal vez en otros puntos. Salvo dos o tres excepciones, no todas las personas pasarán necesariamente por todas las transiciones enumeradas aquí. Algunas, por ejemplo, atañen solamente a personas que optan por casarse y tener hijos. El orden tampoco será siempre el mismo en la vida de todas las personas.

Estos rituales —u otros por el estilo— deberían ser parte habitual de la vida de toda comunidad cristiana. Pero como no lo son, los miembros en muchos casos no tendrán más remedio que tomar la iniciativa para pedir a sus líderes que se celebren cuando llega el momento oportuno en su vida o en la de sus hijos.

1. Dedicación al Señor, de hijos y padres. Donde los padres traen a su bebé recién nacido a la iglesia, lo presentan al Señor y se comprometen ante la iglesia a educarlos en la fe cristiana. La iglesia responde con palabras de bendición profética y comprometiéndose a ayudar a los padres en esa responsabilidad cristiana que asumen.

2. Mayoría de edad espiritual. Donde en imitación del bar mitzvá judío, al cumplir los 13 años a los niños y niñas se les reconoce capacidad moral y espiritual para ser responsables de su propia vida ante Dios. Se les reconoce la madurez necesaria para asumir que los mandamientos divinos van con ellos también y que la relación personal con Dios es también una posibilidad real para ellos.

3. Fin de estudios secundarios / Inicio de vida laboral o de carrera universitaria. Donde la comunidad rodea al (a la) joven y se expresa orgullosa de las metas alcanzadas y esperanzada sobre el futuro que tiene por delante. También puede haber palabras proféticas y gestos ritualizados que simbolicen que la comunidad entera la ven como persona válida, que empieza a ingresar firmemente en el mundo adulto, con sus responsabilidades y cargas.

4. Bautismo / Ingreso formal a la iglesia como miembro. Rodeada y guiado toda su niñez y juventud por la comunidad cristiana, no venía siendo necesario el bautismo para la salvación. La relación personal con Dios ha ido evolucionando en armonía con el desarrollo personal y psicológico. Ahora el adulto (la adulta) joven expresa un deseo de formalizar su pertenencia a la iglesia sobre otra base: la de un ser adulto válido y autónomo, ya no (solamente) como hijo o hija de sus padres sino por decisión personal coherente, sobre la clase de vida que quiere llevar hasta la muerte.

5. Boda. La comunidad acompaña el compromiso matrimonial con palabras de bendición profética y gestos rituales que escenifican la transición personal a otro estado civil: el de persona casada.

6. Reconocimiento formal para algún ministerio. La vida cristiana normal incluye asumir algún tipo de ministerio, es decir servicio, para la iglesia y para la sociedad en que Dios ha puesto a la iglesia. No todos tendrán un ministerio pastoral o de liderazgo, naturalmente, pero todo cristiano normal participa activamente en los servicios que expresan la vida de la iglesia. Éste sería un ritual donde se pone en valor la dedicación y el llamamiento de la persona para servir en determinada(s) manera(s), con palabras de bendición y gestos simbólicos que escenifican ese llamamiento.

7. Parto. En la era moderna el parto ya no encierra el peligro que se asociaba con él en el pasado. No deja de ser un momento extraordinariamente importante en la vida de una mujer (y de su esposo). En los días previos, un momento de acompañamiento comunitario con oraciones y bendición profética y algún gesto ritual simbólico, la ayudará a enfrentar el trabajo de parto y el alumbramiento sabiéndose espiritualmente acompañada.

8. Dedicación de padres e hijos al Señor. (Ver punto 1.)

9. Unción con aceite por enfermedad. Hay ocasiones en la vida cuando por la naturaleza de la enfermedad —por ser crónica o de diagnóstico terminal, por ejemplo— la persona necesita saberse especialmente arropada por la comunidad de fe. Aquí es útil echar mano de la bellísima instrucción del apóstol Santiago, que combina unción con aceite, oraciones de fe por la curación, y confesión y perdón de pecados. Sea cual sea el desenlace de la enfermedad, la persona se beneficiará del amor, la oración y el ritual simbólico.

10. Fin de la vida laboral / Inicio de la vida de jubilado. Donde la comunidad rodea a la persona para bendecirla para otra transición importante de su vida. Da gracias a Dios con ella por los años de vida productiva activa que deja atrás y le asegura de su valor continuado como persona y como anciano (anciana), cuya sabiduría y experiencia será especialmente estimada por la comunidad.

11. Defunción de la pareja / Divorcio. La muerte del compañero de toda la vida, pero también si un matrimonio se disuelve en divorcio, son transiciones duras donde vuelve a hacerse necesario el apoyo moral y espiritual, con palabras de bendición y algún gesto simbólico/litúrgico que exprese el amor de la comunidad y de Dios, y la continuidad de la validez personal de quien deja de tener pareja. Nuestras comunidades prestan instintivamente este apoyo a las viudas y viudos. Tanto más necesario es escenificarlo expresamente también para quienes han de superar un fracaso matrimonial.

12. Funeral. Donde la comunidad celebra con nostalgia la vida que ha llegado a su fin, se consuelan unos a otros con el calor de la comunidad y los vínculos de amor entre los vivientes, y recuerda una vez más la esperanza de vida eterna y resurrección. No es solamente la familia inmediata, es toda la comunidad que está de duelo y que necesita escenificar su fe y esperanza a pesar de la muerte.

 
Rituales cristianos de transición:
  1. Dedicación al Señor de hijos y padres
  2. Mayoría de edad espiritual
  3. Fin de estudios secundarios / Inicio de vida laboral o de carrera universitaria
  4. Bautismo / Ingreso formal a la iglesia como miembro
  5. Boda
  6. Reconocimiento formal para algún ministerio
  7. Parto
  8. (Ver Nº 1) Dedicación de padres e hijos
  9. Unción con aceite por enfermedad
  10. Fin de la vida laboral / Inicio de vida de jubilado
  11. Defunción de pareja / Divorcio
  12. Funeral

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