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Nº 140baseline

Enero 2015baseline

Ordenación

Rituales cristianos de transición
6. Reconocimiento formal para algún ministerio
por Dionisio Byler

Entonces ayunaron y oraron y les impusieron las manos [a Bernabé y a Saulo], tras lo cual los enviaron [a la misión para la que el Señor los había llamado] (Hch 13,3).

No te desentiendas de la gracia que hay en ti, la cual te fue concedida por virtud de una profecía, con imposición de las manos de los ancianos (1 Ti 4,14).

No impongas las manos a la ligera a nadie ni te prestes a resultar implicado en pecados ajenos; consérvate inocente (1 Ti 5,22).

Todo cristiano debidamente bautizado como persona mayor, responsable de sus actos, recibe del Espíritu «carisma», es decir gracia, para desenvolverse en algún servicio propio de la iglesia. Esto tal vez correspondía haberlo dicho en al artículo sobre el bautismo, porque viene implícito en la idea del bautismo como adhesión adulta a la iglesia y a su misión en el mundo.

No existe tal cosa como un cristiano debidamente bautizado, sobre quien el Espíritu no haya derramado la gracia necesaria para desarrollar algún aspecto de la misión de la iglesia —el cuerpo de Cristo, del cual es miembro. El cuerpo de Cristo no tiene miembros inútiles ni innecesarios. Ni tiene tampoco miembros donde no esté presente el propio Espíritu de Cristo, que por su propia esencia está necesariamente presente en todo su cuerpo. Que por eso mismo —por el Espíritu de Cristo— es cuerpo de Cristo.

Aquí, sin embargo, venimos a hablar de otro tipo de servicio, tanto más delicado por cuanto afectará a mayor número de personas. No es una cuestión de rango. El rango de cada miembro lo da única y exclusivamente el hecho de ser miembro de Cristo. Como se comprenderá, no hay ninguna posibilidad de rango superior que ese. Hay en la iglesia, sin embargo, funciones más delicadas que otras, actividades que influyen más, que tienden más a determinar cuáles serán los rasgos propios de una comunidad local.

Algunos de estos ministerios pueden ser especialmente importantes sencillamente por el momento o las circunstancias particulares que los hacen sobresalir. En Hechos 6, la identidad de la iglesia como asociación de discípulos de Jesús donde tenían igual valor los gentiles que los judíos, hizo sobresalir como de especial importancia y delicadeza el tema de la repartición equitativa de alimentos entre las viudas de ambas etnias. En otras iglesias el servicio (o «ministerio») de servir las mesas no ha solido tener un valor simbólico tan excepcional. Pero para aquella primera iglesia de Jerusalén, sí lo tuvo. Y hubo que saber elegir y saber encomendar debidamente este ministerio a personas idóneas, con un reconocimiento público y general para ello.

Evangelizar es algo que nos es propio a todos los seguidores de Jesús. Todo el mundo nos encontramos dando testimonio —incluso, muchas veces, sin darnos cuenta— de la importancia que tiene para nosotros (o no) el hecho de seguir a Jesús. Sin embargo algunas personas son «enviadas» (en griego, apostéllo) como «enviados» (en griego, apóstolos) para anunciar las Buenas Noticias más allá de su ámbito habitual de actividad. Tal el caso de Bernabé y Saulo/Pablo, en Hechos 13. No era diferente la naturaleza de lo que hacían, ni era diferente su importancia personal como miembros del cuerpo de la iglesia. Sí iba a ser diferente, sin embargo, el grado de influencia que iban a tener —tal vez especialmente Pablo— como consecuencia de dedicarse a este llamamiento.

De ahí que Bernabé y Pablo fueron reconocidos formalmente para ese ministerio, con imposición de manos.

A lo largo de la vida cristiana, un número sorprendente de los miembros de la iglesia se encontrarán como protagonistas de un acto donde reciben reconocimiento expreso para desenvolverse en un ministerio concreto. Esto no es en absoluto tan excepcional como para constituir una élite aparte, un «clero» especial dentro de la iglesia. Al contrario, este tipo de reconocimiento para una función concreta nos va a tocar a muchísimas personas, probablemente en más de una oportunidad a lo largo de la vida cristiana.

Lo que venimos a proponer aquí, es que en nuestras iglesias debemos estar atentos a estos llamamientos cuando se hacen evidentes —o porque, como sucedió en Jerusalén con el servicio de las mesas, las circunstancias los hacen resaltar. Estar atentos, luego también reconocerlos públicamente. Reconocerlos públicamente en un acto de oración, de encomendar estas personas en particular a la guía y la gracia y el Espíritu de Cristo, para que puedan desenvolverse con seguridad y capacidad y un «no sé qué» sobrenatural.

Aquí tiene interés el acto de imposición de manos. Esto es algo que se ha recuperado en las últimas décadas. Recuerdo que en mi niñez la imposición de manos estaba reservada —por lo menos en las iglesias menonitas— a actos solemnes de ordenación de pastores y obispos. Con el movimiento carismático de los años 60 y 70, se ha recuperado la imposición de manos para multitud de ocasiones: actos donde bendecimos a una persona, o intercedemos por ella, o pedimos curación para su salud, y un largo etcétera.

No conviene, sin embargo, olvidar del todo el sentido que tiene en determinadas circunstancias, la imposición de manos según el testimonio del Nuevo Testamento. Para determinados llamamientos de especial influencia, la imposición de manos por parte de los ancianos (o de otros líderes en la denominación o asociación de iglesias afines) puede constituirse en un acto solemne, donde la iglesia entera expresa su reconocimiento del ministerio al que el Espíritu llama a la persona. Aquí viene a cuento la exhortación de Pablo a Timoteo de no menospreciar lo que el acto de imposición de manos —motivado en este caso por una profecía— le confiere como portavoz de la comunidad cristiana. También viene a cuento aquí su exhortación —también a Timoteo— a no imponer las manos a la ligera; por cuanto quien «ordena» a una persona para un ministerio especialmente representativo, puede acabar salpicado si esa persona después se manifiesta indigna.

El ritual de ordenación al ministerio cristiano como pastores, ancianos, portavoces o representantes reconocidos para un grupo entero de iglesias, etc., marca un hito importante en las personas así elegidas y reconocidas. No siempre va a tener este ritual unas características exteriores formales. En mi caso es recuerdo imborrable cómo me rodearon los pastores de la denominación en Argentina, me impusieron las manos y me encomendaron al Señor para el ministerio cristiano. Fue un acto más bien espontáneo, muy «carismático» e informal (si bien la decisión había sido adoptada formalmente y me imagino que consta en algún acta de hace cuarenta años).

No podían sospechar aquellos líderes, como tampoco podían sospechar los ancianos en Antioquía el día que ordenaron a Bernabé y Pablo para su apostolado, adónde me llevaría el Señor y qué clases de ministerio habrían de ocupar mi vida. Pero esa ordenación al ministerio cristiano marcó mi vida y ha influido en mi peregrinación desde Argentina, pasando por Estados Unidos y hasta llegar hace treinta y pico años a España —y todos los diferentes ministerios que he desempeñado.

Resumiendo, entonces, todo cristiano tiene «carisma» o gracia del Espíritu para desarrollar algún ministerio que otro. Y en diversas ocasiones a lo largo de la vida, una proporción sorprendente de los miembros de la iglesia se encontrarán rodeados de hermanos y/o líderes, donde éstos los encomendarán al Señor, con imposición de manos, para realizar con gracia y unción aquellas responsabilidades a que han sido llamados. Y también habrá personas a quienes corresponde «ordenar», con imposición de manos, para un ministerio especialmente representativo e influyente. No para apartarlas como «clero», sin embargo, porque no puede haber grados ni distinciones entre los miembros del cuerpo de Cristo.

Rituales cristianos de transición:
  1. Dedicación al Señor de hijos y padres
  2. Mayoría de edad espiritual
  3. Fin de estudios secundarios / Inicio de vida laobral o de carrera universitaria
  4. Bautismo / Ingreso formal a la iglesia como miembro
  5. Boda
  6. Reconocimiento formal para algún ministerio
  7. Parto
  8. (Ver Nº 1) Dedicación de padres e hijos
  9. Unción con aceite por enfermedad
  10. Fin de la vida laboral / Inicio de vida de jubilado
  11. Defunción de pareja / Divorcio
  12. Funeral

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