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El joven Jesús con los ancianos, cuadro de H. J. Hofmann (siglo XIX).
Es posible que sus padres llevaran a Jesús a Jerusalén, en esa ocasión, para celebrar en el templo su bar mitzvá. |
Rituales cristianos de transición |
2. Mayoría de edad espiritual |
por Dionisio Byler |
Una de las transiciones más significativas de la vida es la que vivimos en la adolescencia, entre la niñez y las responsabilidades del mundo adulto. Sufrimos cambios importantes en nuestros cuerpos, un influjo desconcertante de hormonas junto con crecimiento más o menos rápido, acompañado de cambios en la identidad personal y en nuestros intereses.
Si en la niñez nuestra identidad es casi exclusivamente social y familiar —nos identificábamos como «el hijo/la hija de…»—ahora nos vemos más como individuos con nuestros propios intereses y nuestras propias ideas y opiniones.
En la niñez asumíamos con total naturalidad la religión (o falta de ella) y hasta las supersticiones e ideas estrafalarias de nuestros padres, como algo normal e incuestionable. En la adolescencia empezamos a ser capaces de dudar de las certezas que nos enseñaron nuestros mayores. Empezamos a sospechar que nuestros padres no saben nada. No saben nada sobre la vida, sobre el sexo, sobre los sentimientos, sobre la tecnología, sobre nosotros… ni tampoco, naturalmente, sobre la religión.
En esta etapa de importantísima transición personal es útil que la comunidad cristiana —y los padres del/de la adolescente— escenifique un reconocimiento de la individualidad de la persona que empieza a emerger.
Desde hace siglos las comunidades judías vienen celebrando los 13 años de los varones con una celebración del bar mitzvá, término arameo que significa «hijo de los mandamientos», una ceremonia donde el joven lee en público en la sinagoga la lectura de la Torá (la Instrucción de Moisés), para asumir que los mandamientos ahora van personalmente con él. Ya no es que vayan con él porque es hijo y nieto de sus padres y abuelos, sino que van con él como individuo responsable de cumplir los Mandamientos divinos dentro de la comunidad de su grupo étnico. Asume su identidad judía ya no solamente como algo inevitable y natural, sino como algo que ahora empieza a comprender; y que al empezar a comprender, entiende también que lo sitúa a él en relación con el Dios que escogió a Israel —por tanto a él también, como judío— de entre todas las naciones de la tierra para dar a conocer su gloria.
En las últimas décadas, en las comunidades judías menos conservadoras y en sintonía con los avances en la sociedad humana, esta ceremonia se ha extendido también a las chicas, con idéntica celebración de su bat mitzvá, «hija de los mandamientos».
Esta celebración es tan apropiada a todos los niveles, que algunas (pocas) comunidades cristianas la hemos adoptado también para nosotros, como celebración de la «Mayoría de edad espiritual».
No se trata de forzar una «conversión» ni ninguna «experiencia» personal de la fe cristiana en los adolescentes. No se trata de pretender que todos nuestros hijos de la comunidad cristiana, a determinada edad, adopten una identidad claramente cristiana y comprometida con el Señor. Lo que sí podemos pretender, es que nuestros hijos asuman que la enseñanza que vienen recibiendo desde pequeños, va personalmente con ellos. Que reconozcan públicamente que tarde o temprano van a tener que decidir ellos mismos qué es lo que van a hacer de sus vidas en relación con Dios.
Es muy importante esta matización. La experiencia de conversión, cuando se trata de hijos de familias cristianas, suele tomar formas muy variadas. Algunos sencillamente van asumiendo poco a poco decisiones —en absoluto dramáticas— por las que se van decantando paulatinamente por el reino de Dios y por un seguimiento consecuente del Jesús como Maestro, Salvador y Señor. Otros, especialmente si atraviesan un desierto espiritual de rebeldía y rechazo de la fe de sus padres, puede que experimenten una transformación análoga a la de aquellos que no han crecido en familias cristianas comprometidas: un descubrimiento más o menos repentino del amor y la gracia de Dios, que se les acerca para rescatarlos de vidas mal encaminadas. Aquellos probablemente puedan decir: «Yo me convertí en [determinado momento y lugar]»; a éstos, sin embargo, probablemente les cueste mucho identificar un momento o una ocasión concreta cuando su vida tomó un rumbo decidido hacia la santidad e integridad del reinado de Jesucristo .
Todos nuestros hijos y todas nuestras hijas, sin embargo, cumplidos ya los 13 años, están en condiciones de reconocer que amén de ser hijos de sus padres y herederos de ese legado espiritual de sus padres, son también individuos que empiezan a ser capaces de fijar su propio rumbo para sus vidas. Un rumbo que incluye, naturalmente, la capacidad de creer o no en Dios, de decantarse por amar o no a Dios y servir o no al prójimo como nos instruyen sus palabras en los Textos Sagrados. Hayan llegado o no a una encrucijada personal donde parezca necesario adoptar la vida cristiana como opción propia, son capaces —desde luego— de reconocerse personas individuales cuyo destino está en sus propias manos.
Es esto lo que viene a escenificar un ritual de «Mayoría de edad espiritual» en el seno de la comunidad cristiana. La comunidad reconoce su crecimiento y su creciente maduración personal. La comunidad alaba su desarrollo creciente y los rodea con amor, con bendiciones, con palabras de ánimo, tal vez de exhortación o de profecía, que los puedan mover y estimular hacia la adopción del seguimiento de Jesús como opción personal para la vida.
En una sociedad católica, donde los compañeros de nuestros hijos se ven protagonistas de una celebración familiar en torno a su primera comunión de ese rito, yo considero que es muy apropiado que la familia adopte esta ocasión —la de la celebración de la Mayoría de edad espiritual— para un pequeño agasajo que haga protagonistas a nuestros hijos. En nuestra familia siempre ofrecimos un modesto refrigerio o piscolabis para la comunidad entera, al concluir la reunión semanal cuando se celebró este acto con nuestro hijo o hija. |
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