Jubilados

Rituales cristianos de transición
10. Fin de la vida laboral / Inicio de vida de jubilado
por Dionisio Byler

Hasta aquí las transiciones en la vida que veníamos indicando que sería apropiado señalar con una especie de ceremonia en el seno de la comunidad cristiana, eran momentos en la vida que se llenan de nuevas posibilidades. Hitos en la vida personal, con objetivos cumplidos que a su vez, nos abren un futuro lleno de ilusión y objetivos nuevos.

La excepción podría ser, tal vez, la unción con aceite para los enfermos. Aunque actuamos en esa ocasión con fe en el poder sanador y restaurador del Señor, aceptamos con naturalidad que no necesariamente recuperaremos la salud. Porque Dios es nuestro Señor y no está a nuestras órdenes para obedecernos —aunque se compromete a tener en cuenta nuestras peticiones.

Las diferentes etapas del progreso desde el nacimiento, por la niñez y juventud hasta alcanzar la plenitud como adultos, casarnos y tener hijos; las ocasiones de avance en el compromiso con Cristo y con la iglesia; todas esas transiciones en la vida de los cristianos nos han ido abriendo puertas, traen consigo nuevas posibilidades. El sentido de los «rituales cristianos de transición» correspondientes, ha sido siempre celebrar en comunidad cosas nuevas a las que antes solamente podíamos aspirar desde la distancia, pero ahora se han hecho realidad.

Pero la vida es un maravilloso ciclo de perfección y equilibrio, donde el auge y el crecimiento y la maduración, irá irremediablemente seguido de declive, merma de facultades y al final, el umbral de la muerte que nos llevará a los misterios que nos esperan de aquel otro lado. Bien enfocado, los rituales de transición con que iremos cerrando etapas en lugar de abrirlas, pueden tener también su enfoque de esperanza y futuro, por cuanto el envejecimiento de estos cuerpos mortales no es toda la realidad que vivimos los cristianos. En el futuro nos aguarda Jesús resucitado, quien nos transforma la manera de entender nuestro ocaso en esta tierra.

      Bien enfocado, los rituales de transición con que iremos cerrando etapas en lugar de abrirlas, pueden tener también su enfoque de esperanza y futuro, por cuanto el envejecimiento de estos cuerpos mortales no es toda la realidad que vivimos los cristianos.

Hay diferentes motivos por los que puede concluir la vida laboral, dando inicio a una etapa de vida como jubilados o pensionistas. Un accidente o una enfermedad crónica puede abreviar nuestros años de productividad. Luego está esa mayoría de personas que sin otras limitaciones previas de por medio, sencillamente alcanzan esa edad cuando la sociedad ha determinado que es justo y necesario que dejen su puesto productivo a otras personas más jóvenes.

Nuestros antepasados, que se dedicaron muy mayoritariamente en todos los países y culturas al campo, no conocían la jubilación. Según iban perdiendo facultades y fuerza física, la familia les iba asignando otras responsabilidades menos exigentes de aquello que ahora les flaqueaba. Había quien perdía primero la vista, quien perdía primero fuerza o destreza manual, quien perdía primero capacidad mental. No importa, la familia se adaptaba y hallaba formas de mantenerlos ocupados, valorando su experiencia y la sabiduría que les concedían los años, hasta que ya, incapaces tan siquiera de levantarse de la cama, aguardaban con paciencia la muerte.

Luego llegó la revolución industrial y la migración masiva a las ciudades. Los trabajos industriales eran casi siempre brutales, una franca explotación de los obreros en condiciones insalubres, con peligro constante de accidente y un desgaste enorme del cuerpo. Con mucho esfuerzo y no poco conflicto laboral, poco a poco se fue obteniendo el derecho a una jubilación con pensión, en lugar del despido sumario cuando los obreros ya no eran rentables para los capitalistas. Los que sobrevivían hasta la avanzada edad de 65 años solían llegar con el cuerpo tan cascado, que la sociedad entera entendía que ya no podían seguir así. Que lo único realmente digno que se podía hacer con ellos, era darles una pensión para el poco tiempo que les quedaba.

Pensionistas

Hoy la esperanza de vida se ha ido alargando y a los jubilados nos esperan largos años donde tendremos que adaptarnos a la nueva realidad de que aunque nos sintamos llenos de vitalidad, sin embargo se considera que sobramos en el mercado laboral.

La transición no siempre es fácil.

Hay quien anhela dejar trabajo y responsabilidades y sueña con años enteros de ocio y vacaciones. Hay quien, habiendo podido apartar algo a un fondo privado de pensiones y juntando esto con la jubilación que cobre, piensa permitirse algunos caprichos que hasta ahora no eran posibles. Hay mucho jubilado que se dedica al turismo; hay mucho matrimonio mayor que ve mundo desde su autocaravana.

Pero para otros, dejar el trabajo es abandonar lo que le daba su sentido de identidad y de valor personal. Al dejar de trabajar entra en una crisis de identidad. Se siente inútil y piensa que los demás lo ven también inútil. Su autoestima se desploma. Se vuelve criticón e impaciente con su familia. No sabe ya quién es ni cuál es su lugar en el mundo. Y no sabe con qué llenar las largas horas del día, que le parecen eternas con cada amanecer. Para colmo, la pensión suele significar también ajustes económicos, donde habrá que aprender a vivir con menos ingresos que antes —algo que nunca es fácil, en ningunas circunstancias.

En comunidad cristiana esto debería ser más llevadero. Y aquí es donde viene bien escenificar otro «ritual cristiano de transición». En este ritual celebramos el valor de la persona ante Dios y ante la comunidad. Reivindicamos la apreciación de la comunidad, de la sabiduría y la experiencia de nuestras personas mayores. Les recordamos que no los estimábamos como hermanos por su trabajo secular, ni por los diezmos que aportaban a la iglesia, ni porque fueran de profesión esto o aquello. Los estimábamos y seguiremos estimando como hermanos, por ser quien son en Cristo, por sus dones del Espíritu, por sus cualidades humanas.

Y les haremos entender que la comunidad cristiana valora la sabiduría que han acumulado con los años. Que deseamos oír sus opiniones. Que no nos importará que nos cuenten una y otra vez que antes se hacían de tal o cual manera las cosas o que nos hablen de su tristeza ante los cambios y nostalgia por valores que se han perdido. Porque aunque es verdad que toda comunidad cristiana saludable se va renovando constantemente en sus costumbres y formas —y hasta en las palabras con que expresa su fe en Cristo— también es cierto que necesitamos estar atentos a la voz de nuestros mayores. No sea que entre tanto cambio, haya cosas fundamentales que estemos descartando o por descartar. Y es bueno que aprovechemos una ocasión como ésta, para decírselo a la persona que está entrando ahora a la categoría social de «anciano».

Supongo que como en tantos otros casos, este «ritual» bien se podría limitar a rodear a la persona, imponerle las manos con afecto, bendecirle, bendecir a Dios por su vida, y declarar nuestra confianza en la guía y ayuda del Señor para los cambios que ha de afrontar al dejar de trabajar.

Pero echándole un poco de imaginación, a esto se podrían añadir seguramente otros elementos que hagan de esta ocasión algo especial y digno de rememorar.