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Nº 140baseline

Enero 2015baseline

Simón El banquete de Simón el fariseo.
Cuadro de Peter Paul Rubens (1629)

La casa del fariseo
(Lc 7,36-50)
por Antonio González

A veces comparamos la llegada a la fe con «invitar a Jesús a que entre en nuestro corazón». Lo que sucede es que no todas las invitaciones son iguales. Simón, el fariseo, invitó a Jesús a su casa. Esto puede servir como metáfora de una invitación superficial a nuestro corazón. Simón posiblemente tendría curiosidad por conocer a Jesús, o un deseo de halagarle, de hacer una comida en su honor. Esto, por sí solo, no cambia la vida de Simón. Como fariseo, posiblemente se encontraba muy a gusto tratando de cumplir todos los mandamientos de la Torah. Invitar a Jesús no era otra cosa que un detalle de hospitalidad, un mandamiento más, algo que encajaba bien en una vida de religiosidad.

Muy distinto es estar en una situación desesperada, como la mujer (¿la misma María que en Juan 12?) que entra sin ser invitada en una casa que no es la suya y comienza a llorar a los pies de Jesús, besando sus pies, lavándolos con perfume, y secándolos con sus cabellos. No dice nada.  No hay palabras para expresar lo que siente. Tal vez vergüenza, mucha vergüenza. Una pecadora pública… Muchas adicciones se fundan en una vergüenza tóxica, profundamente asentada en la personalidad. Aun así se ha atrevido a presentarse delante de todos, a asumir la posibilidad del rechazo, para ponerse a los pies de Jesús. Su situación no es la situación cómoda de quien le hace un favor a Jesús invitándolo a su casa… Su situación es desesperada, tan desesperada que no pide nada, solamente llora, y llora. En realidad, Dios actúa precisamente allí cuando nos damos cuenta de que no podemos.

El fariseo observa a Jesús. Como tanta gente se acerca a Jesús, solamente para observar, sin llegar nunca a comprometerse. La mujer lo ha entregado todo. No sabemos mucho de su situación financiera, pero el perfume tal vez era muy caro, de unos trescientos denarios, el salario completo de un jornalero durante un año (Jn 12,5). Mientras el fariseo y sus amigos juzgan y evalúan, ella lo entrega todo, se rinde por completo.

Ellos piensan que puede ser un profeta, tal vez se lo han presentado como tal. Pero ahora saben que no es un profeta, porque si fuera un profeta, conocería quién es la mujer. Lo podemos llamar «maestro» en público, pero por dentro sabemos que no nos sirve, que las cosas funcionan de otra manera, que su ingenuidad muestra que no es siquiera un profeta. Esperábamos tal vez algún espectáculo, algún milagro, alguna declaración extraordinaria… Para eso lo invitamos a casa, para ver qué pasaba. Pero lo único que sucede es una situación incómoda, con una mujer pecadora. A veces, acercarnos a Jesús nos pone en compañías poco agradables.

El fariseo no piensa en modo alguno que algo radical tiene que cambiar en su vida. Siempre ha sido piadoso. Como sus amigos, los que también criticarán las palabras de Jesús. Cuando somos piadosos, justos, y fariseos, siempre tenemos a nuestro alrededor algunas personitas «santas» con las que podemos cotillear. Cuando pensamos que nada tiene que cambiar en nuestra vida, es cuando estamos muy seguros de todo lo que tiene que cambiar en las vidas de los demás.

De esta manera, nunca vamos a conocer a Jesús. La mujer lo está empezando a conocer, Simón pareciera que nunca lo va a conocer. De hecho, los ojos de la mujer están fijos en Jesús, porque su situación es tan desesperada, que solamente puede recurrir a él. En cambio, Simón y sus amigos miran a la mujer, más que a Jesús. Nos distraemos, en lugar de atender a lo único importante, como Jesús le diría a Marta (Lc 10,42). Al conocer a Jesús, la mujer empieza a conocer la paz (Lc 7,50). Mirando a los demás, como Simón, nunca encontramos la paz.

No sólo la paz. También el amor. La enseñanza de Jesús lo dice: Al que mucho se le perdona, mucho ama. Tal vez el corazón de Simón se ha ido haciendo cada vez más duro, porque piensa que a él muy poco se le tiene que perdonar. Jesús ni siquiera dice que el que es perdonado amará mucho al que le perdonó. En general, dice que amará más. No solamente el amor a Dios crece cuando experimentamos su perdón. Lo que Jesús está diciendo es que aumenta también el amor a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros compañeros. El amor, en general, aumenta cuando aumenta el perdón. El secreto del amor es el perdón. El perdón de Dios es la energía que rompe con toda la vergüenza acumulada, y que nos permite comenzar a andar erguidos.

Después de que Simón ha escuchado las palabras de Jesús, tiene pocas opciones. Puede ofenderse. Este tipo no sólo ha aceptado a una pecadora, sino que además ha proclamado un perdón que sólo le compete a Dios. Y, sobre todo, me ha ofendido, insinuando que tal vez no todo está bien en mí. La ofensa es la mejor manera de poner punto final a esta situación tan incómoda, causada por el falso profeta y la pecadora… Aunque, bien pensado, tal vez no es un falso profeta. Supo leer inmediatamente mis pensamientos… Otra opción sería poner cara de circunstancias, reírse amablemente, y cambiar de conversación. Pero tal vez haya una tercera opción para Simón. Una opción increíble, que rompe todos sus años de religiosidad. La opción de ponerse a la cola, detrás de la pecadora, para besar los pies de Jesús, y llorar por tanta ceguera, por tanta sequedad, por una vida perdida en las apariencias religiosas y morales. Quién sabe.

Nos han enseñado tantas veces que la vida cristiana es un camino que comienza en la situación de la pecadora, y que termina en la situación del fariseo. No nos lo han dicho así tal vez, pero es lo que hemos aprendido en las iglesias. Primero, pecador. Después, el arrepentimiento. Finalmente, ser una persona santita, juzgando y evaluando y criticando. ¿No es esto lo que nos han mostrado? Sin embargo, para Jesús, la vida cristiana tal vez sea justamente lo contrario. Comenzar donde el fariseo, y terminar donde la pecadora.

En realidad, un fariseo famoso, llamado Saulo, hizo un camino parecido. Tras su conversión, quiere subrayar su condición de apóstol, poniéndose al nivel de los demás apóstoles (Gá 2,6-8). Más adelante, dice algo distinto: «Soy el más pequeño de los apóstoles» (1Co 15,9). En la carta a los Efesios se nos dice algo más. Pablo aparece ahora como «el menor de todos los santos», es decir, de todos los creyentes (Ef 3,8). Pero aún tenemos más. En la primera carta a Timoteo, Pablo termina su carrera con un calificativo máximo: «el primero de los pecadores» (1Ti 1,15). Madurar no es trepar a la mesa de los fariseos. Madurar en la fe es bajar hasta estar con la pecadora.

Madurar en la fe… ¿Qué es la fe? Jesús le dice a la pecadora que su fe la ha salvado. La fe no es aquí una creencia en una serie de verdades. La fe no es tampoco un sentimiento, ni una iluminación interna. La fe es algo muy distinto. Es lo que nos saca de casa, lo que nos lleva a lo desconocido, lo que nos hace correr riesgos, lo que nos hace perder la compostura, lo que nos permite romper los muros de la vergüenza, lo que nos conduce a los pies de Jesús, para esperar que de allí, y solamente de allí, venga la solución, la vida, la libertad. Invitar a Jesús en nuestro corazón... más bien entregarlo todo, incluyendo el corazón.

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   Cuando pensamos que nada tiene que cambiar en nuestra vida, es cuando estamos muy seguros de todo lo que tiene que cambiar en las vidas de los demás.

   De esta manera, nunca vamos a conocer a Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fragmento

 

 

 

 

 

 

   El amor, en general, aumenta cuando aumenta el perdón. El secreto del amor es el perdón. El perdón de Dios es la energía que rompe con toda la vergüenza acumulada, y que nos permite comenzar a andar erguidos.