tabernáculo — Una carpa rodeada por un rectángulo configurado por cortinas, que delimitaban en Israel un espacio que se consideraba sagrado, dedicado al encuentro entre Dios y los hombres (representados éstos por sacerdotes debidamente consagrados). El término hebreo, miscán, viene del verbo sacán (instalarse, posarse, habitar, acampar) y significaría algo así como «lugar donde se ha posado o instalado —o donde habita o acampa— la deidad».
La Biblia sitúa la construcción del tabernáculo en la generación del desierto, indicando a la vez detalladamente, los materiales que se emplearon en su fábrica. La descripción del tabernáculo que nos ofrece el libro de Éxodo indicaría toda suerte de materiales nobles cuya obtención en medio del desierto resulta desde luego muy sorprendente. La carpa entera estaba recubierta, por ejemplo, con pieles de tajás, delfín, un animal que como se comprenderá no es que abunde, precisamente, en los desiertos. Ante esta dificultad algunos traductores han ensayado traducciones creativas: Reina-Valera 1960 pone pieles de tejón, la versión Dios Habla Hoy lo deja en pieles finas.
Frank Moore Cross (un erudito del estudio del Antiguo Testamento) opinó en un libro de 1999, que las descripciones del tabernáculo en Éxodo, con sus finísimos y carísimos materiales de construcción, ha confundido la vieja carpa de encuentro con Dios que se instaló en Siló (y donde todavía en la niñez de Samuel seguía el Arca de la Alianza y era objeto de peregrinaciones) y la carpa que mandó fabricar el rey David en Jerusalén. El Arca era el talismán de guerra de las huestes de Israel. Se suponía que traía la presencia divina a sus batallas y por consiguiente, aseguraba sus victorias. Se recordará que cuando el profeta Natán prohibió a David construir un templo de piedra para el Arca, David mandó fabricar ese real tabernáculo para alojar la Presencia divina junto a su palacio.
Habría habido entonces dos tabernáculos en tiempos bíblicos. El antiguo, ajustado a las exigencias para el desierto en tiempos de Moisés y Josué, pero que se abandonó cuando los filisteos vencieron a los israelitas y se llevaron el Arca. Y otro fabricado con materiales nobles en Jerusalén, cuya descripción podría ser más o menos la que encontramos en Éxodo 26.
La forma, tanto de este tabernáculo como del templo, es de tres cuadrados. El lugar santo ocupa un rectángulo equivalente a dos cuadrados; el lugar santísimo ocupa el tercero. Estas mismas proporciones son típicas de los templos cananeos. En la Biblia, como en la religión cananea, se supone que estas proporciones se corresponden con un modelo celestial, que los templos de la tierra imitan.
Uno de los nombres más típicos de Dios en la Biblia es El. En la mitología cananea, El habita en una tienda, puesto que es el dios de la guerra. La tienda de campaña militar de El tenía el mismo tipo de estructura que el tabernáculo de Éxodo 26: un marco de pilares y vigas de madera, recubierto de cortinas de bellísima factura. Esta tienda se encontraba, según los cananeos, en un monte mitológico en el extremo norte de la región, el Monte Safón. Curiosamente, en alguno de nuestros salmos, el monte templario de Jerusalén se describe poéticamente como el Safón o Norte.
Simultáneamente, sin embargo, los cananeos entendían que El reside en las profundidades del mar. Este detalle recuerda a Cross el tema de las pieles de tajás y la incongruencia de hallar esas pieles en el desierto. Pero desde luego si el dios El mora simultáneamente en el monte Safón/Norte y también en las profundidades del mar, el empleo de pieles de delfín para esa morada divina —de la que el tabernáculo sería una imitación en la tierra— resulta apropiado.
¿Qué podemos sacar en limpio de todo esto?
¿Hay aquí algo que nos pueda ser de edificación a los cristianos del siglo XXI?
Creo que es universal en el corazón humano anhelar la presencia de Dios, de un Dios vivo y real, que no nos abandona sino que nos acompaña a lo largo de toda la vida. La idea de que Dios habite en una tienda o carpa móvil, nos comunica que no importa adónde vayamos, Dios viene con nosotros y jamás estará lejos. A aquellas generaciones de la antigüedad de Israel, la carpa donde posaba la gloria de Dios les pudo comunicar esta idea de proximidad divina. Pero hasta el día de hoy, el recuerdo de aquella carpa en medio del campamento de Israel, debería sernos también reconfortante como idea de su cercanía y su compañía en todo lugar y ante cualesquier peligros.
—D.B.