Colección de lecturas
 

PDF ¿Qué hacéis más que ellos

Vino a predicar la paz
por John H. Yoder


He Came Preaching Peace
Copyright © 1985 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Dionisio Byler, 2006
Reproducido aquí con permiso de Herald Press, que conserva todos los derechos.


Capítulo 4.
¿Qué hacéis más que ellos?

Si amáis a los que os aman,
¿acaso no hacen lo mismo los cobradores de impuesto?
Y si saludáis a vuestros hermanos,
¿qué más hacéis?
¿Acaso no hacen eso mismo los étnicos?

Mateo 5,46-48 [1]

Jesús no está hablando acerca de la diferencia entre los pacifistas y los demás cristianos, ni entre la evangelización que practican las iglesias de paz frente a algún otro tipo de evangelización.  Jesús está hablando acerca de la diferencia entre las personas que le escuchan y los que no [2].

Los que no, de quienes habla en tercera persona como «ellos», tienen tres nombres:

  • los cobradores de impuesto
  • los pecadores (el término empleado en el pasaje paralelo en Lucas)
  • los étnicos

La palabra étnico se emplea sólo cuatro veces en el Nuevo Testamento.  No significa «gentiles», que son identificables por el rasgo único de no ser judíos.  Un gentil puede ser un discípulo de Jesús.  El término (que también podríamos traducir como paganos o inconversos) se refiere a las personas cuyo rasgo distintivo es hallarse fuera del pueblo de Dios, o cuya lealtad primordial es con alguna otra comunidad.

Ahora bien, si Jesús está hablando acerca de qué es lo que cambia cuando algunas personas son discípulos, el tema entre manos es la evangelización.  Lo que dice es que hay en la vida de un discípulo una diferencia, una cualidad superlativa, un algo más.
En Mateo 5,46 Jesús identifica esta cuestión del superlativo al preguntar: «¿Qué recompensa tenéis?»  En el pasaje paralelo en Lucas, la pregunta es: «¿Qué gratitud tenéis?».  En el versículo 47 pregunta, sencillamente: «¿Qué más hacéis?»  No pregunta: ¿Qué hacéis más que otros?», como sugiere la Biblia de las Américas; ni tampoco: «…más que ellos», como en nuestro título.  Sencillamente se limita a preguntar: «¿Cuál es la sobreabundancia de lo que hacéis?»

De manera que ese es nuestro tema: «¿Qué contribuye ese “algo más” del estilo de vida del evangelio a nuestra manera de entender el significado de la evangelización?»

Novedad

Esta palabra de Jesús es la culminación de una serie de seis párrafos que empezaban cada uno con las palabras: «Habéis oído decir… pero yo os digo…».

Esa series, a la vez, desarrolla la afirmación inicial: «He venido a cumplir la ley».  Y esa afirmación, entre tanto, está basada en las Bienaventuranzas.  El capítulo entero, este secuencia total de pensamientos vinculados unos con otros, descansa sobre los hombros de la narración de Mateo 4, que nos ha contado el bautismo de Jesús, la voz del cielo que le pronuncia un llamamiento especial, su puesta a prueba en el desierto y el comienzo de su ministerio de proclamar el reinado de Dios y sanar enfermos.  Merecería la pena examinar cada paso en este pasaje para preguntar qué nos dice acerca de la evangelización.  Cada uno de esos pasos en el relato de Mateo —el bautismo, la voz, la prueba, su empezar a predicar— nos dirían algo que necesitamos saber acerca de cómo proclamar el evangelio o qué es el evangelio.  Aquí, sin embargo, hemos de limitarnos a dos observaciones.

En primer lugar, Jesús está proclamando un rei­no que se ha acercado.  No está solamente instruyendo a la gente con un cuerpo de ideas y doctrinas (aunque las ideas y las doctrinas están implícitas y son inevitables).  No está en primera instancia invitando a la gente a una experiencia personal (aunque no se puede responder a su mensaje sin que esa respuesta sea personal y sea una experiencia).

Lo que está anunciando es un orden de las cosas completamente nuevo.  Para describirlo, recurre al vocabulario de la política; la expresión que él prefiere es «reino» o «reinado».  Es una nueva manera de relacionarse.  Viene acompañado de curaciones y otras obras de poder.  Es un movimiento, lo cual conlleva que las personas abandonan su actividad habitual para seguirle.  Algunos incluso abandonarán permanentemente la ocupación a la que se dedicaban, para ser parte de su comunidad de servicio.

La segunda observación que suscita este texto es un poco más difícil porque nos exige tener particular cuidado en nuestra selección de palabras.  ¿Qué es lo que entendemos por bienaventuranzas?  El texto os resulta harto familiar.  Ocho veces seguidas dice Jesús: «Bienaventurados sois los que… porque…».

La tendencia habitual es entender que estas «bendiciones» constituyen un listado de virtudes propias de las personas buenas, o de buenas obras que hace la gente buena.  En otras palabras, viene a ser un tipo de obligación moral:  «Haced esto y recibiréis tal o cual recompensa».  Es así como se suele entender el texto.  Pero ese no puede ser su sentido entero o exacto.  Algunas de las actitudes que Jesús dice que serán bendecidas no son acciones que uno pueda realizar.  No se puede decidir:  «Ahora voy a llorar».  No se puede decidir: «Ahora voy a padecer hambre y sed de justicia».  Estas no son acciones por las que se estén anunciando recompensas.  Lo que son es posturas o actitudes en las que ya se encuentran las personas cuando llega el reino.

Una segunda razón para no considerar que las Bienaventuranzas son un listado de exigencias morales, es que si ese fuera el caso, ya no tendrían sentido como evangelio.  Perderían su vínculo con la proclamación del reino como buenas noticias.  Una consideración adicional a tener en cuenta es el significado literal de la palabra makarios, «bienaventurado».  No significa «recibiréis recompensa» ni «hallaréis algún beneficio».  Significa, al contrario, «¡Feliz eres!»  o «¡Dichoso tú!»

En otras palabras, Jesús está diciendo:

—Ya hay personas en este mundo, que se encuentran sumidas en el dolor.  ¡Qué dicha la suya, porque ahora el reino ha llegado y hallarán consolación!

«Ya hay personas con corazones puros.  ¡Qué dicha la suya, porque viene el reino y verán a Dios!

«Hay personas que nunca reclaman nada, que son mansos.  ¡Qué dicha la suya, porque el reino está por aparecer y toda la tierra les pertenecerá!»

(Esta observación queda incluso más clara al cotejar con el texto de Lucas.  Allí las bienaventuranzas vienen emparejadas con el mismo número de ¡Ay!:  «¡Ay de vosotros que ahora reís, porque lloraréis!  ¡Ah de los que ahora estáis llenos, porque pasaréis hambre!»  Aquí queda incluso más claro que el significado no puede ser el de una enseñanza de normas éticas.  Lo que es, es la proclamación del significado del reinado de Dios que se avecina.)

Esta aclaración del significado de bienaventuranza nos lleva a la primera conclusión acerca del «algo más» que viene con el evangelio.  Es una bienaventuranza, una bendición, un privilegio, una dicha, un don, el resultado de la cercanía del reino.

Evangelizar significa decir y creer que se trata de buenas noticias.  ¿Pero, acaso no es verdad que muchas veces no lo hemos visto así?  Entre los cristianos de las iglesias de paz, frecuentemente operan otras presuposiciones.  Solemos pensar que el mensaje central del evangelio es buenas noticias, que son gratuitas e incondicionales.  Lo primero es recibir el perdón y el amor y la paz en el alma.  Luego, toca empezar a seguir a Jesús.  Y después, al final, llegamos a la letra pequeña, a la parte difícil, el paso siguiente.

Quizá se hable de este «paso siguiente» como un proceso de maduración o de santificación que exige mucho esfuerzo.  Tal vez nos hayan enseñado que vendrá automáticamente, que es algo que se encuentra allí donde hay fe.  En cualquiera de los casos, nos han enseñado que este paso adicional o proceso posterior —las exigencias del evangelio— nos quedará más claro si no confundimos un paso con el otro.  El «algo más» del evangelio es el paso segundo, el paso difícil, las «malas noticias» que vienen después de las buenas.

Pero no es eso lo que dice Jesús.  Él dice que todo ello es buenas noticias.  Él dice que es por gracia, por la fe, que los pacificadores son hijos de Dios; y ese es un mensaje de alegría porque es parte de lo que significa que se nos haya acercado el reino.  Que los que padecen hambre y sed de justicia sean saciados es buenas noticias, porque el reino ha llegado.

Podríamos decir lo mismo empezando desde el lado contrario.  Vivimos en una sociedad que en gran medida alega ser cristiana, donde hay capellanes cristianos en las fuerzas armadas y en las cámaras del Congreso, donde en el Congreso se debaten enmiendas a la constitución que protejan el derecho a orar en las escuelas, con lemas que mencionan a Dios en nuestros billetes y en nuestros sellos de correo.  Pero ninguna iglesia en particular es oficial.  El resultado de esto es la idea de que existen dos niveles de ser cristiano.  Uno es el fundamental, el común denominador, el requisito mínimo acordado.  Es lo que hace falta para ser cristiano; y luego hay otras opciones adicionales, los adornos folclóricos:

  • Los anglicanos añaden obispos.
  • Los bautistas añaden más agua.
  • Los wesleyanos añaden más santidad.
  • Los evangélicos [3] añaden sana doctrina.
  • Los pentecostales añaden más espíritu.
  • Y las iglesias de paz añaden lo suyo.

Todas estas opciones, añadidas al mínimo común de la herencia cultural protestante, son calificadas como «rasgos distintivos».  Es de buen parecer tenerlos, pero no son lo fundamental.  Es como las configuraciones especiales que se pueden encargar cuando uno compra un coche nuevo.  Para el sociólogo, constituye parte del folclore.  Dan un cierto toque distintivo de individualidad y gusto personal, pero no son esenciales.

En cuanto se entienden así las cosas, ¿cuál de estos niveles constituye «evangelio»?  ¿El mínimo común denominador?  ¿O la añadidura, el «algo más», la segunda milla?

Es obvio que algunos hemos tendido a dar la primera respuesta.  El evangelio es ese mínimo común al que luego cada iglesia añadirá lo que le parezca oportuno.  El evangelio es el mensaje compartido por todo el protestantismo norteamericano, que resultará ser más aceptable y más esencial y más potente si nos abstenemos de mencionar las otras opciones cuando lo anunciamos.

Pero Jesús parece estar diciendo lo contrario.  Para él son los rasgos particulares lo que identifican el evangelio.  La evangelización, dar las buenas noticias, es la proclamación precisamente de ese «algo más», ese rasgo extraño, ese plus particular, el inconformismo de la iglesia como una ciudad visible sobre un monte.  Es el sabor de la sal.  Es esa justicia aun mayor que cumple la ley, que hace que la gente, al verla, glorifique a nuestro Padre celestial.

El carácter superlativo de la vida conforme al evangelio es más que un resultado del evangelio.  Es más que la constatación o confirmación del evangelio.  Es también en sí mismo la comunicación del evangelio.  Es evangelización.  Los rasgos diferenciadores son, de hecho, la seña de identidad del mensaje.

Jesús no dice: «Sed buenos, sed diferentes, no os conforméis, y la gente se dará cuenta que sois buenas personas.  Querrán tener lo que vosotros tenéis».  No, según este pasaje, su atención no se fijará en nosotros sino en el Padre.  Pero lo que fija la atención en el Padre no es una nueva manera de expresarse, sino una nueva manera de vivir.

Atención aquí.  Esa diferencia que atrae a la gente no es cualquier diferencia, no se trata de un rasgo simbólico que llama la atención, un reclamo de «¡Mirad aquí!»  La diferencia de que habla Jesús no es como el uniforme del Ejército de Salvación o el alzacuellos del clero o la indumentaria de los amish, que indica que «aquí hay alguien diferente» pero sin informar del porqué de la diferencia.  La diferencia con Jesús, la diferencia que dice algo, es en sí misma el mensaje.

Si soy un hijo de un Padre que ama a los hijos buenos y también a los malos, si doy testimonio de un Dios que ama a sus enemigos, entonces cuando yo amo a mi enemigo estoy proclamando ese amor.  No lo estoy obedeciendo solamente; lo estoy comunicando.  Y no existe ninguna otra forma de comunicarlo.

El enemigo al que amo, la persona que me coacciona y que yo luego acompaño una segunda milla, experimenta por medio mío el llamamiento a aceptar la gracia, porque mi acción le hace concreto el perdón de Dios.  Y no hay ninguna otra forma de conseguir eso.

Si por amor voy esa segunda milla o vuelvo la otra mejilla al que me ha abofeteado, le estoy proclamando el amor perdonador de Dios en la forma de esa situación concreta, al plantarme delante de él indefensamente.

Y lo mismo con todo el Sermón de la Montaña.  Si, como nos llama a hacer Jesús, abandonamos nuestras posesiones para seguirle, estamos proclamando nuestra confianza en un Padre que conoce cuáles son nuestras necesidades.  Si, como él nos instruye, decimos la verdad sin disimulo y sin juramentos, entonces estamos proclamando la santidad del nombre de Dios y de la verdad.  Si, como él nos instruye, abandonamos la defensa propia, entonces estamos predicando que Cristo —y no el gobernante con el mayor ejército— es el Señor de la historia.

Hasta aquí vengo citando a Jesús.  He estado intentando tomarme el Nuevo Testamento al pie de la letra.  Pero el carácter superlativo del evangelio va acumulando significados adicionales con el paso del tiempo.  Nos queda por observar cómo el significado ha cambiado desde los tiempos bíblicos hasta el presente.

Es especialmente cierto que surgen significados nuevos con el auge del cristianismo oficial (donde la religión se identifica con la nación, con el Estado, con el mundo).

Una vez establecida la religión oficial, cuando oímos a Jesús advertir contra «saludar sólo a nuestros hermanos como hacen los étnicos», su llamamiento adquiere dimensiones nuevas.  Si el cristianismo es la religión oficial, significa que solamente podemos seguir a Jesús si rechazamos esa clase de cristianismo.  Sólo es posible llamar a la gente al Jesucristo de los evangelios si a la vez llamamos a abandonar ese otro «Cristo» que ya conocen —abandonar la religión oficial de Occidente, que es conformista y que es carne y uña con el poder.  Este es lo que supone llevar a cabo una reforma.  A partir de ahora —a partir de Constantino y de Carlomagno— la vanguardia de la proclamación del evangelio tiene forzosamente que incluir el rechazo de los abusos del cristianismo cometido por los que lo han identificado con el egoísmo o con el orgullo de una nación o de una raza, con una cultura o una clase social.

En el contexto de la religión estatal oficial que prevalecía cuando nacieron los movimientos de iglesias de paz y en el contexto de la religión más o menos oficial aunque no estatal que prevalece hoy día, no basta con invitar a la gente a confesar que Jesucristo es el Señor.  Jesús mismo responde con la pregunta:  «¿Por qué me llamáis Señor a la vez que no hacéis lo que yo os he dicho?»

Incluso a los que presuman de buenas obras en su nombre, él dirá: «Nunca os conocí».

El evangelio para mañana tiene que ser pronunciado desde el inconformismo, como condenación de la religión conformada, como condenación de una manera conformista de hablar acerca de Jesús, incluso como condenación de una evangelización conformista y de un pietismo patriótico —porque si no es así, jamás será buenas noticias.  Tiene que derribar los ídolos de la religión de la autocomplacencia y la presunción condescendiente —porque si no es así, no será capaz de salvar a nadie.

Jesús dice: «Si saludáis a vuestros amigos, que más hacéis?  ¿Acaso no hacen eso mismo los nacionalistas?»  ¿Qué otro significado puede tener, toda vez que el nacionalismo ha quedado cristianizado y el cristianismo nacionalizado?  ¿Qué otro significado puede tener para la evangelización?

Quiero sugerir que tiene que significar mucho más que limitarse a esperar que si algunos individuos oyen nuestro mensaje y se convierten, entonces algunos acabarán aprendiendo a amar a sus enemigos.  El significado de ese «algo más» del evangelio tiene que empezar con el mensaje en sí.  No es admisible limitarse a aguardar el desarrollo personal de algunos individuos excepcionales que oyen y que responden.  El propio mensaje en sí mismo tiene que socavar los cimientos de la religión oficialista.

El mensaje en sí mismo tiene que denunciar y socavar los cimientos del nacionalismo y del etnocentrismo de muchas maneras:

  • repitiendo la obviedad de que Jesús fue un judío y un galileo
  • reafirmando la dignidad del marginado y del forastero
  • rechazando en el nombre del Espíritu de Pentecostés, cualquier identificación del evangelio con una única cultura o lengua
  • incluyendo los pecados de los acomodados entre las cosas de las que Dios nos salva, en lugar de limitar nuestros ejemplos del poder del evangelio a los pecados de los jóvenes y de los débiles
  • saliendo a ver qué es lo que está haciendo Dios fuera de nuestro propio mundo y aprendiendo a celebrarlo.

El evangelio no da a entender una ética de paz con el prójimo ni de paz interior, ni tampoco conduce a un estilo de vida no violento.  Lo que hace el evangelio es proclamar una visión reconciliada del mundo.  Podríamos expresar de la siguiente manera las palabras de Pablo:

Porque él reconcilió a judíos y griegos [a privilegiados y marginados] con Dios mediante el sacrificio de un cuerpo en la cruz, haciendo por este acto que el antagonismo entre ellos sea absolutamente irrelevante.  Luego vino y nos anunció tanto a vosotros lo que estabais lejos de Dios [los marginados, los gentiles] y a los que estábamos cerca [los privilegiados, los judíos] que la guerra se había acabado.
Efesios 2,14-17

Ese es el evangelio, no que la guerra sea pecado.  Esto también es cierto, pero en sí mismo no sería evangelio.  El evangelio es que la guerra se ha acabado.  No solamente que deberíamos amar a nuestros enemigos.  No solamente que si hemos tenido una experiencia personal de «nacer de nuevo», algunos de nuestros sentimientos de odio desaparecerán y tal vez descubramos que es posible amar.  No solamente que si tratamos a nuestros enemigos con suficiente amor, algunos de ellos llegarán a ser nuestros amigos.  Todo eso puede ser muy cierto, pero no es el evangelio.  El evangelio es que todos los que son objeto del amor de Dios han de ser amados míos también, por mucho que se consideren a sí mismos enemigos míos, por mucho que sus intereses y los míos choquen.

Si alguno está en Cristo (muy pocas traducciones aciertan aquí:) «he aquí un mundo nuevo» (2 Corintios 5,17).  La evangelización no es un llamamiento a sentir sentimientos nuevos o aceptar ideas nuevas, ni siquiera a conseguir una nueva autoestima.  Es un llamamiento a descubrir y aceptar todo un mundo nuevo.  Eso es lo que significa aquello de «una justicia mayor que la de los escribas y fariseos».  Eso es lo que significa hoy «hacer más que ellos».  No es sencillamente cuestión de unas exigencias morales más elevadas.  A las iglesias se les da bien lo de las exigencias morales.  Pero lo que hay en juego aquí no es una exigencia moral superior sino una sobreabundancia, un evangelio más amplio, una concepción más completa de lo que quiere hacer la gracia y ya ha hecho al llamar a las personas a volver a ser hijos de Dios.

Para algunos, lo importante para la evangelización y para la renovación de la iglesia es que se dirima satisfactoriamente la cuestión de la autoridad de la Biblia.  Seguramente estarán en lo cierto.

Para otros, lo importante es que se vuelva a descubrir la presencia real y viva del Espíritu Santo.  Seguramente estarán también en lo cierto.

Para otros, lo importante es aclarar nuestra idea del ministerio; o aprender a ser sensibles a la dinámica de grupos; o un nuevo enfoque para la educación cristiana —y seguramente estarán también en lo cierto.  Todas estas cosas nos ofrece —o nos exige— el Nuevo Testamento.  Con que falte cualquiera de estas cosas, el evangelio queda falsificado.  Y sin embargo tiene que haber «algo más».

Las personas de cualquier nación,
de cualquier cultura,
saludan a sus hermanos y hermanas;
y prestan su dinero cuando hay avales;
y alimentan a sus familias;
y buscan personas que se conviertan
a sus movimientos.

Pero vuestro amor ha de ser el evangelio:
vuestra ayuda ha de ser la gracia.
Vuestra respuesta a la hostilidad
ha de ser la reconciliación;
vuestro movimiento
ha de abrazar a los marginados;
y vuestra invitación
ha de ser para una vida nueva…

¿Por qué?
Porque así es como es.
Esas son las buenas noticias.
Porque es así como es Dios.


1. Yoder solía valerse de diversas versiones inglesas de la Biblia, citando aquí una, allí otra; y a veces creando sus propias traducciones de los textos bíblicos.  Hemos optado por traducir directamente del texto inglés de Yoder, sabiendo que si así lo desean, los lectores siempre pueden cotejar el resultado con las versiones impresas de la Biblia a su disposición.  —D.B.

2. Tema presentado en el congreso Probe 1976, en Minneapolis, EE.UU.  Publicado primero en Mennonite Life, 1977, y posteriormente como He Came Preaching Peace, (Scottdale: Herald, 1985), capítulo 4.  La presente traducción (por Dionisio Byler) y difusión por internet es con permiso de Herald Press, que conserva todos los derechos.

3. Como se observará, en inglés el término «evangélico» (Evangelical) se aplica a una franja estrecha del mundo protestante, cuya característica esencial queda aquí tipificada. —D.B.