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Santos, "Jesús: Ese maestro de pastores y pastoras" Nuevos caminos en psicología pastoral Ediciones Kairós,
en colaboración con
El título de este capítulo intenta poner de manifiesto la idea central del mismo [2]. Si bien los Evangelios no fueron escritos como un curso de acompañamiento o asesoramiento pastoral, encontramos, en todos ellos, relatos donde Jesús es el personaje central ofreciéndose, mediante su acción, como ejemplo en los vínculos interpersonales y en su aproximación pastoral y terapéutica, a aquellos ministros o agentes de la pastoral de la iglesia comprometidos en las relaciones de ayuda y pro- moción de la salud y el crecimiento humanos no solo a nivel personal, sino también en un plano comunitario. Jesús en sus relaciones de ayuda con personas de distinta condición nos provee un modelo viable para las relaciones personales de un modo tal que ayuda, cura, salva o libera a las personas desde sus problemas o vidas alienadas. Su aproximación hacia la gente tiene más que ver con un estilo de vida que con una profesión. Jesús vino a traer vida en abundancia, no buscaba enfermedades sino enfermos, ya que le interesaba la persona completa y no sólo una parte o aspecto de ella. Más aun, tenía claro que las enfermedades sólo se pueden plantear en singular. Como han dicho Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke:
En la pastoral de Jesús no hay una espiritualidad desencarnada. Por el contrario, encontramos en numerosos textos una integración armónica entre la espiritualidad y la salud psicofísica, mostrando en esa relación una circularidad que articula diferentes aspectos de la vida humana. Su actitud es pragmática, promoviendo en la gente el cambio y la transformación, y no simplemente nuevas teorías. La medicina fue integral en sus orígenes. Pero luego fue perdiendo la unidad del ser humano a medida que avanzaba en su desarrollo científico. La iglesia atravesó un proceso similar, preocupándose casi exclusivamente de la salud del alma en lugar de integrar, en una perspectiva unificada, la salud del alma y del cuerpo. En Jesús encontramos una perspectiva diferente. Por eso es necesario que la iglesia en su proclamación del Evangelio anuncie la pertinencia de esta visión integral que nos lleva a indicar que la fe tiene una dimensión terapéutica. La salud no es competencia exclusiva de médicos y psicólogos. Se ve claro en los Evangelios que Jesús cura a muchos enfermos, pero siempre remite al valor curativo y creativo de la fe. Pero para que la fe opere su capacidad terapéutica es necesario que integre en su mirada, y valore positivamente, todas las dimensiones del ser humano, aun las que parecen oscuras y negativas. Es necesario advertir que cualquier síntoma o enferme- dad deberían funcionar como indicadores de algún cambio que debe tener lugar en la vida de la persona. Así la enferme- dad toma un carácter simbólico que amplía el horizonte aparente de la misma. En Jesús vemos clara esta visión que hace que las heridas del cuerpo o del alma se conviertan en puertas de entrada para que la gracia se efectivice. Nada mejor que la dimensión pastoral para apreciar esta integración. Por más lastimados que estemos por la situación que vivimos siempre hay en el ser humano una parte sana que puede aliarse con todo aquello que promueva la vida y que se potencie con la acción de Dios. En general, los modelos vinculados a las técnicas psicoterapéuticas son consistentes con el estilo de Jesús tal como lo presentan los Evangelios. Pero lo que lleva a la cura no es la práctica por un particular estilo, aun cuando algunos sean más efectivos o convenientes que otros, sino el involucramiento personal de quien está operando. Es esto lo que trae salud, el modo como se comunica, la aceptación, cuidado y amor hacia el otro. En ese sentido, ¡qué mejor modelo de amor en las relaciones personales podemos encontrar que el modelo de Jesús! quien no sólo recupera el mandamiento del amor al prójimo, sino que se pone él como modelo: “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13: 34-35). Lo nuevo del mandamiento implica la estrecha relación entre el amor a Dios y al otro y el amor como primera señal del discipulado. Comentando este aspecto, Howard Clinebell dice lo siguiente:
Es interesante, al observar la conducta de aproximación de Jesús hacia la gente, la manera como focaliza su atención más allá de sí mismo y hacia lo profundo de la vida de los otros: qué piensan, qué sienten, qué desean, qué les preocupa. Él quiere siempre averiguar en qué situación se halla la persona que motiva su acción, lo que la persona es, no lo que aparenta ser. Para ir hacia la gente hacen falta palabras, imaginación, contacto, vista, escucha y memoria, lo cual requiere mucho más que formación académica. Es una forma particular de ese ministerio “de la toalla y la palangana” (Juan 13: 1-13) que Jesús mostrara prácticamente a sus discípulos. Jesús se describe a sí mismo como médico. Él mismo especifica el carácter de aquellos a quienes sirve (Lucas 5: 31-32). Su acción de sanar a alguno de sus contemporáneos fue manifestación y metáfora de la sanación definitiva que Dios obra en nosotros. Jesús no es sanador para aquellos que piensan que no necesitan médico porque creen que están sanos sino para aquellos que tienen el coraje de admitir que están enfermos. Él no está hablando de aquellos que tienen una vaga experiencia personal al respecto sino un real conocimiento de una poderosa situación ante la cual él desafía interferir. Para hacerlo no apela a una emotividad superficial o a sacar a la gente, simplemente, del camino donde él o ella están; él va al nudo del problema, al corazón del asunto. Profundiza hasta llegar a la médula de los conflictos. No se queda con la mera apariencia, ni con evaluaciones de las personas tomadas de una simple etiqueta, criterio social o postura maniquea. No entra en “lugares comunes” ni teorías predominantes sino que su criterio está dentro de una actitud empática, un compromiso existencial y un rigor para la comprensión de los temas. Quien entiende las más modernas técnicas psicoterapéuticas y comprende el mensaje y las ideas que servían de sus- trato a su acción, puede apreciar en él a un gran terapeuta. En los Evangelios se nos dicen que “él los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre” (Juan 2:25), “sus pensamientos y su fe” (Mateo 9:2), “sus más íntimas emociones” (Marcos 12:15). No necesitaba una anamnesis exhaustiva para comprender lo que a la persona le pasaba en el momento de su encuentro. La gente a menudo se abría a él y se sentía impactada por sus palabras. Había autoridad en sus palabras y su acción. Los agentes pastorales sólo pueden ayudar a sus asesora- dos en la medida que ellos, en su persona, han resuelto algunos problemas fundamentales de sí mismos. Ningún análisis supera el propio análisis. La medida de la clarificación de la vida del otro está condicionada por la comprensión y transparencia acerca de nosotros mismos. Más aun, el agente de la pastoral está llamado a reconocer la problemática de su tiempo en su propia vida y hacer de este conocimiento el punto de partida de su propio ministerio. Lejos de resquebrajar la legitimidad de su propia tarea, el reconocimiento de su propia condición proporciona al ministerio pastoral el grado de autenticidad necesaria para la tarea que se realiza. Sobre esta cuestión trata el libro de Henri J. M. Nouwen, El sanador herido. En un párrafo expresa, refiriéndose al ministro:
Cuando hablamos de Jesús como un pastor o terapeuta reconocemos que él no habla en los términos que nosotros usamos como neurosis, depresión o stress, conceptos a los que solemos apelar en el lenguaje psicológico. Ese moderno lenguaje está ausente de las páginas del Nuevo Testamento, pero lo que se ve claramente es el camino del mejoramiento de la propia vida o los procesos para destrozarla sobre los que Jesús sabía en gran manera. Estos asuntos están plenamente presentes en sus palabras y hechos que, inevitablemente, quienes actúan en el campo del asesoramiento pastoral y de la psicoterapia deben considerar en su tarea. Una historia sugerente Quiero poner como ejemplo la actitud de Jesús en el relato de Juan 5: 1-16, copiado en su totalidad en las próximas líneas [6]. Después de esto había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, un es- tanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua, por- que un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba mucho tiempo así, le dijo: —¿Quieres ser sano? El enfermo le respondió: —Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: —Levántate, toma tu camilla y anda. Al mismo instante aquel hombre fue sanado, y tomó su camilla y anduvo. Era sábado aquel día. Entonces los judíos dijeron a aquel hombre que había sido sanado: —Es sábado, no te es permitido cargar tu camilla. Él les respondió: —El que me sanó, él mismo me dijo: “Toma tu camilla y anda”. Entonces le preguntaron: —¿Quién es el que te dijo: “Toma tu camilla y anda” ? Pero el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús se había apartado de la gente que estaba en aquel lugar. Después lo halló Jesús en el Templo y le dijo: —Mira, has sido sanado; no peques más para que no te suceda algo peor. El hombre se fue y contó a los judíos que Jesús era quien lo había sanado. Por esta causa los Judíos perseguían a Jesús e intentaban matarlo, porque hacía esas cosas en sábado. Había tres fiestas importantes que debían considerarse bien en serio: Pascua, Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos. Todo hombre que viviera a menos de 30 kilómetros de Jerusalén debería participar. Jesús asistía a ellas. Se podría su- poner que en esta escena Jesús estaba solo porque sus discípulos no son mencionados. Allí se dirigió a un estanque conocido. Era posible nadar en él por ser suficientemente profundo. Por lo que se puede inferir, por debajo del estanque había una corriente subterránea que de vez en cuando se agitaba y movía sus aguas. Se creía que quien fuera la primer persona que entrara al estanque después del comienzo de ese movimiento quedaría curada de cualquier enfermedad que le aquejara. Es un caso que hoy llamaríamos de religiosidad popular. Una creencia supersticiosa, como muchas de hoy en día que convocan a multitudes. En aquella época se creía en todo tipo de espíritus o demonios que habitaban en los aires u objetos determinados. Además, las personas se sentían impactadas por la maravilla del agua y le atribuían a ésta un carácter sagrado, especialmente a la que provenía de ríos y vertientes. El agua tenía muy variados usos necesarios para la vida y el con- tacto con ella era permanente. Además, los ríos en movimiento podían ser muy poderosos y peligrosos lo que generaba en esa cultura una reverencia especial. El agua era inspiradora de muchas creencias populares que movilizaban e influían en la vida de la gente. Es probable que alguien le haya señalado y hablado a Jesús acerca de este hombre a quien la enfermedad misma le impedía entrar primero que todos y de este modo llegar a la curación. Aparentemente, era un hombre solitario y Jesús priorizaba a tales personas. En su acercamiento pastoral tenía sus prioridades, incluyendo a las personas solas. La problemática de la persona sola La soledad es una experiencia que llega en algunos momentos de nuestra vida. Para algunos puede ser un sentimiento o una experiencia transitoria, una pausa en lo que ellos consideran un paréntesis en su vida insertada en una red de relaciones. Para otros es un ambiente dentro del cual ellos se mueven cotidianamente. En Argentina más de un millón y medio de habitantes viven solos. Según datos oficiales, de los diez de hogares que hay en el país, más de un millón y medio están habitados por una persona. Y cada vez son más: en los últimos veinte años, la cifra creció más de un treinta por ciento. Por supuesto, uno debe distinguir el vivir solo del sentirse solo, pero en un mundo poco solidario y donde el individualismo echa cada vez más raíces, el sentimiento de soledad e indefensión va alcanzando cada vez a más gente. Algunos de estos signos están presentes en este último tipo de personas: baja autoestima, autoconmiseración, sentimiento de ser rechazos por los otros, egocentrismo, resentimiento, sentimientos de culpa, inseguridad y vacío interior, entre otros. El personaje que interactúa con Jesús es un inválido que el evangelista presenta como un hombre solo que seguramente tenía algunas o todas estas características. La descripción del texto no sólo remarca la situación externa sino también permite inferir la disposición interna. Él estaba ciertamente aislado, como separado de lo que nosotros podríamos considerar una vida normal provista de fuentes de sostén y motivación. No aparecen familia ni amigos. No hay en la escena médicos o paramédicos que atiendan. No hay nadie que esté disponible para él ni nadie que se presente a él para iniciar un diálogo o una relación. La soledad puede crear violencia que con frecuencia se expresa en enojo y aislamiento intensificados por los sentimientos menciona- dos que crean un círculo de desesperación. Pero hay algo más que completa el cuadro del drama. Hay otros que también quieren saltar hacia el estanque. Allí están otros enfermos que quieren curarse y lo que podría ser una compañía se transforma en una tortura porque él está en inferioridad de condiciones para dar el salto. Como suele ocurrir en situaciones sociales, los que están en inferioridad de condiciones están condenados al desamparo y al aislamiento. Más aun, pareciera que la dimensión religiosa de su vida no estaba calibrada al ritmo de los líderes de la iglesia, muy preocupados por cumplir los mandamientos de la ley, priorizando éstos en vez de las necesidades de las personas. Él no sabía o no tenía en cuenta el hecho de que ese día era sábado, el día de descanso. La situación de este hombre no era nueva; en realidad, ¡ésta había sido su vida en los últimos treinta y ocho años! Era demasiado tiempo para que al deterioro físico se agregara una dura carga interior, un reducido espacio vital, un excluí- do entre los excluidos. Los años señalan un tiempo más que suficiente para sentirse abatido, desinflado, descorazonado. La repetitiva derrota frente a otros a la hora de saltar a las aguas le hizo creer en su crónica inhabilidad para lograr sus objetivos y sus posibilidades disminuidas a la hora de lograr determinados objetivos. En casos así, el paso del tiempo sin respuestas novedosas suele tener un efecto negativo sobre la persona, impulsando su propio deterioro. Él aparece reacio y poco apto para asumir responsabilidad. Este hombre, cuyo nombre no conocemos, parece sordo a sus emociones. A esta altura está acostumbrado a la desconexión, no sólo de su familia y amigos, sino de sí mismo. No está plenamente apto para expresar sus propias necesidades, tomar contacto con sus emociones, sentimientos y deseos. Él está en una situación perdedora donde todo se soporta aun- que se crea que nada es posible. El Evangelio presenta su imposibilidad de alcanzar el agua sanadora que es también un símbolo de alcanzar la vida plena, que incluye la conciencia realista de sí mismo. El hombre carga con el peso y el terror de su desamparo y depresión. Pero debemos ser cuidadosos y no hacer de este hombre el instrumento de su propia tortura y terminar culpándolo a él por estar enfermo. De la historia bíblica se podría inferir que su situación tiene mucho que ver con un largo período usando un patrón predecible. Él siente que no puede obtener ayuda para su necesidad más allá de sí mismo. Más aún, está encerrado en su propio esquema de sentimientos y pensamientos. La percepción de la situación está muy contamina- da. De acuerdo a su experiencia pasada, ve el mundo como ciego, hostil y desesperanzador en relación con su necesidad, un sistema opresivo que no ofrece mayores posibilidades a su realidad actual. “¿Vos querés estar sano?” Jesús comienza la conversación con una pregunta: “¿Querés estar sano?” Si seguimos el relato observamos que por treinta y ocho años había estado enfermo, tal vez por mucho de ese tiempo al costado de este baño terapéutico intermitente, pero nunca se había podido bañar. La multitud lo dejaba de lado y él no podía bajar a las aguas en el momento adecuado. Parecía que en el contexto dramático de la historia de este hombre la pregunta de Jesús sonaba como fuera de lugar. Pocos acompañantes pastorales se hubiesen atrevido a hacer semejante pregunta que parecía tener una obvia y única respuesta. Pero la comprensión de Jesús, más allá de lo que el sujeto aparenta, lo lleva a hacer una pregunta fundamental, una opción cardinal al comienzo de todo proceso de cambio: “¿querés curarte?” Es ésta la pregunta que debería estar en el principio de cualquier proceso sanador. Tal vez quiso también Jesús saber hasta dónde la parálisis había llegado en esta persona. Para curarse es necesario que la persona quiera. Curarse implica también (y no lo deberíamos dar por sobreentendido) un acto de voluntad, una decisión que no debe dejarse en manos del médico porque se trata de una opción por la vida. El paralítico está como en una etapa infantil donde los otros asumen el rol de padres proveedores. Hay muchas personas así que se dan por vencidas. Jesús se dirige a la voluntad del enfermo antes de curar su cuerpo. La psicología ya ha estudiado el fenómeno llamado “beneficio secundario de la enfermedad” por el que se obtiene algo positivo con el padecimiento de una enfermedad o con el diagnóstico de la misma, una ventaja que el paciente o sus familiares obtienen a partir de la diagnóstico de la misma; una ventaja o privilegio que el paciente o sus familiares obtienen a causa de la misma. De modo que muchas veces quien quiere curar al enfermo tropieza, para su sorpresa, con una gran resistencia, lo que demuestra que el enfermo no tiene la intención de renunciar a su enfermedad, por más formal y serio que parezca su propósito. “Beneficio de la enfermedad” designa, de un modo general, toda satisfacción directa o indirecta que un sujeto obtiene de su padecimiento. La enfermedad permite en este caso huir de sí mismo. La teoría freudiana de la neurosis es inseparable de la idea de que la enfermedad se desencadena y se mantiene en virtud de la satisfacción que aporta al individuo. Este beneficio se evidencia por la resistencia del sujeto a la cura, resistencia que se opone al deseo consciente de curarse. Si no consideramos esta variable que existe en cualquier tratamiento vinculado a la salud, incluido el asesoramiento pastoral, no entenderíamos por qué, por ejemplo, una persona abandona el proceso justo cuando empieza a mejorar o por qué está en una actitud pasiva en medio de problemas muy serios que enfrenta consigo mismo o con los demás. La enfermedad, física, psíquica o espiritual tiene por finalidad evitar al sujeto conflictos a veces más penosos: es el mecanismo llamado de la “huida en la enfermedad”. Se trata, entonces, de instalarse en la enfermedad porque ésta le otorga beneficios secundarios. Ya no necesitan preocuparse y luchar porque son otros los que se encargan de atenderlos. Dichos mecanismos suponen procesos regresivos que implican retro- traerse a la escena donde hay una madre solícita que cuida, controla y resuelve. Siendo así el enfermo se da por vencido, se entrega. Por eso, Jesús antes de curar su cuerpo, se dirige al paralítico para saber y hacerle tomar conciencia de su estado en ese punto. Antes de iniciar el nuevo camino que lo lleve a hacerse cargo de sí mismo y volver hacia los otros humanos, quiere hacerle poner en contacto con su propia realidad. Jesús apreciaba en las personas su voluntad de cambiar, su decisión de insistir e insistir. No basta la disposición en palabras, es necesario un acto de voluntad y esto es fácilmente pasado por alto en la relación con el asesorado. Hace falta un acto de coraje e iniciativa que es un prerrequisito para lograr cambios palpables en la vida de esa persona. Se trata de estar muy atentos a esta variable del proceso pastoral. Muchos buenos pastores envuelven a sus pastoreados con variadas formas de cuidado pero, sin darse cuenta, se sitúan frente a ellos colocándolos en un rol pasivo desde el comienzo hasta el final del proceso. Hay personas que se sienten cómo- das en ese lugar (lo cual a su vez tiende a reforzar el enfoque equivocado del pastor como terapeuta). El objetivo del asesoramiento pastoral tiene metas específicas vinculadas a problemáticas propias del entrevistado; pero tiene como trasfondo la ayuda para la formación de la personalidad a la luz del Evangelio. Esto supone la remoción de bloqueos o de conductas inadecuadas y destructivas que impiden que la persona se aproxime creativamente y de acuerdo a su realidad hacia las metas de la fe que implican la apertura a un crecimiento y aprendizaje continuo. “Mi problema es por los otros” Pero hay un asunto interesante en este párrafo. Cuando Jesús le pregunta si quiere curarse, en lugar de contestar directa- mente con algo del orden “sí, quiero estar bien” o “por su- puesto”, él comienza a responder con una queja hacia otros: “no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy otro desciende antes que yo”. Es muy común en una entrevista pastoral que la persona atribuya sus problemas a la actitud de los otros. En no pocos casos, con responsables por ellos mismos. Sin embargo, la autojustificación y el dirigir el dedo para indicar la culpa hacia otro lado, pueden incluir pretextos burdos. ¿Podemos creer que en tan- to tiempo no hubo nadie para acercar al estanque, o depositar en las aguas a este pobre hombre? ¡Cuán a menudo los entrevistadores se dejan atrapar por estas excusas, haciéndose cómplices de ellas porque de otra manera deben denunciar, implícita o explícitamente, lo que el entrevistado no quiere declarar! La enfermedad no suele presentarse sin compensaciones. Algunas resisten la curación. Es probable que el paralítico se haya instalado en una situación donde, aunque limitadamente, él fuera un receptáculo de miradas y consideraciones. Una vez que uno se ha acostumbrado, como este hombre, a vivir o a esperar de las dádivas ajenas, su propia calidad de vida depende de lo que otros hagan. De este modo su propio estilo de vida está garantizado por el grupo que lo sostiene. Pero él debe cambiar su situación y hacerse cargo de sí mismo, ¿está el paralítico dispuesto a ello? No se menciona tal intención porque el enfermo en realidad no respondió la pregunta de Jesús. Sin embargo, la pregunta no fue inútil. Hay preguntas cuyo fin principal no es tanto la respuesta sino la posibilidad de producir una apertura que, al poner en duda una situación, invita a pensar más profundamente algún asunto de la vida. Daría la impresión que la pregunta de Jesús, que era todo un desafío al cambio, no fue comprendida en el sentido que Jesús lo hizo. Jesús lo confrontó con una demanda elemental pero dificultosa en forma de pregunta: “¿Querés estar sano?” El paralítico quería un tratamiento, una resolución de sus síntomas, pero Jesús apuntaba a la persona toda. Por eso, si vemos la relación con el enfermo en los dos tiempos que nos presenta el texto, debemos decir que en la primera instancia sólo se logró lo más superficial del problema; en la segunda parte se enfrenta la raíz de la situación. Este avance del tratamiento, no proselitista ni superficial pero sí evangelizador, apuntando a lo profundo, es lo que Jesús practica. En el asesoramiento pastoral es necesario respetar los tiempos que requieren las diversas situaciones, y aun así no siempre se cumplen los objetivos. El relato queda abierto: no sabemos qué fue de la vida de este hombre, pero podemos sospechar que en su vida habría habido un antes y un después en relación con Jesús. La historia del inválido de Betesda tiene muchas facetas, pero su significación central descansa sobre el significado de la enfermedad tal como debería ser comprendida por quienes trabajan al servicio de la salud. En nuestra cultura la tendencia es a focalizar el asunto en relación con los síntomas de la enfermedad. Jesús puso la mayor preocupación no tanto en la ausencia de síntomas sino en un estado interior de plenitud desde donde emerge la salud integral. Este estado interior de la persona está por encima de las condiciones orgánicas y no depende de una ausencia de sufrimiento. Hay sufrimientos que pueden contribuir a un estado interior de plenitud y paz. Nuestra cultura tiende a evitar el sufrimiento a cualquier costo. La fe del Nuevo Testamento desarrolla su eje central en la crucifixión de Jesús, seguido de la resurrección, e insiste que algo del orden de la redención puede emerger del sufrimiento. El sufrimiento es parte de la vida, como el placer. Eliminar el dolor no es la salvación que la Biblia promete. La palabra de Dios nos ofrece mucho más que una simple vida sin sufrimientos. El sufrimiento pertenece a la vida y puede recibirse creativamente para descubrir el significado de la vida. La iglesia cristiana ha estado siempre preocupada por la eliminación del sufrimiento. Muchos hospitales y centros de salud fueron creados bajo los auspicios de iglesias y organizaciones de inspiración cristiana, pero la condición de la salud física es sólo parte del asunto. A la vez, muchos síntomas son el resulta- do de estados patológicos de la persona. La pregunta “¿vos querés estar sano?” podría plantearse desde este otro modo ¿querés cambiar la mirada sobre tu enfermedad? ¿cómo tu enfermedad afecta tu actitud hacia la vida? Anselm Grün lo plantea de este modo:
Jesús direcciona la atención no tanto a la enfermedad sino más allá de ella. Mientras que el inválido hablaba en términos de la ayuda que nunca le dieron los demás con el resultado que él había perdido la esperanza, Jesús puso énfasis en la actitud en relación consigo mismo. Demasiado preocupado por cómo los otros podrían ayudarlo a él, pasó por alto acerca de cómo él debía ayudarse a sí mismo. Hay siempre un elemento esperanzador en la labor de Jesús. A pesar que desde hacía treinta y ocho años el hombre padecía esta situación, no había razón para creer que él no podía experimentar ningún cambio. Estaba claro para este hombre que, por sí mismo, no podía llevar adelante su vida. Como la mayoría de la gente, él vio sus limitadas condiciones antes de vislumbrar posibilidades creativas. La salud para él significaba recobrarse de sus problemas físicos, pero había algo en él que estrechaba la visión de su vida y lo aislaba de la relación con los demás. Lo que el relato sugiere es que él estaba todavía tratando. Es concebible pensar que Jesús lo tomó de entre la multitud porque el hombre, a su manera, estaba intentando. Pero él no había resuelto completamente su problema con la curación de la parálisis. Al final, Jesús lo abre a una visión más amplia. Además pareciera que él había perdido el coraje para hacerse cargo de su propia vida y se había metido dentro de su enfermedad. Se sentía como derrotado. Su real necesidad era movilizar el poder potencial que podía surgir de sí mismo. Él necesitaba ayudarse y creer que podía enfrentar la vida en lugar de colocarse en una postura pasiva. El sentido de la vida puede encontrarse a partir de tiempos de sufrimiento. Es cierto que este sentido se va hallan- do en medio de actividades creativas en la vida diaria, pero cuando estos caminos están cerrados, la senda para sostener y transitar con sentido el sufrimiento está todavía abierta. Grün y Dufner comentan lo siguiente:
No hay circunstancia alguna que limite la capacidad del ser humano para estar de pie hacia su condición. Personas de espíritu heroico han demostrado la superioridad de su espíritu sobre las enfermedades y limitaciones del cuerpo mientras ellos enfrentaban una muerte segura. A veces es necesario confrontar con una fuerte personalidad que intervenga para movilizar valores actitudinales. “Toma tu camilla y anda” Jesús escucha sus quejas y lamentos y le da una orden para que tome su camilla. Cuando en un discurso sólo hay quejas y declaraciones de imposibilidades no se puede avanzar. Sumergirse en un espacio donde sólo hay calamidades nos cierra el horizonte. Lo que tiene que hacer este enfermo es superar su apatía, sus miedos, la visión estrecha que sólo registra imposibilidades y en general todo lo que lo paraliza. Todos nos levantaríamos con mejor disposición si no nos sentiríamos aislados, tambaleantes y sin horizonte. La camilla se convierte en un símbolo no sólo de su enfermedad, de su torpeza y limitación de movimientos, sino de las cargas de su vida que tiene que acarrear. Jesús le indica que es necesario levantarse de sus depresiones y caminar. De este modo, quedar sanado no es simplemente curarse de las parálisis físicas sino de todas las parálisis que no permiten ver más que la enfermedad. Hace falta comportarse de otra manera frente al dolor. Jesús lo curó por el poder de su palabra. Había de por medio una creencia supersticiosa. Notemos que Jesús no lo llevó al estanque, sino que le mostró otro horizonte. No se enfrascó en una discusión teológica ni antropológica acerca de su falsa idea compartida por otras personas sino que privilegió el sufrimiento de la persona y confió más en el poder de los hechos para convencerlo. Esta historia pone en claro que en la pastoral a los enfermos del cuerpo siempre está en juego algo que está más allá del cuerpo. Pero al mismo tiempo queda claro que cualquier ser humano puede dialogar con esta historia cuando analiza su propia realidad y puede encontrarse con aquello que no le deja resolver sus problemas y que lo mantiene sometido con trabas para crecer. Peor aún, impedimentos que lo mantienen paralizado limitándose a echar la culpa a otros, declarando su imposibilidad de hacer algo o esperando que alguna vez le pase algo por obra y gracia de la buena suerte. Es necesario detectar esas partes enfermas y, de ser posible, sus causas, para permitir la curación. Jesús está del lado de “toma tu camilla y anda”, y el pastor, cualquiera sea su status eclesial, puede convertirse en un instrumento de Jesús mismo al pro- mover esa actitud en otros. Para ello es necesario escuchar, como Jesús, los lamentos. No se trata de que lo que dicen los “paralíticos” no represente una parte de la verdad. Podríamos creerle al inválido de la historia respecto a sus limitaciones, pero su discurso no debe dejarnos paralizados a nosotros también para intentar algo que favorezca un movimiento hacia la salud. Así, la actitud esperanzada nos permitiría colocarnos en agentes de la vida que luchan contra las fuerzas paralizantes de la muerte. Justamente, con el paralítico de Betesda Jesús intentó movilizarlo y lanzar un motivador desafío: “levántate, toma tu camilla y camina”, seguido en el segundo encuentro con “mira, has sido sanado, no peques más, para que no te suceda algo peor”. Quien ha experimentado en su propia vida el impacto de una persona fuerte y amorosa que habla con autoridad, puede apreciar la inmediata respuesta del paralítico a Jesús. Jesús sana, pero la fe en él no es un acto pasivo. No es cuestión de quedarse sentado mientras él lo hace todo. Un médico examina a su paciente y le hace pruebas clínicas, pero también exige de su paciente que se someta a un tratamiento que algunas veces incluye recomendaciones difíciles de seguir. El enfermo que quiere todo resuelto por la simple visita a un médico, que rehúsa seguir las recomendaciones y tomar los remedios, jamás se va a sanar plenamente. En el relato se puede ver que la atención de Jesús está más dirigida hacia el futuro que hacia el pasado. Las condiciones han estado más en el pasado como causa de los síntomas, pero el factor importante no es sólo el descubrimiento del conflicto subyacente de la causa de los síntomas sino también la adopción de una actitud que hace posible manejar ese síntoma. Como pastor, Jesús no enfatiza tanto la relación causal entre el pasado y los síntomas, lo que no quiere decir que no la haya, sino el considerar las actitudes en el presente. De hecho muchos síntomas pueden desaparecer cuando el cambio interior se produce. Jesús intenta su tratamiento restaurador llamando a la persona al cambio (“¿Usted quiere estar sano?”). Desafía a un sí, sincero y real. En este sentido, hay una correspondencia entre el análisis psicoterapéutico y el pastoral: conducir a las personas a la verdad acerca de ellos mismos y esto significa cambio y conversión. Por eso, es necesario que haya una voluntad de cambio, un presupuesto inicial básico. Por eso, nos encontramos tan a menudo con personas que hablan de sus dolencias, pero no están dispuestas a cambiar. Nótese que no sólo no hay respuesta a la pregunta, sino que tampoco hay gratitud por la curación. Más aun, cuando los enemigos de Jesús intentan hacer uso de la sanación para sus propios propósitos, el beneficiado se transforma en delator. Del mismo modo que el hallazgo de un por qué psicológico o espiritual comprensible no elimina la posibilidad de comprensión de las causas físicas, a través de las cuales ciertos trastornos se hacen evidentes, el hallazgo de una causa física no nos libera de investigar un por qué en el terreno de las cuestiones psicológicas o las vicisitudes de la espiritualidad. Más aun, no elimina la posibilidad de considerar el contexto de la vida de la persona que puede ser facilitador o restaurador en la emergencia de la enfermedad del sujeto. Algo más sobre la enfermedad y el sufrimiento La enfermedad, en sí misma, no es ni psíquica ni social ni física ni espiritual solamente. Sin un enfoque integral y sistémico toda consideración de la salud o de la enfermedad es siempre incompleta, reducida a los síntomas más evidentes. Así quedamos limitados y expuestos a enfoques que pueden implicar riesgos en el cuidado y asesoramiento pastoral. Con demasiada frecuencia, las razones principales de nuestra conducta y nuestros padecimientos no son los que invocamos y en este proceso pueden aparecer excusas o razones equivocadas o limitadas. Cuando Jesús le dice al paralítico que no vuelva a pecar para que no le suceda lo peor, está haciendo notar que hay otros males peores que la enfermedad del cuerpo y que son producidos por el pecado. Así como en primera instancia sana y lo invita a hacerse cargo de su vida, en la segunda le pide que no se conforme con poder caminar, sino que busque los bienes más importantes. La actitud que implica no hacerse cargo de la situación conflictiva o enferma demanda un cambio que puede ser comparado con una revolución psíquica y espiritual. Y lo que reclama esto último siempre genera resistencias. Esto es algo muy común en nuestros entrevistados. Por supuesto, la resistencia puede ser consciente o inconsciente, individual o grupal. Jesús se encontró en su ministerio con todos estos tipos. Jesús no sólo encontró tal resistencia en sus adversarios sino también en sus discípulos, sus amigos, aquellos de quienes se esperaba que fueran los más abiertos a su tarea pastoral. La resistencia de éstos no sólo estaba escondida sino era inconsciente aun para ellos. La actitud del hombre del relato de Juan de denunciar a Jesús a sus enemigos podría haber te- nido que ver con la resistencia a la que aludíamos. La sociedad en la que Jesús se movió era una sociedad rígida, donde se había consolidado un legalismo religioso que no dejaba lugar para la acción terapéutica y liberadora de Cristo. La religión, apoyada de un modo particular por la ley, se había erigido en una autoridad que reglaba dictatorialmente sobre todas las cosas. No había lugar para Jesús en tal sociedad, y los espacios donde podía ejercer su influencia trataban de ser cercenados. Jesús estaba abierto al contacto, era espontáneo y estaba disponible para lo que ese contacto demandara en el momento. Para los que no compartían su visión y su compromiso, muchas de las actitudes de Jesús representaban una especie de pecado mortal. La acción de sanar fue anuncio y anticipo de la sanación definitiva de Dios. La espiritualidad que surge de las curaciones, tal como se presentan en los Evangelios, toma en cuenta la curación física, psíquica, espiritual y apunta también al cambio profundo de la misma sociedad. Es porque Jesús desea convertir la resignación en esperanza, la parálisis en acción, la ceguera en visión, la sordera en escucha, la prisión en libertad, la alienación en salud, el odio y la indiferencia en amor.
1. Hugo N. Santos es Doctor en Psicología por la Universidad del Salvador, Buenos Aires. Se ha especializado en las áreas de Asesoramiento Pastoral y Psicología de la Religión. Es profesor titular y coordinador de los departamentos de Teología Práctica, Correlación y Extensión Universitaria en el Instituto Universitario ISEDET. Además es pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina y psicoterapeuta. 2. En lo sucesivo cada vez que me refiero al pastor estaré incluyendo también a la pastora, ya que este ministerio puede ser ejercido por la mujer o el hombre llamados por Dios. Por extensión, también se puede aludir a otros miembros de la iglesia que, de hecho, sin haber sido ordenados o designados para tal tarea, son agentes de la pastoral, llevando a cabo un ministerio de cuidado, acompañamiento, sostén, guía y asesoramiento como parte de la tarea que la iglesia realiza. 3. Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, La enfermedad como camino. Un método para el descubrimiento profundo de las enfermedades, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 2000, pág. 17. 4. Howard Clinebell, Asesoramiento y cuidado pastoral. Un modelo centrado en la salud integral y el crecimiento, Libros Desafío, Grand Rapids, 1999, pág. 59. 5. Henri J. M. Nouwen, El sanador herido, PPC Editorial y Distribuidora, Madrid, 2001, pág. 106. 6. El texto que sigue corresponde a la versión Santa Biblia: Reina-Valera 1995, Edi- ción de Estudio, Sociedades Bíblicas Unidas, págs. 1367-1368. 7. Anselm Grün, ¿Por qué a mí? El misterio del dolor y la justicia de Dios, Ágape–Bonum–Guadalupe–Lumen–San Pablo, Buenos Aires, 2006, pág. 55. 8. Anselm Grün y Meinrad Dufner, La salud como tarea espiritual. Actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida, Ágape Libros, Buenos Aires, 2006, pág. 27.
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