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Schipani, "Acompañamiento de la familia" Manual de Psicología pastoral © 2016 Daniel S. Schipani
Foco Otra vez nos ayuda comenzar la inspiración proveniente de la literatura de sabiduría que encontramos en la Biblia. Como afirmamos en el capítulo 3, esos textos revelan un conocimiento sobre cómo vivir la vida buena, el cual se resume en la afirmación clave, «el principio de la sabiduría es el temor de Dios». Esta sabiduría la entendemos como inteligencia moral y espiritual que es necesario desarrollar y practicar cada día. En otras palabras, la inteligencia más importante consiste en vivir de acuerdo con la voluntad divina. Por su parte, los versos escogidos de los libros de Proverbios y Salmos nos motivan a imaginar la formación y la experiencia de la familia a la manera de la edificación de una vivienda cuyo constructor principal es el mismo Dios. El contenido del texto de la Epístola a los Efesios continúa la instrucción respecto a la pareja que notamos en el capítulo anterior. Es interesante, de hecho, que el autor alude no sólo a las expectativas específicas para los hijos y sus madres y padres, sino también al carácter de las relaciones familiares fundadas en la fidelidad al Señor. Podemos decir que, junto al tema de la pareja, se completa una especie de visión sistémica según la cual las relaciones familiares se perciben y valoran a partir de la fe. Con tales bases bíblico-teológicas junto a los recursos provenientes de las ciencias psico-sociológicas abordamos el contenido de esta capítulo según los objetivos siguientes:
EXPLORACIÓN Rasgos de la familia saludable y resiliente [1] Todo acompañamiento y consejo con foco en la familia necesita tener en cuenta un perfil o cuadro de lo que se considera saludable, es decir las características que presenta el balance armonioso del bienestar físico, emocional-mental, social, y espiritual. Por lo tanto, tal como procedimos en el capítulo anterior sobre la pareja matrimonial, nos conviene comenzar esta sección con una breve referencia a tal perfil. Reiteremos que todo acompañamiento y cuidado de la familia, incluyendo a los llamados «seculares», siempre incluye criterios de bienestar y salud que reflejan valores éticos relativos a la vida buena o deseable. En la consejería cristiana y pastoral, tales criterios generalmente se explicitan a partir de la comprensión y de la práctica de nuestra fe. Por ejemplo, una lista útil de criterios aplicables a una «buena» familia es la que presenta John Drescher en respuesta a la hipotética situación que es el título de su libro (en inglés) «Si fuera a comenzar mi familia de nuevo» [2]. Seguramente, esta lista sencilla se aplica también a las esposas y madres:
Notemos también que, entre los terapeutas de familia, encontramos acuerdo respecto a los rasgos deseables que caracterizan a las familias consideradas saludables y psico-social y espiritualmente fuertes. En este caso, la lista incluye criterios de salud familiar relacionados entre sí como los siguientes.
Es claro que tener en cuenta tales rasgos y criterios de familias saludables es condición indispensable también para lo que hemos llamado «prevención primaria», o sea los esfuerzos por estimular el crecimiento armonioso de nuestras familias, dentro y fuera de las comunidades de fe. En otras palabras, tales rasgos y criterios informan las metas y los objetivos de nuestro trabajo de guía y acompañamiento de la familia en condiciones normales. Ese trabajo puede incluir, entre otros, los programas siguientes: educación espiritual (incluyendo la dimensión moral), sexual, y vocacional de la niñez y la adolescencia; orientación prematrimonial y neo-matrimonial, y de apoyo para matrimonios jóvenes; enriquecimiento matrimonial; capacitación para la crianza de los hijos; comunicación y manejo de situaciones conflictivas y críticas; apoyo y enriquecimiento para madres y padres solos o solteros; apoyo y enriquecimiento de matrimonios «maduros».
CONEXIÓN El cuidado y acompañamiento de la familia que enfrenta serios desafíos y problemas, incluye una gran variedad de temas y subtemas. Por razones de espacio, sólo hemos seleccionado algunas situaciones que con frecuencia requieren atención especial, a saber, la infertilidad, el embarazo de adolescentes, y varios tipos de violencia doméstica y abuso. Es decir que nuestros focos de atención serán principalmente temáticos; servirán como ilustraciones específicas en las que se aplican los acercamientos, procesos y métodos de cuidado y consejo que hemos venido estudiando hasta aquí. Además, se debe tener en cuenta que el contenido de este capítulo es inseparable del de los dos siguientes en los que se estudian las situaciones de crisis, y de pérdida y duelo, respectivamente. Infertilidad La infertilidad se entiende como la incapacidad para concebir o para llevar a término un embarazo después de un año (o seis meses, para las mujeres mayores de 35 años) de relaciones sexuales intencionalmente planeadas para producir el embarazo [4]. Se calcula que, después de un año de intentar concebir, el 80% de las parejas consiguen embarazarse; del resto de las parejas, un 50% logran el embarazo después de uno o dos años adicionales; algunas entre el 10% restante pueden llegar al embarazo, ya sea naturalmente o con intervención médica. Hay dos tipos de infertilidad, las cuales se deben a causas variadas e incluyen procedimientos diagnósticos y tratamientos diversos. Se habla de infertilidad primaria cuando una pareja nunca consigue el nacimiento de un bebé vivo (alrededor del 30% de las parejas infértiles). La infertilidad secundaria es la de las parejas que no logran un embarazo viable después del nacimiento de un bebé vivo o de un aborto (alrededor del 70% de las parejas no fértiles). Lamentablemente, todavía es necesario confrontar y combatir ciertos mitos relativos a la fertilidad de la pareja, como los siguientes. Entre paréntesis incluimos la verdad que contradice la falsedad del mito, o sea algo que debemos enseñar y tener siempre en cuenta en el acompañamiento pastoral.
En tiempos pasados, tal como lo registra la Biblia, la incapacidad para concebir se consideraba una falta de bendición y, a veces, una maldición. Es interesante notar, sin embargo, que los escritores bíblicos no percibían la infertilidad como castigo o maldición sino más bien como oportunidad para que la sabiduría y gracia divinas se manifestaran según los propósitos de Dios. Con tal perspectiva pueden apreciarse las historias de Sara (Gén.11:30, 16:1), Rebeca (Gén. 25:21), y Raquel (Gén. 29:31), matriarcas de Israel que enfrentaron problemas de infertilidad. También así puede entenderse cómo la incapacidad para procrear—«Fructificad y multiplicaos…», Gén. 1:28—resultó problemática como factor clave, por ejemplo, en el abuso de Hagar por parte de Sara y Abraham (Gén. 16:1-16 y 21:8-21); la rivalidad entre las hermanas Raquel y Lea (Gén 30:1); y la depresión y angustia de Ana (1 Samuel 1: 5-16). En todos los casos, la verdad clave es que las hijas y los hijos son un don y una bendición de Dios, y no algo que los seres humanos merezcamos [5]. El acompañamiento pastoral de la iglesia frente al problema de la infertilidad incluye dos convicciones clave: (1) Dios recibe la queja y el lamento de quienes no logran el embarazo; de hecho, la frustración, desilusión y sentido de abandono bien pueden abrir las puertas para lograr una comprensión más profunda de la gracia y el amor divino, y de nosotras y nosotros mismos. (2) La comunión con Dios en que sentimos plenamente la gracia y el amor divino no depende de la dádiva de aquello que deseamos fervientemente, aunque eso sea tan loable como la procreación; más bien la promesa de Dios es que siempre estará con nosotras y nosotros cualquiera sea la realidad que enfrentemos. Parafraseando a Pablo, nada ni nadie nos puede separar de ese amor (Romanos 8:38). El cuidado pastoral también incluye considerar las recomendaciones que siguen.
Embarazo de adolescentes Es bien sabido que un porcentaje muy alto de adolescentes tienen relaciones sexuales. Esta actividad sexual suele ocurrir tanto en encuentros casuales, generalmente grupales (ej. una fiesta donde se consume alcohol o drogas, una salida o vacación escolar), como en una relación más o menos estable de pareja. Además está el caso de la actividad sexual definida como violación, que puede resultar en un embarazo no deseado. A pesar del uso común de medios anticonceptivos tales como los condones o «la pastilla», el embarazo no deseado es una posibilidad que se realiza en muchos casos. El descubrimiento de tal situación crítica accidental generalmente desencadena una crisis emocional y espiritual seria para la joven embarazada [6]. Esta crisis es a veces compartida, al menos en cierta medida, por el joven quien así se encuentra inesperadamente en la situación de padre. Además, las familias de ambos adolescentes también enfrentan una situación crítica que a veces incluye desorientación y confusión, desilusión, vergüenza, y otras reacciones emocionales fuertes. Cuando ambos adolescentes son parte de la comunidad de fe, ésta también debe enfrentar la situación creada como corresponde a una comunidad de cuidado, salud y plenitud humana. ¿Cómo podemos acompañar a la adolescente embarazada y demás personas afectadas directamente por el embarazo? Debemos tener en cuenta, por lo menos, las recomendaciones siguientes.
Situaciones de violencia En las secciones que siguen enfocamos tres situaciones de violencia que, lamentablemente, ocurren con demasiada frecuencia en algunos hogares y, a veces también, en ciertas instituciones tales como escuelas e instituciones para ancianos. Se trata de diversas formas de abuso que se comete contra un cónyuge (por lo general, la esposa), contra niñas y niños o adolescentes, y contra personas ancianas. Para cada caso nos limitaremos a describir la naturaleza del problema a la luz del mandamiento del amor al prójimo, y a identificar un grupo de pistas prácticas que deben considerarse en el acompañamiento del proceso de sanación. Abuso conyugal Los casos de abuso conyugal pueden tomar varias formas, y todas ellas son expresiones de poder destructor, o violencia [9], en la mayoría de los casos contra la esposa [10]. El abuso físico se suele expresar pegando, mordiendo, pellizcando, dando puntapiés, empujando, sacudiendo, apretando el cuello, etc. El abuso emocional se manifiesta con insultos y otras formas de maltrato verbal, humillando a la pareja en público, aislándola socialmente, privándola de afecto y consideración, evitando pasar tiempo de calidad juntos, etc. El abuso sexual puede incluir obligarle a tener relaciones sexuales, forzarle a realizar ciertos actos o expresiones sexuales que la pareja no disfruta, obligarla a practicar infidelidad consensual o prostitución, utilizar un lenguaje sexual vulgar, etc. El abuso espiritual puede consistir en el menosprecio de la espiritualidad de la pareja, el uso de la Biblia para justificar conductas abusivas, y la utilización de expresiones religiosas de amenaza y condenación. A tales formas de abuso conyugal normalmente reconocidas como tales, cabe agregar el abuso financiero como una forma de control y de violencia material que suele conectarse con las otras formas de abuso conyugal, especialmente el abuso emocional. El abuso conyugal ocurre dentro de cualquier cultura y clase social, incluyendo a la población latina. En ningún caso tal forma de violencia es justificable, aunque puede haber un número de factores que tiendan a incrementar el riesgo de relaciones abusivas de pareja. Tales factores pueden ser los modelos de relación abusiva que se vivieron en la familia de origen, ciertos rasgos de carácter y personalidad, como por ejemplo la tendencia a desarrollar conductas de control y dominio, o una patología sexual (vinculada o no al sadismo, o sea, el placer de hacer sufrir a otra persona), intentos de compensar complejos de inferioridad, etc. La creencia que las mujeres tienen un estatus inferior al de los hombres, junto a la imagen de la mujer como objeto sexual, y la influencia de la pornografía, también son factores a tener en cuenta en el desarrollo de prácticas abusivas en la relación de pareja. Por último, situaciones críticas y de mucho estrés mal elaboradas, que generan frustración y agresividad, como por ejemplo serias dificultades financieras, suelen detectarse como desencadenantes del abuso en la pareja y la familia. La relación de pareja es normalmente la más íntima y completa de las relaciones interpersonales, de modo que ofrece una oportunidad muy especial de practicar el amor al prójimo como a uno mismo. Es decir, no hay relación más cercana o «próxima» que la relación de la pareja humana, la cual debe caracterizarse como una forma extraordinaria de la amistad. Se trata de un amor mutuo que hace posible el goce del compañerismo conyugal y las relaciones sexuales en particular. Tal como se expresa en I Corintios 7:3-4, se espera que la intimidad sexual se expresa en un ambiente y un espíritu de libertad amorosa, sin violencia. El abuso conyugal comienza por desfigurar y trastornar dicha relación, y termina por destruirla a menos que haya una transformación tanto personal como de la relación conyugal y familiar en sí. Las palabras de lamento y queja que encontramos en el Salmo 55 bien pueden aplicarse a la experiencia de traición de quien sufre abuso conyugal: «…si fuera el enemigo el que me ultraja, podría soportarlo…pero tú mi amigo y compañero con quien me unía dulce intimidad en la casa de Dios… levanta(n) la mano contra su aliado, viola(n) su alianza…» La iglesia debe contribuir a la prevención primaria del abuso, o sea antes de que ocurra, mediante la educación y la orientación relativa a las relaciones saludables en la pareja y la familia. Esto bien puede incluir la crítica clara de cualquier interpretación bíblica que tienda a justificar la violencia, por ejemplo, las que se utilicen para obligar a las víctimas a permanecer en una relación abusiva, o forzándole a perdonar prematuramente. En cuanto al acompañamiento en sí, se puede tener en cuenta las pistas que indicamos a continuación.
Abuso de la niñez Las situaciones de abuso de niñas o niños, cualquiera sea la edad de éstos, es un crimen [11] que afecta su salud y bienestar tanto en el área mental y emocional, como también física, social, y espiritualmente. Hablamos de abuso toda vez que un niño o adolescente resulta maltratado o privado de atención necesaria mientras está al cuidado du su madre o padre, otro familiar, guardián, o persona que debía cuidarles. Tal manifestación de violencia puede ocurrir en cualquier lugar, a menudo en el hogar donde viven tales niños o en el de alguien conocido por ellos. El abuso puede ser un incidente traumático pero, por lo general, se manifiesta como un patrón de relación de agresión que tiende a repetirse y que causa un daño grave al desarrollo normal de niñas y niños, y adolescentes víctimas de semejante violencia. Hay cinco formas que puede tomar esa relación de violencia. El abuso físico consiste en el uso intencional de fuerza que causa daño corporal o, al menos, serio riesgo de lesión. Se manifiesta con dar golpes, pegar, sacudir, empujar, morder, quemar, ahogar, dar puntapiés, o asaltar a un niño con un objeto como puede ser un látigo, un trozo de madera, un cuchillo, etc. El abuso sexual se identifica como una forma de explotación, es decir usar sexualmente a la niña o niño, o adolescente. Consiste en diversas formas de seducción y contacto sexual, incluyendo al coito, forzarles a mirar material pornográfico, o involucrarles en actividad pornográfica y aun la prostitución [12]. El abuso emocional, como el nombre lo indica, consiste en lastimar las emociones y, sobre todo, al autoestima de niños y adolescentes, y generalmente se asocia a las otras formas de abuso. Puede incluir amenazas (por ejemplo de abandono, de castigo, etc.), aislar al niño, humillarle, manipularle emocionalmente, insultarle, o exigirle conductas inapropiadas para su etapa de desarrollo bio-psíquico y social. El abuso espiritual se vincula directamente al emocional. Puede ocurrir cuando se ignora reiterada e intencionalmente el desarrollo y las vivencias espirituales (por ejemplo sus preguntas y experiencias de tipo espiritual temprano); también puede incluir «conversiones» forzadas, y diversas formas de manipulación, por ejemplo con la acusación de pecado o posesión demoníaca, y amenazas de castigo eterno. La quinta manifestación del abuso es la negligencia, o sea fallar en cuanto a proveer al niño o adolescente lo que necesita para su bienestar general y para su desarrollo en todas las áreas de su vida. Esta forma de abuso pude observarse cuando hay un descuido grave (por ejemplo debido a seria irresponsabilidad materna o paterna causada por adicción a drogas, y a enfermedades mentales). También ocurre cuando se priva intencionalmente al niño o adolescente de comida, albergue, ropa, atención médica, educación escolar, y protección. En el plano emocional, la negligencia se expresa en no brindar al niño el amor, respeto, reconocimiento, sentido de valor como persona, y otras necesidades básicas. Quienes cometen abuso contra la niñez no sólo transgreden la ley en el plano humano sino que también violan la ley divina. Según las enseñanzas de Jesús, los niños y las niñas tienen un estatus privilegiado en el reino de Dios (Mateo 18:1-11). Es necesario «recibirles»—dar la bienvenida, cuidar, respetar, amar sin condiciones—en su nombre; además, ellas y ellos son canales de revelación de la Gracia de Dios; a menos que seamos tan abiertos a esa gracia como lo son los niños, no podremos «entrar en el reino…», es decir participar en la realidad social de la vida plena en la que Dios reina. Los niños necesitan que el poder que ejerzan en las relaciones interpersonales sus madres y padres, otros familiares, educadores, pastores, sea un poder nutritivo y de guía y cuidado; jamás debe ser un poder controlador, manipulador, y abusivo, es decir, un poder violento, destructivo y pecaminoso. Por lo tanto, niñas y niños, y adolescentes, ocupan un lugar especial en la iglesia, la cual debe contribuir a la prevención de toda forma de abuso y a fomentar relaciones saludables. Además, ante la presencia del abuso, debemos acompañar a las víctimas por el camino de la recuperación como indicamos a continuación.
Niños y adolescentes abusadores. Una sección aparte merece el tema del acoso y el abuso que ciertos niños y adolescentes cometen contra otros niños o adolescentes; esto puede ocurrir en el hogar, la escuela, el barrio, o en el espacio virtual de los medios sociales (e-mail, Facebook, etc.). Se trata de un juego de poder con el que se usan palabras, gestos y acciones que lastiman con el fin de aumentar el propio sentido de fuerza. Tales expresiones de violencia tienden a persistir y repetirse para causar daño y dolor. Son patrones de relación que siempre incluyen cuatro elementos: desbalance de poder, intento de lastimar, amenaza de nuevas agresiones, y miedo o terror. El acoso y abuso puede ser verbal, físico, o relacional. Los varones tienden a acosar más físicamente, mientras que las muchachas tienden a hacerlo en el ámbito de las relaciones interpersonales [13]. El ser víctima de tal violencia puede resultar en serios trastornos de ansiedad, depresión, y aun llegar al suicidio. En cuanto a los factores que suele encontrarse entre niños y adolescentes abusivos, se identifican los siguientes: (a) hogares donde los padres no se involucran en la vida de sus hijos o donde hay escasez de afecto; (b) padres demasiado permisivos (que no proveen límites saludables al comportamiento de sus hijos) o demasiado estrictos, incluyendo disciplina rigurosa y aun física; (c) modelos de acoso y abuso en la familia y/o en la comunidad; y (d) estrés emocional, o trauma; (e) rasgos de carácter agresivo heredados o aprendidos. Según la visión del evangelio del Reino de Dios que Jesús anunció y demostró, se puede resistir la violencia de los que hacen mal, pero sin violencia (Mateo 5:39), y aun amar a los enemigos (Mateo 5: 43-48). Pablo, por su parte, confirma la enseñanza de que debemos vencer el mal con el bien (Romanos 12:17-21), y que el Espíritu de Dios en nuestras vidas produce el fruto de fortalezas tales como amor, gozo, paz, paciencia, bondad, generosidad, y dominio propio (Gálatas 5: 22-23). Junto con la enseñanza sobre tales valores y comportamientos, podemos practicar ciertas pistas de acompañamiento, como las que siguen.
Abuso de personas ancianas El culto a la eterna juventud que promueven las culturas dominantes de nuestro tiempo no sólo trata al envejecimiento natural como si fuera una condición patológica que es necesario evitar a toda costa, sino que también se acompaña de falta de respeto y cuidado hacia las personas ancianas. Se genera fácilmente así el ambiente propicio para el abuso activo y pasivo (es decir, la negligencia) en la relación con tales personas. Las situaciones de vulnerabilidad por la que suelen atravesar muchas personas en la así llamada «tercera edad» a menudo resultan ser ocasiones propicias para el abuso de diversos tipos los cuales, para colmo de males, tienden a no reportarse oportunamente. Ciertas actitudes y comportamientos intencionalmente abusivos pueden causar serios daños físicos, emocionales-mentales, espirituales, y también financieros; pero la negligencia, es decir el descuido y la indiferencia, también puede ser la causa de lesiones serias y sufrimiento intenso. Por lo tanto, para comprender adecuadamente este tema y ofrecer el acompañamiento necesario, conviene atender no sólo a las necesidades especiales de las personas ancianas sino también a las de sus familiares y las de quienes están encargadas de cuidarles. Dos condiciones comunes de vulnerabilidad son una salud precaria o alguna enfermedad física o emocional debilitante o limitante, y el estado de dependencia y necesidad de cuidado. A esto se añade con frecuencia la consideración y el deseo de no ser «una carga», y cierta pasividad de carácter por parte de la anciana o anciano. También hay casos de personalidades con tendencia a la obstinación y agresividad física y emocional (por ejemplo, el abuso verbal que una persona anciana pueda practicar) que complican la relación de cuidado como una forma especial de amor al prójimo. Por su parte, las personas que deben ejercer el cuidado, sean familiares cercanos o no, pueden llegar al abuso cuando están presentes algunas de las condiciones siguientes: (a) no están preparadas o capacitadas psicológica y financieramente para cuidar a los ancianos; (b) no saben cómo establecer límites claros respecto a lo que se espera razonablemente de ellas; (c) están sobrecargadas y agotadas por lo que el cuidado demanda; (d) tienen un imagen de sí pobre o defectuosa; (e) tienen demasiado poder o control sobre los ancianos que cuidan; (f ) tienen una historia de drogadicción; (g) no cuentan con el apoyo externo que necesitan; (h) no practican la disciplina del cuidado personal físico, emocional-mental, y espiritual. Reiteramos que el cuidado de personas ancianas nos brinda una oportunidad especial de ejercer amor al prójimo «como a nosotras/ os misma/os». Se trata además de un mandamiento para la familia y la comunidad de fe que se expresa en términos de «honra a tu padre y a tu madre…» La honra debida a padre y madres va tomando diferentes formas en el transcurso del ciclo vital: comienza con la obediencia, y pasa por el reconocimiento de sabiduría en los años cuando las hijas y los hijos son jóvenes; culmina en la oportunidad de cuidar a padres y madres ancianos con respeto y sensibilidad en los tiempos de declinación vital propios de la ancianidad. Todas las enseñanzas que encontramos en el Nuevo Testamento en cuanto a las relaciones humanas dentro y fuera de la familia, se aplican sin excepción a las relaciones con personas ancianas y al cuidado de ellas especialmente: sin malicia, rencor, engaño, lenguaje abusivo…; con compasión, bondad, humildad, paciencia… (Colosenses 3: 8-12). Honrar a las personas ancianas en casos de abuso de cualquier tipo que sea, requiere tener en cuenta los pasos que se indican a continuación.
APLICACIÓN Comenzamos esta última sección considerando la situación de niñas y niños que enfrentan situaciones de crisis y, especialmente, pérdidas duelos en su contexto familiar [14]. Ofrecemos así una guía sencilla y breve para comprender y actuar de maneras en que se proteja la salud física, emocional y espiritual de aquéllos, y se nutra su desarrollo armonioso. Crisis y pérdidas durante la niñez. Cabe hacer una doble afirmación introductoria: por un lado, los niños resultan ser generalmente los miembros de la familia más afectados cuando hay crisis y pérdidas en la familia, por ejemplo debido a un traslado, mudanza o migración, la muerte de seres queridos, o el divorcio de sus padres; por otro lado, suelen ser quienes se recuperan más fácilmente y en menos tiempo. De todas formas, es importante tomar siempre en cuenta que hay varios factores que contribuyen a agravar o mitigar el sufrimiento que los niños experimentan en tales circunstancias; tales factores incluyen su edad, la naturaleza y valor relativo de la pérdida, y los recursos emocionales y espirituales de la familia. A continuación, algunas pistas a tener en cuenta.
Lecturas recomendadas Sara Baltodano, El cuidado pastoral de la familia en un mundo cambiante e inseguro. Guatemala: SEMILLA, 2007. Howard Clinebell. «El asesoramiento para enriquecer la vida familiar». En Asesoramiento y cuidado pastoral. Grand Rapids: Libros Desafío, 1999, págs. 271-296. Marlin Teresa Duarte Guillén. «Alternativas psicopastorales para superar situaciones de violencia intrafamiliar». En Hugo N. Santos, ed. Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. Buenos Aires: Kairós, 2006, págs. 369-486. Edwin H. Friedman. Tercera Sección («La congregación como un sistema de familia». En Generación a Generación: El proceso de las familias en la iglesia y la sinagoga. Buenos Aires: Nueva Creación: 1996. Jorge A. León. Psicología pastoral para la familia: Una perspectiva cristiana de orientación famliar. Cleveland, TN: Editorial Evangélica, 2009. Jorge E. Maldonado. Introducción al asesoramiento pastoral de la familia. Nashville: Abingdon Press, 2004. María Elena Mamarián. Rompamos el silencio: Prevención y tratamiento de la violencia en la familia. Buenos Aires: Kairós, 2da. Edición, 2010.
1. Entendemos por resiliencia la capacidad de una familia o de una persona en particular para enfrentar las adversidades de la vida de modo que pueda superarlas y aun ser transformadas por ellas. Es decir que las familias y personas resilientes demuestran poseer una combinación de fortalezas con las que se sobreponen a los desafíos de situaciones críticas y traumáticas, pueden recuperarse y crecer psicosocial y espiritualmente. 2. John M. Drescher, If I Were Starting my Family Again (Nashville: Abingdon Press, 1994). 3. El capítulo 5—«Salud mental y salud espiritual»—presenta un modelo del espíritu humano y la espiritualidad en perspectiva cristiana. 4. La fertilidad disminuye con el avance de la edad, especialmente en las mujeres. Además los problemas de infertilidad se relacionan con ciertas enfermedades, especialmente las transmitidas sexualmente, y factores ambientales. Afecta a todas las razas, grupos étnicos, y clases socio-económicas, y a mujeres y hombres por igual (35% factores femeninos, y 35% factores masculinos, y un 20% combinación de factores femeninos y masculinos). Todavía no se puede explicar la causa de la infertilidad en un 10% de los casos. 5. Hay que recordar también que muchas mujeres en la Biblia reciben llamamientos divinos que no están centrados en la condición de ser madres, como en los casos de Miriam, Débora, Hulda, Febe, Lydia, y Priscila. 6. María, la joven madre de Jesús, tuvo la experiencia de un embarazo no planeado que cambió radical y críticamente el rumbo de su vida. De acuerdo a las historias registradas en los evangelios de Mateo y Lucas, la relación con José, su prometido, miembros de la familia y la comunidad resultaron reorientadas positivamente, al menos por un tiempo. María pudo recibir al niño como un don especial de Dios con una vocación extraordinaria. Y José aceptó su responsabilidad como esposo y como padre superando, con ayuda espiritual, dudas y conflictos. 7. Mi libro, Psicología pastoral del aborto (Buenos Aires: Kairós, 2001) enfoca el aborto provocado y considera situaciones y perspectivas a tomarse en cuenta en torno al mismo. 8. El casamiento entre adolescentes no es recomendable, primero que nada, por la inmadurez emocional-social y moral-espiritual que reflejan las y los adolescentes en las sociedades contemporáneas. Esta situación se complica, obviamente, con la maternidad y paternidad prematuras. De hecho, hay una correlación entre tal situación y la disminución de rendimiento escolar-académico junto con el aumento de los riesgos asociados con la pobreza socio-económica. 9. Por cierto, el abuso también puede ocurrir en parejas que cohabitan sin estar casadas, y en parejas homosexuales. Se calcula que una cuarta parte de los problemas que se registran en el trabajo, tales como el ausentismo, baja productividad, inestabilidad en el empleo, y el uso excesivo de servicios médicos, se relaciona directa o indirectamente a situaciones de violencia doméstica de diversos tipos. 10. Se estima que las mujeres son seis veces más víctimas del abuso de su esposo o su pareja que de la violencia que personas desconocidas puedan ejercer contra ellas. Además, las mujeres víctimas de abuso físico generalmente reciben lesiones más graves que los hombres víctimas de abuso conyugal, y con mucho mayor frecuencia corren peligro de muerte a manos de su pareja. Como si esto fuera poco, las mujeres que deciden terminar una relación abusiva asumen un riesgo mucho mayor en cuanto al daño posible de violencia adicional por parte de su esposo o pareja. 11. El hecho que hoy día el abuso de la niñez y adolescencia se considera un crimen, es decir un delito penado por ley, implica que los casos de abuso deben reportarse. Es necesario actuar rápidamente pero también contando con adecuada orientación pastoral y legal. En ciertos casos, la denuncia del abuso que se haya sospechado y confirmado puede hacerse en forma anónima. 12. Se calcula que una de cada tres niñas o adolescentes es víctima de alguna forma de abuso sexual para el tiempo cuando alcanza la edad de dieciocho; en el caso de los varones, podría ser uno de cada siete. 13. Se estima que, por lo menos, el diez por ciento de los niños (hasta los doce años de edad) son víctimas de acoso y abuso una o más veces por semana. El acoso y abuso por medio del internet parece afectar a no menos de un cuarto de los adolescentes que los utilizan regularmente. Se incrementa con ese medio la posibilidad de trauma porque permite invadir fácilmente la privacidad personal. La comunicación electrónica facilita: (a) el envío, sin permiso, de mensajes privados, o fotos, con el intento de humillar a la víctima; (b) el envío de mensajes agresivos; (c) diseminar rumores falsos; e (d) ignorar o excluir a ciertas personas. 14. Los puntos brevemente mencionados a continuación se tratan detalladamente en los dos capítulos que siguen cuyos focos son, respectivamente, las crisis y los duelos. |