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El anabautismo en los Países Bajos La fe en la periferia de la historia
El Rey de reyes no excluye [del Reino] a nadie. No rechaza a una sola persona pero invita y envía a sus siervos para que vayan como emisarios suyos a enseñar a todo el mundo, sí, a todos los pueblos, gentes, tribus, lenguas, y naciones, así como en el tiempo de los apóstoles hasta llegar su anuncio a todas las tierras y su Palabra hasta lo último de la tierra. … La fe no justifica a uno si no trae consigo sus frutos. … Por lo tanto, advierto a todos aquellos que aman la verdad que eviten los argumentos altivos que les son demasiado oscuros, sino que se entreguen enteramente a las claras palabras de Dios con toda sencillez. … Que todos aquellos que tememos a Dios, … oremos … para que nos salve por medio de Cristo Jesús de tener que creer cosa que no sea la voluntad, la verdad y el mandamiento del Señor para no atenernos a nuestra propia opinión, ni la levadura de los fariseos ni la manera de los doctores de las Escrituras sino … seguir tan solamente al verdadero conocimiento de Cristo Jesús, a fin de … ser enseñados por Dios mismo en nuestros corazones y nuestra conciencia. (Melchor Hoffman: La ordenanza de Dios, 1530 [1].) Este Melchor no permaneció mucho tiempo en Emden sino que estableció como maestro a Juan Trijpmaker, … y lo puso como predicador en Emden. Inmediatamente Melchor lo dejó y partió para Estrasburgo donde su celo pronto lo condujo a prestar atención a la profecía de un anciano de la Frisia Oriental que había profetizado que él permanecería en prisión en Estrasburgo, y que después libremente extendería su ministerio de predicación a todo el mundo con la ayuda de sus ministros y partidarios. Y así, movido por esta profecía, Melchor se trasladó a Estrasburgo y comenzó a predicar y enseñar por aquí y por allá en las casas de los ciudadanos. Para abreviar [diré que] las autoridades enviaron sus funcionarios para que lo arrestasen. Cuando Melchor vio que era llevado a la prisión agradeció a Dios porque la hora había llegado. Se quitó el sombrero y ... arrojó sus zapatos y extendió su mano con los dedos hacia el cielo y juró por el Dios viviente que mora allí … que no comería ni bebería otra cosa que pan y agua hasta que él pudiera señalar con su dedo a Aquel que lo había enviado. Y con esto fue él voluntaria, alegre y animosamente a la prisión. (Obbe Philips: Confesiones [2].) ¡Isaías, recibe este testamento! ¡Escucha hijo mío, las instrucciones de tu madre! Abre tus oídos para escuchar la palabra de mi boca. Hoy emprendo el camino de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, y bebo el cáliz que todos ellos han bebido. Emprendo el camino —decía— recorrido por Jesucristo, la palabra eterna del Padre llena de gracia y verdad, el pastor de las ovejas, que es por sí mismo (y no por otro) la vida, Él también debió apurar este cáliz. … Ese fue el camino recorrido por los reales sacerdotes, que vinieron de la salida del sol, como dice en el Apocalipsis, y que han entrado en los tiempos de las eternidades y han debido beber ese cáliz. … Ese fue el camino recorrido por los muertos que yacen bajo los altares, que claman y dicen: «Señor, Dios Todopoderoso, ¿cuándo vengarás la sangre que ha sido derramada?» … Ese fue también el camino recorrido por los señalados del Señor … que siguen al Cordero doquiera él vaya. … Ya ves, hijo mío, que nadie llega a la vida si no es a través de este camino. Por ello, entra por el estrecho portillo y acepta la disciplina y las enseñanzas del Señor y agacha tu espalda bajo el yugo y sopórtalo gustoso desde tu juventud, como un gran honor, y agradécelo con alegría. … De modo que tienes el deseo y la aspiración de formar parte del mundo santo y de la herencia de los santos, ciñe tus lomos y síguelos. Escudriña la Escritura y ella te señalará sus caminos. … Por eso, hijo mío, no prestes atención a la gran mayoría de la gente y no sigas su camino. … Pero cuando oigas que se trata de un pobre y simple grupito rechazado, despreciado y expulsado por el mundo, ¡ incorpórate a él! Y si oyes hablar de la cruz, allí estará Cristo. ¡ Y no te apartes de allí! ... Por ello, hijo mío, lucha por la justicia hasta la muerte. Ármate con las armas de Dios. Sé un israelita justo. Pisotea toda injusticia, pisotea al mundo y lo que hay en él y ama sólo lo que está arriba. Piensa que no eres de este mundo, así como no fue tu Señor y Maestro. Sé un fiel discípulo de Cristo. (Testamento, dejado por Anneken de Jans a su hijo Isaías [Fue entregado el 24 de enero del año 1539, a las nueve horas, en momentos en que ella se disponía a morir por el nombre y el testimonio de Jesús. Así se despidió de su hijo —de quince meses de edad— que se encontraba en Rotterdam] [3].) Se me ocurrió cada vez que administraba el pan y el vino en la misa, que no eran la carne y la sangre del Señor. Pensé que el diablo me estaba sugiriendo eso para que me apartara de la fe. Lo confesé con frecuencia, suspiré y oré, pero aun así no pude deshacerme de la idea. … Después de esto ocurrió … que un temeroso de Dios y piadoso héroe, llamado Sicke Snijder, fue decapitado en Leeuwarden por haber sido rebautizado. Sonaba muy extraño para mí oír de un segundo bautismo. Examiné las Escrituras diligentemente y las consideré con seriedad, pero no pude encontrar indicios del bautismo de infantes. … Después, las pobres ovejas descarriadas que anduvieron errabundas … después de muchos crueles edictos, garrote y matanzas se congregaron en un sitio cerca del lugar de mi residencia … Y, ay, mediante las impías doctrinas de Munster … desenvainaron la espada para defenderse, la espada que el Señor le había mandado a Pedro que guardase en su vaina. … La sangre de esta gente … me tocó tan profundamente el corazón que no pude resistir. … Meditando estas cosas mi conciencia me atormentaba tanto que ya no pude sufrirlo más. … Comencé a predicar públicamente desde el púlpito la palabra de verdadero arrepentimiento, a señalar a la gente el camino angosto … y también el verdadero bautismo y Cena del Señor, conforme a la doctrina de Cristo. … Entonces, sin presión alguna, repentinamente renuncié a toda mi reputación mundana, mi nombre y mi fama, mis anticristianas abominaciones, mis misas y bautismo de infantes, y mi cómoda vida y, voluntariamente, me sometí a las aflicciones y a la pobreza bajo la pesada cruz de Cristo. (Menno Simons: Conversión, llamamiento y testimonio [4].) El movimiento sacramentista [5] Hacia finales de la Edad Media se desarrolló en los Países Bajos una extensa tradición de oposición a la teología eucarística sacramental del catolicismo medieval, junto con las prácticas relacionadas con ella. Las autoridades eclesiásticas y seculares, horrorizadas ante estas tendencias, le llamaron «sacramentismo» a este movimiento, y a sus adherentes les tildaron de «sacramentistas». Aunque las raíces de este movimiento no están muy claras, esta visión contribuyó a la liberación de la Cena del Señor del monopolio que había colocado esta «vía de gracia» en manos de una élite eclesiástico-clerical. El sacramentismo despojaba a la eucaristía de su dimensión sacrificial, otorgándole un carácter conmemorativo y simbólico de la comunión vivida en el cuerpo de Cristo. En el caso del bautismo —que tenía la función de asegurar el carácter monolítico de la sociedad medieval— cambiaron el uso del sacramento en la cristiandad en un instrumento para la creación de una nueva comunidad de alianza, transformando, en el proceso, el carácter de la Iglesia. Ya a principios del siglo XII, el neerlandés Tanchelm exhortaba a sus muchos seguidores a no participar en el sacramento de los sacerdotes ni prestar atención a los curas y obispos ni pagar los diezmos exigidos por ellos [6]. Ideas como las de Gansfort, Erasmo y otros, que surgieron en los círculos relacionados con los Hermanos de la vida común, también contribuyeron a fermentar la insatisfacción con la teología sacramental oficial, ampliamente extendida por los Países Bajos. En 1517 el sacramentista Wouter, ex-fraile dominico, colgó su hábito y recorrió toda Holanda predicando «la verdad del evangelio». Posteriormente, uno de sus seguidores, Cornelio Hoen, abogado de La Haya, escribió que la Cena del Señor es simbólica y que la frase «esto es mi cuerpo» debe traducirse «esto significa mi cuerpo». También cuestionó radicalmente el concepto sacrificial que concebía la misa como un rito de expiación repetido indefinidamente, y propuso entenderla como una cena conmemorativa que proclama un compromiso de fe y amor entre Cristo y su pueblo. La predicación de la reforma radical, en sus comienzos un movimiento principalmente popular y de gente común, dependía especialmente de predicadores laicos. Ellos tendían a propagar los aspectos iconoclastas entre el pueblo común, mientras que la corriente bíblico-humanista atraía más a personas de las capas intelectuales y económicamente privilegiadas. El sacramentismo también estaba entremezclado con una resistencia común a la imposición del control político extranjero católico-español. Entre los años 1525 y 1530 el movimiento creció notablemente, y sus principales portavoces eran cada vez más los predicadores laicos sin preparación teológica formal, y menos, los sacerdotes, frailes y monjes. La actitud de la primera mártir sacramentista, la viuda Weynken de Monickendam, nos ofrece un ejemplo de la entrega y la valentía con que las personas comunes abrazaban su fe. En 1527 ella fue llevada ante las autoridades y cuestionada sobre el sacramento, respondió: «Yo afirmo que vuestro sacramento no es sino pan y harina, y si vosotros afirmáis que es Dios, yo digo que es vuestro demonio». En cuanto a la extrema unción, declaró: «El aceite es bueno para la ensalada y para suavizar el calzado». Y cuando dos frailes dominicos le mostraron el crucifijo, tallado en madera, respondió: «Este no es mi Dios. La cruz por la cual yo fui redimida es diferente. Este es un dios de palo; echadlo al fuego y calentáos con él. … Mi Dios y Señor no es éste; mi Señor Dios está en mí, y yo en él» [7]. En realidad, ella hablaba no sólo a título personal, sino de parte de su pueblo. A los siete años de su ejecución, el pueblo natal de Weynken era predominantemente anabaptista. Muchos de los sacramentistas pasaron a engrosar las filas del movimiento melchorita, que habría de añadir su aporte apocalíptico. De modo que el sacramentismo, ampliamente extendido por los Países Bajos, preparó el camino para el mensaje melchorita y el anabautismo posteriores que fueron bien recibidos y llegaron a convertirse en movimientos populares en la cuarta década del siglo XVI. El movimiento melchorita [8] Melchor Hoffman (ca. 1495-1543) era peletero, natural de Suabia. Hacia el año 1522 abrazó la causa luterana y se convirtió en un evangelista itinerante. Su trabajo le llevaba por toda la zona norte de Europa, incluyendo las tierras bálticas y escandinavas. Pronto se manifestaron en él las influencias radicales de Carlstadt en cuestiones de la Cena del Señor, la liturgia y el socorro de los pobres. En Estocolmo participó en un motín iconoclasta, que resultó en su encarcelamiento, la prohibición de su predicación y su expulsión del país. De vuelta en Alemania, continuó su evangelización itinerante. En 1528 abandonó el luteranismo y llegó a ser sacramentista en su actitud hacia la eucaristía y el clero. En sus andanzas estableció amplios contactos con Carlstadt, los reformadores de Estrasburgo, y otros. Pero poco a poco avanzaba por un camino solitario, elaborando una visión basada en su interpretación espiritualizante de la Biblia, con predilección por los libros apócrifos y apocalípticos y por la profecía con sus visiones milenaristas. Estableció una relación con los visionarios Leonardo y Ursula Jost, que influyeron de manera decisiva en esta visión. Llegó a afirmar que, así como la Babilonia del Apocalipsis era realmente Roma, así también la Jerusalén espiritual sería Estrasburgo. Las visiones de Ursula y Leonardo Jost no sólo afectaron a Hoffman, causaron una profunda impresión en toda la región central del Rin, especialmente en los Países Bajos. En abril de 1530, sin ser todavía anabaptista, exigió al ayuntamiento en Estrasburgo que se les concediera derechos a los anabaptistas en la ciudad. Luego entró en la confraternidad anabaptista de la ciudad sometiéndose al rebautismo, rompiendo así sus lazos luteranos. Las autoridades seculares ordenaron su arresto por su temeridad, pero Hoffman —anticipando su detención— huyó a Emden. Muchos sacramentistas holandeses habían hecho lo mismo, huyendo de la opresión de las autoridades imperiales. Dentro de poco, había bautizado a unos trescientos sacramentistas, estableciendo así una congregación anabaptista melchorita. El suelo de los Países Bajos había sido abundantemente abonado y regado por influencias sacramentistas y por las persecuciones sufridas por la población a manos de las opresoras autoridades extranjeras. Entre los convertidos de Hoffman en Emden estaban Juan Trijpmaker y Sicke Freerkes Snijder. Éste último fue enviado a Leeuwarden en la Frisia Occidental donde pronto estableció un nuevo conventículo sacramentista anabaptista y, en el proceso, se convirtió en el primer mártir anabaptista en los Países Bajos el 20 de marzo de 1531. Pero durante su decapitación, un tambor salió de las filas de los soldados y, junto con un amigo de la víctima, gritaron a voz en cuello contra las autoridades y luego desaparecieron entre el gentío que simpatizaba con ellos. Esta ejecución también fue memorable porque marcó un hito en la evolución espiritual de Menno Simons, que para esa fecha seguía como párroco católico en un pueblo cercano. Los hermanos Obbe y Dietrich Philips, el primero barbero-sangrador, y el segundo fraile franciscano —hijos de un sacerdote que vivía en concubinato— se solidarizaron interiormente con el mártir. Ambos habían estado leyendo los escritos de Lutero y, junto con otros sacramentistas evangélicos, se habían apartado buscando «servir y honrar a su Dios y perseverar en el camino de servicio ante Dios en amor justo, paz y humildad. … Decidieron que ellos servirían a Dios en toda forma modesta y sencilla, al estilo de los Padres y Patriarcas. … Buscaron de todo corazón servir a su Dios y seguir sin predicador, maestro o asamblea externa alguna» [9]. Mientras tanto, Trijpmaker fue expulsado de Emden y huyó a Amsterdam donde pronto organizó otro conventículo anabaptista. Fue detenido por las autoridades y, luego de un proceso celebrado en La Haya, fue decapitado junto con nueve de sus seguidores en una escena realmente macabra. Sacudido por estos eventos, Hoffman —quien comenzaba a tener dudas en cuanto a su programa— ordenó una suspensión de bautismos durante dos años en espera de mejores tiempos. Mientras tanto, sus discípulos se habían extendido por todo el territorio de los Países Bajos. La peste, las inundaciones y el hambre causadas por los conflictos bélicos y los bloqueos sólo sirvieron para aumentar la expectativa apocalíptica en el pueblo. Así que los evangelistas de Hoffman cosecharon lo que los sacramentistas habían sembrado. Pero ante la actitud cautelosa de Hoffman, algunos discípulos melchoritas como Juan Mathijs, el panadero de Haarlem, simplemente intensificaron sus actividades bautizando nuevos reclutas y nombrando doce apóstoles, entre ellos a Juan Beukels de Leiden. Mientras tanto, Hoffman, inspirándose en la visión de profetas en el movimiento, y convencido de ser el nuevo Elías en la Nueva Jerusalén a punto de ser revelada, se había entregado a las autoridades en Estrasburgo a fin de precipitar la esperada inauguración del Reino de Dios con sede en Estrasburgo. En vano enviaba notas de advertencia a sus seguidores en los Países Bajos, en las que protestaba por los nuevos giros de apocalipticismo militante que iban introduciéndose en el movimiento. Durante una ausencia de Obbe Philips de Leeuwarden, uno de los apóstoles de Juan Mathijs había proclamado «la inminente destrucción de todos los tiranos». Confundido con los militantes, Obbe también fue acusado de insurrección el 23 de febrero de 1534 y sólo pudo salvarse huyendo a Amsterdam y perdiéndose en el anonimato de la ciudad. En Amsterdam, Obbe presenció una manifestación organizada por algunas de las mismas personas que él había ordenado al ministerio evangélico sacramentista. La multitud marchaba por las calles armada con espadas y gritaba: «la ciudad nueva es dada a los hijos de Dios». A los cinco días de la manifestación, el 26 de marzo de 1534, todos los participantes fueron ejecutados ante los ojos horrorizados de Obbe, quien se separó definitivamente de esta rama militante de los seguidores holandeses de Hoffman. Durante el año siguiente, este distanciamiento entre los dos sectores del movimiento melchorita en los Países Bajos se iba definiendo aún más claramente. El 10 de mayo de 1535 unos cuarenta insurrectos hoffmanitas intentaron tomar el ayuntamiento de Amsterdam, pero Obbe se rehusó a identificarse con ellos en su proyecto. De modo que en las vísperas de la tragedia de Munster, los melchoritas de Amsterdam habían adoptado, en su gran mayoría, una posición pacifista. Decepcionado por estos falsos profetas, Obbe vio destruida no sólo su esperanza de una restauración de la Iglesia apostólica, sino también dudaba de la validez de su ordenación de manos de Juan Mathijs y también de las ordenaciones que él había hecho, la de su hermano Dietrich y Menno Simons. Desilusionado y confundido, se retiraría del movimiento en 1539. El reino teocrático de Munster [10] El movimiento que desembocó en el trágico episodio de Munster nació de la matriz de una visión evangélica restauracionista, acompañada por un fuerte sentido de expectación apocalíptica. Al recurrir a los mecanismos de coacción, generalmente empleados por las fuerzas de opresión mundanas, el movimiento terminó echando mano de la violencia y se volvió —en el proceso— tremendamente opresor. En el levantamiento munsterita, la Iglesia conventicular anabaptista se convirtió en una sociedad teocrática militante que sacaba su inspiración ya no de Jesús ni de los Evangelios, sino de los patriarcas y de los Macabeos del Antiguo Testamento. Antes de que los melchoritas llegaran a Munster —principal centro urbano de Westfalia en el noroeste de Alemania, con 15.000 habitantes— había comenzado un proceso reformista en la ciudad. En 1529 Bernardo Rothmann (ca. 1495-1535), que se desempeñaba como predicador en la catedral, fue enviado a continuar sus estudios. Gozaba de gran popularidad entre los gremios de la ciudad, quienes secretamente le dieron dinero para estudiar en Wittenberg. De regreso en 1531, sus sermones provocaron la condenación de la autoridad eclesiástica y los aplausos de los sectores populares y de los gremios. El 18 de febrero de 1532 Rothmann predicó su primer sermón plenamente protestante. Y gracias a la predicación luterana de Rothmann y a la respuesta entusiasta de segmentos significativos de la población, para comienzos de 1533 se había establecido la reforma en Munster. Luego, en mayo del mismo año, Rothmann comenzó a articular su oposición al bautismo de infantes y en el verano celebró la Cena del Señor con pan común rociado con vino. Esto precipitó una división en el movimiento luterano en la ciudad, entre los luteranos conservadores y los evangélicos más radicales encabezados por Rothmann. Tras un debate teológico, los adeptos de Rothmann fueron declarados victoriosos por la autoridad civil. Pero, ante la intransigencia de éste, uno de los concejales conservadores hizo causa común con los católicos y decretó el exilio para Rothmann y sus simpatizantes. Para hacer cumplir el edicto llenaron la plaza de la ciudad con agentes armados. Cuando los amigos de Rothmann también se prepararon para la batalla, la orden de expulsión fue retirada con la condición de que se abstuviera de predicar. A pesar de los éxitos conservadores, en el pueblo se contaba con un importante grupo de sacramentistas, reforzado con la llegada de melchoritas a fines de 1533. Con este apoyo popular, Rothmann volvió a desafiar a los concejales y se puso a predicar de nuevo. El pueblo se puso masivamente de su parte, de modo que en enero de 1534 Rothmann controlaba la situación religiosa en Munster. Comenzó a hablar de la formación de una especie de república cristiana y de tener los bienes en común, mensaje que no cayó en oídos sordos, pues en los territorios cercanos a Munster las cosechas habían sido malas y aumentaba la carestía. Mientras tanto, el melchorita Juan Beukels de Leiden había visitado Munster en el otoño de 1533, y descubrió que Rothmann enseñaba que el bautismo de infantes no era bíblico. Volvió a Holanda, donde los melchoritas eran víctimas de una feroz persecución, con la buena nueva de las condiciones en Munster que él veía como presagio del fin del viejo orden anunciado por Hoffman. La imaginación de Juan Matthijs se inflamó y comenzó la revisión del programa elaborado por Hoffman. La ciudad de esperanza y del reino restaurado ya no sería Estrasburgo, sino Munster, tolerante de los anabaptistas. El 5 de enero de 1534 llegaron a Munster dos de los apóstoles de Juan Matthijs. Rebautizaron a Rothmann y a Enrique Rol y, en el curso de la semana siguiente, Rothmann y sus ayudantes bautizaron a unos mil cuatrocientos ciudadanos en las casas particulares. Mientras tanto seguían llegando anabaptistas de los Países Bajos, entre ellos Juan Matthijs y Juan Beukels quienes, resentidos por la persecución que padecieron, comenzaron a hablar del derecho de los creyentes auténticos a destruir a aquellos que rechazaran su mensaje. Había llegado la hora de romper con el viejo orden. Ante estos acontecimientos, el ejército del obispo acampó en las afueras de la ciudad. Los ciudadanos se solidarizaron con Rothmann y enviaron emisarios a reclutar una milicia para defender la Nueva Jerusalén. A pesar de que el ayuntamiento seguía funcionando, Juan Matthijs llegó a ser gobernante de facto, expulsando a los burgueses conservadores, tanto luteranos como católicos, y anunciando su intención de dar muerte a los «sin Dios» que rechazaban el rebautismo. El 25 de febrero comenzaron las escaramuzas entre los munsteritas y el ejército del obispo. La población entera, incluyendo mujeres y niños, fue reclutada para la defensa de la ciudad. Se extendió una invitación a todos los anabaptistas hostigados por la represión en los Países Bajos a acudir, cuanto antes, a «la santa ciudad de Munster». Los melchoritas holandeses respondieron masivamente. Las autoridades lograron detener cinco barcos en Haarlem y otros seis en Amsterdam cuando se disponían a salir para Munster. Sin embargo otras treinta embarcaciones cruzaron el Zuyder Zee con 3 000 personas, entre hombres, mujeres y niños, armadas para la defensa de Munster. Dos grupos fueron detenidos y obligados a regresar a sus hogares. Sólo fueron ejecutados unos pocos para no dejar despoblada la tierra. Una de las grandes ironías en todo este trágico episodio es la forma en que estas masas marginadas de origen sacramentista-melchorita, y hasta ahora no-violentas, cayeron bajo el hechizo de los predicadores apocalípticos y llegaron a engrosar las filas de la nueva teocracia munsterita militante. Durante su reinado de unos cuatro o cinco meses, Matthijs introdujo la comunidad de bienes; en parte para responder a las necesidades de las masas de recién llegados de los Países Bajos; en parte por las exigencias del sitio militar; y en parte por el ideal anabaptista de restaurar la Iglesia primitiva. Tras la muerte de Matthijs en abril de 1534, Juan de Leiden asumió el liderazgo y procedió a disolver el ayuntamiento, reemplazándolo con doce «ancianos o jueces de las tribus de Israel», nombrados por él. Rápidamente se formalizó un reinado teocrático, inspirado en imágenes tomadas de la era patriarcal y monárquica del Israel antiguo. Incluía la instauración de la poligamia, defendida teológicamente por Rothmann. Si bien era cierto que el desequilibrio demográfico en Munster —a estas alturas era de tres mujeres por cada hombre— dejaba sin protección a muchas mujeres, no se justificaban las racionalizaciones machistas de Rothmann. Una jovencita de Munster, Hille Feyken, intentó asesinar al obispo —cuyos ejércitos sitiaban la ciudad— con una nueva estrategia al estilo de la aventura de Judit y Holofernes, pero murió en su intento. Una tentativa de insurrección en la ciudad fue aplastada con la ejecución cruel e inmediata de los implicados. Mientras tanto los habitantes de Munster, hombres y mujeres por igual, defendían la ciudad con un fanatismo irracional. Paralelamente a estos acontecimientos, Bernardo Rothmann iba elaborando una justificación teológica de los eventos y las prácticas comunitarias. Interpretaba los eventos a la luz de la «restauración de todas las cosas» (Hechos 3:21). La represión a que eran sometidos serían «los dolores de parto» de esta restauración. En su uso de la Biblia, tendía a borrar la línea divisoria entre los dos testamentos, de este modo encontraba en las instituciones del Antiguo Testamento las imágenes para esa restitución radical. En este marco, Rothmann justificaba la restauración de la poligamia y la autoridad absoluta del hombre sobre la mujer. Pero más importante para Munster era la restitución de la autoridad civil «por manos de los santos». Rothmann declaró que el reino de David, preludio belicoso necesario para llegar al reino pacífico de Salomón, era el paradigma bíblico para su tiempo. De esta forma justificaba la transformación de los humildes y marginados de la sociedad actual en santos guerreros y agentes de la venganza divina contra los enemigos de Dios. Irónicamente, al final de 1534, mientras Rothmann elaboraba estas justificaciones teológicas, el desenlace trágico de la teocracia anabaptista de Munster había entrado en su etapa más crítica. Hubo una serie de intentos desesperados, pero infructuosos, para reclutar en los Países Bajos fuerzas adicionales para la defensa de Munster. Mientras tanto, entre los concejales de la ciudad hubo elementos ansiosos de entregar a Munster a las fuerzas enemigas del obispo. Los últimos meses del reinado de Juan de Leiden en Munster fueron una mezcla de indecisión, crueldad, fanatismo religioso y malicia maniática. En abril de 1535, en virtud de la cruel hambre que experimentaban, muchas mujeres, niños y ancianos comenzaron a salir de la ciudad sólo para perecer a manos de las fuerzas sitiadoras que cometieron verdaderas atrocidades contra estos pobres indefensos. Se estima que huyeron unas mil quinientas personas. El 23 de mayo de 1535, un mes antes del desenlace final, la población total de Munster se estimaba en 9.500 habitantes (900 hombres capaces de defender la ciudad, 5.500 mujeres y 3.100 niños) [11]. En la noche del 24 de junio, dos desertores abrieron uno de los portones de la ciudad a los mercenarios del obispo, y tras una batalla espantosa, la ciudad fue tomada y casi todos sus pobladores cayeron muertos a espada en una matanza que duró dos días. De acuerdo con la política guerrera del obispo, no se actuaría con ninguna misericordia hacia los vencidos, con la excepción de las mujeres embarazadas, los templos y los sacerdotes. Menno Simons y el anabautismo evangélico en los Países Bajos Menno Simons (1496-1561), que no se incorporó al movimiento anabaptista neerlandés hasta los comienzos de 1536, y poco después fue llamado a pastorear a los grupos sacramentista-anabaptistas dispersos en los Países Bajos y el noroeste de Alemania tras la caída de Munster, se convirtió en uno de los líderes principales del anabautismo en esa región, actuando como evangelista, pastor, apologista y portavoz del movimiento. En 1524, a los 28 años de edad, fue ordenado al sacerdocio católico y nombrado vicario en la parroquia de Pinjum en la Frisia Occidental, cerca de Witmarsum su pueblo natal. Ocupó ese puesto durante siete años y —de acuerdo con su propio testimonio— lo hizo de forma bastante rutinaria. «Pasábamos vanamente el tiempo jugando juntos a los naipes, bebiendo y divirtiéndonos, ay, como es costumbre y hábito de tales gentes inútiles» [12]. Desde su primer año en el sacerdocio empezaba a tener dudas en cuanto a la doctrina católica de la transubstanciación y más tarde también comenzó a cuestionar el bautismo de infantes. En ambos casos, se trataba de posiciones características del movimiento sacramentista, ampliamente difundido en los Países Bajos. En ambos casos, descubrió una base para sus dudas mediante su lectura del Nuevo Testamento, cosa que no había hecho hasta entonces. Motivado por el deseo de mejorar su situación personal, aceptó un nombramiento en su aldea natal, Witmarsum. Y aunque comenzó a utilizar más la Biblia en su ministerio, seguía motivado por la ambición y caracterizado por la arrogancia, la frivolidad y la vanidad, cosas que veía reflejadas también en sus seguidores. A esta altura de su ministerio comenzaron a aparecer emisarios melchoritas en su parroquia, persuadiendo a las personas sencillas a unirse al movimiento y a apoyar a los anabaptistas en Munster. Se opuso enérgicamente a las doctrinas de los melchoritas, pero interiormente estaba turbado. En principio, reconocía la profunda contradicción entre su conformidad al viejo orden —cosa que detestaba— y los nuevos rumbos que comenzaba a presentir. Luego, ocurrió un evento que habría de cambiar radicalmente el rumbo de su vida. El 7 de abril de 1535, uno de estos grupos de reclutas melchoritas que se dirigían a Munster bajo la dirección de Juan van Geelen y se encontraba parapetado en un monasterio cisterciense cercano, fue sitiado por las fuerzas imperiales y en la masacre que siguió murieron trescientas víctimas. Entre los muertos se encontraba Pedro Simons, presumiblemente el hermano de Menno. Su sangre vertida ardía en la conciencia de Menno y se dedicó a predicar con más fervor el evangelio desde el púlpito de su iglesia y a advertir al pueblo de los peligrosos excesos de Munster. Esto lo hizo durante nueve meses hasta que no pudo más, el 30 de enero de 1536 abandonó el sacerdocio para emprender una nueva vida como un creyente sencillo en medio del pueblo; se dedicó al estudio bíblico y a la reflexión. Según su propia confesión, había experimentado «una resurrección espiritual». Y fiel a sus convicciones, recibió el bautismo de manos de Obbe Philips. Al año de estos eventos, un pequeño grupo sacramentista-anabaptista, de orientación evangélica y pacifista, se le acercó solicitando su colaboración en el cuidado pastoral de los desorientados sobrevivientes del movimiento tras los catastróficos eventos relacionados con Munster. «Cuando las personas antes mencionadas no desistieron de sus súplicas y mi propia conciencia se sintió algo incómoda pese a mi debilidad, porque yo veía la gran hambre y necesidad presentada, entonces rendí, alma y cuerpo al Señor, y me entregué a su gracia y a su debido tiempo comencé, conforme al contenido de su santa Palabra a enseñar y bautizar, a cultivar la viña del Señor» [13]. A principios de 1537, Menno fue ordenado por Obbe Philips. Igual que otros anabaptistas, Menno no sólo fue anabaptista, sino también reordenacionista. Luego de optar por el movimiento anabaptista pasó a la clandestinidad, viviendo el resto de su vida al margen de la ley. Aunque se casó para esta época, nunca más tuvo un residencia fija. Posteriormente, en su respuesta a Gellius Faber, pastor luterano, Menno le reprochaba porque se limitaba a predicar solamente donde gozaba de la protección de las autoridades seculares. «¿Dónde está tu amor y compasión para tus compatriotas? ¿Por qué no predicas en territorios católicos? … ¿Por qué no confrontar el edicto imperial, la tiranía y la persecución?» [14] En cuanto a su propio concepto del ministerio anabaptista, Menno escribió lo siguiente. «Él sabe que no busco riquezas, ni posesiones, ni lujos, ni comodidad, sino solamente el loor del Señor, mi [propia] salvación y la de muchas almas. A causa de esto, yo con mi pobre y débil esposa e hijos, hemos sufrido por dieciocho años ansiedad, opresión, aflicción, miseria y persecución. Con peligro de mi vida he sido obligado a arrastrar en todas partes una existencia de temor. Sí, cuando los predicadores reposan en cómodas camas y sobre mullidas almohadas, nosotros generalmente tenemos que escondemos en lugares apartados. Cuando ellos en bodas y en banquetes bautismales andan de parranda con gaitas, trompetas y laúdes, nosotros tenemos que estar en guardia cada vez que ladra un perro temiendo que pueda haber llegado el funcionario que viene a arrestarnos. Cuando ellos son saludados por todos como doctores, señores y maestros, nosotros tenemos que oír que los anabaptistas somos predicadores ilegítimos, engañadores y herejes y somos saludados en el nombre del diablo. Resumiendo: mientras ellos son gloriosamente recompensados por sus servicios con cuantiosos ingresos y buena vida, nuestra recompensa y porción tiene que ser fuego, espada y muerte» [15]. Mediante su cuidado pastoral y sus escritos, Menno contribuyó, en sus veinticinco años de ministerio clandestino, a la restauración y consolidación de un movimiento que se extendió desde Bélgica, en el suroeste, hasta Polonia en el noreste. A partir del año 1542, era tan notorio como cabecilla de una secta herética que las autoridades de Frisia Oriental pusieron un precio de 500 florines de oro por su cabeza. El que las autoridades nunca pudieran arrestar a Menno es un testimonio de la firmeza y la valentía del espíritu anabaptista. Los creyentes estaban dispuestos a sufrir hasta la muerte misma, antes que delatar a su pastor. Una anabaptista holandesa, Isabel Dirks, fue detenida cuando se le descubrió en su casa un Nuevo Testamento en latín. Bajo sospecha de ser maestra, las autoridades la presionaron para que delatara a Menno. Ella respondió, «Dios por su gracia me guardará la lengua para que no llegue a ser traidora, entregando a mi hermano a la muerte». Luego, apretaron los tornillos en sus manos hasta hacer saltar la sangre de las uñas de sus dedos, y con todo resistió. Después de doce días de interrogatorios y torturas, la condenaron a la muerte, y atada en una bolsa, la ahogaron en el mar [16]. Hospedar a Menno en la casa de alguna persona era causa suficiente para aplicar la pena capital. Juan Claez fue decapitado por haber mandado a imprimir 600 ejemplares de uno de los escritos de Menno en Amberes, en Flandes. Finalmente, Menno y su familia pasaron los últimos años de su vida en los terrenos de un noble de la provincia de Holstein, Bartolomé von Ahlefeldt, que simpatizaba con los anabaptistas. Allí tuvo libertad para escribir e imprimir sus libros. Y allí murió el 31 de marzo de 1561. Desde los primeros años del movimiento melchorita en los Países Bajos, a partir del 1530 sus evangelistas habían llegado a Flandes en el sur, donde encontraron conventículos ya establecidos de sacramentistas. Entre 1535 y 1541 el número de mártires anabaptistas en Flandes era mayor que el total de los luteranos y calvinistas juntos. Entre los evangelistas anabaptistas en Flandes, Leonardo Bouwens —bautizado por Menno— fue uno de los más efectivos. Según la lista que él mismo llevaba, bautizó a 10 251 personas en el curso de su vida. Durante los últimos veinticinco años, las autoridades de Amberes ofrecieron una recompensa de 300 florines —además de una promesa de amnistía— para el anabaptista que lo delatara. Los anabaptistas del sur de Flandes provenían principalmente de la clase de los tejedores y pequeños mercaderes y en el norte predominaban los campesinos, pescadores, marineros y las mujeres. La persecución en Flandes fue aún más severa que en Holanda. Eran duramente castigados por el simple hecho de celebrar reuniones. Los predicadores itinerantes solían hablar a pequeños grupos en lugares escondidos, o a grupos mayores en lugares remotos, o incluso, al estilo de los frailes predicadores de la Edad Media, en las calles y los mercados. Con el tiempo muchos anabaptistas en el sur emigraron hacia el norte donde la severidad de la represión era menor. Menno defendió al movimiento contra las acusaciones de que seguían en los excesos de Munster. En sus escritos hallamos una visión de las relaciones económicas que caracterizaban a los anabaptistas evangélicos en los Países Bajos. «Aquellos que son nacidos de Dios … sirven a sus semejantes, no sólo con su dinero y sus bienes, sino también siguiendo el ejemplo de su Señor, … con su vida y sangre. … Nadie entre ellos es mendigo. Reciben a los necesitados. Hospedan al extranjero en sus casas. Consuelan a los afligidos, socorren a los pobres, visten a los desnudos, dan de comer a los hambrientos, no desvían su rostro de los pobres. … Esta es la comunidad que enseñamos, y no que uno debe echar mano de tierras y propiedades del otro» [17]. Por su parte, Menno cuestionaba en sus detractores la falta de compasión hacia los pobres. ¿No es esto una triste e intolerable hipocresía, que esta pobre gente se jacte de tener la Palabra de Dios y ser la verdadera Iglesia cristiana, no se dan cuenta de que han perdido por completo el signo del cristianismo verdadero? Mientras muchos de ellos tienen de todo en abundancia, y se visten con seda y terciopelo, oro y plata, y andan en toda clase de pompa y vanidad; adornan sus casas con todo género de muebles costosos; tienen sus cofres llenos, y viven en lujo y opulencia; aún así permiten que muchos de sus propios miembros pobres y afligidos pidan limosna (sin importarles que sus hermanos creyentes hayan recibido un bautismo y compartido el mismo pan con ellos), y que los pobres, hambrientos, sufridos, ancianos, lisiados, ciegos y enfermos, mendiguen en sus puertas pidiendo pan. ¡Oh predicadores!, queridos predicadores, ¿dónde está el poder del evangelio que ustedes predican? ¿Dónde está la cosa significada en la Cena que ustedes administran? ¿Dónde están los frutos del Espíritu que ustedes han recibido? ¿Y dónde está la justicia de esa fe que ustedes adornan con tanta belleza ante la gente pobre e ignorante? ¿No es que todo lo que ustedes predican, sostienen y afirman, es nada más que hipocresía? Deberían avergonzarse de su cómodo evangelio y su estéril fracción del pan, ustedes, que en tantos años han sido incapaces de emplear su evangelio y sus sacramentos para quitar de las calles a sus miembros pobres y necesitados, aun cuando las Escrituras nos enseñan claramente y dicen: El que tiene bienes de este mundo, y ve que su hermano tiene necesidad y no tiene compasión de él, ¿cómo puede ser que el amor de Dios mora en él?» [18] Al abandonar el sacerdocio donde tenía seguridad, bienestar y renombre, Menno pasaba a solidarizarse con los pobres y marginados de su tierra, perseguidos a muerte por las autoridades religiosas y seculares. La fe evangélica de Menno le inspiraba una profunda compasión para con los pobres abatidos y marginados de su tiempo. Menno dijo que, «la verdadera fe evangélica no puede permanecer adormecida, sino que se manifiesta en toda justicia y en las obras del amor … viste a los desnudos; da de comer a los hambrientos; consuela a los tristes; da abrigo a los destituidos; ayuda y consuela a los afligidos; … busca a los perdidos; venda a los heridos; sana a los enfermos; … ha llegado a ser todo para todos» [19]. Desde sus orígenes el movimiento sacramentista había mostrado su predilección por los pobres y los marginados de la sociedad. Con su visión no sacramental de la Cena del Señor y su nueva valoración del bautismo, y sin recurrir a la coacción violenta, los primeros sacramentistas recuperaron de manos de la iglesia establecida y de su clero oficial estos medios de gracia y los restauraron al pueblo de Dios. Las iglesias aliadas con el poder —primero la católica y luego las protestantes— no tardaron en responder con una feroz represión a este cuestionamiento radical. Una de las consecuencias de la represión sufrida a manos de las fuerzas imperiales era el hecho de que la evangelización de los anabaptistas tomara la forma de protesta. Como Menno solía decir, uno de los signos de la Iglesia verdadera era su testimonio firme frente a los poderes seculares. «Que el nombre, la voluntad, la Palabra, y la ordenanza de Cristo sea confesado confiadamente frente a toda crueldad, tiranía, tumulto, fuego, espada, y violencia del mundo, y continuado hasta el fin» [20]. Irónicamente, otra consecuencia de esta represión imperial contra el movimiento era que su evangelización llegara a tomar la forma de testimonio-martirio. Y esto, a su vez, subrayaba con claridad el hecho de que los anabaptistas evangélicos en los Países Bajos fueran un movimiento de solidaridad con los desamparados. Esta opción por los pobres fue articulada más de una vez por Menno, pero en realidad era un compromiso asumido por todos los que se adherían al movimiento. No sólo los líderes, sino también los miembros comunes y corrientes, confesaban su fe con una valentía extraordinaria, a pesar de las amenazas de torturas y muerte. «Predicamos … de día y de noche en las casas y en los campos, en los bosques y en lugares desiertos, … en cárcel y en mazmorra, … desde la horca y estirados en el potro, ante señores y príncipes … con nuestros bienes y sangre, en la vida y en la muerte» [21]. Los creyentes compartían su fe con sus perseguidores hasta el último detalle, pero no delataban los nombres de sus hermanos y hermanas en los conventículos clandestinos. Morían antes que traicionar a sus hermanos. A través de estas experiencias se creó un sentido de identidad como pueblo de contraste, pueblo de Dios que sufre de «dolores de parto», anticipando el advenimiento del reino en su plenitud. Como se diría un siglo más tarde en su propio martirologio, se hallaban en plena solidaridad con la comunidad mesiánica, pobre y perseguida, del primer siglo y con la de todos los siglos desde entonces. Comenzando su martirologio con Jesús mismo, declararon: «A Jesucristo, el Hijo de Dios, le hemos dado el primer lugar entre los mártires del nuevo pacto; no en términos de cronología, pues Juan le antecedió en su muerte, pero a causa de la dignidad de su persona, pues Él es la cabeza de todos los santos mártires, por medio del cual todos tendrán que ser salvos. … Su entrada en este mundo, y su vida y su muerte, fueron llenos de miseria, sufrimiento y aflicción. Y puede decirse que: nació bajo una cruz; se crió bajo una cruz; vivió bajo una cruz; y finalmente, murió en la cruz. … Este fue el fin, no de un (mero) mártir, sino de la Cabeza de todos los santos mártires, por medio del cual ellos y nosotros seremos salvos» [22].
1. George Huntston Williams, y Angel M. Mergal, eds.: Spiritual and Anabaptist Writers. Documents Illustrative of the Radical Reformation, Filadelfia, Westminster, 1957, pp. 185,201,202,203. 2. John Howard Yoder, comp.: Textos escogidos de la reforma radical, Buenos Aires, La Aurora, 1976, pp. 320-32l. 5. George Huntston Williams: La reforma radical, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, pp. 47-57. 7. Thieleman J. van Braght: The Martyrs Mirror, Scottdale, PA, Herald, 19505, [1660, ed. orig. en holandés], pp. 422-424. 8. Véase Williams, La reforma radical, pp. 294-300. 10. Véase Williams, La reforma radical, pp. 397-417. 11. Cornelius Krahn: Dutch Anabaptism: Origin, Spread, Life and Thought, 1450-1600, La Haya, Martinus Nijhoff, 1968 (Scottdale, PA, Herald, 198F), p. 159. 14. John C. Wenger, ed.: The Complete Writings of Menno Simons, Scottdale, PA, Herald, 1956, p. 675. |