Colección de lecturas
 

PDF Juan Wyclif y los lolardos

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 9.

Juan Wyclif y los lolardos

Según la vida de Cristo y su evangelio … nuestros predicadores hallarán sólo la pobreza, la humildad, la lucha espiritual y el desprecio de los hombres de este mundo por haber puesto de manifiesto sus pecados, pero grande será su recompensa en el cielo por sus vidas ejemplares, sus ense­ñanzas verdaderas y su disposición a sufrir aun la muerte. Porque Jesucristo era tan pobre en esta vida que no tenía casa en que recostar su cabeza, como Él mismo dice en el Evangelio. Y San Pedro era tan pobre que no tenía ni plata ni oro que compartir con el hombre cojo. … San Pablo era tan pobre en los bienes de este mundo que tuvo que trabajar con sus manos para sostenerse a sí mismo y a los que le acompañaban y tam­bién sufrió muchas persecuciones. … Y San Bernardo le escribió al papa, con su pompa mundana, sus muchas tierras, oro y plata, que se parecía más al sucesor de Constantino el emperador, que a Jesucristo y sus discípulos. Y Jesús, confirmando su testamento, dijo a sus discípulos después de su resurrección, «Como mi Padre me ha enviado, así también yo os envío», es decir, a las luchas, la persecución, la pobreza, el hambre y el martirio en este mundo, y no a la pompa mundana en que vive el clero de nuestro tiempo. Por eso parecería que el clero mundano, que ejerce una autoridad mundana, rodeado de las vanidades del mundo, es despreciado por Dios y los hombres, porque sus obras son contrarias a la voluntad justa de Cristo y sus apóstoles. (Juan Wyclif: Sacerdotes pobres, B) [1]

Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto». Esto es claro: cada uno, de acuerdo con sus posibilidades, debe seguir a Cristo en su manera de vivir. Pero todo sacerdote, cura o pastor, tiene la posibilidad de seguir a Cristo en su manera de vivir; por lo tanto debe hacerlo. Esto inspiró a los apóstoles, y a otros ministros del Señor después de ellos, a imitar a Cristo en su pobreza evangélica. (Juan Wyclif: Sobre el oficio pastoral, I, 2) [2]

Entre sus deberes, uno es más importante que los demás. Es evidente que la predicación del evangelio es el deber predilecto del cura, porque la causa de Cristo se adelanta en los apóstoles más en la predicación al pueblo, que mediante los milagros que él mismo obró en Judea. … La predicación del evangelio sobrepasa infinitamente la oración y la administración de los sacramentos. La evangelización trae un beneficio más amplio y más evidente; es la actividad más preciosa de la Iglesia. (Juan Wyclif: Sobre el oficio pastoral, II, 2) [3]

Juan Wyclif y su tiempo

Al inglés, Juan Wyclif (1328-1384), le tocó vivir en una época medieval caracterizada por la turbulencia sociopolítica, económica y religiosa. Varios factores contribuyeron a esta situación.

  1. La plaga bubónica, o la muerte negra, como popularmente se le llamaba, arrasó a Europa llegando a las costas de Inglaterra en 1348-49. Se ha estimado que la tercera parte de la población inglesa murió como consecuencia de esta pestilencia. Llegaron a faltar vivos para enterrar a los muertos. Esta situación provocó grandes desequilibrios demográficos y económicos en la sociedad inglesa. Los efectos de esta pestilencia se extendieron a las manadas de ovejas en todo el reino británico. Un informe habla de la muerte de más de cinco mil ovejas en un solo campo. El temor a la muerte inminente era tan grande que prácticamente llevó a un paro de la actividad comercial [4].

  2. La mano de obra disponible se redujo en el campo y se produjo una notable caída, a corto plazo, de los precios de los productos agrícolas. Este desequilibrio llevó a una alza considerable en el costo de la mano de obra, desde las vocaciones eclesiásticas y los artesanos hasta las tareas agrícolas más humildes. Para contrarrestar esta situación los salarios fueron congelados por el rey. Muchos obreros y artesanos rehusaron someterse y fueron encarcelados por incumplimiento. Los fugados se escaparon y se escondieron en los bosques. Las condiciones sociales a nivel local se volvieron anárquicas y los costos de alimentos y otras necesidades elementales pronto llegaron a ser excesivos [5].

Mediante una ordenanza real, Eduardo III y el consejo gubernamental tomaron medidas drásticas en 1349 para contrarrestar el alza dramática de los salarios, mientras la peste seguía diezmando a la población. El gobierno se proponía obligar a todo obrero y artesano a trabajar por el mismo salario que había recibido tres años antes, en el 1346. En 1351 se promulgó un edicto aún más específico, que congelaba los salarios de los obreros más humildes en los ni veles de cinco años atrás, con el propósito de detener la explosión inflacionaria. De esta manera, el peso de la crisis económica caía sobre los hombros de los sectores más humildes de la sociedad inglesa.

En las décadas siguientes, hubo más intentos oficiales para congelar los salarios de los obreros y campesinos, pero con pocos resultados. En lugar de someterse a estas condiciones de explotación, aumentaron considerablemente el número de vagabundos desterrados anárquicos. Entre estos sectores campe­sinos marginados, se notaba una creciente antipatía hacia los nobles terrate­nientes, aliados al poder monárquico [6].

  1. Este profundo malestar socioeconómico que afligía a la sociedad feudal inglesa siguió en aumento y culminó en tres edictos (1377-1381) que establecieron onerosos impuestos personales, a fin de financiar las guerras de la nación. Estos impuestos resultaron en una carga excesivamente pesada sobre los sectores más humildes de la sociedad, en parte, por lo menos, debido a los abusos en su recaudación. Y a mediados del año 1381, brotó una rebelión armada dirigida contra los nobles que, empleando la extorsión en la cobranza de los impuestos, habían tratado a los sectores pobres con extraordinaria seve­ridad. Esta conflagración, alimentada por el descontento general, se extendió por Inglaterra, hasta ser brutalmente aplastada por las fuerzas al servicio de la monarquía [7].

Juan Wyclif y su pensamiento

Wyclif cursó estudios en la Universidad de Oxford y obtuvo una licenciatu­ra en 1328 y un doctorado en 1372. Comenzó su carrera pública cuando fue nombrado a la comisión enviada al continente europeo para tratar, con representantes de la curia romana, la cuestión del tributo que la curia exigía en virtud de su derecho feudal sobre su vasallo, el rey Juan de Inglaterra. En el proceso, Wyclif desarrolló sus ideas sobre el señorío, que posteriormente expuso en dos escritos: De dominio divino (Sobre el señorío divino, 1375) y De civili dominio (Sobre el señorío civil, 1376).

  1. En el primero de estos escritos, Wyclif señaló que el señorío divino es la base para el ejercicio de todo señorío humano. Y el señorío de Dios no es disminuido en ningún sentido cuando éste es concedido a los hombres. Sólo se trata del préstamo de un señorío que no es ni permanente ni ilimitado y es otorgado para el bien común. De modo que no debiera llamarse señor, al que lo recibe, sino mayordomo del Señor supremo. El ejercicio del señorío sobre los recursos de este mundo es un don de la gracia de Dios.

En el tratado Sobre el señorío civil, Wyclif concluyó que todo poder ejercido en relación con los semejantes, sea civil o eclesiástico, y todo ejercicio de señorío sobre los recursos naturales, está condicionado sobre la fidelidad de quien lo ejerce. De modo que el fiel, pobre y humilde, posee mayor derecho moral a ejercer señorío que un papa o emperador que lo hace injustamente. Sólo los justos pueden ejercer el señorío en forma legítima y con dignidad. Cuando aplicaba esta teoría a los señores eclesiásticos, Wyclif sostenía que, según el evangelio, el cristiano es señor únicamente cuando es siervo de todos.

En cuanto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, Wyclif negaba que los donativos podían cederse perpetuamente. Los dignatarios eclesiásticos debían limitarse a declarar lo que Dios ha hecho. Carecían de derechos para ceder en perpetuidad a los soberanos civiles aquello que corresponde a Dios, pues sólo son mayordomos y no señores. La conclusión principal que saca de este argumento es que las autoridades eclesiásticas injustas carecen de derecho a ejercer señorío sobre sus propiedades y éstas pueden ser confiscadas por las autoridades civiles.

Wyclif no llegó a aplicar su teoría al Estado, pues hubiera provisto una base para una revolución «justa» contra un régimen civil injusto. En realidad Wyclif prohibió el uso de la fuerza contra el orden civil existente, aun cuando éste fuera tiránico. Él aconsejaba a los súbditos a someterse a la autoridad civil, aun cuando fuera injusta. Por lo tanto, es injusto culpar a Wyclif por haber instigado la rebelión de los campesinos que estalló en Inglaterra en 1381. Aunque de hecho sus escritos, además de la predicación evangélica de los lolardos, acompañada de una solidaridad en la pobreza, revelan sus simpatías por el movimiento.

Las actitudes básicas de Wyclif sobre las relaciones económicas en la Iglesia eran bastante claras. Insistía, junto con muchos más, que la pobreza apostólica le correspondía a todos los miembros del clero. La principal causa de los males en la Iglesia era la riqueza de los prelados, los monjes y los curas. Por eso gozaba, en un principio, del apoyo de muchos dentro de las órdenes mendicantes. Junto con otros, él encontró la raíz de la corrupción en la Iglesia en la llamada «donación de Constantino», en que la Iglesia basaba sus pretensiones económicas. «Había llenado de veneno a la Iglesia.» «La principal estrategia del diablo comenzó en la época de Silvestre» [8].

Wyclif pensaba que la solución para estos males quedaba primeramente en manos de la misma Iglesia. Mediante el ejercicio de una disciplina eclesiástica, el clero indigno y avaro debía ser despojado de sus cargos y de sus riquezas. Pero ya que la Iglesia, con su jerarquía dividida (entre Aviñón y Roma) y corrompida, no estaba inclinada a hacerlo, le incumbía al poder secular tomar la iniciativa y reformar a la Iglesia. Proponía que los fondos incautados fueran utilizados para aliviar el sufrimiento y las necesidades del pueblo pobre. Y como era de esperarse, el monarca inglés reconoció en las ideas reformistas de Wyclif su oportunidad para enriquecerse a costas de su enemigo, la curia romana. De modo que el campesinado inglés, en este caso, sólo pasaba de las manos de unos tiranos para caer en las manos de otro.

  1. La visión reformista de Wyclif se fundamentaba en la suprema autoridad de las Escrituras. La autoridad bíblica quedaba por encima de la teología escolástica y los reclamos papales de su época. La tradición de la Iglesia, las decisiones conciliares, los decretos papales, y cualquier otra formulación doctrinal debían ser evaluados a la luz de la Biblia. Esto explica el gran interés que Wyclif manifestó en la traducción de las Escrituras al vernáculo.

  2. A pesar de su evidente predilección por la autoridad bíblica, en su doctrina de la Iglesia, Wyclif fue marcadamente agustiniano. La Iglesia verdadera —decía— es esa comunidad invisible compuesta de los elegidos por Dios. Por esto, la mera participación en la Iglesia institucional y visible no es garantía de la salvación. Esto le permitió criticar con severidad la institución eclesiástica de su tiempo. A partir del año 1380, Wyclif llegó a la conclusión de que el papa era realmente el Anticristo [9].

Pero en su eclesiología, Wyclif no fue totalmente consecuente. Durante los años en que apoyaba activamente el movimiento de los pobres predicadores lolardos en su evangelización itinerante, en realidad contribuía a la formación de comunidades eclesiales visibles. Los conventículos de los lolardos eran altamente visibles en su vida y costumbres radicalmente diferentes. Wyclif elaboró su teoría de una Iglesia verdadera invisible en el contexto de su lucha con el catolicismo romano de su época. Sin embargo, su concepto práctico de la Iglesia surgió de su protagonismo en la misión evangelizadora de los lolardos ingleses.

  1. Wyclif insistía en un estilo de vida acorde con el evangelio para todos aquellos que se dedicaban al ministerio en la Iglesia. Una pobreza apostólica, de inspiración evangélica, debía caracterizar a los mensajeros de la palabra. Una vivencia indigna del evangelio por parte del sacerdote invalidaba su actuación sacramental. La autoridad espiritual, entonces, surgía de la vivencia y del servicio auténticamente evangélicos, y no de su nombramiento eclesiástico. Esta insistencia en una ética inspirada en el evangelio también influyó en la vivencia práctica manifestada en las comunidades lolardas. Por ejemplo, en el año 1395, once años después de la muerte de Wyclif, los lolardos presenta­ron al parlamento inglés una petición pacifista, basada en principios evangélicos. Decían que el homicidio, fuera en batalla o en manos de la ley, sin una revelación especial, es expresamente contrario al Nuevo Testamento, que es una ley llena de gracia y misericordia.

  2. Wyclif era un crítico severo de la doctrina eucarística de la Iglesia medieval. Basándose en las prácticas y doctrinas de la Iglesia primitiva, Wyclif decía, «La Iglesia moderna propone la transubstanciación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; pero la Iglesia primitiva no mantenía esto; por lo tanto, no están de acuerdo» [10]. Wyclif sostenía que en la fe de la comunidad primitiva los elementos consagrados, el pan y el vino, eran signos y símbolos eficaces del cuerpo y la sangre de Cristo. De modo que Cristo está figuradamente, sacramentalmente y efectivamente presente en los elementos, pero no en sentido material, o carnal [11]. Estas conclusiones heterodoxas le costaron a Wyclif el apoyo de muchos de sus defensores ingleses, incluyendo al rey Juan de Gante, sus colegas eruditos de Oxford y las órdenes mendicantes. Sin embargo, reflejaban el pensamiento y las prácticas en las comunidades de los lolardos.

Juan Wyclif dedicó los últimos años de su vida a la formación de un cuerpo de predicadores pobres. La misión de estos lolardos estaba centrada en la evangelización, más que en la administración de los sacramentos. Y hasta el mismo día de su muerte en 1384, Wyclif seguía destacando la suficiencia y la supremacía de las Escrituras para la vida de la Iglesia.

En 1415, el Concilio de Constanza condenó 267 errores en sus obras escritas, además de ordenar que fuesen proscritas y quemadas. Asimismo se decretó que sus restos fueran exhumados, quemados y que se esparcieran las cenizas. Esta orden finalmente se cumplió en 1428.

Los lolardos: un movimiento de predicadores pobres [12]

El movimiento de los lolardos parece haber surgido en el siglo XIV y consistía principalmente en predicadores pobres dedicados a un ministerio itinerante. Descalzos y vestidos de túnicas rústicas, literalmente cubrieron Inglaterra con su predicación evangélica. Aunque en la mente popular el término lolardo llegó a significar predicador pobre de Juan Wyclif, su papel en la formación de este movimiento no es del todo claro. Lo cierto es que la relación entre Wyclif y estos predicadores pobres era muy estrecha y ellos llegaron a ser los voceros en la popularización de las ideas de Wyclif. Ellos llevaron a cabo el gran sueño de Juan Wyclif, la evangelización popular en la lengua materna del pueblo.

A Wyclif le interesaban cada vez menos los aspectos filosóficos de la teología y más los prácticos. En sus últimos años en Oxford, Wyclif estaba tan ansioso de ver a Cristo en la vida de todo hombre común que dejaba de preocuparse por lo que sus colegas eruditos podrían pensar de él [13]. Desde su profesorado en Oxford les facilitaba sus tratados teológicos y sus sermones a estos predicadores, que luego popularizaron sus ideas por los campos y las aldeas de Inglaterra.

Los lolardos incluían a hombres como Nicolás Hereford, dedicado a la tra­ducción de la versión vulgata al vernáculo inglés, y Juan Aston, que se destacaba por su predicación itinerante. Esta predicación, que consistía en la exposición sencilla de las Escrituras, ocupaba el lugar central en las reuniones de los conventículos lolardos. El Sermón del Monte, los Diez Mandamientos, el Padrenuestro, y el Credo Apostólico, todos en la lengua materna, eran utilizados en sus reuniones. Se cuenta de unos participantes que «memorizaron unos pocos versículos del capítulo cinco de Mateo … el Padrenuestro, … y el Credo en inglés … y habían sido persuadidos a no participar, durante los últimos seis años, en peregrinaciones religiosas ni en el culto a las imágenes» [14].

Es imposible determinar la fuerza numérica del movimiento lolardo. Pero aunque el número de las detenciones por parte de las autoridades oficiales no haya sido tan grande, es evidente que el movimiento estaba ampliamente extendido y que las multitudes participaban en secreto. Se ha señalado que las zonas en Inglaterra, donde más creció el movimiento disidente y popular de los anabaptistas en el siglo XVI, son precisamente las mismas áreas en que los lolardos habían sido más fuertes en los siglos anteriores [15].

Principales características del movimiento lolardo

  1. Rechazaron toda una serie de prácticas populares católicas, debido a una conciencia espiritual profundamente influenciada por su formación bíblica. Estas prácticas incluían las relacionadas con las enseñanzas católicas en torno al purgatorio: peregrinaciones, oración a los santos y obras meritorias. Otras incluían el uso de las imágenes en el culto, el agua bendita, el uso de ornamentos y vestimentas lujosas en el culto, las ceremonias y la costumbre de establecer rangos de honor entre el clero.

Un testimonio que proviene de la primera parte del siglo XVI nos ofrece un buen ejemplo de esta oposición contra las formas que tomaba la espiritualidad católica de la época. Se trata de los mensajes de Tomás Bilney, un predicador lolardo que murió como mártir. «Dice que es una locura que un hombre participe de una peregrinación dedicada a los santos; pues ellos no son más que palos y piedras. … Los hombres deben orar sólo a Dios, y no a los santos. … También dice que ha hablado muchas veces contra los ayunos … y también contra los días santos … pues Dios no ha hecho días santos, sino sólo el domingo. Dice que ha hablado contra las absoluciones, afirmando que el perdón otorgado por el papa, u otros funcionarios de la Iglesia, no son eficaces» [16].

  1. Las actitudes de los lolardos hacia la eucaristía los distanciaron de los católicos medievales, y también, en forma anticipada, de los luteranos con su doctrina de una presencia real. Su oposición probablemente surgía de lo que ellos consideraban prácticas idolátricas en las celebraciones eucarísticas, más que una crítica de su teología. Una cosa era clara para ellos. La presencia corporal de Cristo no se encontraba en el pan sacramental sobre el altar. En su visión, ellos seguían a Wyclif. «Por lo tanto, todos los sacramentos que se nos han dejado aquí en la tierra son sólo recuerdos del cuerpo de Cristo, pues un sacramento no es más que un signo, o recuerdo, de una realidad pasada o una que es esperada» [17]. Los padres lolardos enseñaban a sus hijos que no debieran rendirle culto al sacramento del altar, como si fuera divino, pues era solamente un signo del cuerpo del Señor.

Esta discusión sobre la eucaristía podría parecer, a primera vista, una cues­tión puramente teórica, relacionada sólo con la definición del dogma. En efecto, con su rechazo de la transubstanciación, le disputaban a la elite clerical su pretendido monopolio exclusivo sobre los medios de gracia sacramental, y con ello devolvían los instrumentos de la gracia auténtica al lugar donde corresponden, al seno mismo del pueblo de Dios.

  1. Los lolardos insistían vehementemente en leer las Escrituras en su idioma materno. El recurso a la autoridad bíblica por encima de otras autoridades eclesiásticas y civiles condujo a grandes cambios —tanto sociales como religiosos— en la Inglaterra medieval. Cuando los humildes, por ser analfabetos, no podían leer las Escrituras, se dedicaban a aprenderla de memoria. Una mujer, entre los disidentes, fue descubierta por haber memorizado la Epístola de Santiago, con la ayuda de un predicador lolardo. En estos círculos la Epístola de Santiago era favorecida por encima de los otros libros del Nuevo Testamento. Esto señala una de las diferencias entre la visión de los lolardos y la teología de los reformadores protestantes continentales.

En los procesos judiciales contra los lolardos, las denuncias de sus adversarios subrayan la atracción que las comunidades lolardas sentían por la Biblia. Un carpintero fue acusado, junto con dos compañeros más, de haber pasado toda la noche leyendo las Escrituras en su casa. Los miembros de estas comunidades compartían clandestinamente de mano en mano traducciones inglesas de los libros de la Biblia. Un albañil escondió a un hombre en su casa, dedicado a la traducción del libro del Apocalipsis. Una mujer fue sorprendida en su casa recitando de memoria partes de las Epístolas y los Evangelios.

El movimiento lolardo dependió, en buena parte, de la popularización del Nuevo Testamento. Inspirándose en el pensamiento de Juan Wyclif, el conte­nido doctrinal de su predicación se basaba en la letra de las Sagradas Escritu­ras. Por eso se oponían a la transubstanciación, a las indulgencias, a la confe­sión auricular y al purgatorio.

En realidad, este movimiento preparó el camino para la extraordinaria acep­tación del Nuevo Testamento de Tyndale, en la era de la Reforma en 1526, cuando los primeros ejemplares de esta publicación llegaron a Inglaterra. Los sucesores de los lolardos, especialmente en Londres y en la parte oriental de Inglaterra, atesoraron sus ejemplares manuscritos del Nuevo Testamento y se congregaron en sus casas para leer y orar juntos.

  1. Junto con las Escrituras, los lolardos también difundieron sus ideas a través de otros escritos. El que más contribuyó a la formación de este movimiento fue, sin duda, Juan Wyclif con sus ideas contenidas en debates universitarios, sermones, tratados, libros, y traducciones bíblicas. En los procesos judiciales los lolardos fueron acusados de «llevar por dondequiera ciertos libros en inglés» y «hojas, escritas en inglés, contrarias a la religión romana» [18]. La literatura que pasaba por las manos de las comunidades lolardas era del tipo que respondía a los intereses populares y que estaba prohibida por las autoridades eclesiásticas.

La fuente principal tras la difusión de estas ideas lolardas era, sin duda, Juan Wyclif. De él oyeron por primera vez las denuncias contra muchas prácticas católicorromanas. Aunque, luego, ellos irían más lejos que el mismo Wyclif en sus críticas de las prácticas eucarísticas del catolicismo.

Al igual que Wyclif, en los lolardos descubrimos un alto grado de integridad moral. No era pura casualidad que la Epístola de Santiago les resultara tan atrayente. Como los donatistas de unos ocho siglos antes, ellos insistían en que el ministerio de un sacerdote en pecado mortal quedaba invalidado. Como Valdo, insistieron en la primacía de la vocación a la predicación del evangelio por encima de una formación académica o de una autorización eclesiástica. También, al igual que los valdenses de unos dos siglos antes, se oponían tenazmente a la prestación de los juramentos que servían para garantizar las relaciones entre los varios estados sociales dentro del sistema feudal de la época. Los lolardos ingleses no eran sencillamente protestantes antes de Lutero. Al igual que Wyclif, ellos tampoco apelaron al principio protestante de sola fide. Eran, sencillamente, cristianos radicales de su época.

 


1. Herbert E. Winn: Wyclif: Select English Writings, Nueva York, AMS, 1976, pp. 34-35.

2. Matthew Spinka, ed.: Advocates of Reform: From Wyclif to Erasmus, Londres, SCM, 1953, p. 33.

3. Ibíd. , p. 49.

4. R. B. Dobson: The Peasant's Revolt of 1381, Londres, Macmillan, 1970, p. 60.

5. Ibíd. , pp. 60-63.

6. Ibíd., pp. 63ss.

7. Ibíd., pp. 123ss.

8. Matthew Spinka, op. cit., p. 24.

9. Ibíd., p. 27.

10. Ibíd., p. 73.

11. Ibíd., p. 30.

12. Para esta sección reconozco mi deuda con John Stacey: John Wyclif and Reform, Filadelfia, Westminster, 1964, pp. 128-147.

13. Ibíd. , p. 129.

14. Ibíd., p. 135.

15. Ibíd., p. 137.

16. Ibíd., p. 141.

17. Ibíd. , pp. 141-142.

18. Ibíd. , p. 145.