Colección de lecturas
 

PDF El radicalismo en el contexto luterano

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 12.

El radicalismo en el contexto luterano

Hay tres formas distintas del servicio divino y la misa. … una latina, … luego está la misa y servicio divino en alemán. … Pero la tercera forma, la verdadera naturaleza que debería tener el orden evangélico, no debería transcurrir en forma tan pública en la plaza, ante todo el pueblo, sino que aquellos que desean con seriedad ser cristianos y confesar el evangelio con la mano y la boca, deberían anotarse con su nombre y reunirse solos, por ejemplo, en una casa para orar, para leer, para bautizar, para recibir el sacramento y practicar otras obras cristianas. En este ordenamiento podría conocerse, castigarse, reformarse, expulsarse o someterse a la excomunión, según la regla de Cristo (Mateo 18:15ss), a quienes no se comportaran como cristianos.

Ahí podría imponerse también una limosna común a los cristianos, que se daría voluntariamente y se repartiría entre los pobres, según el ejemplo de San Pablo, 2 Corintios 9: 1,2, 12. No necesitaría mucho canto, ni can­to muy importante. También se podría utilizar una fórmula breve y justa para el bautismo y el sacramento y orientar todo hacia la Palabra, la ora­ción y el amor. Habría que tener para ella un catecismo bueno y breve acerca de la fe, los Diez Mandamientos y el Padrenuestro. En una palabra, si se contara con la gente y las personas que desearan seriamente ser cristianos, no tardarían en establecerse los ordenamientos y las formas.

Pero yo no puedo ni debo organizar o establecer una comunidad o congregación como ésa. Porque aún no cuento con gente y con personas para eso; tampoco veo que muchos insten a hacerla. Pero si llegara a suceder que yo tuviera que hacerla y me viera compelido a ello al punto de no poder omitirlo con la conciencia tranquila, haré de buen grado lo que esté de mi parte y ayudaré lo mejor que pueda. Mientras tanto me atenderé a las otras dos formas mencionadas. (Martín Lutero: Extracto del prefacio a la Misa alemana y ordenamiento del servicio divino, 1526 [1].)

Introducción

Esta visión, articulada unos nueve años después del comienzo de la reforma luterana, que vislumbraba establecer una Iglesia de orden evangélico, libre e independiente del poder secular, nunca llegó a realizarse bajo los auspicios luteranos. Las manifestaciones de radicalismo en el contexto luterano se limitaron al protagonismo de varios predicadores, más o menos radicales, y al movimiento campesino que fue —con la aprobación, de Lutero— decisivamente aplastado en 1525 por las fuerzas de los príncipes luteranos y católicos. Ninguna de estas iniciativas dejaron una comunidad capaz de sobrevivir sin el apoyo de la autoridad secular, tampoco sobrevivieron en expresiones visibles y viables de cambio social a largo plazo.

En los primeros años de la reforma luterana, las estructuras institucionales permitían que el príncipe de una región determinada autorizara la predicación de monjes y sacerdotes. De esta manera, algunos de los predicadores resultaron ser más radicales que Lutero. Tres de estos pastores resultaron ser demasiado radicales para Lutero, quien recurrió a la autoridad secular para que se les retirara el apoyo oficial. Estos predicadores radicales fueron Andrés Carlstadt, Jacobo Strauss y Tomás Muntzer.

Andrés Bodenstein von Carlstadt (ca. 1480-1541)

Carlstadt fue maestro y colega de Lutero en la Universidad de Wittenberg, a partir de 1516 sirvió como decano de su facultad de teología. Durante la ausencia de Lutero en el castillo de Wartburgo (1521-1522), Carlstadt se convirtió en líder de la reforma en Wittenberg y resultó ser considerablemente más radical que Lutero en su visión reformista. En la Navidad de 1521 inició una reforma de la misa, celebrando lo que se ha llamado «la primera comunión protestante», con la liturgia en alemán, oficiando sin vestimenta sacerdotal, omitiendo referencias al sacrificio y la elevación de la hostia, y sirviendo tanto la copa como el pan a toda la congregación. Detrás de esta innovación estaba el creciente biblicismo de Carlstadt. Anteriormente, deseoso de poner en práctica el sacerdocio de todos los creyentes, había fomentado la lectura bíblica, y aun la celebración laica de la comunión en las casas. Y comenzaba a concebir el bautismo como rito de incorporación al cuerpo de Cristo, suprimiendo el bautismo de infantes. Ya en 1520, había expresado su preocupación por el descuido luterano de los aspectos morales de la reforma. Dijo, «Estoy afligido por el temerario desprecio en que [Lutero] tiene a Santiago. … Cuidáos de no tomar una fe de papel y sin amor por la obra más grande» [2].

Su sorpresiva decisión de celebrar la comunión con ambas especies respondió a presiones populares, al igual que a los cambios en sus propias convicciones. Pero fue un acto atrevido, pues era contrario a la voluntad expresa del príncipe. Aun así, añadiendo insulto a la herida, persistió en su empeño, y volvió a celebrar la nueva «comunión protestante» durante el mes de enero. Además, puso en práctica sus nuevas ideas sobre el celibato del clero, casándose con una joven de la congregación. También mandó quitar las imágenes de las iglesias de Wittenberg. A los cambios litúrgicos, añadió también reformas sociales. Abolió la prostitución y la mendicidad y estableció instancias para el sostén y la escolarización de los pobres y las víctimas de la desocupación. Las represalias oficiales no tardaron en aplicarse. Le fue retirado el permiso para predicar. Y, con el repentino regreso de Lutero a Wittenberg, comenzó la marcha atrás, se restauró la liturgia y las costumbres tradicionales, y Carlstadt se marchó a Orlamünde donde asumió el cargo pastoral en la iglesia parroquial.

Mientras tanto, seguían evolucionando las convicciones radicales de Carlstadt. Publicó un tratado cuestionando la visión solafideista de Lutero, subrayando la importancia de la santificación en el proceso de la salvación. Carlstadt fue un fervoroso exponente del sacerdocio de todos los creyentes, considerándose a sí mismo igual que los demás cristianos. Renunció a su título de «doctor» y se hizo llamar «hermano». Abandonó su vestimenta sacerdotal, asumió la condición de un campesino y comenzó a trabajar a la par de ellos. Estas expresiones concretas de solidaridad social fueron bien recibidas por el pueblo. Pero resultaron peligrosamente amenazantes para las autoridades, y Lutero mismo tramó su expulsión de Sajonia en septiembre de 1524. Carlstadt estaba destinado a peregrinar en una Alemania altamente agitada por un profundo descontento entre la población campesina.

En Rothenburgo la clase artesana, que guardaba cierta hostilidad contra los patricios, se solidarizó con las demandas de los campesinos. En marzo de 1525, se recrudeció la agitación social en la ciudad. Carlstadt, que se encontraba en la ciudad, se abstuvo de tomar parte en el tumulto y se limitó a predicar un mensaje de justicia social y aconsejar una moderación evangélica. Al aumentar aún más la agitación social, Carlstadt se sintió llamado a unirse a los campesinos como capellán, con el fin de apaciguar su excitación y contener el movimiento dentro del cauce de sus reclamos de justicia social. Pero sus advertencias contra los excesos del movimiento cayeron en oídos sordos. Finalmente, tuvo que escaparse en un cesto bajado por la muralla de la ciudad. Mientras tanto, su cuñado y excolega en Wittenberg, Gerardo Westerburg, se encontraba en Francfort como caudillo del movimiento reformista, prestando su apoyo a los campesinos que reclamaban justicia social. Tras una estadía en Estrasburgo, Carlstadt finalmente pudo establecerse en Basilea, donde pasaría los últimos diez años de su vida (1530-1541) dedicándose a la enseñanza en círculos reformados.

Los escritos de Carlstadt reflejan ideas notablemente radicales que no pudieron realizarse por falta de una base comunitaria concreta. De la remoción de imágenes y que no debe haber mendigos entre los cristianos fue escrito el 27 de enero de 1522, al final del mes en que fueron aprobadas las innovaciones sorpresivas en Wittenberg, y Si se ha de proceder en forma paulatina en los asuntos que atañen a la voluntad de Dios para no escandalizar a los débiles fue escrito en 1524 en Orlamünde. En el primero, reiteró la intención de Lutero, desde 1519, de prohibir la mendicidad. Pero luego, pasó a aplicar elementos de la visión veterotestamentaria del jubileo para la solución de las injusticias sociales de su tiempo. Basándose en Deuteronomio 15 y Levítico 23, Carlstadt afirmó, «Nos enseña a todos que cada ciudad debe cuidar de sus habitantes. Por lo tanto, si alguien cae en la pobreza, todos —y los gobernantes en particular— deben apiadarse de los pobres, y nadie debe cerrar su corazón, sino abrir sus manos y prestar al hermano menesteroso lo que éste necesite. … Por esto estamos obligados a prestar a nuestros hermanos pobres lo que ellos necesitan, sin el consuelo y la esperanza de que lo que hemos entregado como beneficencia nos sea devuelto. Tampoco podemos quejarnos ni entablar acción ante los jueces, porque eso nos ha enseñado Cristo» [3]. Destaca la compasión y la generosidad como elementos claves para la convivencia social y el testimonio cristianos. «Dios desea que contempléis las tribulaciones, necesidades y angustias de vuestros hermanos; más aún, de todos los hombres, y que os anticipéis a toda mendicidad, por medio de la generosa beneficencia. No ayudaréis a nadie más que a vuestra faltriquera» [4].

El segundo es un tratado dirigido al secretario del ayuntamiento de la ciudad de Joachimsthal, en el que plantea una crítica de lo que él consideraba un peligroso conservadurismo cauteloso en la reforma luterana. «En respuesta a mis noticias acerca de algunos cambios ocurridos aquí, me escribís comunicándome que, entre vosotros deseáis seguir paulatinamente y me dais a entender en forma velada en esa carta que, a causa de los débiles, para evitar escándalo, no se debe proceder rápidamente sino en forma lenta. Así no estáis haciendo otra cosa que aquello que hace hoy todo el mundo, que clama: “¡ Los débiles, los débiles! … ¡No hay que apresurarse! ¡Despacio, despacio!” No os culpo por ello. Empero, por más que en este caso habláis como la gran mayoría … debo deciros que ni en este caso ni en otros asuntos que atañen a Dios debéis tener en cuenta lo que dice o juzga la gran mayoría, sino que sólo debéis atender a la palabra de Dios. Porque es evidente que los príncipes de los escribas y toda su gente se han equivocado en ocasiones y pueden equivocarse» [5]. Carlstadt intuía que el verdadero problema no era la inmadurez de los pobres y los marginados en la sociedad sino que los «débiles» eran las mismas autoridades seculares. «”Se debe demorar —dicen— en beneficio de los débiles y no se debe seguir adelante”. Pero ¿acaso eso no es lo mismo que decir “debemos dejar a decisión del concilio, lo que estamos haciendo y la medida en que debemos servir a Dios?”. Es lo mismo que decir: “No hay que apresurarse a cumplir los mandamientos de Dios, en beneficio de los débiles; hay que aguardar hasta que se hagan prudentes y fuertes”» [6].

Jacobo Strauss

Se desconoce el itinerario espiritual de Jacobo Strauss hasta llegar a ser un radical en el contexto luterano. Se sabe que fue un monje dominico con un doctorado en teología. Fue el primero que llevó la reforma a los mineros y los burgueses en el Tirol, en el extremo sur de Alemania. Luego de ser desterrado por su actividad evangelizadora, halló protección bajo el umbral de Lutero en Sajonia y fue nombrado predicador en Eisenach por el príncipe protector del luteranismo. Entre sus escritos hubo un sermón sobre el bautismo simoníaco, en que cuestionaba las prácticas tradicionales, y otro sobre la usura. Su rechazo de la «usura» se basaba en fundamentos bíblicos y teológicos claros y con implicaciones prácticas. En esta crítica era más radical que Tomás Muntzer, cuya crítica social era apasionada pero poco concreta en términos de alternativas claras. Su rechazo de la violencia y su defensa del diálogo le capacitaron para servir como mediador en los conflictos entre Lutero y sus críticos. Fue precisamente la protección de Lutero la que le permitió huir con vida al destierro tras la horrible matanza de los campesinos en Frankenhausen [7].

El rechazo de la usura (el cobro de intereses) no representaba, en sí misma, una postura radical, pues esa era la posición asumida por la Iglesia medieval en su teología moral. Lo que destaca la iniciativa de Strauss es que reiteraba su prohibición frente al desarrollo de un capitalismo banquero y comercial incipiente. Precisamente en un momento cuando muchos estaban empezando a justificar su cobranza, Strauss volvió a rechazar tal práctica por razones bíblicas, al igual que humanitarias. Lutero y Zwinglio rechazaron la usura hasta 1524, pero faltaba en ellos esa sencillez bíblica y un enfoque desde la perspectiva de los pobres, acompañado de un llamado al pobre deudor a convertirse también en protagonista.

Strauss concebía a la Iglesia fundamentalmente como una comunidad caracterizada por relaciones de amor y de ayuda mutuas. «Todo cristiano debe guardar … el mandamiento de Dios … de que cada cual debe ayudar libre y voluntariamente a su prójimo en la necesidad, sin interés material alguno. El aceptar un centavo sobre la suma prestada es usura. La usura está, por naturaleza, en contra del amor al prójimo y de la prohibición de Dios» [8].

Denunció la nueva política de la Iglesia que, luego de haberla prohibido tradicionalmente entre los cristianos, ahora comenzaba de nuevo a permitirla, respondiendo al clamor de sectores interesados. «Los intereses de cinco florines por cada ciento, permitidos —según se dice— por el Concilio de Constanza, son intereses usurarios. … La nobleza de sangre y la burguesía común también han tenido el apoyo del papa en los usurarios de su ocio. En la usura es fácil seguir la melodía del anticristo, porque los lazos de la riqueza son disimulados» [9].

Para corregir este mal sencillamente sugiere a los deudores cristianos que dejen de pagar los intereses. «Es un desdichado y está completamente desorientado en su fe aquel que en su pobreza consiente en pagar intereses de usura. … El pobre simple, ignorante del evangelio, seducido por el ejemplo y enseñanzas del anticristo y de todos los curas, doctores y monjes anticristianos, no debe pagar intereses de usura bajo ningún mandato ni poder, ahora que han tomado conocimiento de la verdad. En esto debe obedecer más a Dios que a los hombres» [10]. Por su parte, los acreedores cristianos deben desistir de cobrar los intereses. «Todos los reyes, príncipes y señores cristianos, así como sus ilustres consejeros, deben tomar razonablemente en consideración la palabra de Dios, para que no obliguen a sus súbditos a practicar la usura o la fomenten y la practiquen ellos» [11].

Ante la probable represión violenta de las autoridades, para cobrar a la fuerza los intereses, su consejo para los pobres era una firmeza no-violenta. «Cuando se expriman de ti intereses, con violencia, apártate, como de la capa que te arranca la chaqueta. Debes perder cuerpo, bienes, alma y honor con tal de conservar a Cristo y su palabra. La violencia que te sea impuesta contra la palabra de Dios no subsistirá mucho. Tiene que ser vencida, junto con el primer tirano contra Cristo, por el espíritu de su boca. Guárdate, cristiano justo, de pensar en mitigar la violencia con violencia. En esto no tienes más defensa que la palabra de Dios, con paciencia» [12].

También aconseja la desobediencia civil a los pobres que se encuentran cargados de intereses heredados de generaciones anteriores. «Los juristas que, basándose en el derecho escrito, enseñan y aconsejan pagar intereses de usura, no entienden nada con su mente torpe y anticristiana. … Nadie debe dar fe a promesas y votos que no correspondan. Tú te has comprometido con Dios y su palabra; ninguna obligación de pagar usura contraída por sus padres o por ti mismo puede obligarte» [13]. Strauss no era ingenuo, y él mismo anticipaba las reacciones ante esta clase de radicalismo. «Es voz común entre los usure­ros y los propios participantes, que quien predica contra la usura es sedicioso» [14].

Tomás Muntzer (ca. 1488-1525) [15]

Entre los radicales en tierras luteranas, sin duda alguna el más controverti­do fue Tomás Muntzer. Muntzer —un monje agustino al igual que Lutero— había sido aceptado por éste y recomendado para un pastorado en Zwickau. En una parroquia de jornaleros, tejedores y mineros, comenzó muy pronto a notarse en él una corriente de solidaridad con los pobres y un marcado radicalismo social; entre otras cosas, fue aplaudido por su denuncia contra la opu­lencia de los monjes franciscanos en la zona. Se unió con otros de ideales semejantes, el tejedor, Nicolás Storch, Tomás Dreschel y Marcos Tomás Stübner. Lutero tildó al grupo como «los profetas de Zwickau» por su interpretación espiritual de la Biblia, en contraste con su propia predilección por una hermenéutica histórica. Basándose en el texto, «El que creyere y fuere bautizado se salvará», se opusieron al bautismo de infantes, aunque no por eso comenzaron a rebautizar creyentes adultos.

Por su participación en este grupo revolucionario, Muntzer fue despedido de Zwickau el 15 de abril de 1521, pero reapareció en Praga dos meses más tarde. Allí compartió su mensaje, mediante sus sermones y un tratado. La pobreza del pueblo le daba ocasión para sus ataques contra sus opresores, los letrados y los sacerdotes. El empobrecimiento espiritual de todas las clases, debido a la traición de los clérigos, los eruditos y los sacerdotes, era motivo de gran preocupación para Muntzer. Citaba al escritor primitivo, Hegesipo, para señalar que la prostitución de la Iglesia primitiva se debió a la opresión de sus autoridades religiosas. Como remedio proponía que el pueblo eligiera a sus propios pastores que, a su vez, debían rendir cuentas a sus congregaciones de laicos fieles. Durante su estadía en Praga, parece haber adoptado una visión milenarista del desenlace de la historia, en la que los elegidos podían recurrir —justificadamente— a la violencia a fin de instaurar el nuevo orden.

Luego de una extensa itinerancia por Alemania, se le permitió servir provi­sionalmente en la iglesia de Allstedt. Su principal aporte consistió en la inau­guración de una liturgia realmente notable en el vernáculo que permitía una amplia participación congregacional en el culto. Aconsejaba el aplazamiento del bautismo de niños hasta que estuvieran mayores, pero nunca llegó a proponer el rebautismo de los adultos. Sin embargo, con el tiempo reaparecieron los elementos sociales de su programa. Se puso a formar una banda secreta destinada a ejecutar, en el momento oportuno, «el pacto eterno de Dios». Y afirmaba que la cruz del sufrimiento forma parte de la vida de los elegidos.

El 13 de julio de 1524 fue invitado a predicar un sermón ante los príncipes, Juan y Juan Federico, junto con un grupo selecto de funcionarios del castillo y de autoridades municipales. Basándose en el texto de Daniel 2, Muntzer ex­hortó a los príncipes a cumplir el santo propósito de Dios como ejecutores de su ira contra los impíos y como protectores de sus santos revolucionarios. «¡Oh, amados señores, cómo quebrantará el Señor las viejas vasijas con una vara de hierro! Por eso, amadísimos y estimados príncipes, recibid vuestro juicio directamente de la boca de Dios y no os dejéis desorientar por vuestros hipócritas clérigos ni seáis detenidos por una falsa consideración e indulgencia. Porque la piedra arrancada, no con mano, de la montaña ha crecido. Los pobres laicos y campesinos la ven con mucha mayor claridad que vosotros. Sí, alabado sea Dios, se ha vuelto tan grande, que si otros señores o vecinos quisieran perseguiros por causa del evangelio, serían combatidos por su propio pueblo. … De la misma manera es necesaria la espada para aniquilar a los impíos. Pero, para que eso ocurra en forma recta y ordenada, deberán hacerlo nuestros estimados padres, los príncipes, que confiesan con nosotros a Cristo. En cuanto no lo hagan, la espada les será quitada. … No hay otra manera en que la Iglesia Cristiana vuelva a sus orígenes. Hay que arrancar la cizaña del huerto de Dios al llegar el tiempo de la cosecha» [16]. Al mismo tiempo, Muntzer les advirtió que si los príncipes se resistían a identificarse con el pueblo, la espada pasaría de sus manos a las del pueblo.

Muntzer pensaba que un inminente acuerdo entre los mineros y las autori­dades vislumbraría la realización del sueño escatológico de la igualdad de posesiones. Esperaba la restauración terrenal de esa Iglesia primitiva en la que todos eran iguales en la posesión común de los dones espirituales y tam­bién de los bienes materiales. Muntzer soñaba con la restauración de una comunidad de bienes a fin de satisfacer las necesidades materiales de los hombres y liberarlos también de su preocupación por las cosas de este mundo. «Frente a la usura, los impuestos y los alquileres nadie puede tener fe» [17]. Todo esto era demasiado revolucionario y las autoridades le llamaron la atención. Pero no le fue posible permanecer en Allstedt. Salió en la oscuridad de la noche, el 7 de agosto de 1524, para unirse a la rebelión de los campesinos.

La ciudad de Mühlhausen se convirtió en la nueva sede del movimiento rebelde de mineros y campesinos, y la predicación de Muntzer les inspiró con el sentido de misión como agentes del juicio divino que los príncipes habían rechazado. Muntzer no fue quien organizó el movimiento, pero sin su inspira­ción probablemente hubieran desistido. Tras el desenlace trágico en la batalla de Frankenhausen, Muntzer fue capturado, torturado, ejecutado y sus restos fueron expuestos como lección para todos.

Ninguna de las tres tentativas radicales en tierras luteranas dejó una expresión concreta, ya fuera en una comunidad o en cambios sociales. Sin embargo, mediante sus ejemplos y sus escritos contribuyeron a inspirar otras expresiones radicales en otros tiempos y lugares de Europa. En el otoño de 1524, un grupo de zwinglianos radicales, que se identificaron a sí mismos como «siete nuevos jóvenes «Muntzer» contra Lutero», en una carta escrita a Muntzer, cuando éste ya se encontraba entre los campesinos, dijeron: «Tampoco hay que proteger con la espada al evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerla por sí mismos como —según sabemos por nuestro hermano— ­tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos» [18]. De los tres, sólo Muntzer intentó crear una alternativa contra la corriente, pero al recurrir a la coacción violenta traicionó su propia visión, realmente radical, de esa comunidad alternativa de los pobres y desheredados que no requiere la coacción para establecerse ni para perpetuarse.

La guerra de los campesinos [19]

Durante la Edad Media hubo brotes esporádicos de rebelión campesina en la Europa central. En tierras de habla alemana los campesinos lucharon por conservar los fueros antiguos contra la creciente introducción del derecho romano (el código de Justiniano), que presentaba una amenaza para las li­bertades tradicionales de los pequeños agricultores en zonas rurales que de­pendían de las ciudades imperiales y de los territorios eclesiásticos. La situación era especialmente crítica donde los monasterios, con sus vastas posesiones de tierras, dependían del dócil servicio de sus campesinos y siervos feudales y apretaban de manera creciente sus controles sobre ellos. En este contexto, los campesinos apelaban, muchas veces en términos cristianos, a los fueros tradicionales de la ley germánica «común» que se caracterizaba por su notable respeto para los derechos y deberes del pueblo común.

La así llamada gran guerra de los campesinos estalló en junio de 1524 en las cercanías de Schaffhausen, en la Selva Negra en el suroeste de Alemania. En la primavera de 1521, Baltasar Hubmaier (1481-1528) había llegado a ser párroco católico en la ciudad de Waldshut. Pero, a partir del verano de 1522, gracias a su lectura de los escritos de Lutero, comenzó un itinerario espiritual que le llevaría, en abril de 1525, al seno del movimiento anabaptista. Así que, cuando estalló la guerra, los campesinos hallaron en Waldshut una congregación de orientación evangélica, cuyo pastor, encaminado hacia una nueva identidad radical, tuvo que refugiarse durante los últimos cuatro meses de 1524 en Schaffhausen.

Los Doce artículos de los campesinos, publicados el 12 de marzo de 1525, nos ofrecen un resumen de las consecuencias concretas que los campesinos habían sacado de su nueva comprensión del evangelio, que debían en buena parte a las enseñanzas de Martín Lutero. En su revisión, los campesinos habían contado con la ayuda del pastor anabaptista de Waldshut, Baltasar Hubmaier, quien había pasado cuatro meses refugiado entre ellos. Su redacción final fue la obra de un artesano y curtidor laico de Suabia, Sebastián Lotzer.

  1. Es nuestra humilde petición y deseo … que la comunidad entera tenga el derecho de elegir y nombrar a su pastor, y que tenga el derecho de despedirlo en el caso que no se comportara bien. El pastor así llamado debe enseñarnos el evangelio puro y simple, sin añadir doctrina u ordenanza humana.

  2. Ya que el diezmo está establecido en el Antiguo Testamento y cum­plido en el Nuevo, estamos dispuestos a pagar un diezmo justo del grano. … Según la Palabra de Dios, debe entregarse a Dios para usarse entre los Suyos. … Lo daremos a nuestros ancianos, nombrados por la congregación para su distribución al pastor y a su familia … Y lo que queda se repartirá entre los pobres.

  3. Ha sido la costumbre hasta ahora que los hombres nos posean como su propiedad particular, cosa realmente lamentable cuando consideramos que Cristo nos ha comprado y redimido a todos sin excepción, mediante su sangre preciosa, a los humildes, al igual que a los grandes. Así que, es consecuente con las Escrituras que estemos libres, y eso es nuestro deseo. No de una manera absoluta … sino para sometemos a los mandamientos, amando al Señor nuestro Dios y a nuestro prójimo.

  4. Hasta ahora ha sido la costumbre que ningún pobre puede cazar … ni pescar … cosa que nos parece inconveniente y muy poco fraternal, y aun egoísta y contraria a la Palabra de Dios. … Si alguno tiene derecho a las aguas … no lo tomaremos a la fuerza, pero sus derechos deben ejercerse de una manera cristiana y fraternal.

  5. Estamos atribulados por la cuestión de la leña, pues los nobles se han apoderado ellos mismos de los bosques. Debe ser el privilegio de todo miembro de la comunidad servirse de la leña que necesita para su casita.

  6. Nuestra sexta queja tiene que ver con los servicios excesivos que se nos exigen y que aumentan de día en día. Pedimos que este asunto se tome bajo consideración … pues nuestros antepasados sirvieron sólo de acuerdo con la Palabra de Dios.

  7. No seguiremos permitiendo que nuestros señores nos opriman. Los derechos de los señores deben ser acordados entre los señores y los campesinos.

  8. Las tierras que trabajamos no producen las rentas exigidas. Los campesinos de esta manera sufren pérdida y van a la ruina. Suplicamos a los señores que nombren a personas de integridad para inspeccionar las tierras y fijar rentas justas, a fin de que el campesino no tenga que trabajar de balde, pues el obrero es digno de su salario.

  9. La costumbre de cambiar constantemente las leyes nos resulta una carga demasiado penosa. No se nos juzga de acuerdo con la ofensa, sino a veces con malicia, y a veces sin seriedad. En nuestra opinión, debemos ser juzgados según la antigua ley escrita, decidiéndose el caso por sus propios méritos, y no con base en favores.
  10. Nos entristece que ciertos individuos han echado mano a praderas y campos que anteriormente habían sido comunales. Los volveremos a utilizar a menos que hayan sido legítimamente adquiridos.

  11. Eliminaremos enteramente la práctica llamada todfall (el tributo cobrado por los señores feudales a los herederos cuando fallece la cabeza de una familia, dejando así en la miseria a viudas y a huérfanos). No la aguantaremos más, ni permitiremos que se despoje a viudas y huérfanos pues es contrario a la voluntad de Dios.

  12. Nuestra conclusión e intención final es que, si alguno de estos artículos no está de acuerdo con la Palabra de Dios —cosa que no creemos— ­lo retiraremos con gusto en cuanto se nos compruebe, mediante una clara explicación de las Escrituras, que no concuerdan con la Palabra de Dios. … La paz de Cristo sea con todos nosotros [20].

Afortunadamente, la «unión cristiana» campesina, formada bajo el liderazgo de Lotzer, al declarar que no tenía intenciones de recurrir a la fuerza, mitigó una situación potencialmente peligrosa. El 17 de abril de 1525 firmaron una paz en que algunos de los reclamos campesinos fueron aceptados, de este modo terminó la primera fase de la guerra.

La segunda fase de la guerra brotó en una de las aldeas de Rothenburgo, ciudad imperial de Franconia, el 21 de marzo de 1525. Carlstadt, que se en­contraba refugiado en la ciudad, se abstuvo de participar en el tumulto social y se limitó a predicar la justicia social y a aconsejar la moderación evangélica.

A pesar de una exaltación creciente entre los campesinos, quienes desoyeron sus consejos, Carlstadt perseveró con la esperanza de mitigar los excesos en el movimiento. Al final, temiendo por su propia vida, se escapó de la ciudad. Mientras tanto, en Francfort, donde Gerardo Westerburg se había solidarizado con los campesinos, se pudo evitar un derramamiento de sangre, gracias a la disposición de las autoridades, que accedieron a algunas de las demandas campesinas, en cambio por el destierro de Westerburg.

En Mühlhausen, en la zona de Turingia, Muntzer había estado activo predicando el advenimiento de un nuevo orden, precedido por la destrucción de los infieles y enemigos de Dios. Se veía a sí mismo como un guerrero-sacerdote, y firmaba sus cartas, «Tomás Muntzer con la espada de Gedeón». Median­te sus predicaciones, Muntzer pronosticaba una gloriosa victoria e instaba a los campesinos a «no dejar que se enfríe la espada de los santos». Cuando la situación se torno más tensa, Felipe de Hesse movilizó sus tropas contra los campesinos acampados en Frankenhausen. Tras una escaramuza inicial en que parecían dominar los campesinos, Felipe les ofreció la paz, a cambio de la entrega de Muntzer, oferta que fue rechazada. Luego, aprovechando la confusión indecisa de los campesinos, las tropas de los príncipes diezmaron las filas campesinas en una matanza espantosa, culminó así una campaña que dejó un saldo de unos cien mil campesinos muertos.

Por su parte, Lutero escribió inicialmente una carta en la que culpaba tanto a los príncipes como a los campesinos por la situación y les llamaba a mediar sus diferencias. Luego, ante la creciente amenaza campesina, escribió una segunda carta —severamente dirigida contra los campesinos— en ella conminaba a las autoridades, «Que todo aquel que puede, hiera, mate, apuñale, en secreto o abiertamente, recordando que no hay nada tan ponzoñoso, dañino, ni diabólico como un rebelde. Es así como cuando uno tiene que matar a un perro rabioso» [21]. Después de la conflagración escribió una tercera carta abierta para responder a la lluvia de protestas y dudas, a la luz del desenlace final.

Los campesinos y los anabaptistas [22]

La protesta campesina de 1524-1525 fue una clara expresión de cristianos que reclamaban justicia social. Se trataba de un movimiento de inspiración cristiana. Las doctrinas protestantes de la autoridad de la Biblia y de la libertad evangélica contribuyeron a la creación de una nueva visión social entre los campesinos. Luego de intentos de diálogo y consejos fallidos a la moderación evangélica, estalló la violencia que fue aplastada con una violencia aún mayor, dejando intacto el sistema feudal y conservando sin cambios el monopolio oficial-clerical en cuestiones de fe y vida. Entre todas las agrupaciones cristianas de la época, fueron los anabaptistas los que mostraron más afinidad con el movimiento de los campesinos. Entre los radicales en las tierras luteranas que, de una forma u otra, expresaron su compasión y simpatía hacia los campesinos estaban Hubmaier, Carlstadt, Strauss, Westerburg, Juan Hut, el evangelista anabaptista itinerante, Melchor Rinck, líder y mártir anabaptista en Hesse, Clemente Ziegler, predicador laico y dirigente campesino en Alsacia, y otros.

Para nuestra evaluación de las relaciones entre los campesinos y los anabaptistas, es importante destacar el hecho que, después de que la sublevación campesina fuera aplastada por las autoridades, muchos de los que simpatizaron con el movimiento al parecer se incorporaron a los conventículos clandestinos de los anabaptistas. El notable crecimiento de las congregaciones anabaptistas, precisamente en las áreas donde la sublevación campesina había sido violentamente reprimida, indica esa probabilidad. Dentro de estas comunidades voluntarias, caracterizadas por una economía compartida y justicia social, los sobrevivientes de la lucha campesina pudieron concretar sus aspiraciones. Su visión truncada pudo realizarse mediante su adhesión a los conventículos perseguidos de los anabaptistas. Las semejanzas —al igual que las diferencias— entre los campesinos y los anabaptistas son notables.

Ambos grupos insistían en que el evangelio es pertinente en lo social y en lo económico. Por su parte, Lutero había reprochado a los redactores de los Doce artículos por haber basado sus reclamos de justicia en el evangelio. Ambos grupos protestaron por el pago de los diezmos —que sólo aumentaban más las riquezas de la iglesia establecida— y la cobranza de los intereses —que servían para oprimir aún más a los pobres. Los campesinos dijeron estar dispuestos a seguir haciendo sus pagos, siempre que el producto fuera utilizado para el sostén de sus propios pastores y el socorro de los pobres. Los anabaptistas hicieron lo mismo mediante sus propias estructuras eclesiales libres. Ambos grupos rechazaron las estructuras que perpetuaban las diferencias sociales. Entre los campesinos esto significaba que los prados y las aguas comunes no debían ser reservados sólo para la nobleza, sino dedicados, sin distinción, para el disfrute de aquellos que los necesitaran. Entre los anabaptistas, esta actitud condujo también al rechazo del uso de títulos de honor, y a la creación de estructuras congregacionales más fraternales.

Ambos grupos reclamaron el derecho a la libertad. Para los campesinos esto significaba una liberación de la servidumbre. Para los anabaptistas también incluía una libertad de pensamiento y de acción, libres de coacción. Ambos grupos procuraron la independencia del control de la iglesia establecida. Los campesinos reclamaron el derecho a llamar y despedir a sus propios pastores, a fin de poder oír la auténtica Palabra de Dios. Los anabaptistas, no sólo reclamaron este derecho, sino que se pusieron a practicarlo en sus congrega­ciones clandestinas.

Ambos fueron movimientos de resistencia a la autoridad establecida, eclesiástica y secular. Los campesinos se opusieron a las crecientes demandas económicas de los señores feudales. Los anabaptistas se opusieron a la mane­ra en que las autoridades, tanto católicas como protestantes, les exigían una obediencia incontrovertible, mediante un juramento de lealtad. Su compromiso con Cristo también les llevó, en ciertos casos, a la desobediencia, tanto eclesiástica como civil.

Ambos grupos deseaban alcanzar por vías no-violentas cambios radicales que condujeran a una mayor justicia e igualdad sociales. En el caso de los campesinos, finalmente fueron incitados a la violencia por ciertos visionarios apocalípticos en su medio. En el caso de los anabaptistas, tras cierta ambivalencia manifestada en los primeros años del movimiento, y una notable excepción diez años después en la ciudad de Munster en el noroeste de Alemania, prevaleció la convicción de que la comunidad de Cristo —por de­finición— no puede hacer depender su existencia, ni su supervivencia, sobre su capacidad para coaccionar.

Al igual que otros movimientos radicales anteriores, los campesinos y los anabaptistas aprendieron, en el crisol de la represión violenta, a formar comunidades alternativas en que podían dar expresión, contra la corriente predominante, a su nueva visión. La vida comunitaria y la misión, asumidas por los anabaptistas, fueron resultado de su nueva visión del evangelio.

 


1. John Howard Yoder, comp.: Textos escogidos de la reforma radical, Buenos Aires, La Aurora, 1976, pp. 85-86.

2. George Huntston Williams: La reforma radical, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 61.

3. Yoder, op. cit., pp. 52-53.

4. Ibíd., pp. 57-58.

5. Ibíd. , p. 63.

6. Ibíd., p. 75. La firmeza de Carlstadt les agradó a los zwinglianos radicales en Suiza. En el otoño de 1524 escribieron que «te consideramos a ti y a Carlstadt como los más puros pregoneros y como los predicadores de la más pura Palabra divina. … Esperamos muchas cosas buenas de Jacobo Strauss, y algunos otros, que son tenidos en poca estima por los negligentes escribas y doctores de Wittenberg». (Conrado Grebel, y otros: «Cartas a Tomás Muntzer», Ibíd., p. 136).

7. Ibíd., pp. 16-17.

8. Ibíd., p. 90.

9. Ibíd., p. 91.

10. Ibíd., pp. 91-92.

11. Ibíd., p. 92.

12. Ibíd. , p. 92.

13. Ibid., pp. 92-93.

14. Ibid., p. 93.

15. Véase Williams, op. cit., pp. 66-80.

16. Yoder, op. cit., pp. 111, 114-115.

17. Williams, op. cit., p. 79.

18. Yoder, op. cit., pp. 142,138.

19. Véase Williams, op. cit., pp. 81-109.

20. Lowell H. Zuck, ed.: Christianity and Revolution. Radical Christian Testimonies 1510-1650, Filadelfia, Temple University, 1975, (Documents in Free Church History), pp. 14-16.

21. Robert C. Schultz, ed.: Luther’s Works, vol. 46, Filadelfia, Fortress, 1967, p. 50.

22. Véase Juan Driver: Contracorriente. Ensayos sobre la eclesiología radical, Gua­temala, Semilla-CLARA, 19942, pp. 141-144.