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El reino al revés The Upside-Down Kingdom
La tradición oral ¿Por qué el ministerio de Jesús provocó tal choque con las autoridades religiosas? Jesús vivió en un mundo regido por el Antiguo Testamento y las enseñanzas de Moisés. Jesús no vino para abrogar o escarnecer la ley; vino para cumplirla. Si Jesús confirmó la ley, ¿por qué colisionó con los líderes religiosos? La respuesta la encontramos en su actitud hacia la ley oral. Jesús respaldó la Torah, los cinco libros de Moisés, pero desechó algunas partes de la tradición —o ley— oral. Él consideraba que la ley oral tenía menos autoridad que las Escrituras. Esto provocó la ira de los fariseos. Tal vez porque la iglesia primitiva enfrentó gran oposición por parte de los fariseos, los escritores de los evangelios enfatizaban el antagonismo entre Jesús y esta secta. Un breve estudio de la ley oral nos ayudará a comprender la naturaleza del conflicto. En el tiempo de Jesús existían dos Torahs, dos tipos de ley religiosa. Tanto los saduceos como los fariseos aceptaban la Torah escrita, compuesta de los cinco libros de Moisés, como la santa ley de Dios que contenía los mandamientos dados a Moisés en el monte Sinaí. Pero también existía la Torah oral, una ley no escrita, transmitida de boca a boca, de generación en generación. Los escribas habían desarrollado la ley oral y en el tiempo de Jesús los fariseos la obedecían al pie de la letra. La ley oral evolucionó en tres etapas diferentes: Midrash, Mishnah y Talmud. El primer paso, o Midrash, emergió cuando los judíos regresaron a su tierra después de la cautividad de Babilonia. El Midrash era un comentario que explicaba, versículo por versículo, los textos de las Escrituras. Después de cada versículo se encontraba una interpretación, por ejemplo, en Levítico 19:13 la ley escrita dice: No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero hasta la mañana. El comentario en el Midrash inmediatamente después de este versículo dice:
De esta manera, el Midrash proveía un comentario, versículo por versículo de los cinco libros de Moisés. Todo este vasto cuerpo fue preservado oralmente, transmitiéndolo de boca a boca, palabra por palabra por generaciones, hasta que fue escrito después del tiempo de Jesús. La segunda etapa de la interpretación emergió dos siglos antes del nacimiento de Jesús. Culminó unos cuatro siglos más tarde (alrededor del año 200 d.C.), conforme las tradiciones orales fueron gradualmente escritas en el Mishnah. Esto provocó feroces controversias, puesto que muchos rabinos consideraban que escribir la ley era lo mismo que quemarla. Eventualmente este cuerpo de sabiduría y ley fue expandido en una tercera etapa, el Talmud. Esta colección final de las leyes orales se convirtió en el libro fundamental del judaísmo, comparable al Nuevo Testamento cristiano. La ley oral, o «tradición de los ancianos» (Marcos 7:5) aclaraba e interpretaba la palabra escrita. Al principio la tradición oral estaba subordinada a la autoridad de las Escrituras; pero a lo largo de los años, la autoridad de la ley oral creció. Con el tiempo se llegó a decir que Dios también había dado la ley oral a Moisés y que la providencia divina la había preservado a lo largo de las generaciones. La tradición oral pronto asumió igual, si no mayor, autoridad que la palabra escrita. El alcance y el detalle de la ley oral es sorprendente. ¡Una compilación escrita del Mishnah tiene alrededor de 700 páginas en letra de imprenta pequeñao [2]! Los escribas y fariseos la aprendían de memoria. No es de extrañar que la vida entera del escriba estuviera dedicada a su estudio y memorización. El Mishnah está organizado en seis grandes divisiones llamadas órdenes. Cada orden contiene de siete a doce subdivisiones llamadas tratados. Estos se dividen en unos 523 capítulos. Finalmente, cada capitulo contiene de cinco a diez párrafos legales [3]. El Mishnah cubre toda la gama de preguntas que puedan surgir sobre legislación civil y religiosa; por ejemplo: ¿Pueden orar los obreros que están encaramados en un árbol o en la parte superior de una pared? ¿Pueden abrirse canteras o pozos durante el año sabático? Si uno está desnudo y ofrece una ofrenda de harina de centeno en su propia casa, ¿es inmunda la ofrenda? ¿Amarrar un nudo es un trabajo que viole el sábado? ¿Puede un hombre divorciarse de su mujer porque ella quemó una comida? ¿Cuál es la sentencia de muerte apropiada para alguien que blasfeme? ¿Quemarlo en la hoguera, lapidarlo, decapitarlo o estrangularlo? Si un hombre toca un ratón, ¿se vuelve ceremonialmente inmundo? Si un perro come la carne de un cadáver y luego se echa en el quicio de la puerta de una casa, ¿se vuelve inmunda la casa? Y sigue, el Mishnah deletreando los «debes» y «no debes», las finas lineas ente lo sagrado y lo profano. Como una santa bola de nieve, la tradición oral creció más y más a lo largo de los siglos. Fariseos progresistas Los fariseos, al contrario de los saduceos, aplicaban la ley oral a la vida diaria. Su intención era buena. Los fariseos creían que la fe religiosa debía permear todos los aspectos de la vida. A través del cuidadoso examen de las Escrituras, trataban de prescribir la conducta correcta para toda circunstancia. No querían que la ley de Moisés se volviera un libro estéril, desapegado de la vida [4]. En contraste, los saduceos afirmaban la autoridad de la ley escrita, pero no la aplicaban a las situaciones reales de su vida. Eran capaces de recibir con beneplácito la presencia romana y aceptar la influencia de culturas extranjeras, porque los libros de Moisés parecían tan lejanos y sin importancia. Al adherirse a la palabra escrita y a algunos rituales y regulaciones orales, los saduceos se excusaban de la obediencia diaria de la ley; por lo tanto, podían piadosamente operar el templo de Jerusalén mientras coqueteaban con los romanos. Los fariseos, por otra parte, eran muy cuidadosos acerca de la práctica fiel. Mostraban sumisión al pacto mosaico al obedecer la ley oral. Obedecían cuidadosamente las reglas tocantes a la pureza ritual y el diezmo. Escrupulosamente observaban muchas regulaciones piadosas, esperando que algún día todo el pueblo judío seguiría su ejemplo. La visión de los fariseos era, en resumen, la de una nación santa, una nación de sacerdotes [5]. El término fariseo lleva una connotación negativa, que sugiere hipocresía y justicia propia. En el contexto de su tiempo, sin embargo, ¡los fariseos eran progresistas sinceros! Ellos verdaderamente querían que la visión mosaica floreciera en la vida corporativa del judaísmo. En términos generales, cuatro grupos reaccionaban en forma diferente a la situación política de Palestina. Los esenios eran un grupo sacerdotal sin poder. Se retiraron a comunidades separatistas que vivían en las cuevas cerca del mar Muerto. Tenían la esperanza de reemplazar, algún día, a los saduceos en la administración del templo. Los patriotas rebeldes trabajaban por derrocar a los romanos por medios violentos. Los saduceos condescendían, colaborando gustosamente con los romanos con el fin de mantener el status quo por conveniencia económica. Eran, en muchas formas, representativos de los conservadores políticos, económicos y religiosos. Mientras tanto, los fariseos trabajaban diligentemente por la santidad del pueblo judío. Vivían en una tensión creativa. Trataban de establecer un delicado equilibrio entre vivir una vida retirada, la revolución y la condescendencia. En medio del tumulto, se aferraban obstinadamente a su visión de una nación santa y sacerdotal. El Jesús irreverente La irreverencia de Jesús propone una fascinante interrogante. ¿Por qué desdeñó el ritual religioso? ¿Por qué menospreció la ley civil? Quebrantó las normas de piedad al trabajar el sábado, tuvo en poco la pureza ritual al asociarse con personas de mala reputación y al limpiar el templo. Exploraremos el significado de estos cuatro actos de provocación y luego resumiremos la critica verbal de Jesús contra los fariseos [6]. La violación de las normas del sábado fue definitivamente irritante. ¡Indudablemente él conocía la ley! El descanso del sábado era parte de los Diez Mandamientos. Era símbolo del respeto y adoración a Dios, era una característica distintiva de la fe judía, que separaba a los hebreos del resto del mundo. Los judíos cuidadosamente lo consagraban para la adoración sagrada. La transgresión de la ley del sábado era un asunto muy serio. Los transgresores recibían la pena de muerte. Los que quebrantaban el precepto del sábado después de haber recibido una amonestación, eran lapidados. Jesús demolió algunas de las tradiciones humanas alrededor del sábado, pero no destruyó el principio del sábado. Es más, lo defendió [7]. Los cuatro evangelios registran el desafió de Jesús al sábado. Mateo y Marcos registran dos violaciones: arrancar espigas y sanar a un enfermo (Mateo 12:1-14; Marcos 2:23-3:6). Lucas observa cuatro controversias (Lucas 6:1-11; 13:10-17; 14:1-6). Juan 5:2-18 registra una curación efectuada el sábado. Mateo, Marcos y Lucas trazan una secuencia de cinco pasos. Primero: Jesús defiende a sus discípulos por arrancar espigas en sábado. La ofensa no es robar. A los viajeros y a los pobres les era permitido tomar el grano en los sembrados. El insulto consistía en trabajar (cortar el grano en el sábado). Segundo: Los fariseos discuten la violación con Jesús y, de acuerdo a la ley judía, le advierten de su transgresión. Tercero: Lo vigilan (Marcos 3:2) para ver si lo atrapan una segunda vez violando esta ley, en cuyo caso sería castigado con la pena de muerte. Cuarto: Aun después de la advertencia, profana otra vez el sábado, esta vez sanando a un hombre que tenía la mano seca. La tensión aumenta. Marcos dice: «Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones» (Marcos 3:5). En el quinto y último paso, los fariseos urden planes para destruirle. Jesús súbitamente se retira del área, aparentemente huyendo para salvar su vida. Lucas reporta dos sanaciones adicionales efectuadas en sábado. ¿Por qué Jesús era tan audaz? ¿Por qué persistió en su comportamiento irrespetuoso? ¿Por qué jugaba con la muerte? ¿Por qué Jesús ataca la tradición oral, poniendo en peligro su propia vida? Los enfermos habían estado en esa situación por muchos años. ¿Por qué no esperar cortésmente un día más hasta que hubiera pasado el sábado? Jesús sabía muy bien la pena que la ley imponía. A pesar de una segunda advertencia, sigue sanando en sábado, ¿por qué? El propósito de Jesús era herir de muerte el corazón de la tradición oral. Aunque los Diez Mandamientos prohibían trabajar el sábado, la ley oral había legislado un meticuloso sistema de reglas para la observancia del sábado. El Mishnah contiene 36 páginas escritas de reglas, divididas en 243 párrafos. Un párrafo enumera 39 tipos de trabajo prohibido: arar, sembrar, hornear, hilar, atar un nudo, escribir o borrar dos letras del alfabeto, extinguir un fuego, encender un fuego, pegar con un martillo, etc [8]. Muchos párrafos discuten en detalles las prohibiciones, por ejemplo, los conductores de camellos y los marineros no podían atar nudos en sábado; pero era permitido atar los nudos de redecillas para el cabello, de las sandalias y de los cinchos. Los nudos que se podían desatar con una sola mano, eran permitidos, puesto que no se les consideraba nudos. Era tan malo desatar un nudo, como atarlo. El territorio se dividía en cuatro tipos de espacio: público, privado, neutral y libre. Las reglas del sábado dictaban qué materiales podían ser movidos de un área a otra. Una persona que tirara algo de un lugar privado a un espacio publico o viceversa, era culpable de infringir el sábado [9]. Los ingeniosos estratagemas fueron creados para ignorar la legislación del sábado. No era permitido caminar más de 3,000 pies (poco más de un kilómetro) en sábado. Para eludir esto, durante la víspera podían «establecer residencia» al final de los 3,000 pies permitidos. Establecían residencia en la víspera llevando dos comidas a un lugar que quedara a 3,000 pies de su casa. Comían una comida allí y la otra la enterraban, «estableciendo así residencia». El sábado la gente podía viajara 3,000 pies de su hogar permanente a su «nueva residencia» y luego otros 3,000 pies adicionales. Esta argucia legal duplicaba la distancia que legalmente podían caminar en sábado [10]. El sábado, con sus complicados rituales, simbolizaba el pináculo de la religión institucionalizada. Al violar el sábado Jesús minaba la autoridad de los líderes religiosos, especialmente la de los fariseos. Jesús explicó su comportamiento con estas palabras: «El día de reposo fue hecho por causa del hombre; por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo» (Marcos 2:27-28; Mateo 12:8; Lucas 6:5). El punto es sencillo, pero profundo. El sábado fue diseñado para servir a la gente, para brindar un refrigerio después de seis días de sudor. Su intención es servir a nuestras necesidades físicas, emocionales y psicológicas. El sábado debía ser siervo, no amo. A lo largo de los años este entendimiento se distorsionó, se puso al revés. Conforme crecía la ley oral, también el sábado creció convirtiéndose en un amo esclavizador. El pueblo ya no era su amo, sino su siervo, pues exigía la obediencia a cientos de regulaciones. En lugar de brindar descanso, el sábado era ahora motivo de agitación y enfado. En lugar de recibirlo con beneplácito, la gente prefería los días de trabajo que la liberaba de las cargas del sábado. Esta institución religiosa, cuya intención y propósito había sido noble, se había convertido en un opresor. Entonces vino Jesús, proclamando que él era Señor del sábado, diciendo que él reinaba sobre la tradición y los ritos religiosos. Rehusó inclinarse para adorarlos. Exhortó a los que habían sido esclavizados por la costumbre, a servir únicamente a Dios. No se atreva el pueblo, dijo, a anteponer la tradición al deber de alimentar y sanar a la gente. Repetidamente Jesús colocó la necesidad humana sobre el dogma religioso. Irónicamente observó que los fariseos cuidaban con más esmero a sus animales que a las personas. Si un buey caía en un pozo en día sábado, se apresuraban a sacarlo, pero prohibían que un médico tocara a una persona enferma. Para los fariseos la religión se había convertido en un ritual. Jesús puso la religión al revés al anteponer la compasión al ritual. Manos sucias Para nosotros es difícil comprender la piadosa paranoia judía acerca de la limpieza ritual. La ley del Antiguo Testamento dividía a los objetos, las personas, lugares y a los animales en dos categorías: limpios e inmundos. Los camellos, los tejones, los cerdos, los buitres, las águilas y los insectos alados, para nombrar unos cuantos, eran considerados inmundos. Los cementerios eran tabú. El contacto con una persona o animal contaminado, hacía inmundo un objeto limpio. El Mishnah dedicaba 185 páginas a las leyes relativas a la pureza y al contaminación. Los rigurosos lavatorios ceremoniales antes de cada comida caracterizaban a los fariseos conscientes. Ellos se desinfectaban rigurosamente siempre, en la esperanza de engendrar una nación de sacerdotes purificados [11]. Jesús irritaba a los fariseos al prescindir de los lavatorios ceremoniales. Mateo 15:1-20 y Marcos 7:1-23 registran eventos similares. Fariseos y escribas de Jerusalén viajaron sesenta millas hasta Galilea del norte para interrogar a Jesús sobre el particular. Lucas 11:37-38 observa que los fariseos que invitaron a Jesús a comer quedaron atónitos al verlo comer sin lavarse. Los fariseos ponían mucho énfasis en comer con la gente adecuada, es decir, con aquellos que obedecían las leyes sobre la pureza. También se aferraban a la tradición de los ancianos que exigía lavarse las manos antes de comer. El lavatorio desinfectaba cualquier «suciedad» religiosa adquirida por accidente durante el día. ¿Por qué, se preguntaban los fariseos, descuidaba Jesús el lavatorio purificador? Jesús respondió: «¡Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres ... invalidáis el mandamiento de dios para guardar vuestra tradición!» (Marcos 7:8-9). Citando al profeta Isaías, les dijo que ellos adoraban de labios, pero no de corazón. Enseñaban conceptos humanos como si fuera doctrina divina. O sea que los fariseos habían elevado la tradición oral a un nivel divino. Ellos ya no sólo servían, sino adoraban la tradición oral. Le daban preferencia sobre la Palabra de Dios y aun la usaban como excusa para desobedecer la voluntad de Dios. Un voto religioso llamado corbán ilustra cómo cosas buenas habían sido pervertidas (Marcos 7:10-13). A través del voto llamado corbán, los fariseos alentaban a los hijos adultos a consagrar sus propiedades al templo, en vez de usarlas para sostener a sus padres ancianos. Después que la propiedad era dedicada al templo, ya no podía ser usada para sostener a los padres ancianos. Al cortarles la ayuda económica, se ponía en peligro el bienestar de los ancianos. Jesús condenó el voto corbán que promovía la piedad religiosa a expensas del sufrimiento humano. Las palabras y las tradiciones humanas sobreseían la ley suprema de amor al prójimo. El sistema religioso, operando en el nombre de Dios, irónicamente oscurecía la ley suprema de amor de Dios. Jesús criticó severamente las leyes relativas a la pureza cuando declaró que son las cosas que salen, y no las que entran por la boca las que contaminan al hombre. El chisme, el engaño, el falso testimonio y la difamación contaminan a una persona, no la comida (Mateo 15:18-20). En pocas palabras, Jesús abolió aquellos aspectos de la tradición oral que obstaculizaban el camino de la verdadera santidad. La perfecta limpieza, dijo, ocurre cuando del corazón fluyen acciones de misericordia y de caridad (Lucas 11:41). Amigos sucios Un tercer aspecto del comportamiento de Jesús que provocó a los fariseos fue su amistad con personas inmundas. Los recaudadores de impuestos y los pecadores que ridiculizaban las reglas de la pureza, eran considerados inmundos. Los fariseos, por supuesto, los evitaban; pero Jesús no excluyó a nadie. El comía con los pecadores (Lucas 15:2) y participaba de sus festejos (Marcos 2:15; Mateo 9:10). Esto enfurecía a los fariseos, que lo escarnecían diciendo: «He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores» (Mateo 11:19; Lucas 7:34). Algunos eruditos dicen que el compañerismo que tuvo Jesús con los pecadores y los proscritos fue la señal característica que lo separó de los demás profetas religiosos de su tiempo [12]. En la cultura palestina, invitar a alguien a comer era una señal de honor; simbolizaba paz, confianza, intimidad y perdón. Compartir la mesa significaba compartir la vida. En la cultura hebrea, la comunión en la mesa simbolizaba comunión con Dios. Partir el pan alrededor de la mesa atraía bendiciones corporativas a todos los que participaban de la comida. Al comer con los que la religión rechazaba, Jesús encarna la misericordia divina que fluye para todos y señala su inclusión alrededor dle banquete celestial. En esta forma, él manifiesta públicamente su bienvenida a la comunidad de la salvación a todos los proscritos por la religión hebrea [13]. Al comer con Zaqueo y los demás de su clase, Jesús desafió las normas de la etiqueta religiosa. Su mensaje era obvio: la gente es más importante que las reglas piadosas; pues, dijo, «los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos ... no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores al arrepentimiento» (Mateo 9:12-13; Marcos 2:17). Irónicamente, los líderes «enfermos» que pensaban que estaban sanos, rechazaron al médico. Y los que se sabían «enfermos» reconocieron su necesidad y fueron invitados a festejar con el médico. La piedad religiosa con facilidad se convierte en idolátrica y exclusivista. Escoge a la gente y la introduce en cajas marcadas como profanas o sagradas. Una telaraña de reglas piadosas protege a los «justos» de los estigmatizados. Jesús borró la fina linea que separa lo sagrado de lo profano. Al abrazar a los pecadores, dejó establecido que el nuevo reino da la bienvenida a todos, sin importar su piedad o pecaminosidad pasadas. Fumigando el templo Jesús desafió e irritó a los fariseos, guardianes de la tradición oral, al profanar el sábado, al desdeñar el ritual, y al amistarse con los pecadores. Mas la provocación final de Jesús hostigó a un grupo diferente: a los saduceos. Como vimos, este partido político administraba el gran templo en Jerusalén. Los acaudalados saduceos se beneficiaban del ingreso generado por el templo. Al limpiar el templo, desafió a la jerarquía del templo [14]. El templo era el centro de la adoración hebrea. Una cosa era atacar la tradición oral de los fariseos en Galilea, ¡pero otra muy distinta era dirigir un ataque contra el centro nervioso del poder religioso, político y económico! Los saduceos disfrutaban de confortables conexiones con los romanos. Una cohorte compuesta por 500 a 600 soldados romanos vigilaba constantemente la actividad del templo desde una fortaleza cercana. Jesús había dejado atrás a los dóciles pastores y pescadores de Galilea. Ahora caminaba por los salones del poder en Jerusalén. Los cuatro evangelios registran este acto decisivo. Totalmente consciente que los saduceos lo acusarían de profanación y blasfemia, Jesús se movió desafiante: Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: «¿No está escrito: 'Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones'? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones».
Los cambistas estaban en los atrios del templo [15]. Allí cambiaban monedas comunes por las «puras» requeridas para las ofrendas del templo. Allí también estaban los que vendían ovejas y cabritos para los sacrificios a los peregrinos. El atrio, un lugar de adoración, se había convertido en un lucrativo banco y mercado de ganado. Las mesas se amontonaban en el atrio. El miasma de los animales permeaba todo el ambiente. Nada invitaba a la oración. No sabemos si Jesús corrió a unos cuantos vendedores, o si limpió totalmente el área. Una perturbación de grandes proporciones hubiera activado a la cohorte romana, y hubiera provocado su arresto inmediato. Pero sin importar la dimensión de la limpia, los líderes religiosos ciertamente la consideraron una profanación violenta de los santos atrios de Dios. La acción de Jesús hizo más que abrir el atrio exterior para que los gentiles pudieran orar [16]. Hizo más que volver a enfocar las actividades del lugar santo entre los santos. Implicaba la inminente destrucción del templo, que Jesús había profetizado que ocurriría porque los líderes judíos no aceptaban su mensaje (Mateo 23:38; 24:2). Este flagrante acto de desafío le costó la vida a Jesús. Marcos ubica la limpieza del templo entre los dos episodios relacionados con la maldición de una higuera (Marcos 11:12-14; 20-26). Antes de entrar a Jerusalén para realizar este acto dramático, Jesús vio una higuera. Tenía hambre y buscó higos; al no encontrar ninguno, maldijo la higuera. Un día después del episodio, el árbol se había secado hasta sus raíces. La higuera representa al templo, el centro de la adoración judía. Y así como la maldición secó las raíces del árbol, la purga profética secó las funciones del templo. La audaz acción de Jesús simbólicamente abrió una vez más el templo a los gentiles y señaló que el nuevo reino daba la bienvenida a todos, sin importar raza o nacionalidad. Vemos aquí al profeta, lleno de rico simbolismo, golpeando el centro nervioso de la religión judía. En un acto decisivo, cierra el templo [17], apuntando hacia una nueva era, al tiempo cuando se presentaría una nueva ofrenda, la de su cuerpo como sacrificio perpetuo. Al tiempo cuando el corazón de cada persona sería un vaso para el Espíritu Santo. A los ojos de los judíos este es un acto atrevido; pero el profeta no teme ni a los soldados romanos, ni a las autoridades de los saduceos. Actúa con precisión, golpeando la economía religiosa que oprimía a los pobres por lucro. Jesús no es sólo el Señor del sábado y de la tradición oral; es también Señor del templo. Termina con el ritual de sacrificios para preparar el advenimiento del nuevo reino. ¡Jesús ha regresado al templo! No es un paracaídas milagroso, sino como Señor de su funcionamiento. En un solo momento critica la religión humana y apunta a una nueva era. La purga del templo tuvo consecuencias inmediatas. Dar vuelta a unas cuantas mesas en un mesón escondido hubiera sido bastante malo; pero voltear las mesas en los sagrados atrios, fue un ataque deliberado contra los saduceos. Jesús había desafiado audazmente la autoridad de las familias sacerdotales que administraban el templo por lucro. El sanedrín, esa poderosa corte judía, se reunía a unas cuantas cuadras de distancia. Allá en la Galilea rural, una pequeña blasfemia y un poco de negligencia en la observancia del sábado se podía pasar por algo, ¡pero no aquí! ¡no en el sacro templo! ¡no a las puertas del poderoso sanedrín! ¡no bajo la nariz del sumo sacerdote! ¡La piedad institucionalizada no puede permitir tal irreverencia! En el evangelio de Marcos el complot para asesinar a Jesús ahora se inflama más abiertamente que nunca, desde el choque por el sábado allá en Galilea. Jesús ha galvanizado el odio de los sacerdotes jefes y de los escribas. Deben destruirlo. Jerusalén, el centro de vida y adoración, se convierte en escenario de muerte y venganza. Debido al peligro del antisemitismo y a nuestra creciente comprensión de que Jesús era verdaderamente judío, debemos observar aquí que lo que él critica es la religión humana, no la religión judía. Jesús limpia el templo, no porque fuera judío, sino porque se había corrompido. Si él volviera hoy en la carne, ¿voltearía algunas mesas en nuestros templos cristianos? Piedad pomposa Si no fuera suficiente la irreverencia anteriormente descrita, Jesús amonestó a los líderes religiosos con un cúmulo de juicios y parábolas. Aunque muchas de sus palabras condenaban a los líderes religiosos, algunos pocos lo aceptaron o cultivaron su amistad. Algunos fariseos amistosos advirtieron a Jesús que Herodes Antipas quería matarlo (Lucas 13:31). El fariseo Simón invitó a Jesús a su casa (Lucas 7:36). Nicodemo, un fariseo quien tal vez formaba parte del sanedrín, platicó cálidamente con Jesús una noche (Juan 3:1). Tal vez no tengamos un cuadro objetivo de lo que Jesús dijo acerca de los fariseos, debido a que el conflicto judeocristiano estaba en su apogeo cuando los evangelios fueron escritos. El registro de los evangelios refleja un lado de la historia. Habiendo sido escrito después que los judíos y los cristianos se habían convertido en encarnizados enemigos, los evangelios enfocan a los fariseos bajo una luz negativa. Manteniendo esto en mente, ¿qué es lo que los evangelios registran que Jesús dijo al establishment religioso? La gloria social de los fariseos era lo que Jesús más criticaba. Ellos ofrecían sus sacrificios en el altar del status social. Lo que Dios deseaba y demandaba tenía poca importancia. Lo que contaba era qué apariencia de piedad mostraban ante los demás. ¿Los enaltecerían sus oraciones, ayunos y diezmos a los ojos de sus homólogos? Aunque en Mateo 6:1 Jesús no menciona a los fariseos específicamente, reprende su anhelo por el aplauso social. «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos». En aquel tiempo habían dos clases de piedad pública particularmente irritantes. Se tocaban trompetas en las calles y en las sinagogas cuando los líderes religiosos daban un diezmo, con el propósito de «ser alabados de los hombres». Además los líderes buscaban los mejores asientos en las sinagogas y vestían ropa ostentosa. Cosían largas filacterias y flecos en sus mantos y amaban los asientos de honor en las fiestas. Gustaban de las salutaciones en las plazas (Mateo 23:5-7; Lucas 11:43; 20:46). Marcos 12:40 y Lucas 20:47 dicen que los escribas hacían largas oraciones para lucirse socialmente. Los líderes hacían todas estas cosas, dice Mateo 23:5, «para ser vistos de los hombres». Lucas les llama avaros que se justifican a si mismos delante de los hombres (Lucas 16:14-15). Tal religiosidad, orientada a recibir el aplauso y aprobación de los hombres, es abominación a los ojos de Dios. Juan 12:42-43 registra que algunas de las autoridades y muchos que creyeron en Jesús no lo confesaban por temor a ser expulsados de la sinagoga, «porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios». En el evangelio de Mateo, Jesús critica por igual a fariseos y escribas [18]. Ambos, dice, son como vasijas limpias por fuera, o como sepulcros blanqueados que por fuera se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de inmundicia (Mateo 23:28). En tres de los evangelios sinópticos, Jesús advierte a sus discípulos que se guarden de la levadura de los fariseos (Mateo 16:11-12; Marcos 8:15; Lucas 12:1). Lucas declara que la levadura de los fariseos es la hipocresía. Aunque con frecuencia asociamos la palabra hipocresía con los fariseos, un erudito señala que en realidad no era una verdadera hipocresía. Los fariseos eran sinceros y devotos. El asunto es acerca de qué eran sinceros [19]. El ataque verbal contra los fariseos continúa. Hablan pero no obran, predican pero no practican, teologizan pero no obedecen. Se consumen en los detalles de limpiar las vasijas, y se olvidan de la agonía de los pobres y enfermos. En un comentario satírico, Jesús amonesta a la multitud: «Todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen» (Mateo 23:3, énfasis añadido). En otra oportunidad, después que los ancianos habían cuestionado su autoridad, Jesús enfatizó el mismo punto en una mordaz parábola (Mateo 21:28-31). «Un hombre tenía dos hijos y les pide que vayan a trabajar a su viña. El primero dijo: “No quiero”, pero después arrepentido, fue. Y acercándose el otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: “Si, señor, voy”. Y no fue». Los líderes religiosos eran como los hermanos del hombre rico en la historia de Lázaro. Tenían a Moisés y a los profetas, pero se rehusaban a practicar el jubileo. Se recordaban de las cosas triviales, pero se olvidaban de la justicia, de la misericordia y de la fe. Trataban insensatamente de colar un mosquito que había caído en su té, pero se tragaban un camello (Mateo 23:23-24; Lucas 11:42). Observaban las regulaciones piadosas, pero devoraban las casas de las viudas (Lucas 20:47; Marcos 12:40). Con el voto del corbán pervertían la ley del amor al empujar a los ancianos a la pobreza (Marcos 7:9-12). Su elocuencia no producía ninguna acción y su dulce charla piadosa disimulaba su injusticia económica, mientras seguían felices su camino diezmando las hierbas. Cuán grande es él La cuidadosa observancia del dogma religioso engendra orgullo. Los fariseos eran como la persona que canta «Cuán grande es él», mirándose al espejo todas la mañanas. En una pequeña parábola Jesús condena su arrogancia [20]. Un publicano y un fariseo suben al templo a orar (Lucas 18:9-14). El devoto halla su lugar prominente y ora consigo mismo con acción de gracias. Agradece a Dios porque él no es como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros. Con el rabo del ojo ve al publicano y se siente muy agradecido de no estar contaminado como el cobrador de impuestos que roba a los pobres. El fariseo ofrece a Dios sus obras justas. Aunque la ley demanda un día de ayuno al año en el Día de la Expiación, voluntariamente ayuna cada lunes y jueves. Paga su diezmo sobre todo lo que compra en la tienda. Si el agricultor ya pagó diezmo sobre sus productos, él vuelve a diezmar para asegurarse que todo lo que usa es santo. Este hombre representa el epítome de la ortodoxia hebrea. Está en la cima de la escalera religiosa. En contraste, el publicano, excluido de la sociedad por la gente decente, es considerado un ladrón, sin ningún derecho civil. Apenas llega a estar en el fondo de la escalera social. Permanece en el umbral del atrio exterior, no atreviéndose a llegar hasta un lugar prominente. En contraste con el orgulloso fariseo, el recaudador de impuestos no se atreve a levantar sus ojos al cielo., sino que se golpea el pecho, en señal de profundo arrepentimiento. Clama a Dios desesperado, anonadado por el abismo que los separa. Su arrepentimiento no se reduce a sonrisas salameras; implica abandonar su profesión y comenzar de nuevo. Implica devolver quintuplicado el valor de lo que ha robado a la gente. Ni siquiera se acuerda a cuantos ha engañado. Es una situación imposible que lo hace clamar por misericordia. Súbitamente, golpea el movimiento al revés. En una reversa sorprendente, el publicano penitente es alabado, no el devoto fariseo. Ese delincuente social, ese traidor a la nación, ha hallado gracia ante Dios. El Todopoderoso ha aceptado el sacrificio del recaudador de impuestos, sacrificio nacido de un corazón contrito y humillado. Regresa a su casa justificado. Este razonamiento al revés asombró a la audiencia de Jesús. Aquellos que arrogantemente confían en sí mismos y desprecian a otros, han rechazado a Dios, a pesar de su apariencia religiosa. La adoración centrada en el yo, juzga a los demás, en vez de hacer un inventario personal. Al compararse con otros, genera una piedad falsa. Las púas de la parábola hirieron a los soberbios fariseos. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas ... Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni estáis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.
En contraste con la pesada carga de reglas que aplastaba a los judíos devotos, Jesús ofrecía una carga ligera; «Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:30). En su esfuerzo de traducir los cinco libros de Moisés a la vida práctica, erróneamente habían tirado la llave al reino. Se habían encerrado bajo llave adentro de la sinagoga de su propio ritual y habían excluido a otros. La religión ceremonial no sólo acentúa el ritual; también crea una brecha entre los que están adentro y los que están afuera. Los últimos serán los primeros Muchas de las parábolas de Jesús sirven para defender el evangelio. Su aceptación de los pecadores encarnaba las buenas nuevas. Los líderes religiosos estaban indignados de que Jesús recibiera con beneplácito en el reino a los tipos inmorales, a los estafadores y a los adúlteros. Los «pecadores» ordinariamente carecían de derechos civiles, no podían desempeñar cargos públicos, ni atestiguar en un juicio. «Pecadores» eran los recaudadores de impuestos, los pastores, los vendedores ambulantes, los curtidores, y otros que desempeñaban oficios impuros [21]. El mensaje de Jesús en numerosas parábolas es claro. La organización religiosa puede apartar a estas personas del reino, pero Dios les ama. Jesús les manifiesta su amor al sentarse a la mesa con ellos, a pesar del desdén de los principales fariseos. Añadiendo insulto a la injuria, el atildado rechazo de los fariseos no es un asunto trivial. Las cosas deben voltearse al revés. Eventualmente, ellos podrían quedarse fuera, mientras que los pecadores arrepentidos estarían invitados a la mesa de banquete con los profetas. Sí, Dios tiene cuidado de estos parias sociales. En cuatro relatos Jesús muestra cómo la compasión perdonadora de Dios llega hasta los que están perdidos y hasta los rebeldes que están afuera. Jesús compara a Dios con un padre que espera día tras día que su hijo rebelde vuelva a casa. Cuando regresa, el padre lo abraza y lo besa, y aun da una fiesta en su honor (Lucas 15:11-24). Dios es como una mujer que barre hasta el último rincón de su casa hasta encontrar una moneda perdida (Lucas 15:8). Dios puede compararse con un pastor que busca a su débil oveja extraviada en el monte, y la encuentra atrapada entre espinos (Lucas 15:3-5). O bien, Dios es un agricultor que cuida tanto de los obreros que trabajaron una hora que les da un día entero de salario que, indudablemente, no se merecían (Mateo 20:1-16). Las parábolas van dirigidas contra los pesos pesados religiosos: La actitud de ustedes es totalmente opuesta a la de Dios. Ustedes son como el hijo mayor que se queja porque el padre celebra con fiesta el retorno de su hijo menor (Lucas 15:25-32). Ustedes son como los jornaleros que han trabajado todo el día, y al recibir el pago prometido, se ofenden porque los que llegaron de último recibieron lo mismo (Mateo 20:11-16). Ustedes son como los labradores de una viña que rehusaron entregar el fruto de la viña al propio dueño. Ustedes asesinaron a otros siervos que él mandó y finalmente tuvieron la audacia de matar a su propio hijo (Lucas 20:9-16). Súbitamente las cosas se cambiaron. El señor de la viña dará su viña a otros. Los punzantes relatos continúan: Ustedes son como los invitados a un banquete que rehúsan venir cuando todo está preparado (Lucas 14:15-24; Mateo 22:1-10). Por su necedad, Dios invita a otros para que estén en su lugar en el banquete, a los pobres, los mancos, los ciegos, y a los cojos de las calles y plazas de la ciudad. Dios manda a sus siervos al campo y a los caminos e invita a otros a su banquete. Ustedes desprecian a estos proscritos espirituales y sociales, pero Dios los recibe con realeza. El momento de juicio llega: «Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena» (Lucas 14:24). Jesús aclara la reversa en otro cuadro de la inminente crisis. El juicio sorprenderá a los más fervientes defensores de la fe, dirán: Pero os dirá: Os digo que no sé de donde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros.
Hablando a los fariseos, Jesús termina la parábola de los dos hijos con estas palabras: «De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios» (Mateo 21:31). Después de denunciar a los escribas por devorar las casas de las viudas y por hacer largas oraciones como pretexto, Jesús dice que ellos no sólo serán excluidos del reino, sino que «recibirán mayor condenación» (Marcos 12:40; Lucas 20:47). Los principales de la fe judía tenían acceso a Moisés y a los profetas. A los líderes se les había confiado un talento, el conocimiento de la ley de Dios, pero lo enterraron en la tradición oral, a tal punto que los pecadores ya no podían oír el llamado de Dios. Los proscritos sentían repugnancia por las tradiciones humanas y esto los alejaba de Dios. Jesús restaura el día de la gracia. Comer con los estigmatizados señala el amanecer de la salvación de Dios. Y los impíos, los parias sociales, a diferencia de los fariseos, reciben con júbilo la bienvenida que Dios les brinda. Esto, está trágicamente al revés. Aquellos que trabajan arduamente para aplicar la Torah a la vida diaria, se quedan atrás. Su fervor y entusiasmo por la piedad ceremonial obstaculiza la ley del amor de Dios. Aquellos que luchan con denuedo por la religión, están en peligro. Los recién llegados, por otra parte, son un montón de irreverentes, heterogéneos en apariencia, pero su justicia excede la justicia de los fariseos (Mateo 5:20). Uno de los proscritos, Zaqueo, devuelve lo robado. Una prostituta se arrepiente, mucho le es perdonado, y unge a Jesús con perfume. El publicano recaudador de impuestos, redargüido de pecado, va al templo y se golpea el pecho arrepentido. Un hijo que había abandonado su casa y dilapidado su fortuna, regresa a casa. En contraste con la élite religiosa, estos pecadores verdaderamente están arrepentidos de su pecado. Entran al reino por la puerta ancha, caminando sobre una alfombra roja. El trágico mensaje finalmente penetra la mente de los justos. «Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos; pero al buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta» (Mateo 21:45; Marcos 12:12; Lucas 20:19). Odres viejos y remiendos nuevos ¿Qué significa esto para nosotros hoy? ¿En qué forma está vinculado el reino con la iglesia? Jesús describe la irrupción del reino en dos relatos (Marcos 2:21-22). Antes de coser un parche nuevo sobre una prenda vieja, es preciso lavarlo, pues de lo contrario el parche se encogerá después de la primera lavada y rasgará la tela vieja. Asimismo, el vino nuevo que aún está fermentándose, debe guardarse en odres nuevos, flexibles. Si se guarda el vino nuevo y burbujeante en odres viejos y rígidos, éstos se romperán y el vino se derramará. El vino es la sustancia esencial, es lo principal. Los odres son secundarios. No podemos beberlos, pero ciertamente los necesitamos para almacenar el vino. En palabras llenas de colorido Jesús señala la tensión entre el vino nuevo del reino y las viejas estructuras religiosas. Los odres nuevos, suaves y flexibles, son necesarios para el vino nuevo. Conforme el vino se fermente, los odres se expandirán y contraerán. El vino del reino que trajo Jesús reventaría los odres rígidos de los saduceos, fariseos y escribas. Los odres de la ley oral eran demasiado viejos y rígidos para poder guardar el fermento del vino nuevo. Los pecadores no podrían ni siquiera oler el vino. Todo lo que verían eran los viejos odres. El vino del reino al revés requiere los odres nuevos, de estructuras institucionales flexibles. ¿Qué diferencia hay entre el reino y la iglesia institucionalizada [22]? ¿Es el reino lo mismo que la iglesia? El cambio bíblico de «reino» a «iglesia», entre los evangelios y las epístolas reflejan el cambio de la cultura judía a la griega [23]. Una de las dificultades para distinguir entre el reino y la iglesia hoy, radica en las muchas palabras que con frecuencia usamos descuidadamente: iglesia, denominación, institución y pueblo de Dios. Una cuidadosa diferenciación entre tres realidades: reino, iglesia y estructura, pueden clarificar las aguas conceptuales. El reino que Jesús anunció señala a algo más grande que nosotros mismos y nuestras estructuras. Ya hemos dicho que reino se refiere al gobierno de Dios en nuestros corazones y en nuestras relaciones. Dios «se había acercado» en Jesús, al vivir entre la gente y llamarles a la obediencia. Hoy Dios gobierna por la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu nos enseña los caminos y conceptos del reino. El vino en la parábola simboliza el poder dinámico de Dios saturando nuestras vidas. Como vino fresco en fermento, el reino encarna el poder dinámico y creativo del Espíritu de Dios. Toma expresión visible en formas nuevas y excitantes, conforme la gente somete su vida al gobierno de Dios. El reino implica una nueva visión, un nuevo juego de reglas y una nueva apertura a rendirse a las formas de operar de Dios. En el pasado y en el presente, ahora y entonces, el reino es el reino de Dios en las vidas de los creyentes. Se hace visible en la forma y en la práctica, conforme las personas se rinden al gobierno dinámico de Dios. La iglesia es la congregación de personas que han recibido el reino en sus corazones y en sus relaciones. La iglesia está formada por los ciudadanos del reino. Es el cuerpo de Cristo formado por discípulos obedientes que siguen el camino de Jesús. O podríamos decir que la iglesia es la comunidad de creyentes, la asamblea del pueblo de Dios. La iglesia no es un edificio, un santuario o un programa. Es la comunidad visible de los que viven de acuerdo a los valores del reino. Finalmente vienen las estructuras. El pueblo de Dios necesita de vehículos sociales, instituciones y programas que suplan sus necesidades y las de otros. La iglesia crea estos vehículos o estructuras siervas que incluyen toda la gama de actividades organizadas de la iglesia. Estas estructuras se manifiestan en denominaciones, escuelas, tradiciones litúrgicas, agencias misioneras, casas editoras, campamentos y, por supuesto, comités, comisiones y programas abundantes. Estos son los odres sociales, las estructuras siervas que la iglesia crea para realizar su trabajo. No son ni la iglesia, ni el reino. El reino trasciende a la iglesia en dos formas. Existió antes del comienzo de la iglesia y cuando la iglesia termine su existencia sobre la faz de la tierra, el reino continuará siendo el imperio de Dios. El reino también es más grande que la iglesia en el mundo presente. Representa el señorío de Cristo sobre todos los pueblos, principados y potestades. La iglesia, el cuerpo de creyentes, obedece el gobierno de Dios. Las estructuras de la iglesia, diseñadas para expresar los caminos del reino, pueden volverse muy rígidas, resquebrajarse y dejar escapar el precioso vino. Periódicamente debemos revisar estas estructuras organizadas, estas creaciones humanas, para asegurarnos que sigan siendo estructuras siervas. Esta distinción triple entre reino, iglesia y estructura brinda una continuidad histórica entre reino e iglesia. La iglesia comenzó y ha existido al lado del reino, desde que las personas aceptaron el gobierno de Dios en sus vidas. El reino tiene características visibles sociales y políticas, tanto dentro del cuerpo de creyentes que declaran que Jesús en su Rey, como en las estructuras que ellos crean para realizar su misión. Además, si vemos las estructuras como creaciones humanas, no sinónimas del mismo reino, evitaremos la tendencia a santificarlas. En el momento que consideramos las estructuras eclesiásticas como idénticas al reino, las elevamos a alturas sacras. Las estructuras de la iglesia reflejan y encarnan el reino, pero definitivamente no son ni el reino, ni la iglesia. Para expresar la visión de un reino, las estructuras que creamos tomarán diversas formas en diferentes culturas. Sin embargo, no debe ser meros reflejos de la cultura. Los diferentes odres deben tener relevancia cultural, pero no estar determinados por la cultura. El mensaje del reino, anclado en la historia bíblica, debe diseñar la arquitectura social de los programas de la iglesia. Cuando los valores culturales, y no los del reino, son los que moldean las formas institucionales de la iglesia, la sal pierde su sabor. ¿Vacas sagradas, o estructuras siervas? La visión del reino llega a nosotros en forma fresca a través del ministerio del Espíritu Santo. Toma forma en edificios, proyectos, programas y comités. Estas estructuras sociales, sin embargo, pronto se solidifican. La primera generación de participantes reciben con júbilo los nuevos programas; pero patrones que en el principio fueron espontáneos, pronto se congelan y se convierten en rutinarios. Gradualmente se toman como algo normal. Se convierten en «así es como debe ser». Exhalan un sentido de «lo correcto». La segunda generación las ve como el único camino. Ya no se ven como una de las muchas formas de cubrir una necesidad; se han convertido en vacas sagradas. Las estructuras que una vez fueron creadas, buscan su propia legitimidad, buscan perpetuarse a si mismas. La tentación de los fariseos siempre nos asedia. La que una vez fue expresión espontánea de amor, se congela cuando una organización crece en tamaño y en edad. Sus reglamentos se vuelven más largos. El papeleo es más engorroso. Los símbolos llegan a idolatrarse. Los procedimientos se vuelven rígidos. El evangelismo se convierte en etnicidad. La apertura a nuevas necesidades cede ante el mantenimiento del status quo. Emergen palabras y símbolos exclusivos. Los de afuera se sienten asilados. Su política, estructuras y burocracia ahogan el camino del amor. Es tiempo para odres nuevos. El genio del evangelio radica en su simiente de autocrítica o autorreforma. Cada generación de cristianos, al igual que la de los fariseos, se siente tentada a convertir sus programas en algo sacro ya congelar sus rutinas. Jesús nos mostró que las estructuras creadas por el hombre no son sagradas. No existen lugares, organizaciones, tiempos, objetos , doctrinas o posiciones sociales sagradas, excepto en el sentido que todas las cosas buenas son finalmente sagradas. El altar en el edificio de una iglesia no está más cerca del corazón de Dios que el resto del recinto. El desafortunado uso del término «santuario» nos alienta a considerar el edificio de la iglesia como un lugar sagrado que merece reverencia especial. Los edificios religiosos con frecuencia son testigos de nuestra rigidez, de nuestro orgullo y de nuestro status social [24]. Cuando Jesús limpió el templo, declaró de una vez por todas que aun los edificios más religiosos no son sagrados ni merecedores de reverencia especial. Pueden ser dedicados como una herramienta, entre muchas, para proclamar y celebrar las buenas nuevas del reino, pero siempre deben estar al servicio de la asamblea de creyentes. La misma irreverencia amorosa debe aplicarse a la doctrina, a los objetos, posición social y programas de la iglesia. El credo que da forma a la identificación única de una denominación, puede convertirse en un manifiesto idólatra que invalidad la autoridad bíblica. Ser miembro del consejo de ancianos puede respaldar un consejo sabio, pero no implica una posición sagrada. El pastor puede tener discernimiento y comprensión especial, pero no es un santo superior a los santos que todos estamos llamados a ser. Los símbolos de la fe: la cruz, el púlpito, el altar, el bautisterio, son tan mundanos como los objetos de uso diario. Apuntan a verdades de profundo significado espiritual, pero no son sagrados en si mismos. Elefantes blancos sabáticos Los programas institucionales de la iglesia a veces se convierten en vacas sagradas, o podríamos decir, elefantes blancos. Las agencias, las instituciones y los programas diseñados para servir, pueden crecer y convertirse en nuestros amos. Originalmente cubrían necesidades reales y comunicaban el evangelio con efectividad; pero a lo largo de los años se resecaron y se volvieron frágiles y quebradizos. Los patrones de los servicios de adoración, los programas juveniles, las juntas directivas misioneras, las prácticas doctrinales, las agencias educativas y los proyectos de servicio se vuelven coercitivos puesto que son considerados como «la obra del Señor». Las organizaciones son útiles y necesarias para encauzar la actividad humana de manera efectiva. Necesitamos instituciones sociales y siempre las tendremos. Es importante, sin embargo, que evaluemos periódicamente su papel y propósito. Tal vez debiéramos iniciar sabáticos institucionales, o sea tiempos periódicos para revisar programas y proyectos. Si ya no cumplen con su propósito original, deberemos reorganizarlos para volverlos a su papel de servidores. En el calendario hebreo, el séptimo año, o año sabático, no sólo brindaba un tiempo de descanso, sino también de reflexión. ¿No sería conveniente que cada siete años se convocara a un descanso sabático para los comités: comisiones y programas que hoy en día conforman la religión institucionalizada? Durante este séptimo año, podría realizarse un estudio y evaluación exhaustiva de la efectividad de dichos programas. Algunos podrían necesitar una revisión muy grande. Otros podrían continuar en su forma actual. Aun otros podrían necesitar un funeral. Intervalos de siete años permiten suficiente tiempo para probar un programa y también para asegurar una revisión periódica. Con demasiada frecuencia los elefantes blancos de la iglesia se afanan sin lograr ningún fruto; puesto que son «la obra del Señor» nadie se atreve a entremeterse con ellos. Ahora bien, la evaluación de toda estructura debe basarse en el servicio que presta a otros y a la edificación de la fe de la comunidad. Cuando los pastores tienen que apremiar, lisonjear y rogar a los feligreses para que participen en un programa, o para que asistan a cierto servicio, puede ser que la gente tenga prioridades seculares más importantes. También puede haber llegado el tiempo para un funeral institucional. Cuando los miembros de una congregación se sienten obligados a asistir a los servicios, puede ser que necesiten revisar sus prioridades. También puede ser que las estructuras se hayan convertido en sus amos. Cuando las estructuras sirven las verdaderas necesidades de personas disciplinadas, la participación es gozosa y espontánea. Jesús es Señor del «sábado», o sea de todas las estructuras religiosas que nosotros creamos. Su Espíritu y las perspectivas de su reino, juzgan el mérito de nuestros odres humanos. El señorío de Cristo sobre estas estructuras organizacionales impide que ellas perviertan el evangelio y esclavicen a los fieles. Con demasiada frecuencia olvidamos que Jesús es Señor del sábado. Fácilmente conferimos el mismo valor a nuestras propias estructuras que al reino. Las antiguas estructuras que estaban a nuestro servicio, se levantan y nos exigen que las sirvamos. ¿Cómo determinamos si las estructuras son siervas? Las siguiente preguntas le ayudarán a investigar su postura de siervas.
La iglesia siempre se ve presa entre la tensión que crean las soluciones tradicionales del pasado y el fermento del vino nuevo en un reino siempre nuevo. Esta es una tensión entre la forma y el amor, ente la estructura y el evangelio, entre la organización y la visión. Los símbolos del pasado amenazan con convertirse en símbolos idólatras. Los antiguos rituales se afirman a si mismos como absolutos. El Espíritu del Jesús que violó las reglas del sábado, que eludió los rituales de la purificación, que comió con pecadores y que limpió el templo, también es Señor de nuestras estructuras. El las juzga, las critica y las hace aptas para recibir el vino nuevo. Escondido en el dolor acerbo del juicio, yace el germen de la renovación. El evangelio requiere de odres frescos y elásticos para el fermento del reino. En este proceso la iglesia se ha reformado a sí misma a lo largo de generaciones. Preguntas para discusión
5. Para un excelente análisis de la pasión por la santidad en el medio religioso del tiempo de Jesús, especialmente como era expresada por los fariseos, consulte a Borg (1984,1987). 6. Para un punto de vista contrastante, consulte a Sanders (1985:245-280) quien argumenta que Jesús no violó la ley, excepto por una o dos infracciones menores. Este enfoque está basado, en parte, al hacer poca diferenciación entre la ley escrita y la oral, pero mayormente en la presunción de que las confrontaciones de Jesús con la ley fueron creaciones posteriores de los redactores de la iglesia primitiva. 7. Swartley (1983:79) hace esta observación y usa el sábado para un fascinante caso de estudio en la hermenéutica bíblica comparativa. 12. Borg (1984:78-96) ofrece un excelente análisis del significado del compañerismo de Jesús en la mesa. (De él tomé prestada esta idea.) 14. Para una exposición extensa de la provocación de Jesús en el templo, consulté a Borg (1984:163-200, 1987:174-177), Horsley (1987:285-300), Myers (1988:297-306), y Sanders (1985:61-76). 15. Varios atrios exteriores que rodeaban el templo se usaban para la adoración pública y estaban designados a grupos particulares; por ejemplo, el atrio de los sacerdotes, el atrio de Israel. Borg (1987:174) contiende que el «Atrio de los Gentiles» al que los eruditos se refieren típicamente, es una designación moderna, no antigua. 16. Kelbet ( 1974:97-102) amplia la interpretación tradicional de que la limpieza del templo fue realizada primordialmente para abrir el atrio exterior a los gentiles. También sugiere que la prohibición de cargar vasijas tenía más un significado religioso que detener a las personas que tomaban atajos en el templo. Sanders (1985:61-91) argumenta que el incidente del templo no consistió meramente en echar fuera a los cambistas, o «limpiar» el templo con el propósito de restaurar su operación rutinaria; más bien fue un acto público de desafío dirigido contra el mismo templo, y fue este acto provocativo, más que ninguna otra cosa, lo que condujo a la muerte a Jesús. Myers (1988:297-306) argumenta que el templo era, fundamentalmente, una institución económica. Jesús tomó acción directa simbólica contra la operación del templo. 17. Kelber (1974:101) propone el caso de que la purga tenía la intención de cerrar la operación del templo, al menos en forma simbólica, aunque no en un sentido final. 18. Jeremias (1975:253-255) señala que Mateo coloca a escribas y fariseos en la misma categoría. Jesús denunció a los fariseos principalmente por su énfasis en los diezmos y en los lavatorios ceremoniales; mientras que los escribas, o abogados, fueron criticados por su vanidad por su posición social. Vea Lucas 11:37-52. 19. Vea Borg (1987:157-160) para una excelente exposición sobre este punto. 20. Jeremias (1972:139-144) brinda conceptos útiles en este relato. 22. Para una exposición sobre la relación entre la iglesia y reino, consulte a Ladd (1974a:105-119) y a Bright (1953), especialmente el capítulo 8 de Bright titulado «Entre dos mundos: El Reino y la Iglesia». |