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El reino al revés The Upside-Down Kingdom
La tentación de tres púas Los escritores sinópticos registran que antes que Jesús estableciera su reino al revés, tres reinos al derecho lo trataron de seducir. Su tentación duró cuarenta días. El número «cuarenta» representa prueba y opresión en la historia judía. El diluvio duró cuarenta días y cuarenta noches; los hebreos vagaron por el desierto cuarenta años; Moisés estuvo en el monte Sinaí cuarenta días y noches; y Goliat desafió a los israelitas durante cuarenta días. Marcos no registra la tentación de Jesús, pero Mateo y Lucas (ambos en el capítulo 4) están de acuerdo en que Jesús luchó contra tres reinos diferentes, simbolizados por el monte alto, el templo y el pan. Esas tres opciones diferentes, pero interrelacionadas, eran las patas de un trono. Sobre él Jesús se habría sentado como un Mesías político de buena fe. Los episodios de la tentación encarnan un reino al derecho. Representan tres instituciones sociales del tiempo de Jesús: la institución política (el monte alto), la institución religiosa (el templo) y la institución económica (el pan) [1]. Las instituciones sociales constituyen patrones establecidos de comportamiento social que organizan la vida de un segmento particular de la sociedad. Las instituciones económicas, por ejemplo, son una red de reglas sociales que gobiernan la actividad financiera especificando tasas de interés, los derechos de los deudores y de los acreedores. Los miembros de un sistema social toman esas «reglas» de juego económico como algo establecido y convierten el comportamiento financiero en algo predecible y ordenado. Los patrones sociales están profundamente enraizados en la vida de una sociedad. Al igual que el sector financiero, un conjunto de normas sociales también organiza las áreas educacionales, recreativas, religiosas y de otras esferas sociales. La tríada de tentaciones ofreció a Jesús un verdadero desvío social. La prueba triple prometía realizar todas las esperanzas judías para un Mesías que desafiaría a los opresores políticos, alimentaría a los pobres y obtendría una milagrosa aprobación de lo alto. Lucas dice que el diablo se alejó de Jesús «por algún tiempo». Esto sugiere que estos tentadores atajos no se evaporaron después de cuarenta días en el desierto. Siguieron atormentando a Jesús. Cuando Pedro reprende a Jesús por hablar de su futuro sufrimiento, él declara enfáticamente: «Apártate de mí, Satanás» (Marcos 8:33). Aparentemente el uso de la fuerza violenta para alcanzar sus fines continuó asediando a Jesús. En medio de una disputa en relación con el poder, Jesús recuerda a sus discípulos que lo han seguido en sus pruebas (Lucas 22:28). A lo largo de todo su ministerio, Jesús enfrentó alternativas políticas que amenazaban con desviarlo de su forma «al revés» de sufrimiento no resistente. Para entender la naturaleza del reino al revés, tenemos que considerar las alternativas que presenta el reino al derecho: monte alto, templo y pan. Sólo cuando vemos lo que Jesús rechazó, podemos entender qué afirmó. Este capítulo y los dos siguientes tratan con la historia de la tentación en el contexto político, religioso y económico del tiempo de Jesús. Las tentaciones nos permiten revisar la ubicación social del ministerio de Jesús. Cada capítulo trata con una de las tentaciones que se le ofrecieron. Comenzaremos con la tentación política, y luego abordaremos la religiosa y la económica. Jesús el Grande Según Mateo 4:8, la tentación política le fue presentada a Jesús en un monte muy alto. Lucas registra que los reinos del mundo, con «todo su poder y gloria» le fueron ofrecidos a Jesús. Esta era la oportunidad de Jesús para ser un nuevo Alejandro el Grande, su oportunidad para ejercer la autoridad del poder político en todo el esplendor y gloria del mundo Mediterráneo. Una vez más Israel sería el poder supremo, la luz y el poder sobre todas las naciones. La venganza de Dios arrasaría con todos los imperios del Medio Oriente. El eje de autoridad e influencia en el mundo se trasladaría de Roma a Jerusalén. César ya no podría imponer impuestos o insultar a los judíos, porque César mismo serviría a Israel. Desde ese monte alto Jesús se vio a sí mismo sosteniendo el cetro del poder político en todo el mundo. No solamente gobernaría, sino su trono estaría por encima del poder más alto del mundo, y las multitudes lo aclamarían. Este reino al derecho contrastaba dramáticamente con el papel de siervo humilde y sufriente. ¿Por qué resultaba tan tentador? ¿Por qué podría importarle a Jesús la ocupación romana? Es necesario un pequeño paréntesis histórico para comprender las esperanzas políticas de los judíos en el tiempo de Jesús [2]. El Antiguo Testamento termina con los hebreos bajo el dominio de Persia. Los persas habían permitido a los hebreos regresar a Israel en el año 538 a.C. [3] después de cincuenta años de cautividad en Babilonia. Una pacifica coexistencia con los persas había permitido la reconstrucción del templo bajo Zorobabel. La situación cambió rápidamente cuando un joven griego, Alejandro el Grande, ascendió al poder y conquistó a los persas en el año 334 a.C. Hacia 332 a.C., toda Palestina había caído bajo su dominio y éste se dirigía a Egipto. Alejandro albergaba la esperanza de inaugurar una civilización mundial unificada bajo el estilo de vida griego (Esto se conoce como helenización). Por primera vez los mercaderes griegos y el idioma griego se sentían a gusto en Palestina. Después de que una fiebre terminó con la vida de Alejandro a los treinta y dos años de edad, su imperio cayó en manos de sus ambiciosos generales. Palestina se convirtió en una zona de combate entre estos generales cinco veces en diez años. Finalmente uno de los generales, Ptolomeo, gobernador de Egipto, junto con sus sucesores, logró el control de Palestina por más de cien años. Ptolomeo supuestamente entró en Jerusalén un día sábado y bajo el engaño de ofrecer sacrifico, capturó a muchos judíos y los deportó a Egipto [4]. «El Loco» En el año 198 a.C. Siria arrebató el reino judío a los egipcios. Alrededor del año 175 a.C. el rey sirio Antíoco IV ascendió al poder y causó grandes estragos y ruina entre los judíos. El pueblo le llamaba «el Loco», pero él se llamaba a sí mismo «el ilustre». Enseguida estableció una política para indoctrinar a los judíos en el estilo de vida griego y pronto la cultura griega invadió Jerusalén. Se construyó un gimnasio para entrenamiento atlético y cuando jóvenes judíos competían desnudos en los certámenes atléticos que se desarrollaban en el gimnasio, se avergonzaban de su circuncisión. Muchos se sometieron a operaciones para ocultarla. Comenzaron también a usar vestimentas griegas, especialmente un sombrero de ala ancha, muy de moda, asociado con el dios Hermes. El escritor judío, en 2 Macabeos 4:14 se lamenta que los sacerdotes judíos hubieran abandonado sus sacras responsabilidades para asistir a eventos deportivos como lucha, lanzamiento de disco y carreras de caballos. El lenguaje griego predominaba en Jerusalén. Los hebreos resistieron la helenización, pero no pudieron detener las tácticas depravadas de Antíoco IV. En dos ocasiones «el Loco> de Siria se apoderó del tesoro judío para subvencionar su actividad bélica. Se llevó a Antioquia en Siria preciosos muebles del templo, tales como el altar del incienso, la lámpara de siete brazos y la mesa de los panes de la proposición. Un erudito describe su política:
Durante el reinado de «el Loco», sucesivamente dos sumos sacerdotes judíos adquirieron su nombramiento sobornándole con grandes sumas de dinero. Poseer una copia de las Sagradas Escrituras, significaba muerte. La erección del altar a Zeus terminó con los sacrificios a Jehová y diez días después que el altar se terminó, un cerdo fue sacrificado allí. Esto era espantoso para la pureza del ritual judío. El santuario del templo fue manchado con sangre y los soldados cometieron las más obscenas indecencias en los sagrados atrios del templo. Además el pueblo judío sufría gran opresión económica. La codicia de «el Loco» le impulsaba a gravar con impuestos hasta los extremos siguientes:
Para que su cultura, su forma de adorar e identidad pudieran sobrevivir aquí en su patria, los judíos decidieron que tendrían que luchar. Los martilladores A pesar de que los sumos sacerdotes y buena parte del pueblo recibieron con beneplácito la cultura griega, un reducido grupo de judíos tradicionales resistieron la influencia extranjera. Este elemento conservador, los hasideanos (que significa los piadosos), protestaron cuando los judíos abrazaron la cultura griega; pero no se rebelaron contra las políticas de «el Loco». La rebelión surgió en el campo. Un viejo sacerdote llamado Matatías y sus cinco hijos vivían en una pequeña aldea como a veinte millas al noroeste de Jerusalén. Cuando uno de los inspectores del rey entró en la aldea para obligar a los judíos a ofrecer sacrificios paganos, Matatías se negó. Mató al inspector e invitó a todos los que tenían celo por la ley que lo siguieran. Luego padre e hijos huyeron escondiéndose en las cuevas de las montañas judías. Los piadosos hasideanos finalmente estuvieron dispuestos a luchar contra los invasores sirios, y se unieron a Matatías y sus hijos. Desde su base en el desierto, los judíos rebeldes dirigieron campañas relámpago para derribar los altares paganos y hostigar a los judíos apóstatas. En cierta ocasión unos rebeldes, por respeto al sábado, rehusaron contra-atacar a las tropas sirias; como resultado, fueron sitiados y masacrados. Esto dio inicio a una resistencia total y masiva, que comenzó una campaña ofensiva. Matatías murió y su hijo, Judas Macabeo («el Martillador» en hebreo), organizó una exitosa campaña militar que infligió duros golpes a los sirios. Finalmente los macabeos lograron el control del templo de Jerusalén. En el año 164 a.C., tres años después de que había sido contaminado con sangre de cerdo, se volvió a consagrar el templo. Aún hoy los judíos celebran Hanukkah, la fiesta de consagración en conmemoración de este acontecimiento. A pesar que los judíos recuperaron la supervisión del templo, los sirios retuvieron el control de una fortaleza cercana a Jerusalén. Con la restauración del templo, los piadosos hasideanos ya no siguieron apoyando la revolución; tenían muy poco interés en la libertad política. Este grupo, finalmente, dio origen al movimiento fariseo. Pero otro grupo que empezó a surgir, el de los saduceos, insistía en la independencia política. Finalmente en el año 142 a.C. alcanzaron su objetivo bajo la dirección de Simón (uno de los cinco hijos de Matatías). El se declaró a si mismo sacerdote, líder militar y portavoz del pueblo. Esto dio inicio a un período de ochenta años de independencia política monitoreada por la familia de los llamados asmoneos. Durante este tiempo la misma persona, con frecuencia, gobernaba como rey y sumo sacerdote. Se acuñaron monedas, y el Estado judío conquistó Moab, Samaria y Edóm. Los conflictos entre fariseos y saduceos les obligaron a aliarse con las facciones beligerantes de la familia asmonea; y un empate militar entre los grupos rivales abrió la puerta a los romanos en el año 63 a.C. Pompeyo, el general romano, sitió Jerusalén por tres meses. Finalmente, un día sábado, los romanos vencieron la última fortaleza, el templo. Más de 12,000 judíos fueron masacrados. Pompeyo entró al lugar santísimo, abierto únicamente al sumo sacerdote una vez al año, y asombrado lo encontró vacío. La profanación del general romano fue un ultraje para los judíos fieles, quienes recibieron esta acción como juicio de Dios. Después de cien años de libertad política, el Estado judío estaba nuevamente bajo la bota de un poder extranjero. Por siglos sería tributario del gran imperio romano. Por lo tanto, en los quinientos años antes del nacimiento de Jesús, el pueblo judío fue lanzado de un lado a otro en el ping-pong político, por estar ubicado en medio de los grandes poderes de Oriente Medio: Babilonia, Persia, Grecia, Egipto, Siria y, finalmente, Roma. Roma dominó la política de Palestina después del año 63 a.C. Después de la conquista de Pompeyo, por casi una generación, la turbulencia agitó Palestina debido a que las facciones rivales luchaban por asumir el control. En su rápida conquista y en las posteriores represiones a la resistencia popular, los ejércitos romanos actuaron con brutalidad. En algunos caos quemaban y destruían pueblos enteros. A veces crucificaban, descuartizaban o esclavizaban a poblaciones enteras, pero el fuego de la libertad, encendido por Judas «el Martillador», no pudo ser extinguido. Se encendía una y otra vez en la era de Jesús hasta que finalmente Roma lo extinguió en el años 135 d.C. Herodes el Grande En el año 37 a.C. Herodes el Grande ascendió al poder como un rey titere de Roma. Símbolo de una tiranía opresora, gobernó hasta su muerte acaecida en el año 4 a.C. Mantuvo un reinado represivo sobre el pueblo contratando soldados extranjeros, construyendo fortalezas estratégicas y orquestando una red de informadores secretos. El gobernaba cuando Jesús nació. Fue a este Herodes a quien se acercaron los sabios venidos de Oriente, y fue él quien mandó matar a todos los niños varones de Belén al sentirse amenazado ante la perspectiva de un nuevo rey. Bajo el reinado de Herodes el territorio de Palestina casi se duplicó. Herodes logró un delicado equilibrio entre el poder de Roma y el nacionalismo judío. El podía conservar su corona mientras agradara a Roma. Personalmente no tenía que pagar impuestos a Roma, pero se le ordenaba enviar tropas en tiempos de guerra. El podia tener su propio ejército, siempre y cuando no fuera una amezaza para el imperio. Y sobre todo, tenía que mantener la paz y gobernar el territorio con eficiencia. Lo más destacado del reinado de treinta y tres años de Herodes fue un vasto programa de construcción. A pesar de que no impuso la cultura griega a los judíos, la arquitectura de Herodes seguía los patrones romanos. Construyó templos, gimnasios, conventos, acueductos y anfiteatros en gran escala. Construyó varias ciudades nuevas, como Cesarea, con su bahía artificial en la costa del Mediterráneo. Fortalezas y palacios surgieron en toda la campiña. Enormes proyectos de construcción, incluyendo templos paganos también se edificaron en las tierras gentiles de Tiro, Sidón, Niópolis, Esparta y Atenas, por nombrar sólo unas cuantas. Debido a la posibilidad de que Herodes hubiera tenido algún ancestro gentil, los líderes judíos jamás confiaron en él totalmente. Para ganarse su confianza comenzó a renovar el templo de Jerusalén en el año 20 a.C., el vigésimo octavo año de su reinado. Los judíos temían que al demoler Herodes el templo existente construido por Zorobabel, jamás lo volvería a edificar. Como prueba de su sinceridad, suministró mil carretas y contrató 10,000 obreros. Además entrenó a 1,000 sacerdotes como albañiles y carpinteros, para que pies sin consagrar no profanaran el lugar santísimo durante la reconstrucción. Duplicó el tamaño del área del antiguo templo. La magnifica nueva estructura era el orgullo y la gloria de Herodes. Este era el templo que operaba durante la vida de Jesús. Fue destruido por los romanos en el año 70 d.C,, siete años después de su terminación. Acontecimientos importantes y linea del tiempo
La insaciable ambición de Herodes lo hizo tanto despiadado como favorable hacia los asuntos judíos. Para recibir la aprobación continua de Roma tenía que mantener la estabilidad entre el pueblo judío. Por lo tanto, no podía permitir que ganaran terreno sus rivales políticos, ni el nacionalismo judío. A pesar de que distribuyó granos gratuitamente durante una hambruna y redujo los impuestos en tiempos difíciles, sus proyectos de construcción atenazaban al pueblo con duros impuestos. Algunas de estas rentas públicas se dedicaron al nuevo templo, con gran beneplácito de los judíos. Otros impuestos, sin embargo, eran usados para subsidiar la construcción de lujosos templos paganos en lugares lejanos; esto irritaba mucho a los líderes judíos. Bajo Herodes el Grande los impuestos «fueron cobrados despiadadamente, pues él siempre estaba pensando en nuevas formas de subsidiar sus grandes gastos» [7]. Esto provocó un amargo resentimiento popular porque Herodes despilfarró mucha de la riqueza del pueblo, succionando la sangre del pueblo con impuestos opresivos. Herodes usualmente toleraba la adoración y los rituales judíos; pero ocasionalmente surgieron confrontaciones directas. Por deferencia hacia Roma, Herodes hizo colocar un águila dorada, el emblema real del imperio, sobre la gran puerta al oriente de la ciudad. Esto enfureció de tal forma a unos cuarenta judíos piadosos que desafiantemente derribaron el águila. Como represalia Herodes los hizo quemar vivos. Durante los siguientes años, los fariseos rehusaron firmar juramento de lealtad a Herodes o al emperador romano por lo que fueron castigados severamente. Aunque el reino había crecido, Herodes no gozaba de popularidad. El resentimiento bullía en toda la tierra y la depravada forma en que Herodes trataba a su familia levantó gran suspicacia en su contra. En el palacio vivían sus muchas mujeres, diez en total. A lo largo de los años asesinó a dos de ellas, a tres hijos, a un cuñado y a otros parientes. Se cuenta que el emperador romano dijo: «Es mejor ser el cerdo de Herodes, que su hijo» [8]. Poco después del nacimiento de Jesús, Herodes agonizaba. Para evitar que el pueblo celebrara su muerte, ordenó que los judíos principales fueran encarcelados en el coliseo de Jericó y ejecutados en cuanto él muriera. De esta forma quería garantizar que las lágrimas judías corrieran, aunque no fuera por él [9]. Afortunadamente, los prisioneros fueron liberados inmediatamente después de su muerte. El fallecimiento del brutal tirano hizo estallar un levantamiento popular que envolvió la niñez de Jesús. La conexión con Roma El reino de Herodes se dividió en tres partes. Su hijo, Herodes Antipas, gobernó el distrito de Galilea, al oeste del lago, que incluía el pueblo natal de Jesús, Nazaret. Con frecuencia se confunde a los dos Herodes. Herodes el Grande, descrito arriba, gobernaba cuando Jesús nació, pero murió poco tiempo después. Herodes Antipas, su hijo, fue quien ejecutó a Juan el Bautista y a quien Jesús llamó un zorro (Lucas 13:31). Durante el juicio de Jesús, Pilato envío a Jesús a Herodes Antipas, quien casualmente estaba en Jerusalén. Después de gobernar por 42 años, Herodes Antipas fue desterrado al exilio por el emperador romano. Felipe, segundo hijo de Herodes el Grande, recibió el territorio al noreste del lago de Galilea. Gobernó pacíficamente durante 37 años, y se hace poca mención de él en los evangelios. Arquelao, tercer hijo de Herodes, gobernó la tercera y más meridional porción del reino de Herodes. Jerusalén era su centro. Cuando José volvía de Egipto con el niño Jesús, temió ir a Judea cuando oyó que Arquelao había sucedido a su padre. Por eso, José se estableció en Nazaret, gobernado por Herodes Antipas (Mateo 2:22). Los tres hermanos, Herodes Antipas, Felipe y Arquelao, tenían que reunirse con el emperador romano para que confirmara y legitimizara su derecho a gobernar. Arquelao se metió en problemas aun antes de salir de Jerusalén para recibir la bendición del emperador. Destituyó al sumo sacerdote judío y nombro otro. Se desataron trifulcas durante la fiesta de Pascua en Jerusalén. La multitud exigía impuestos más bajos, la liberación de prisioneros políticos y la destitución del nuevo sumo sacerdote. La turba atacó a los soldados y los apedreó hasta la muerte. Arquelao rápidamente ejecutó a tres mil alborotadores y despachó al resto de los peregrinos de regreso a casa; después partió hacia Roma. Los fervientes patriotas judíos ya no podían soportar más. La insurrección se extendió. Surgieron líderes rebeldes por todo el país. Más allá de Jerusalén, en los distritos de Galilea, Judea y Perea ocurrieron sangrientos desórdenes [10]. Simón, antiguo esclavo de Herodes, se convirtió en el caudillo de los ataques guerrilleros contra los palacios de Herodes y las propiedades de los ricos. En Judea, un antiguo pastor llamado Athronges y sus cuatro hermanos condujeron la resistencia contra Arquelao por varios años [11]. En Galilea, un Judas, cuyo padre Ezequías había sido muerto por Herodes el Grande, se convirtió en un apasionado revolucionario. Judas dirigió la revuelta desde la aldea de Séferis, que quedaba a una hora de camino al noreste de Nazaret y tomó a viva fuerza el arsenal de Herodes en Séferis. Estos líderes rebeldes comenzaron a gobernar por algunas semanas en varias partes del país como «reyes» auto proclamados. Athronges, en Judea, gobernó por varios meses. Pero el poder de la Roma imperial no podía ser escarnecido. Roma aplastaría a estos necios reyes aldeanos judíos. Puesto que Arquelao estaba aún en Roma durante el levantamiento, el comandante romano en Siria intervino desde el norte. Movilizó sus ejércitos hasta el sur de Palestina. Quemó Séferis hasta sus cimientos y vendió a toda su población como esclavos. Siguiendo hacia el sur, el comandante romano mató a 2,000 rebeldes, dejando al pueblo aturdido y taciturno. En Jerusalén, los patriotas judíos combatieron cuerpo a cuerpo con los soldados romanos comandados por Sabino. Los rebeldes atacaban a los soldados desde lo alto de las paredes del templo y trataron de prender fuego a una fortaleza que protegía a los romanos. Algunos de los soldados reales desertaron y se unieron a los rebeldes. Al final, los romanos ganaros. Los soldados incendiaron el templo y pillaron sus tesoros. A su regreso a Roma, Arquelao recuperó el control. La mecha de la bomba político-religiosa en Palestina ya estaba ardiendo. Esta vorágine revolucionaria enmarcó el contexto de la niñez de Jesús. Explotaría otra vez en los años 66-70 en una revuelta judía masiva, unos 30 años después de su muerte. Poco se sabe acerca del breve reinado de Arquelao (4 a.C. hasta 6 d.C.). El despreció todo lo que era preciado por los judíos, especialmente al casarse con una mujer divorciada de su segundo marido. La indignación y el odio de su pueblo era tan fuerte, que judíos y samaritanos enviaron una delegación a roma a implorar la remoción de Arquelao. Sorprendentemente, el emperador Augusto accedió y lo envió al exilio en el año 6 d.C., durante la niñez de Jesús. Este acontecimiento cambió la organización política de Judea para peor. En vez de ser gobernados por un rey cuasi-judío, por primera vez ahora se convirtió en una provincia romana. Un procurador romano (llamado a veces prefecto o gobernador) supervisaba directamente Judea. Este procurador, como Pilato, era responsable ante el emperador romano. El imperio romano tenía dos tipos de provincias:
El procurador era directamente responsable ante Cesar y tenía plena autoridad militar, judicial y económica. Judea tenía tropas auxiliares reclutadas entre la población gentil. Los judíos, sin embargo, estaban exentos del servicio militar porque se negaban a pelear en sábado. El procurador tenía cinco cohortes de 600 hombres cada una bajo su mando y mantenía guarniciones en todo el país. Una cohorte de 300 - 500 soldados estaba permanentemente apostada en el Fuerte Antonia en Jerusalén, y desde allí podía dominar todo el área del templo para prevenir disturbios. El procurador Pilato vivía en Cesarea, sobre la costa del Mediterráneo, pero durante las festividades judías traía tropas adicionales a Jerusalén para prevenir el caos entre los miles de peregrinos. Hombres de espada El primer procurador romano llegó a Judea en el año 6 d.C. para sustituir a Arquelao, alrededor de nueve años después de la gran revuelta. A la par del control directo romano llegaron, por supuesto, los impuestos romanos. Con este fin, el comandante romano Quirinio llegó a Jerusalén para levantar un censo de población con propósitos taxativos. Los apasionados nacionalistas judíos, que anhelaban una patria libre, se oponían a los impuestos romanos. La sustitución del rey títere Arquelao por un gobierno directo inflamó la ya tensa situación. Los celosos patriotas judíos sabotearon el censo. Argumentaban que la tierra es propiedad de Dios; por lo tanto, todos los impuestos también le pertenecían a él. Desde su punto de vista, los impuestos territoriales y personales eran nuevas formas de esclavitud e idolatría. Los zelotes, cuyo nombre se deriva de su celoso amor por la ley judía, anhelaban fervientemente la liberación del poder opresor romano, y el establecimiento de un Estado judío independiente. El censo romano del año 6 los enfureció [12]. Sólo Dios es rey, decían, declarando como blasfemia llamar al emperador «rey» y «señor». Según ellos, esto violaba el primer mandamiento que prohibía rendir adoración a otros dioses. Algunos creían que pagar impuestos al emperador era pura idolatría. Los super zelotes ni siquiera tocaban una moneda acuñada con la imagen del emperador. Como un erudito observa: «De todos los pueblos que integraban el imperio romano, ninguno resistió política y espiritualmente, tan persistente y firmemente al ocupación y gobierno romano, como lo hicieron los judíos» [13]. La resistencia judía contra Roma se manifestó de muchas formas en los primeros sesenta años del nuevo siglo. Además de los religiosos zelotes, bandidos errantes vivían en cuevas en el campo. Por lo menos siete profetas o pretendientes mesiánicos de uno u otro tipo dirigieron movimientos populares. Ellos esperaban que Dios, en forma milagrosa, erradicaría a los romanos y establecería su gobierno divino como en días pasados. También habían rebeldes políticos como Barrabás, liberado durante el juicio de Jesús. En varios casos, los líderes intelectuales judíos dirigieron protestas no violentas para resistir el trato profano de los objetos y lugares sagrados. Durante los festivales judíos, turbas sin control protestaban contra el gobierno romano. El movimiento de resistencia latía en los estratos populares por doquier. En contraste, la élite de líderes judíos que vivían en Jerusalén con frecuencia colaboraban silenciosamente con los romanos. La resistencia se volvió más violenta en los años que siguieron a la muerte de Jesús. En los años 50 y 60 d.C., aparecieron los sicarios, que eran hombres armados de dagas y puñales. Su táctica consistía en asesinar por degollamiento y secuestrar. Sus objetivos: sumos sacerdotes y otros destacados líderes judíos en contubernio con los romanos. Una facción organizada de zelotes emergió en los años 67-68 d.C. e inició el combate armado en Jerusalén. Otras facciones políticas revolucionarias, dispuestas a cortar cuellos de judíos y romanos, surgió en los años 60. Todos estos grupos rebeldes unidos dirigieron la revuelta masiva del pueblo judío en los años 66-70 d.C. Durante los años de la década del 60 la revolución estaba dirigida contra los romanos; pero crecientes intrigas entre las facciones rivales judías también alimentaron el desasosiego. De cualquier forma, dos eruditos llegan a la conclusión que todo el período de gobierno romano directo sobre Israel (6-66 d.C.) «estuvo marcado por un amplio descontento y perturbaciones periódicas en la sociedad judía palestina» [14]. Por lo tanto, cuando Jesús inició su ministerio alrededor del año 25 d.C., Palestina era una caldera revolucionaria. Felipe, hijo de Herodes el Grande, gobernaba la región nororiental como un quasi-rey judío. Herodes Antipas, el otro hijo, gobernaba el área de Galilea de manera similar. Un procurador romano dirigía los asuntos judíos en la región del sur desde su despacho en el puerto de Cesarea. Poncio Pilato En el año 26 d.C. Poncio Pilato fue nombrado quinto procurador romano para Judea. Comparado con los líderes judíos, Pilato aparece neutral durante el registro del juicio de Jesús; pero hay otra faceta de Pilato. Su administración se caracterizó por excesos brutales, gobierno despiadado y ofensas profundas a la sensibilidad judía. Poco después de su arribo, Pilato ordenó la movilización de tropas de Cesarea a Jerusalén. Entraron a la ciudad bajo el manto de la noche e instalaron estandartes con la efigie del emperador Tiberio en lugares estratégicos. Esto violaba la ley judía, que prohibía cualquier imagen en la ciudad santa. Al llegar la mañana se descubrieron los estandartes idólatras. Los indignados judíos viajaron a Cesarea demandando que las escandalosas imágenes fueran quitadas. En el secto día de estas manifestaciones, Pilato condujo a la multitud hasta la pista de carreras, la rodeó con soldados y amenazó con masacrarla. Cuando se dio cuenta que la multitud prefería morir que violar su ley, ordenó que los estandartes ofensivos fueran retirados. En otra ocasión en Jerusalén, Pilato consagró algunos escudos que tenían la inscripción del emperador Tiberio. Los líderes judíos que querían que Jerusalén fuera consagrada exclusivamente a la adoración de Yavé, se sintieron insultados. Los judíos protestaron ante el emperador romano, quien instruyó a Pilato a que moviera los escudos al templo de Augusto César en Cesarea. En esta forma, Pilato irritaba a los judíos. Su única contribución positiva también provocó dificultades. Pilato comenzó a construir un acueducto para traer agua a Jerusalén desde 25 millas de distancia. El sistema de agua beneficiaba al templo que necesitaba grandes cantidades de agua para purificar el sacrificio de los animales grandes. Pilato pensó que el tesoro del templo debía contribuir a pagar los gastos, pero las autoridades del templo protestaron por el uso secular del dinero dedicado a Dios. Pilato insistió. Turbas de judíos furiosos se reunieron para protestar contra el sacrilegio. Las tropas de Pilato los repelieron y mataron a muchos. La carrera de Pilato terminó en el año 36 d.C., después que sus tropas atacaron a un grupo de samaritanos reunidos en el monte santo de Gerizim. Los fieles se habían reunido para seguir a un auto-proclamado mesías samaritano. Después de este incidente Pilato fue llamado a Roma y perdió su procuraduría. Philo de Alejandría dice que el gobierno de Pilato estuvo marcado por la «corrupción, la violencia, la degradación, malos tratos, ofensas, ejecuciones ilegales numerosas y crueldad incesante e insoportable» [15]. Suicidio en Masadá Las relaciones entre romanos y judíos siguió deteriorándose del año 36 hasta el 66 d.C. Los patriotas judíos que luchaban por la libertad vivían en cuevas y con frecuencia atacaban a los romanos y a la aristocracia judía pro-romana. La crisis llegó a su clímax en el año 66 d.C., cuando el procurador romano Florio, robó diecisiete talentos del tesoro del templo. Los indignados judíos caminaron alrededor de Jerusalén pidiendo dinero para le «pobre Florio». Indignado y enfurecido, Florio envió a sus soldados a pillar la ciudad. El sacerdote en el templo rehusó hacer el sacrificio cotidiano de una animal en favor del bienestar del emperador romano. Insurgentes judíos ocuparon el área del templo, desafiando a Florio a retirarse a Cesarea. Mientras tanto los zelotes, bajo el liderazgo de Menahem, hijo de Judas de Galilea, capturaron la fortaleza romana de Masadá. Esta fortaleza estaba en la cima de un pico bien protegido en el mar Muerto. Los judíos que luchaban por la libertad y los soldados romanos se trabaron en sangrientos combates en las afueras de Jerusalén. El violento conflicto también polarizó a la aristocracia judía contra los que luchaban por la libertad. Hacia el fin del verano del año 66 d.C., los revolucionarios judíos habían logrado echar fuera del país a los soldados romanos. Le tomó a Roma un años reconquistar Galilea y tres años más retomar Jerusalén. Los zelotes de Masadá y los galileos convergieron en Jerusalén para presentar una resistencia final contra las brutales fuerzas romanas. Después que las fuerzas romanas recapturaron Galilea, siguieron hacia el sur hasta Jerusalén. Sistemáticamente destruían a su paso pueblos enteros; a sus habitantes los masacraban o los convertían en esclavos. Durante la Pascual del año 70, el general romano Tito, con un ejército de 24,000 hombres, lanzó un ataque masivo contra Jerusalén. El brutal poder romano aplastó a los que luchaban por su libertad. Antes que el fuego destruyera el templo, Tito se apoderó de la lámpara de siete brazos y de la mesa de los panes de la proposición como trofeos para su triunfal regreso a Roma. El santo templo quedó reducido a ruinas humeantes. Unos pocos rebeldes se acuartelaron en la fortaleza de Masadá hasta el año 73 d.C. Cuando los romanos finalmente llegaron a la cima del fuerte, encontraron vivos solamente unas cuantas mujeres y niños. ¡Los celosos patriotas prefirieron el suicidio que la derrota! El historiador judío Josefo menciona por lo menos cinco mesías judíos militares que dirigieron insurrecciones contra la ocupación romana desde el año 40 a.C., hasta el año 73 d.C. Lucas registra que Barrabás, quien fue liberado en vez de Jesús, estaba en prisión por iniciar una insurrección en la ciudad (Lucas 23:19). La derrota de Masadá no extinguió la llama del nacionalismo judío. En el año 132 d.C., como reacción a un edicto romano que prohibía la circuncisión, estalló nuevamente bajo el liderazgo de Bar Kochba. Con una fuerza de 200,000 hombres estableció un Estado judío independiente que duró tres años. Los romanos perdieron de 5,000 a 6,000 soldados antes de poder derrotar a Bar Kochba. Al final, los romanos aplastaron 1,000 aldeas, ejecutaron a 500,000 personas, destruyeron Jerusalén y deportaron a miles de judíos como esclavos. La destrucción de Jerusalén en el año 135 d.C. alteró el curso de la historia, tanto judía como cristiana. El monte bajo Aunque los judíos podían realizar sus sacrificios prescritos durante la ocupación romana, prevalecían factores irritantes. Desde la era de Herodes el Grande, los gobernantes políticos nombraban y despedían a los sumos sacerdotes; por lo tanto, aun el sumo sacerdote era al final de cuentas, un títere romano. Además, la vestimenta de ocho piezas que usaba el sumo sacerdote y que simbolizaba la esencia de la fe judía era guardada por soldados romanos en el Fuerte Antonia para impedir la posibilidad de levantamientos. Se le entregaba al sumo sacerdote únicamente en los días festivos. Finalmente, diariamente se ofrecía en el templo un sacrificio a Jehová por el emperador romano. Este turbulento contexto político imperaba cuando Jesús se enfrentó con Satanás en el monte alto. La efervescencia revolucionaria se agitaba en el valle. La niñez de Jesús no transcurrió en una Palestina serena, sino en un hervidero de fervor revolucionario. Solamente entendiendo esto podemos comprender la realidad de esta tentación política. La posibilidad de un reinado político no era un ofrecimiento sin importancia. Era la más cara meta de muchos de los profetas mesiánicos que indudablemente Jesús conocía bien. La tentación que Jesús rechazó no era meramente una invitación para unirse a las filas de los patriotas judíos. No era únicamente la tentación de deshacerse del control romano. Era también anzuelo para respaldar la violencia, que a fin de cuentas, era la manera de gobernar generalmente aceptada. En el monte alto Jesús rechazó la fuerza bruta como medio para gobernar. Las reglas del poder político sancionaban la fuerza, la violencia y el derramamiento de sangre. Jesús rechazó esta institución de poder político coercitivo «al derecho». En vez de ello eligió demostrar un nuevo poder, una nueva forma de gobernar. Rehusó jugar bajo las viejas reglas, pues el suyo era un reino al revés. Pero al final, su sistema amenazó de tal forma a los viejos reinos que le crucificaron como «rey de los judíos». La escena de la tentación en la montaña es símbolo del fuerza del poder divino [16]. Fue en un monte que Dios se encontró con su pueblo a través de Moisés (Exodo 24). Al predicar en un monte, Jesús manifiesta que su nuevo poder se caracteriza por la misericordia, la mansedumbre, la pureza de corazón y la paz (mateo 5). Los discípulos también recibieron su llamamiento en una montaña (Lucas 6:12-13). Después de alimentar a los 5,000 Jesús regresó al monte para orar y renovarse (marcos 6:46). La confirmación divina de «este es mi Hijo amado» vino de una nube en la cima de un alto monte (Marcos 9:2-7). Desde el monte de los Olivos Jesús comenzó su descensión real a Jerusalén sobre un asno (Mateo 21:1). Fue arrestado pocos días después en el mismo monte de los Olivos porque no se resistió a la captura (Lucas 22:39). Después de la resurrección los discípulos se reunieron con él en un monte de Galilea (Mateo 28:16). Y en el monte Olivar Jesús resucitado dijo a sus seguidores: «Recibiréis poder cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:8-12). El monte simboliza la fuerza del poder divino y la proximidad con Dios. Jesús vuelve a definir el significado del poder al rehusar hacer uso de la fuerza. Es difícil hacer a un lado la seducción de la fuerza. Mateo y Marcos registran tres ocasiones cuando Jesús habló del sufrimiento como la nueva forma de poder mesiánico. En cada ocasión, los discípulos discutían acerca de cuando poder y autoridad tendrían en el reino y en los tres casos, Jesús respondió enseñándoles acerca del discipulado sufriente. Una cosa dejó bien clara: Los héroes del reino al revés no son reyes guerreros cabalgando en carrozas o reyes plebeyos armados de rastrillos. Los héroes de este reino son hijos y siervos. Estos portan el estandarte del régimen de servidumbre. Operan, no por el poder de la fuerza, sino por el poder sustentador del Espíritu Santo que fluye del monte de Dios. ¿Jesús usó una espada? ¿Jesús fue un violento revolucionario [17]? Algunos dicen que lo fue. Supuestamente él seguía las sangrientas tácticas de los sicarios. Los que proponen esta posición argumentan que los evangelios, escritos unos cuarenta años después de la muerte de Jesús, deliberadamente disimularon esta faceta violenta para que los primeros cristianos no fueran amenazados por las autoridades romanas [18]. En otras palabras, los escritores de los evangelios encubrieron la violencia de Jesús con imágenes de un pastor amante de la paz. Se dan varias razones para ubicar a Jesús con los zelotes rebeldes [19]. Instruyó a sus discípulos durante la Última Cena a vender sus capas y comprar espadas (Lucas 22:36). Con un látigo expulsó del templo a los cambistas, junto con sus corderos y bueyes (Juan 2:15). Debido a que los romanos lo consideraban un agitador y sedicioso político, lo crucificaron como «rey de los judíos» (Lucas 23:28). Barrabás, conocido rebelde, había dirigido una insurrección política, mas por considerársele menos peligroso que Jesús, fue puesto en libertad, mientras que Jesús fue ejecutado (Lucas 23:25). Jesús mismo dijo que no había venido a traer paz, sino espada (Mateo 10:34). A semejanza de otros celosos profetas Jesús proclamó un reino. Criticó a los reyes que gobernaban al pueblo (Marcos 10:42). Hasta llegó a llamar a Herodes una zorra (Lucas 13:32). Por lo menos uno de sus seguidores, Simón, era llamado «el zelote» (Lucas 6:15). Algunos utilizan estas facetas del ministerio de Jesús para alinearlo con los revolucionarios violentos. En los evangelios encontramos que Jesús fue, indudablemente, un revolucionario. Desafió a los poderes gobernantes religiosos, políticos y económicos. Su afirmación de que la ley del amor supera los dictados de las instituciones humanas lo convierte en un revolucionario; pero no en un revolucionario violento. Sin refutar punto por punto la acusación de que Jesús hubiera sido un celoso rebelde [20] permítame observar algunos trozos de evidencia que sugieren que Jesús no puede ser incluido entre los rebeldes violentos de su tiempo. Los celosos rebeldes creían que los humanos tenían que ayudar a Dios para que el reino se manifestara; en contraste, Jesús dijo a sus seguidores: «No temáis, manada pequeña, pues a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12:32). A pesar de que Jesús criticó severamente a los ricos, siempre lo hizo en el contexto del peligro de que Mamón suplantara a Dios. Sus enseñanzas sobre las riquezas también constituían una amenaza para los intereses romanos y seguramente hubieran sido borradas del evangelio por sus escritores, si ellos hubieran estado tratando de apaciguar a los funcionarios romanos. Pilato puede haber pensado que Jesús era un revolucionario político; pero eso no significa que Jesús actuara en forma violenta. El hecho de que Jesús echara a los cambistas fuera del templo, no constituye una autorización para el uso de la violencia. Indudablemente Jesús actuó en forma fuerte y dramática; pero si a raíz de su actuación hubiera surgido un desorden de consideración, los 600 soldados apostados en el Fuerte Antonia que dominaba el templo, hubieran intervenido con presteza. La limpieza del templo por Jesús fue una condenación profética contra los codiciosos cambistas y una señal de que el templo debería estar abierto para que los gentiles adoraran. La palabra profética, no la acción, constituye el meollo de la limpieza del templo. Cuando Jesús estaba por ser capturado en Getsemaní, severamente reprendió la resistencia de su discípulo que cortó la oreja del soldado. Si los discípulos hubieran estado bien armados, se hubiera provocado un enfrentamiento fuerte. Si los discípulos hubieran constituido una amenaza de violencia, los habrían capturado y crucificado, jamás se les hubiera permitido huir amparados por la oscuridad de la noche. Tal vez la evidencia más convincente de que Jesús no estuvo de parte de la revolución violenta fue su cálida acogida a los colectores de impuestos y publicanos. Los celosos rebeldes aborrecían a los colectores de impuestos, a quienes consideraban traidores, pues oprimían a sus conciudadanos judíos con gravosos impuestos romanos. Los rebeldes estaban dispuestos a eliminar a los colectores de impuesto judíos, mas por el contrario, Jesús los abrazó. Aun invitó a uno de ellos a unirse a su grupo de discípulos. Jesús enseñó que el llamado radical para ser ciudadanos del reino debilita cualquier otra lealtad humana. El mensaje de separación gozosa de las presiones de las instituciones humanas contrastaba agudamente con las tácticas violentas y coercitivas de los celosos subversivos. La evidencia final de que el camino de Jesús trascendía la violencia, radica en sus enseñanzas y en su vida. Como ya hemos visto, él rechazó la tentación política con que Satanás quiso seducirlo en un alto monte. El nos instruye que amemos a nuestros enemigos, que hagamos bien a los que nos aborrecen, que bendigamos a los que nos maldicen y que perdonemos hasta 490 veces. El nos llama a servir, no a gobernar. El nos muestra el camino del amor en parábolas donde los enemigos se ayudan entre sí. La lección cumbre es su propio ejemplo en la cruz. Siendo escarnecido, rehúsa vengarse. Aun cuando los clavos horadan su carne, rehúsa maldecir a los que lo crucifican, y pide perdón para todos los que «no saben lo que hacen». Jesús fue revolucionario porque violó las leyes relativas al sábado, criticó a los avaros y codiciosos, comió con los pecadores y provocó a los fariseos. Su mensaje del reino desafió el poder de los grupos de interés imperantes. Los romanos lo consideraron una amenaza a su falsa tranquilidad política. Los saduceos derechistas lo odiaron por condenar su lucrativa administración del templo. Los progresistas fariseos censuraban su irrespeto por sus leyes. Y los que luchaban por la libertad no podían soportar sus disertaciones acerca del sufrimiento. Fue difícil hacer a un lado la tentación de usar la violencia; pero respaldar la violencia habría sido negar su plataforma de amor sufriente. Jesús fue un revolucionario porque atacó el problema de raíz: la maldad que con frecuencia vincula las intenciones e instituciones humanas. El exhortaba al arrepentimiento. Clamaba por el amor. Declaró que sólo Dios debe ser adorado. Admitió delante de Pilato que él era el Señor de este nuevo reino. Su revolución al revés sustituyó la fuerza con el sufrimiento, y la violencia con el amor. Preguntas para discusión
1. Hengel (1977:17-21) sugiere que Jesús asumió una postura de crítica contra todos los poderes políticos de su día. Hengel, sin embargo, no la relaciona con la tentación. 2. Algunos estudios son útiles para reconstruir la historia política y social de Palestina en los siglos cercanos a la vida de Jesús. Bruce (1971), Enslin (1956), Guignebert (1959), Horsley (1987), Horsley y Hanson (1985), Lohse (1976), Martin (1975), Metzger (1965) y Myers (1988). 3. a.C. indica el período de tiempo antes del advenimiento de Cristo. d.C. indica el periodo después del nacimiento de Cristo. 10. Para una exposición del levantamiento ocurrido en el año 4 a.C. consulte a Freyne (1980) y Horsley (1987:50-54). Freyne (1980, 1988) argumenta que los movimientos de protesta judíos se originaron primordialmente en Judea, y no en Galilea. 12. Es incierto si un partido zelote formalmente organizado se desarrolló en el año 6 d.C. y continuó hasta la gran revuelta judía del año 66-70 d.C. Hay tres posibilidades: 1) Un movimiento zelote, nacido alrededor del año 6 d.C., persistió hasta involucrarse activamente en la revuelta de los años 66-70 d.C. 2) Aunque surgió en el año 6 d.C., los zelotes pueden haber menguado, y luego haberse revitalizado durante la gran revuelta. 3) Los zelotes no emergieron como movimiento de resistencia organizado sino hasta los años 67-68 d.C. Horsley (1987) y Horsley y Hanson (1985) presentan un persuasivo argumento en respaldo de la tercera opción. Tres ambigüedades adicionales nublan la discusión. ¿Eran los sicarios (hombres del puñal) lo mismo que los zelotes? ¿Era el Judas revolucionario, hijo de Ezequías (4 a.C.), la misma persona que Judas el Galileo (6 d.C.), fundador de la Cuarta Filosofía? ¿Fue la Cuarta Filosofía un partido zelote organizado? Horsley (1987) y Horsley y Hanson (1985) afirman que la evidencia histórica brinda respuestas negativas a todas estas interrogantes. Freyne (1980:216-229) señala, sin embargo, que este Judas puede haber cambiado su forma de pensar a lo largo del período de diez años, y ser, en verdad, la misma persona. 14. Horsley y Hanson (1985:35). 16. Kelber (1974:78) señala el significado simbólico de los montes en el evangelio de Marcos. 17. El argumento mas influyente fue presentado antes por Brando (1968). 19. Cullmann (1970) presenta un bosquejo de estos temas en el capitulo I. 20. Tanto Cullmann (1970) como Hengel (1971, 1973) refutan el alegato de que Jesús era partidario de la violencia. Cassidy (1978) y Ford (1984), usando el evangelio de Lucas, argumentan que Jesús era partidario de la no-violencia. Myers (1988) en una lectura política de Marcos, argumenta que Jesús practicaba no sólo la no-violencia, sino también la resistencia - acción simbólica directa. En contraste. Horsley (1987:318-226) en su voluminoso estudio sobre Jesús y la violencia, llega a la conclusión que existe muy poca evidencia de que Jesús fuera partidario de la no-violencia, o de la violencia. Sus conclusiones descansan, sin embargo, en una muy cuestionable lectura del mandamiento de Jesús de «amar a nuestros enemigos». |