hermenéutica — Palabra de origen griego, que significa «interpretación». Para los efectos que nos interesa, se emplea en la frase «hermenéutica bíblica», que sería la ciencia —o arte, o don del Espíritu— de la interpretación de la Biblia.
El Nuevo Testamento griego emplea el término en el sentido de «traducción», cuando aclara el sentido en griego de un vocablo o una frase en lengua hebrea o aramea que se ha citado literalmente: «Simón, hijo de Juan, a ti te conocerán como Cefas, que significa (hermenéuetai) Pedro» (Jn 1,42).
Esto nos señala la primera y más primordial de las labores de la disciplina de «hermenéutica bíblica», que es la comprensión y traducción adecuada de los textos bíblicos en sus idiomas originales:
Para la inmensa mayoría de los cristianos y de los predicadores, esta parte principal y primera de la hermenéutica bíblica ya nos viene hecha en las traducciones disponibles a los idiomas modernos. En castellano, además, gozamos de una multitud tal vez apabullante de traducciones muy competentes. Cotejando entre ellas, es difícil que se nos escapen las diversas formas como sería posible entender las expresiones que venían en las lenguas de origen.
Un segundo paso esencial para la hermenéutica bíblica es el estudio de todos los elementos disponibles para contextualizar cualquier pasaje de la Biblia. La importancia de situarnos en el contexto donde y para el que se ha escrito, nos la indicaría un pequeño ejercicio de imaginación:
Supongamos que por algún arte imaginario alguien en 2010 hubiera podido leer un periódico de cualquier día de este año 2018. ¿Cómo iban a poder entender e interpretar la aparición, en cualquier periódico en lengua castellana, de la palabra catalana procés? Aunque supieran la traducción correcta de la palabra en sí, lo que significa ese término en la política de estos últimos años requiere conocer el contexto político e histórico donde el término se está empleando. Desconocerlo llevaría a todo tipo de especulación frívola (y equivocada).
De ahí que haya especialistas del estudio bíblico en las facultades de teología cristiana, que se dedican a aprender todo lo que sea posible acerca de la historia, la política, las guerras, las técnicas de explotación agropecuaria, las religiones, e innumerables detalles de la vida cotidiana del último milenio antes de Cristo y el primer siglo después de Cristo. Es una labor apasionante, que muchas veces se ve recompensada con descubrimientos harto esclarecedores.
El contexto no es solamente histórico, sino también literario. Y para esto, nada mejor que leer y releer continua y reiteradamente la Biblia entera, desde Génesis hasta Apocalipsis. Hay expresiones y costumbres que según vamos observando cómo funcionan y el significado que se les atribuye según vuelven a aparecer una y otra vez a lo largo de la Biblia, se van entendiendo en su amplitud, así como en la particularidad de cada texto donde aparece. Palabras como «cordero», «sacrificio» y «altar», por ejemplo, especialmente cuando se relacionan entre sí. O «salvación» y «salvador», o «redención» y «redimir». Todas palabras corrientes en castellano, pero cuyo empleo especializado a lo largo de la Biblia se puede conocer con la propia lectura habitual de la Biblia entera.
Este cometido —el de leer asidua y reiteradamente la Biblia entera— es especialmente grato y habitual como disciplina espiritual en el pueblo cristiano, y ayuda muchísimo a saber cómo interpretar la propia Biblia cuanto más nos la vayamos aprendiendo.
Y por último tenemos el engranaje del significado de la Biblia con la vida y espiritualidad de los creyentes cristianos. Aquí entramos en un territorio por una parte magnífico y lleno de gracia divina, donde el Espíritu puede poner en el corazón de cualquier cristiano una idea y un convencimiento que entiende como revelación o mandamiento personal para él o ella. Pero es por otra parte una dinámica peligrosa, donde desde la ignorancia de los otros aspectos de la hermenéutica que venimos explicando, los creyentes podemos llegar a conclusiones francamente disparatadas.
Esto requiere a la vez fe y humildad. Humildad para reconocer las limitaciones de nuestro conocimiento hermenéutico y aceptar que otros, con mayor experiencia y estudio bíblico, nos puedan corregir si nos equivocamos. Pero también fe en la capacidad del Espíritu para «hablarnos» personalmente en la lectura de la Biblia a pesar de nuestra ignorancia.
—D.B.