¡Que venga el novio!
por J. Nelson Kraybill
Las bodas palestinas pueden durar una semana entera, durante la que la familia y los amigos celebran diferentes rondas de festejos anticipados. Cuando por fin llega el día para los votos, se congregan los hombres en la casa del novio para una última celebración antes de llevarle donde hará sus promesas.
Me crucé con una boda en Cisjordania, al norte de Jerusalén, justo en ese momento. El pueblo entero era una conglomeración jubilosa. Los hombres, batiendo palmas y riendo, rodeaban al novio en una callejuela estrecha mientras salían a la calle principal. Me acerqué a pie y todo el mundo me animó con señales a que me sumase al jolgorio. El novio y el padrino iban alzados en hombros, con los brazos en alto. ¡Música! ¡Tambores! ¡Danza!
En otro lugar la familia y amigas preparaban y adornaban a la novia. Cuando la pareja son palestinos cristianos la familia del novio —sin el novio— trae la novia a la iglesia, donde todos esperan la llegada del novio y la ceremonia culminante. Una vez intercambiados los votos, el ritual solemne da lugar otra vez a la celebración, con hummus, bba ghanoush, falafel, hojas de parra rellenas, tabbouleh, pan de pita, arroz, cordero, tarta nupcial… Y más danzas.
Las bodas son eventos inmensos en la cultura del Oriente Medio, y la familia se juega su reputación. Cuando no Jesús cambió el agua en vino en los festejos de la boda de Caná. La familia estaba obligada a mostrarse generosa pero estaba por verse con la humillación de copas vacías.
El reino de los cielos será como diez jóvenes que tenían la responsabilidad de alumbrar con sus lámparas la procesión de la llegada del novio, según cuenta Jesús (Mt 25). Cinco fueron sabias y se proveyeron de aceite suficiente para mantener encendidas sus lámparas; otras cinco fueron insensatas y no se prepararon adecuadamente. La llegada del novio se demoró hasta la medianoche y las insensatas salieron disparadas a comprar aceite. Para cuando regresaron, la fiesta ya estaba en marcha y las puertas cerradas.
¿Qué es lo que significa para nosotros estar preparados para la cena de las bodas del Cordero, cuando Cristo va a traer justicia y salvación al mundo? ¿Podemos avanzar más allá de obsesionarnos con un presunto «rapto» y fantasías acerca de Armagedón y el fin del mundo, y poder darnos cuenta que Dios quiere traernos un cielo nuevo y una tierra nueva donde prevalecerán el shalom o salaam? ¿Nos hemos enterado que lo que se exige es que empecemos a vivir ya esa paz futura?
Cuando Juan de Patmos describe el fin de la era presente como una boda, la iglesia se representa como una novia vestida de lino fino, puro y resplandeciente. El lino es «las obras de justicia de los santos» (Ap 19,8). Nosotros, mortales pecadores que somos, no nos podemos ganar la salvación; pero nuestras obras revelan cuál es nuestra condición espiritual. Después de contar la historia sobre las jóvenes y la boda, Jesús procedió a comparar la llegada del reino de los cielos a un propietario que delegó en sus siervos su bienes mientras se ausentaba por un viaje. A su regreso el propietario castiga a los siervos que han administrado malamente esos caudales. Y bien, ¿qué podemos decir en cuanto a cómo gestionamos el planeta que está a nuestro cargo?
Tal vez el Novio ya esté presente en el mundo presente: como un inmigrante, como una familia monoparental, como alguien en Cisjordania que le han arrebatado sus tierras y su casa, como un refugiado de las guerras que las superpotencias se cuidan mucho de pelear en sus propios países. Cuando el juicio final, según Jesús, habrá «cabras» que se extrañarán de tener por delante el castigo eterno y protestarán: «¡Señor! ¿Cuándo te hemos visto con hambre o sed o extranjero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no atendimos a tus necesidades?» (Mt 25,44).
Ven, Señor Jesús, y enséñanos la justicia, para que estemos preparados cuando llegues.
Este artículo apareció, en inglés, en el blog del autor: peace-pilgrim.com. Traducido y reproducido con permiso.