señal — En el uso corriente, esta palabra tiene muchos sentidos. Puede ser un pago adelantado de una parte del precio, una indicación en la carretera para los conductores de vehículos, y muchas otras cosas. En el Nuevo Testamento la palabra tiene también diferentes usos, pero el que nos interesa aquí es el que se suele entender como equivalente a «milagro».
Tal vez el elemento más esencial del concepto de señal, es que indica otra cosa más allá de sí misma. En el primero de los ejemplos que acabamos de dar, el dinero que se paga anticipadamente señala la intención de cumplir con el pago de la suma total contratada. Funciona como garantía de que se pagará lo demás también. En el segundo de los ejemplos, la señal de tráfico indica la disposición legal de una velocidad máxima o de una prohibición de adelantar, por ejemplo. Así que la señal no es en sí misma lo esencial, sino que indica la existencia de otra cosa que sí lo es.
En el Nuevo Testamento la palabra se emplea de diversas maneras, pero aquí nos centraremos en ese uso donde solemos entender que una «señal» es algo más o menos equivalente a «milagro» o «prodigio». Así por ejemplo en Mateo 12,38-39:
Entonces algunos de los escribas y fariseos le dijeron:
—Maestro, queremos ver una señal de tu parte.
Pero él les respondió:
—Es una generación perversa e infiel la que pretende una señal, y no recibirá señal alguna más allá de la señal de Jonás el profeta.
Entendemos que lo que pretendían esos escribas y fariseos era o que Jesús hiciera un milagro para acreditar ser el portavoz autorizado de Dios que sus palabras daban a entender; o bien que al no poder hacer ningún milagro, quedase en evidencia como farsante y falso profeta.
En el judaísmo posterior hubo rabinos que por su santidad se les conocían milagros, pero en general la tradición rabínica ve con suspicacia todo lo que se pudiera considerar «magia», razonando que aunque sirve para prestigiar a los magos, no contribuye en absoluto al prestigio del Señor. Así que si Jesús respondía con un milagro, quedaba en entredicho como nada más que un «mago»; y si no, quedaba en entredicho por no acreditarse como profeta. En cualquiera de los casos salía perdiendo.
Jesús curaba enfermos todos los días, pero no como espectáculo ni para darse importancia. Así que sale ahora con el tipo de respuesta inteligente e incontestable que se le recuerda en otras muchas oportunidades. Apela al ejemplo de Jonás. Se recordará que con Jonás toda la población de Nínive se arrepintió de sus pecados con tan solo escuchar al profeta, sin ningún prodigio sobrenatural que los convenciera.
En Juan 2,11, al terminar de contar lo del vino en la boda de Caná, pone:
Este comienzo de señales obró Jesús en Caná de Galilea. Dejó ver su resplandor y sus discípulos creyeron en él.
Lo importante aquí no es la boda ni tampoco la calidad superior del vino, sino que sus discípulos entendieron lo que hizo Jesús como «señal», algo que apuntaba fuera del hecho en sí hacia otra cosa: en este caso, la «gloria» o resplandor de Jesús. Con el resultado de que creyeron en él.
¿Cuál sería esa gloria? Tal vez hubiera que comparar con la otra ocasión en los relatos bíblicos cuando el agua fue transformada en otro líquido: Moisés hizo que el agua en Egipto se hiciera sangre. Fue uno de los milagros que anteceden la liberación de los esclavos y la posterior creación del pueblo de Israel instalado en Canaán, con un pacto eterno con el Señor simbolizado por la recepción de la Ley en el Sinaí.
Jesús vino anunciando la inmediatez del reinado de Dios. El pueblo de Israel, oprimido por los romanos, podía recuperar esperanzas en ser liberado y renovado en su eterno pacto con el Señor. Si había sido maravillosa la experiencia con Moisés, cuando el agua se transformó en sangre que nadie podía beber, cuánto más maravilloso sería este nuevo «éxodo» con Jesús, cuando el agua se transforma en vino que alegra los corazones en la celebración de una boda.
Hay otros momentos en los evangelios cuando alguna acción de Jesús queda descrita como «señal». Como señales, tenderían siempre a indicar algo más allá —y más importante— que el milagro o el acto en sí. Tal vez las multitudes se quedasen solamente con el asombro y la sensación de haber visto algo extraordinario. Pero para los que empezaban a conocer quién era de verdad Jesús y el significado de su vida entre ellos, el sentido último de esos actos iba más allá. Hacía de señal, para indicar algún elemento de la realidad del reinado de Dios en Jesús.
Una curación o un milagro podía tener un efecto limitado —y francamente pasajero— en una o pocas vidas. En cuanto señal, sin embargo, su efecto anunciador podía inspirar a multitudes innumerables, durante generaciones incontables.
—D.B.