Ahora entiendo el evangelio (20/24)
El evangelio de la paz
por Antonio González
Llegados a este punto, podemos ya entender mucho mejor por qué el evangelio puede ser llamado «evangelio de la paz» (Ef 6,15).
1. La paz con Dios
La paz, en la Escritura, no se refiere solamente a la falta de guerra, sino que incluye una idea general de salud, seguridad y bienestar. Es lo que indica la expresión hebrea shalom.
Ahora bien, en la expresión shalom hay un resto de lógica retributiva. Para el antiguo hebreo, uno estaba bien, cuando había dado a cada uno lo merecido, o había uno mismo recibido lo merecido. Es lo que sucede también en castellano cuando decimos que «estamos en paz», en el sentido de que hemos recibido lo merecido o hemos dado lo que debíamos.
Con la anulación de la lógica retributiva ante Dios, tiene lugar algo más radical. Entramos en una paz que ya no depende de la retribución. Es la paz más allá de la retribución. No estamos en paz con Dios porque hayamos hecho todo lo que debíamos hacer o porque Dios mismo nos haya dado lo que merecíamos. Estamos en paz con Dios porque Dios ha anulado la lógica retributiva, y ha mostrado que ya no nos mide de esa manera. Como dice Pablo,
… justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesús el Mesías (Ro 5,1).
Esta paz no consiste en que un Dios airado haya descargado el castigo sobre Jesús. La justicia de Dios no es la justicia retributiva. Lo que sucede es más bien lo contrario: en Jesús se ha mostrado el verdadero rostro de Dios. El verdadero Dios es un «Dios de paz» (Heb 13,20).
Dios ha mostrado definitivamente que su justicia no consiste en retribución, sino en fidelidad a sus antiguas promesas. Estamos en paz con Dios, porque Dios ha destruido el acta de los delitos que había contra nosotros. Dios ha mostrado que es un Dios de paz «en la sangre del pacto eterno» (Heb 13,20). En Jesús tenemos acceso al verdadero carácter de Dios.
No solo eso. La anulación de la lógica retributiva actúa como un bálsamo que trae sanidad a todo el ser humano. Libres de la lógica retributiva, ya no tenemos que pasar la vida buscando el éxito, o acumulando méritos, o logrando resultados, o cargados por el peso de la culpa. El «Dios de paz» restaura, rehabilita, y santifica al ser humano por completo, sanando su cuerpo, su alma y su espíritu (1 Ts 5,23).
El ser humano, liberado de la lógica retributiva, ya no tiene que justificarse por los resultados de sus acciones. Por eso mismo ya no tiene que pasarse la vida trabajando para producir más y más resultados, destruyendo brutalmente la hermosa creación de Dios. El ser humano puede vivir en paz consigo mismo, y con la naturaleza. Y puede vivir también en paz con toda la humanidad.
2. La paz entre los seres humanos
Jesús insistió en este punto: el discípulo ha de mostrar hacia los demás seres humanos el carácter mismo de Dios. Si solamente hacemos el bien hacia quienes nos hacen el bien, ¿qué gracia tenemos? Contra lo que suelen decir aquí la mayor parte de las traducciones modernas, lo que dice el texto literalmente no es «mérito», sino gracia (kháris). Cómo también se dice en español ¿qué gracia tiene amar a los que nos aman, o hacer el bien hacia quienes nos hacen el bien (Lc 6,32-36)?
La no-violencia de Jesús tiene sus raíces en esta reproducción del modo de ser del mismo Dios. Así como Dios hace salir el sol sobre justos y pecadores, así también el discípulo ha de amar a los enemigos. Las estrategias que propone Jesús de algún modo «desarman» al violento, pues en lugar de devolverle su violencia o su opresión, le responden en formas inesperadas, que le dan una oportunidad de reflexionar (Mt 5,38-48).
El modo de actuar de Dios no es algo que el ser humano pueda realizar por sus propias fuerzas. Se necesita la fuerza misma del Espíritu de Dios, actuando en los creyentes por la fe. Cuando los primeros anabaptistas argumentaban su pacifismo, no se remitían solamente a las instrucciones de Jesús, sino también a su santo Espíritu. Y citaban al profeta Zacarías: «no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…» (Zac 4,6).
La humanidad, bajo la lógica retributiva o pecado de Adán, estaba condenada a la división. Los nacionalismos gustan siempre de promocionar la existencia de un cierto pueblo como especial e incluso superior, a la vez que lo presentan como oprimido por los «malos». Los seres humanos exhiben sus características propias, sus capacidades diferenciales, y sus poderes distintivos, para encontrar alguna identidad que les permita presentarse como merecedores de algún privilegio. De ahí la división de la humanidad en naciones (Gn 11).
Al superar la lógica retributiva, nadie puede esgrimir sus características distintivas como un mérito respecto a los demás. Una vez superado el pecado fundamental del ser humano, siquiera la ley de Israel puede utilizarse ya como un pretexto para la superioridad de unos seres humanos respecto a otros. Jesús mismo es «nuestra paz» (Ef 2,14). Dios, en Jesús, da lugar a una humanidad nueva, en la que se superan todas las divisiones étnicas, y que de este modo constituye un nuevo pueblo, distinto de los demás (Ef 2,15).
Las mismas divisiones sociales desaparecen. La comunidad de los seguidores de Jesús está compuesta de personas procedentes de toda clase, lengua, y nación (Ap 5,9). En esa comunidad, los que antes eran oprimidos y opresores se consideran como hermanos, no solo en un sentido espiritual, sino también en un sentido concreto, «en la carne», como dice el mismo Pablo (Flm 1,16).
3. El estado y la paz
La lógica retributiva no solo implica el surgimiento de la violencia, como cuando el ser humano utiliza a otro ser humano para producir mejores o mayores resultados, o cuando se introduce la competencia (y la envidia) respecto a los resultados producidos (Gn 4,1-8). La lógica retributiva también aparece a la hora de combatir la violencia. La violencia se combate con retribución, es decir, con más violencia. Esto lleva a una espiral interminable de venganzas entre personas, tribus o naciones (Gn 4,23-24).
En la historia humana aparece una alternativa típica a la espiral de violencia: la formación de un estado. El estado es aquella institución que reclama para sí el monopolio de la violencia legítima en un determinado territorio. Por eso todo estado es constitutivamente violento, como bien sabe la Escritura. Caín, el primer ser humano, es el primer fundador de una ciudad, es decir, de la forma más primitiva de estado (Gn 4,17).
El cristianismo primitivo admitió cierta legitimidad al estado. Allí donde todavía reina la lógica retributiva, el estado es sin duda uno de los mejores métodos para poner un límite a la violencia. Sin embargo, existe un camino mejor, propio de quienes han sido liberados de la lógica retributiva. Mientras que el estado es «vengador» (Ro 13,4), los cristianos están llamados a devolver bien por mal, y por tanto llamados a actuar en formas distintas a las que caracteriza a todo estado (Ro 12,19-21). El cristianismo no combate la violencia de particulares, o la violencia de algún estado, recurriendo la violencia de otro estado, sino con el Espíritu mismo de Dios, siguiendo el modelo de Jesús.
En definitiva, el evangelio es «evangelio de la paz» en un sentido real y concreto. La paz, para el cristiano, no es una mera consecuencia ética del evangelio. En cuanto superación de la lógica retributiva, la paz pertenece a la esencia misma del evangelio y expresa la presencia del Espíritu (Ga 5,22). La verdadera paz es una ausencia de retribución, la cual se alcanza, no porque todas las retribuciones se han realizado, sino porque Jesús mismo ha anulado la lógica retributiva, y ha hecho posible, por su Espíritu, una forma nueva de comportamiento.
4. Para la reflexión