Estoy solo entre las ruinas de la antigua población de Gamla, que en su día estaba en esta cima de un monte por encima del Mar de Galilea. Se oye el canto de pájaros en medio del silencio lúgubre de este lugar aislado, donde miles de judíos resistieron hasta lo último contra Roma en el año 67 d.C. La sangre corrió por las calles empinadas de Gamla después de que los arietes romanos hicieran brecha en sus murallas durante la Gran Revuelta judía de los años 66-73 d.C. Esa insurrección fracasó. Condujo a la destrucción de Jerusalén.
El general Vespasiano y su hijo Tito comandaron las tropas que acabaron con la vida de 9.000 judíos aquí. El suicido de Gamla suscita ecos estremecedores hoy día, cuando se oye de atentados suicidas con explosivos en distintos países. El precio que se cobra la guerra —sea por espada, por balas, bombas, enfermedad, hambre o suicidios— es espantoso.
Me dirijo hacia las ruinas de la sinagoga del siglo I. ¿Habrá predicado aquí Jesús? Seguramente, ya que Gamla y Capernaúm están lo bastante cerca como para verse mutuamente en los días claros. El evangelio dice que Jesús recorrió «todas las ciudades y aldeas» de Galilea «enseñando en sus sinagogas». Proclamaba la buena noticia del reinado de Dios: sanando enfermos, perdonando pecados, ocupándose de los pobres, amando enemigos. ¿Habrá tenido seguimiento en Gamla?
Nuestro Señor cambia corazones y reconcilia pecadores con su Creador, para hacernos ciudadanos de un reino que «no es de este mundo». Su comunidad es celestial, pero toma forma aquí y ahora en cada generación de creyentes. «El reinado de Dios está entre vosotros», les dijo nuestro Señor a sus discípulos.
«Si mi reino fuese de este mundo, mis partidarios estarían peleando», le dijo Jesús a Pilato (Jn 18,36). ¡Qué contraste con la muerte de aquellos rebeldes judíos y soldados romanos del siglo I, y con el derramamiento sin fin de sangre en Siria, justo al otro lado de las montañas desde Gamla! Ante tanta maldad, la no violencia y el amor a los enemigos puede parecer poco práctico. Pero sería difícil sostener que la muerte de 9.000 judíos en Gamla fuera un resultado práctico. Y la mortandad y condición de refugiados de millones de sirios hoy, dista mucho de ser una manera práctica de solucionar su conflicto.
Jesús no ofrece soluciones fáciles a los gobiernos corruptos, los imperios abusivos, la injusticia social, ni la guerra civil. Encaró de formas no violentas el mal, rehusó recurrir a la espada, y afrontó la ejecución por el Estado en una cruz romana. Han sido incontables sus seguidores que han sufrido el martirio antes de transigir en su lealtad al Cordero.
Tú y yo no vamos a salvar al mundo ni poner fin al sufrimiento humano por importante y noble que sea nuestro activismo con medios no violentos. Pero al entregar nuestras vidas cada día a Jesús como sacrificio viviente, al mostrarnos compasivos con los pobres y caritativos con enemigos, llegamos a ser una expresión visible del reinado del cielo. Dios está rompiendo el ciclo de pecado y odio, empoderándonos para traer al mundo la esperanza de resurrección.
1. Publicado (en inglés) en agosto, 2018, en la web del autor: Did the Good News get to Gamla?