intercesión — Acto de interceder, de «hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal» (Diccionario de la Real Academia). Es una de las funciones principales y más gratificantes de la oración cristiana.
Los relatos bíblicos están llenos de anécdotas, a veces sorprendentes, sobre la virtud de la intercesión y el poder que pone en juego Dios como respuesta. Es igualmente interesante tomar nota de episodios bíblicos donde no hubo intercesión ante Dios, donde cabe preguntarse hasta qué punto habría sido diferente el desenlace si se hubiera podido contar con intercesores consagrados a la oración.
Curiosamente, el primer caso de intercesión en la Biblia sucede a la inversa: es Dios quien intercede por Abel ante Caín. Un caso ejemplar también porque describe con claridad que la intercesión no siempre obtiene el resultado deseado, por cuanto la persona a quien se apela tiene su propia voluntad, su propia forma de entender la situación, y sus propias conclusiones acerca de la conducta acertada a adoptar. El resultado de la intercesión nunca es automático. Siempre tiene que contar con la voluntad de la persona a quien se apela. Cuando esa persona es Dios, aceptamos con naturalidad que sus criterios serán más perfectos y determinantes que los nuestros.
En vista de ello, es tanto más sorprendente el éxito tan frecuente que halla la intercesión ante Dios en los relatos bíblicos. Un claro ejemplo sería el diálogo entre Moisés y el SEÑOR en la cima del Sinaí, cuando se descubre que los israelitas, al pie de la montaña, se han forjado una imagen en metal de un becerro ante el que proceden a postrarse en adoración, convencidos de que representa al propio SEÑOR que los ha rescatado de esclavitud en Egipto. El SEÑOR reacciona:
—¡Les ha faltado tiempo para abandonar el camino trazado por mis mandamientos! […] Ya veo que este pueblo es testarudo. Así que déjame en paz, que se está encendiendo mi furia contra ellos, que los consumirá (Ex 32,8-10).
Moisés, sin embargo, razona con Dios, haciéndole ver cómo reaccionarían los egipcios. Cuando se enteren del exterminio de los hebreos, lo interpretarán como un engaño consumado por Dios, que en lugar de cumplir sus promesas, había tenido siempre la intención de acabar con ellos. La apelación de Moisés concluye en una osadía extraordinaria. ¡Exhorta a Dios a arrepentirse de haber tenido esa ocurrencia! (v. 12.) Y con mansedumbre sorprendente, Dios se arrepiente (v. 14).
Desde luego, si la intercesión de los amigos humanos de Dios, la intercesión de quienes se encuentran en especial relación de lealtad filial con Dios, puede hasta arrancarle a Dios un arrepentimiento, tenemos un inmenso estímulo bíblico a dedicarnos a la intercesión.
El apóstol Pablo indica, en el inicio de algunas de sus cartas, el contenido de su dialogar con Dios acerca de las iglesias destinatarias de las mismas. En esas oraciones hay una mezcla de agradecimiento sincero a Dios por los progresos que ve en los fieles, con la intercesión apasionada a favor de ellos, para que abunden más y más el mutuo amor y la coherencia cristiana y el buen testimonio de la comunidad en el mundo. Sus exhortaciones en ese mismo sentido, a continuación a lo largo de las cartas, vienen a explicitar lo que él confía que será el resultado de sus intercesiones ante Dios. Porque para el apóstol, no está reñido interceder ante Dios, e intervenir personalmente para intentar conseguir eso mismo con los medios a su alcance.
Así que interceder ante Dios no es sinónimo de pasividad e inacción.
Quien intercede ante Dios con confianza, sin embargo, no empleará jamás medios inapropiados para obtener por su propia cuenta lo que también ha pedido a Dios. Por ejemplo: quien sabe que Dios le escucha cuando intercede para que se haga justicia, no recurrirá a métodos violentos ni a la revolución armada para obtener así justicia. En esto nos dejó ejemplo Jesús, que para inaugurar el Reinado de Dios en la tierra, no reunió un ejército sino que se dejó matar él. Esto el mundo jamás lo comprenderá. La única intercesión legítima ante Dios es la que nace de comprender las fronteras entre lo que podemos hacer nosotros y lo que tiene que quedar en las manos de Dios.
Las personas fieles a Dios que se dedican a la intercesión por el prójimo y por el mundo, se están dedicando también a esa santidad que consiste en amar como ama Dios, perdonar como perdona Dios, reconciliar como reconcilia Dios, y traer luz y esperanza al prójimo como lo hace Dios.
—D.B.