Enséñanos a orar
por Connie Bentson
—¡Enséñanos a orar! —pidieron los discípulos.
—¡Venga tu reino! —dijo Jesús.
Jesús explica el Nuevo Pacto en Mateo 6,33: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Hay quien pide las añadiduras pero no el Reino; bendiciones sin hablar de pacto, de compromiso.
Me acuerdo mi asombro cuando llegué a España y me encontré en el Mercado Sur de Burgos no sólo la mar de pescado y marisco, carnes de ternera y cerdo, de pollo y gallina, sino también algo nuevo para mí, las casquerías. Viniendo de Argentina, esto me llamó mucho la atención. No entendía que hubiese puestos de despojos de cerdo, con morro, careta, orejas, lengua, patas, sangre, etcétera, en exposición. ¿Quién querría conformarse con eso, habiendo tantos manjares a la vista por todo el mercado?
Llamemos añadiduras las bendiciones superfluas que buscamos para nuestro propio beneficio. Demasiadas veces nos conformamos con orar por añadiduras. ¿Cómo se llega a orar centrados en buscar con verdadero anhelo el reino de Dios y su justicia, como indicó Jesús a sus discípulos?
Podemos usar este mismo texto como guía para la vida y la oración. Pero es curioso que además de pedir siempre bendiciones para nosotros mismos y para los que nos rodean, siempre buscamos «nuestra propia justicia», ciegos para ver que la justicia de Dios tiene que ver con la transformación que él quiere traer a toda situación y a cada una de las partes implicadas en nuestras relaciones difíciles. Cuando Jesús nos dice que busquemos el reino de Dios y su justicia primeramente, es porque Dios nos quiere dar lo que nos parece imposible. No solo las bendiciones más urgentes.
En los relatos de Génesis
Recordemos que Dios es un Dios de pactos. Repasando brevemente lo que estoy leyendo últimamente, veo que Dios vivía un pacto con Adán y Eva, poniendo una sola restricción que ellos no cumplieron. Al desobedecer rompieron el pacto, su acuerdo para una vida compartida con él. Dios los siguió bendiciendo, les concedió añadiduras, porque nada cambia la naturaleza buena de Dios. Las siguientes generaciones también vivieron bajo añadiduras, pero tampoco vivieron en la presencia de Dios. No escuchaban su voz ni disfrutaron de la vida construida bajo un pacto de compromiso con Dios.
Pero cuando la maldad humana ofendió del todo al Creador, como su propósito es siempre el bien, Dios hizo un pacto con Noé. Tristemente, con el diluvio solamente se salvaron los que estaban en el arca. Esto fue una sombra de lo que había de venir, como dice Colosenses 2,17: … cosas que sólo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo. Solo los que permanecen en Cristo en las tormentas de la vida disfrutan la salvación eterna.
Dios bendijo la descendencia de Noé, que se propagó sobre la tierra. Pero siguieron haciendo lo malo, y además, como hablaban la misma lengua, Dios dice en Génesis 11,6: Nada de lo que se propongan hacer les será imposible. No era el diseño de Dios que los hombres haciendo el mal se hicieran tan poderosos en un mismo lugar. Al contrario, deseaba familias bendecidas y en pacto con Dios, que fueran bendición a todas las naciones de la tierra haciendo el bien.
Dios acaba con los éxitos de los méritos propios humanos, derramando sobre aquel Gran Congreso en Babel tantas lenguas diversas que fracasó la comunicación entre ellos. Consigue así bajarlos de las nubes, obligándoles a ir cada uno por su lado y, ahora sí, a extenderse como familias distintas por toda la faz de la tierra. Dios persigue así su propósito original. Quiere darse a conocer, imprimir su carácter, su rostro y su bondad sobre la familia humana, hasta que llegue a todos los confines de la tierra. Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Nada hay imposible para Dios.
No era el diseño de Dios que los hombres haciendo el mal se hicieran poderosos en un mismo lugar. Al contrario, deseaba familias bendecidas y en pacto con Dios, que fueran bendición a todas las naciones de la tierra haciendo el bien.
En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento observo que cuando en Pentecostés vino el Espíritu Santo prometido por Jesús, cayó también como lenguas muy diversas. Pero en esta ocasión Dios unió a todos en un mismo sentir con la plenitud de su Espíritu, forjando así la auténtica familia de Dios.
7 Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando las maravillas de Dios? 8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido? Venimos de toda la tierra, y les oímos hablar en nuestros propios idiomas de las maravillas de Dios. […] 12 Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
Lo que se materializó fue el Nuevo Pacto sellado con la sangre de Jesús. El reino de Dios que ya había llegado traía nuevas bendiciones y realidades. Vemos que Dios quiere lo que siempre quiso: una familia de hijos que se le parecen. El propósito era unirles en el Espíritu y en la Verdad, en Cristo Jesús, el resucitado de los muertos, el Salvador del mundo.
Pero volvamos a Génesis: Después de muchas generaciones por fin entra el personaje de Abram con quien Dios establece otro pacto con bendiciones y una gran promesa. Pero cuando Abraham ha cumplido noventa y nueve años, la promesa sigue sin cumplir. En Génesis 17,1 Dios vuelve a visitar a Abraham y a definir el pacto con éstas palabras: Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia y sé irreprochable.
Si no buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, nos encontraremos pidiendo solamente añadiduras. El que ora solo en aprietos, o pidiendo auxilio para otros, o buscando dirección y a ayuda de Dios en la vida, o librarse de algún mal, debe entender que Dios puede que otorgue añadiduras, pero hacer un pacto con Dios trae otras cosas. Vivir en un compromiso total con él en obediencia y honor a nuestras promesas, nos llevará no solamente a ver cómo Dios suple las añadiduras que necesitaremos. Iremos conociendo íntimamente a Dios y las dimensiones insondables de su reinado en nuestras vidas como familias y como comunidades de fe, deleitándonos en la justicia de su reino y en Aquel único capaz de realizar lo imposible para manifestar su gloria.
¿Hay algo más difícil que cambiar Dios las vidas y los caminos de los seres humanos? El milagro más grande y auténtico sigue siendo la transformación de nuestra manera egoísta de vivir, el cambio radical en mentes y corazones para vivir en el Espíritu y no según dicte el mundo. Lo más hermoso de la vida es vivir en Cristo, nos pasen cosas buenas o malas, permanecer en el pacto con él, por invitación e iniciativa suya.
Una oración del apóstol Pablo
Finalmente, propondría dejar a un lado tantas añadiduras, para meditar y orar un fragmento de una oración del apóstol Pablo. Oraba por todos mientras viajaba incansablemente de un lugar a otro. Me desafía esta oración, en Efesios 3, porque no pide bendiciones superficiales. No pide añadiduras, sino lo más perfecto. Porque Pablo sabía que para Dios no hay nada imposible.
14 Por esta causa, pues, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra, 16 que os conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior; 17 de manera que Cristo more por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en amor, 18 seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, 19 y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
20 Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, 21 a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.
Recapitulando:
Si aprendemos a orar con fe como Pablo, Dios nos sorprenderá supliendo mucho más allá de lo que esperábamos. Nos llevará a deleitarnos en su gloriosa justicia. Veremos cómo él hace todo mucho más abundantemente de lo que entendemos o pedimos.