querubines — Dioses de rango inferior en las civilizaciones de la antigüedad, cuya función habitual —dispuestos de a dos— era hacer de vigilantes de seguridad en las puertas de acceso a los templos. En «la Ley» de Moisés, son la excepción a la regla general que prohíbe cualquier imagen que represente una deidad.
Los querubines, dispuestos a la entrada de los edificios importantes, ya eran conocidos con ese nombre por los acadios y puede que por los sumerios, miles de años antes de la existencia de Israel. Su función de vigilantes sobrevive hasta hoy como elemento decorativo. Los leones de bronce a ambos lados de la gradería que asciende a la entrada al Congreso de los Diputados en Madrid, por ejemplo, prestan solemnidad e importancia al edificio.
Se solían representar (siempre de a pares) como toros alados, con cabeza de hombre y larga barba. También podían aparecer en otros lugares que en las entradas imponentes a edificios solemnes: Se ha excavado un trono fenicio cuyos brazos están tallados como sendos querubines. En este caso no harían de vigilantes de un lugar, sino de guardaespaldas del rey.
Querubines (de una excavación arqueológica) en un museo de Persépolis, Irán. En esta foto —de frente— no se aprecian sus alas. |
En el Tabernáculo descrito en el libro de Éxodo estaban bordados (también de a pares) en las telas que hacían de gran carpa sagrada para alojar la Presencia del Señor. Tal vez la repetición de esta decoración en todas las telas del Tabernáculo pareció especialmente apropiada por cuanto al contrario de un templo de piedra, sería en teoría posible entrar a una carpa por cualquier parte (por las juntas entre cortina y cortina). Luego también había un par de querubines tallados con las alas alzadas como preparados para tomar el vuelo y forrados con pan de oro, dispuestos sobre el propiciatorio (la tapa del Arca del Pacto).
Tanto despliegue de bordados y tallas de estos dioses paganos de rango inferior en el Tabernáculo (decoración repetida después en el Templo de Jerusalén), llama la atención si se piensa en la prohibición expresa en Israel, de hacer ninguna «imagen ni semejanza» de ningún ser en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra. Es muy conocida y notable esta prohibición. Jamás se ha descubierto, en ninguna excavación arqueológica, ninguna estatua del Señor de Israel —seguramente porque tal cosa nunca existió. La importancia de esa prohibición bíblica nos llevaría a sospechar que los hebreos tenían a los querubines por seres de fantasía, como elemento puramente decorativo. Representarlos no invalidaba la prohibición, por cuanto no representaban seres reales, sino imaginarios.
Como el becerro de oro en Dan y Betel en la época del reino dividido después de Salomón, los querubines probablemente se imaginaban también como el trono o la montura del Señor invisible de Israel. Al Señor no se lo podía representar, pero era posible imaginárselo presente ahí, montado en el Templo sobre querubines de oro, o sobre un becerro de oro en Dan y Betel. Sabemos que ese becerro de oro fue muy criticado (por su asociación con el baalismo). No pasaba lo mismo con los querubines. Aparte de que no se creyera que representaban seres reales, puede ser también que al ser dos los querubines, se hacía difícil imaginar que Dios pudiera estar sentado sobre ellos material y físicamente. ¡La presencia de Dios solamente podía ser espiritual!
Desde luego, si se quería ampliar la idea de montura del Señor para hacer con ella un relato, mucho más natural era limitarse a un solo querubín. Esto es lo que vemos en el Salmo 18, donde el Señor acude a socorrer a quien ha clamado a él. Al tomar vuelo, el querubín que monta aparece en el cielo como una tormenta terrible, con rayos y truenos, lluvia y granizo.
Pero la representación más memorable del Señor alzado en vuelo montado en sus querubines del Templo, es sin lugar a dudas la descripción que hace Ezequiel en sendas visiones de los capítulos 1 y 10. La visión es impresionante, escalofriante, majestuosa, sobrecogedora… Al leerlo, la imaginación del lector va dando vuelcos y giros imposibles, donde al final lo único que queda es sensación de sobrecogimiento ante la impresionante grandeza del Señor, que se marcha de Jerusalén para venirse al exilio con los desterrados.
El período inmediatamente previo a nuestra era fue prolífico en obras apócrifas —no inspiradas— entre los judíos. En esos libros nace la idea de que Satanás sería un querubín rebelde, entendiendo querubín como sinónimo de ángel. A todo esto, claro está, ya no se recordaba que los querubines en el templo tenían una función puramente decorativa —no representaban dioses reales en que hubiera que creer. Ni tampoco ángeles. El personaje en Ezequiel 28, como ya he explicado detalladamente en mi libro El diablo y los demonios según la Biblia, es el rey de Tiro; y el profeta lo califica de «querubín protector» en un sentido puramente figurado y como burla.
—D.B.