Sabio chino. Retrato por Yi Che-gwan (1783-1837) |
En aquel tiempo, se afirma en una antigua leyenda china, un discípulo preguntó a un gran vidente:
—¿Cuál es la diferencia para usted entre el cielo y el infierno?
El vidente le respondió:
—Es muy pequeña, sin embargo de grandes consecuencias. Vi un gran monte de arroz cocido en una gran caldera y preparado para comer. A su alrededor había mucha gente desesperada y hambrienta, casi a punto de morir. No podían aproximarse al montón de arroz debido al calor que desprendía la caldera, pero tenían en sus manos largos palillos de más de dos metros de longitud. Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevárselo a la boca porque los palillos que tenían en sus manos eran demasiado largos.
—De este modo, toda esta gente estaban juntos, pero cada uno en solitario con sus palillos, padeciendo una hambruna eterna delante de una comida en abundancia.
—Eso era el infierno. Hombres y mujeres cada uno en su soledad y muriéndose de hambre.
—Vi otro monte de arroz cocido en otra gran caldera y preparado para comer. Alrededor de él había mucha gente toda llena de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz debido también al calor que desprendía la caldera, pero tenían en sus manos largos palillos de más de dos metros de longitud y, aunque llegaban a coger el arroz, no conseguían llevárselo a su propia boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Pero con sus largos palillos, en vez de llevárselos a su boca, se servían unos a otros el arroz. Así saciaban su hambre mediante una gran comunión fraternal, juntos y solidarios, gozando a manos llenas toda la comida disponible.
—Esto era el cielo —dijo el vidente.
Una mirada a esta historia relacionándola con el mundo que nos ha tocado vivir
Esta historia nos muestra de una manera gráfica dos realidades del mundo después de la muerte y nos conecta con muchas de las enseñanzas de Jesús sobre nuestra relación con el prójimo y el juicio final de la humanidad que nos relata Mateo 25,31-46.
Pero al tiempo esta historia nos conecta de forma muy potente con este mundo que nos ha tocado vivir, en el que la exaltación del individualismo aparece por doquier.
El énfasis en la persona individual que se olvida del colectivo humano lo encontramos en forma de credo en un monumento delante del majestuoso Rockefeller Center en Nueva York, en el cual se puede leer: Creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a perseguir su felicidad. El «nosotros» como valor supremo de la vida humana es remplazado por el «yo» individual. Esto es exactamente lo que nos relata la parábola del cielo y del infierno con sus trágicas consecuencias.
El «yo» sin el «nosotros» es el individualismo que caracteriza nuestra cultura actual.
El hambre es una constatación en todas las sociedades en la historia. Sin embargo hoy alcanza dimensiones crueles e inhumanas. La causa de esta falta de sensibilidad hacia los que no tienen, no es otra que el nuevo patrón o modelo de consumo en el que sólo cuenta uno mismo.
Gandhi ya afirmó: «El hambre de la mayor parte de la humanidad es un problema ético, porque manifiesta el resultado de una política económica individualista, en la que sólo unos cuantos son los beneficiados de todos los recursos que nos da la madre tierra».
Esta parábola nos enseña que una ética inspirada únicamente en el bien individual sólo lleva al hambre y la desnutrición de la humanidad.
Son muchos los visionarios del futuro que afirman que el vivir únicamente para uno sin pensar en los demás, no tiene otro futuro que el desastre de la humanidad.
Jesús nos relata en el Evangelio de Lucas 12,13-21 la historia de un hombre insensato que, al descubrir una cosecha que desborda sus expectativas, habla consigo mismo para decidir qué debe hacer. Sorprende en esta historia no encontrar a nadie más que este hombre insensato; ni esposa, ni hijos, ni vecinos, ni amigos, ni siquiera los campesinos que han trabajado su tierra. A este hombre solo le preocupa lo suyo, su bienestar, su cosecha, sus graneros, sus bienes su vida y su futuro.
Este hombre no se da cuenta que vive encerrado en sí mismo con un estilo de vida deshumanizado, donde nadie más que él existe. Solo vive para acumular, almacenar y tener su futuro asegurado.
El sueño de este hombre es interrumpido por las palabras de Jesús: « ¡Estúpido! Vas a morir esta misma noche. ¿A quién le aprovechará todo eso que has almacenado?»
Este hombre había acumulado bienes, pero no había ensanchado el horizonte de su vida con amistades, amor, generosidad. No había aprendido a dar ni compartir; sólo acaparar.
Este hombre insensato había olvidado que hay leyes universales que deben orientar la vida de todo ser humano. Estas leyes son tan sencillas como el compartir, la generosidad, el aceptar que uno no puede todo sin los demás.
El desafío de la parábola del cielo e infierno
Cuando un ser humano olvida al prójimo y el centro de su vida es él mismo, se arriesga a que se empobrezca e igualmente empobrezca a toda la humanidad, si todos actuamos así.
La alternativa no es otra que pensar y soñar juntos. Cultivar una esperanza juntos, confiando en que la solidaridad es la fuerza que permita que nadie se muera de hambre porque hay recursos para todos si somos solidarios.
La solidaridad es uno de los valores más importantes de la existencia humana; pero en el mundo actual, con el énfasis en el individualismo, es el último recurso que utilizamos para vivir.
El refrán popular «La unión hace la fuerza», lo olvidamos fácilmente, pero esté es el camino por el que optaron aquellas personas de la parábola que se encontraban en el cielo.
Frases para la reflexión personal