diccionario


teología
— Es el estudio y la disertación sobre Dios (theo en griego). Es comúnmente sabido que logos significa «palabra» en griego. Podríamos decir entonces que la theo-logía es las palabras con que hablamos acerca de Dios. Los teólogos serían los doctores o eruditos que conocen al detalle lo que es correcto o no decir al hablar sobre Dios y describir a Dios. Pero la teología en sí, hablar acerca de Dios, es la realidad y responsabilidad ineludible de todo cristiano. No sabríamos vivir sin hablar sobre Dios y sobre nuestra experiencia vivida en relación con Dios.

Podríamos decir que la teología, hablar sobre Dios, es demasiado importante como para dejársela a los teólogos. Si Dios es real y si incide en cada una de nuestras vidas, si es impensable para nosotros afrontar cada día sin tenerle a nuestro lado, resulta también impensable dejar que solamente pudiesen hablar de Dios unos eruditos que viven con la vista metida en libros.

Cuando suspiramos «¡Ay, Dios!» o «¡Dios mío!», estamos dando expresión al convencimiento de que Dios existe y que atiende a nuestros suspiros y nos comprende perfectamente aunque no nos pongamos a explicarle por qué le hemos invocado. Es teología, hablar de Dios.

Si al contrario alguien exclama «¡Me c--- en Dios!», está expresando groseramente la idea de que aquello desafortunado que está viviendo o que le ha pasado, es porque Dios así lo ha querido para fastidiarle; o al contrario, lo dice porque ni siquiera cree que Dios exista. Es teología, hablar de Dios.

Si decimos que hemos caído tan bajo y nuestros pecados son ya tan horrendos que Dios jamás nos podrá perdonar, estamos haciendo una afirmación teológica —errónea, por cierto— acerca de ciertas limitaciones que atribuimos a su divina capacidad de perdonar.

Si al contrario opinamos que Dios nos tiene que perdonar siempre que se lo pidamos y aunque no tengamos la más mínima intención real de enmendar nuestros pasos, estamos haciendo una afirmación teológica —también equivocada—. Estaríamos afirmando que su perdón es una especie de mecanismo automático que nosotros podemos manipular con facilidad.

Si afirmamos que Dios no existe, bueno, ahí hay tela. Los judíos y cristianos de la antigüedad, en tiempos bíblicos, probablemente fueron tenidos por ateos por la mayoría de sus vecinos. Para ellos Marte, Venus, Saturno, Sol, Luna, y todos los astros del cielo eran dioses; y se tenían que escandalizar de que para estos otros, no fuesen más que luces que alumbran en el cielo. Cuando alguien afirma que no cree que Dios exista, habría que ver quién y cómo es ese dios que creen que no existe. Tal vez pudiera uno estar de acuerdo con ellos, sin negar a Aquel que sí existe y a quien amamos.

No he tenido muchas conversaciones con ateos pero me fascinan sus escritos. Muchos ateos lo son en rebeldía contra ideas supersticiosas y manipuladoras de Dios que les han intentado meter desde niños para obligarles a ser conformistas y a no pensar por cuenta propia. A algunos les han inculcado que para creer en Dios hay que negar la investigación histórica y los descubrimientos científicos. Si creer en Dios nos obligase a ser ignorantes capaces de tragarnos cualquier fantasía a la vez que negamos la realidad, entonces adelanta mucho quien no cree en Dios.

Obviamente, se entenderá, yo no creo que creer en Dios nos obligue a eso. Me parece que mi vida vivida en relación permanente con mi Creador es perfectamente compatible con cualquier cosa que se descubra que es cierta, e incompatible con cualquier cosa que se descubra que es mentira.

Todas estas afirmaciones, de un signo y del contrario, incluso las afirmaciones ateas —la negación de que Dios existe— son de suyo afirmaciones teológicas.

Algunas ciertas, otras no.

Y ahí está el quid de la cuestión de la teología como tema de investigación, estudio y reflexión humana: saber distinguir entre lo que es cierto y lo que no, cuando hablamos de Dios.

Para los cristianos, la reflexión teológica es inseparable del hondo conocimiento de las Escrituras. Para nosotros, los siglos de relación del pueblo hebreo y cristiano con Dios encerrada en los dos Testamentos de la Biblia, es una fuente esencial adonde volvemos una y otra vez para beber y refrescar nuestras ideas.

Pero no solamente la Biblia. El estudio correcto de la Biblia tiene que contextualizarse en la experiencia de la comunidad de fe, donde vivimos y compartimos unos con otros lo que supone vivir en relación con Dios. Es en la comunidad de los que se disponen a seguir a Jesús en su mansedumbre, humildad y compasión, que nuestro «hablar de Dios», nuestra teología, ofrece mayores garantías de ajustarse a la realidad.