pescador

Que sea Dios el que hace selección
por J. Nelson Kraybill [1]

Desde un barco en el Mar de Galilea, un pescador demuestra el arte antiquísimo de echar al agua una red redonda. Las pesas por todo el perímetro de la red se hunden rápidamente, envolviendo en el entramado cualquier cosa viva que haya ahí abajo. Las aguas junto a la base del ministerio de Jesús, en Capernaúm, bullían con tilapias, carpas y sardinas, cuando sus primeros discípulos se dedicaban a su profesión.

La pesca era un componente esencial de la economía de la región en el siglo I, como se observa por el nombre de las poblaciones cercanas: Betsaida (Casa de Pesca) es donde vivían Pedro, Andrés y Felipe. Tarijēiai («Lugar donde se elabora el pescado en salazón», conocido como Magdala en hebreo), es seguramente de donde era oriunda María Magdalena. En los evangelios los discípulos de Jesús aparecen remendando redes, pescando toda la noche, contando pescados, descubriendo una moneda en la boca de un pescado, desayunando con pescado en la playa con Cristo resucitado.

—El reino de los cielos es como una red que echaron a la mar y arrastró toda clase de peces —les explica Jesús a sus seguidores—. Y cuando se llenó la sacaron a la orilla y se sentaron en la playa para juntar en una cesta los buenos, descartando los inaprovechables. Así será cuando la consumación de los siglos. Vendrán los ángeles para descartar a los malvados de entre los justos, para echarlos a la caldera de fuego» (Mt 13,47-50).

Hoy día, cuando algunas denominaciones excomulgan y se dividen sobre cuestiones de sexualidad y otros temas controvertidos, la parábola de Jesús sobre la pesca ha de servirnos de instrucción. Los pescadores de Galilea usaban típicamente redes, no anzuelos, para la pesca. La evangelización y la disciplina en la iglesia, según esta imagen que nos pinta Jesús, han de ser amplias para incluir a cualquiera. No se pesca a nadie con caña y anzuelo, con engaños y violencia. Al contrario, la boca ancha de la red junta una pesca variopinta y diversa. Cuando «la consumación de los siglos» habrá quien quede descartado. Pero eso no lo haremos ni tú ni yo sino los ángeles.

¡Qué fuerte es la tentación a empezar desde ahora ese proceso de selección! Decidir que son «inservibles» esos pescados cuyas ideas políticas no coinciden con las mías. Descartar los que no me caen bien. Deshacerse de los que entienden la sexualidad humana de una manera diferente a lo que yo entiendo que la Biblia deja claro.

Pero en lugar de hacer que tú y yo nos dediquemos a seleccionar, Jesús da a entender que lo que nos corresponde es echar una red muy amplia. «Seguidme, que yo os haré pescadores —con red— de hombres», es lo que dijo (Mt 6,19). Hay otros cuadros bíblicos también que indican que Jesús promovía una forma no excluyente de añadir personas. Enseñó que el reino de los cielos es como la parcela de un agricultor, donde crecen juntos el trigo y la cizaña. Seguirán juntos así hasta la siega, cuando los segadores (¿ángeles?) seleccionarán y destruirán las plantas inservibles (Mt 13,24-30). En el Apocalipsis de Juan, es Cristo el que puede acabar eliminando lámparas (congregaciones); no es algo que les corresponda a las propias iglesias (Ap 2,5).

Nuestro Señor no sugiere que las doctrinas y conductas no incidan en la salvación. Hay consecuencias que sufrirán los que no dan la talla. Cuando Dios recoja la mies al final del tiempo, las malas hierbas arderán y el pescado inservible acabará echado al fuego, «donde habrá llanto y rechinar de muelas». Es justo y bueno que aprendamos, pongamos en práctica, y enseñemos lo que Dios nos pide para vivir en santidad. Pero gracias a Dios, podemos dedicarnos nosotros a echar redes, dejando que sea Dios el que haga selección.


1. J. Nelson Kraybill es el presidente del Congreso Mundial Menonita. Este artículo apareció el 5 de mayo de 2018 en peace-pilgrim.com.