Nablus, donde antaño se encontraba Siquén. |
La historia aleccionadora de un líder arrogante
por J. Nelson Kraybill
Recordamos a Gedeón como el estratega militar que sorprendió y derrotó un ejército invasor madianita con solamente trescientos soldados, haciendo tocar trompetas y romper cántaros (Jueces 7). Pero lo que sucedió después de la victoria de Gedeón es una historia aleccionadora para todo aquel que llega al poder atropellando los derechos del prójimo.
Gedeón (conocido también como Jerubaal) fue un líder durante algún tiempo entre las tribus de Israel, en un período anterior a que tuvieran reyes, cuando aparecían «jueces» para gobernar cuando hacía falta. Se trataba de líderes religiosos y militares de ámbito regional, que surgían para unir y defender las tribus dispersas, o para restablecer la fidelidad a Dios en tiempos de crisis.
Alguno israelitas querían coronar a Gedeón como rey después de que derrotara a los madianitas, pero él no lo consintió:
—No reinaré sobre vosotros, ni tampoco reinará sobre vosotros mi hijo; el Señor reinará sobre vosotros —declaró (Jue 8,23).
Cuando murió Gedeón, sin embargo, un hijo llamado Abimelec fue de otro parecer. Contrató unos «maleantes y aventureros», que le seguían (Jue 9,4). Para eliminar la competencia, asesinó a otros setenta hijos de Gedeón, hermanastros suyos. Solo sobrevivió el más joven, Jotán. Abimelec fue coronado como rey en Siquén (hoy la ciudad palestina de Nablus), en el valle entre los montes Guerizín y Ebal, ciudad natal de la madre de Abimelec, concubina de Gedeón. En eso apareció el hermanastro sobreviviente, Jotán, que se encaramó a la cima del monte Guerizín y declaró a voces (Jue 9,7):
—Oídme, vecinos de Siquén, para que os oiga Dios —y a continuación les contó una parábola (Jue 9,8-15) que pasó a la historia como sátira de los abusos de poder:
Se propusieron un día los árboles elegir entre ellos un rey. Le dicen al olivo:
—Sé tú nuestro rey.
Pero el olivo dijo:
—¿Qué? ¿Acaso voy a abandonar mi aceite, con que honro a Dios y a la humanidad, para ponerme a saludar a los árboles?
Entonces le dicen a la higuera:
—Venga, se tú nuestro rey.
Pero la higuera contestó:
—¡Pero cómo voy a renunciar a mi dulzura y mis sabrosos higos, para ponerme a saludar a los árboles!
Entonces le dicen a la vid:
—Venga, sé tú nuestro rey.
Pero la vid les dijo:
—¿Y por qué iba yo a dejar de lado mi vino, con que hago felices a Dios y a la humanidad, para ponerme a saludar a los árboles?
Entonces le piden todos los árboles al espino:
—Venga, sé tú nuestro rey.
Y contesta el espino a los árboles:
—Si es sincero vuestro deseo de coronarme para ser vuestro rey, venid, refugiaos bajo mi sombra. Pero si no, que salgan llamaradas del espino y prendan fuego a los cedros del Líbano.
Espino típico de la región. |
Da risa la idea de que el espino brinde sombra y refugio, y el reinado de Abimelec no acabó bien. Sus seguidores no tardaron en rebelarse, y al final una mujer tiró sobre su cabeza, desde la muralla de la ciudad, una piedra de molino. La últimas palabras de Abimelec, dirigidas a su escudero, fueron (Jue 9,54):
—Desenvaina tu espada y mátame, para que no se diga que me mató una mujer.
Traducido con permiso para El Mensajero, del blog del autor: Holy Land Peace Pilgrim.