justicia — En la versión Reina-Valera 1960, la palabra «justicia» aparece 370 veces en 355 versículos. En la Biblia de las Américas, aparece 419 veces en 401 versículos. En la Nueva Versión Internacional, son 426 veces en 410 versículos. Estas variaciones son perfectamente comprensibles. No hay equivalencias exactas entre las lenguas castellana y hebrea y griega, y los traductores suelen ejercer cierta libertad para escoger términos sinónimos. O para traducir, por ejemplo, «exige justicia» donde en el texto original pone «clama al cielo». A esta estadística habría que añadir el dato de que la palabra «justo, justa, justos» aparece 321 veces en Reina-Valera 1960. ¡El concepto general de justicia es enorme en el testimonio bíblico!
Hay a la vez —como con tantos otros temas— una especie de diálogo o debate interno en la propia Biblia, acerca de cómo es y cómo funciona la justicia.
Tenemos por una parte la noción de que la propia vida o existencia humana es justa. El libro de Deuteronomio presenta esta noción de manera casi se diría que machacona: Si cumplimos los mandamientos y estatutos y ordenanzas del Señor, será bendita nuestra entrada y nuestra salida, nuestro levantarnos por la mañana y acostarnos por la noche, bendito el fruto de campos y ganado, de las vides y los olivos, bendita nuestra descendencia durante generaciones enteras, huirán nuestros enemigos en lugar de presentarnos batalla, etc., etc. Pero si desobedecemos los estatutos y mandamientos, nos pasará todo lo contrario.
La idea de la justicia como automatismo de retribución divina, que se corresponde exactamente con nuestros actos, reaparece en el Nuevo Testamento, aunque ahora en boca de los paganos malteses acerca de Pablo:
—¡Algo muy gordo tiene que haber hecho, ya que Diké (la diosa Justicia) ha hecho que lo muerda una serpiente cuando se acaba de salvar del naufragio!
Esta noción de la justicia viene contestada en la propia Biblia con dos tipos de argumentación diferentes:
Por una parte todos conocemos cómo el libro de Job describe, de manera emocionalmente devastadora, los terribles infortunios que puede sufrir una persona justa, una persona que por su conducta, fe y actitudes, debería tener una vida maravillosa si la justicia divina fuera tan previsible y exacta.
Igual de importante es el argumento desde el lado contrario, de que los castigos de Dios tampoco son tan automáticos. A lo largo de toda la Biblia —y esto no es, como algunos se figuran, cosa solamente del Nuevo Testamento— tenemos la enormidad del concepto de la gracia divina, el perdón divino, su misericordia y compasión.
La justicia y el juicio sostienen tu trono; en tu presencia hay misericordia y fidelidad (Sal 89,15) [1].
Al contrario de lo que podríamos pensar, la justicia y la misericordia de Dios no están en contradicción sino que son compatibles, ambos conceptos irrenunciables si es que vayamos a tener alguna esperanza de entender cómo es Dios.
Esto se ve con muchos ejemplos a lo largo de la Biblia, pero nunca de manera tan dramática como en la macrohistoria del Antiguo Testamento. La historia de las doce tribus de Israel en su tierra prometida, después historia de los reinos de Israel y de Judá, empieza como una especie de confirmación de las bendiciones y maldiciones del libro de Deuteronomio, donde en cada generación les va más o menos como era previsible por su acato o no de la ley divina. Y como la historia general de esos siglos es una historia de abandonar al Señor, termina como era previsible: con la destrucción fulminante de esos reinos, su pérdida de independencia y el destierro de sus pobladores —o por lo menos de sus clases influyentes—. Lo que no era previsible era que el pueblo castigado, viviendo en duelo y desarraigo en el exilio, se arrepintiera por fin y empezara a clamar al Señor… y que el Señor que los había rechazado fulminantemente, se arrepintiera también y se reconciliara con su pueblo, perdonando, dando otra oportunidad y hasta trayendo de vuelta a su tierra a los voluntarios que deseaban regresar.
Si declaramos nuestros errores vitales —escribe el apóstol en 1 Juan 1,9— fiel es Dios y justo, para apartar nuestros errores vitales y lavarnos de cualquier injusticia.
Esto no es una contradicción. Dios no actúa así porque sea injusto, porque no sepa de justicia, porque no se quiera ceñir a las reglas de juego que impone la justicia. Dios actúa así precisamente porque es justo. Y fiel.
No, la justicia de Dios no es ni automática ni mecánica. La justicia de Dios es su bondad inmensa y la comprensión con que admite nuestros defectos y está dispuesto a pasarlos por alto, si regresamos a él con humildad y buenos propósitos.
—D.B.
1. Las traducciones de la Biblia en este artículo son del autor.
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