Tolstói

Tolstói y los anabaptistas
por Antonio González

León Tolstói (1828-1910) es un escritor de fama mundial. Tal vez lo conocemos por alguna lectura veraniega de sus grandes novelas, llevadas al cine, y expuestas como series televisivas. Hay al menos tres series filmadas de su famosa novela Guerra y paz, uno de los libros más leídos de todos los tiempos, publicado en el año 1869. También existe al menos una serie televisiva de su otra gran novela, Ana Karénina. Estas dos novelas las leí en mis años escolares, pero después nunca más volví a leer a Tolstói, quitando alguno de sus textos cortos sobre el pacifismo. Sí, Tolstói, después de haber sido militar en su juventud, y de haber participado en la guerra entre Rusia y Turquía, fue tomando posiciones pacifistas de forma decidida.

Las ideas pacifistas de Tolstói pueden encontrarse en prácticamente todos sus escritos. Especialmente importante es el libro titulado El reino de Dios está en vosotros (1894), que tuvo gran influencia en el Mahatma Gandhi y en Martin Luther King. Un importante historiador y teólogo menonita, Robert Friedmann (1891-1970) llegó a ser cristiano, y anabaptista, debido a la influencia de Tolstói. Y muchas otras personas se han acercado al cristianismo debido al influjo de sus escritos y novelas. Y también por su testimonio personal. Tolstói, en la última etapa de su vida, se entregó verdaderamente a los campesinos, y murió queriendo renunciar a todas sus posesiones, una opción no secundada por su esposa.

Cuando leemos la famosa novela Guerra y paz (o cuando vemos alguna de las versiones filmadas de la misma) la profunda orientación cristiana de Tolstói tal vez no se hace del todo evidente. Ciertamente, el personaje principal de Guerra y paz, el conde Pierre Bezukov, experimenta un proceso de transformación personal que le lleva a acercarse, primero, a un cierto teísmo moral, al estilo de los ilustrados de su tiempo. Sin embargo, más adelante, Pierre descubre, en la fe sencilla de los campesinos, en medio de los avatares de la guerra, algo distinto, y más profundo, que le lleva mucho más allá en su acercamiento a Dios. Sin embargo, la novela, como tantas otras novelas, encuentra su desenlace cuando, por fin, se alcanza el matrimonio de las parejas de algunos de los principales protagonistas. Fueron felices, comieron perdices…

Frente a este final más o menos estándar, muy apto para la televisión, la perspectiva de su novela sobre Ana Karénina (1877) es tremendamente pesimista. Es como si Tolstói, en esta obra, optara por contarnos qué sucede después del matrimonio. Y lo que sucede no es tan alentador. Los matrimonios de las tres parejas protagonistas no son precisamente felices. Como es sabido, la historia principal es una historia de adulterio que termina en suicidio. Posiblemente Tolstói proyectaba aquí sus propias dificultades matrimoniales. En cualquier caso, Ana Karénina refleja una gran desazón sobre la condición humana. La felicidad no parece posible en esta tierra. Y, al mismo tiempo, la novela también nos muestra a un Tolstói a punto de experimentar su verdadera conversión.

La historia que el propio Tolstói escribió sobre su proceso espiritual puede leerse en su texto titulado Confesión (1882). Es un texto corto, que estaba destinado a ser el prólogo de una obra teológica que Tolstói nunca llegó a escribir, y en la que se proponía diferenciar sus creencias cuidadosamente respecto a aquellas que defendía la iglesia ortodoxa establecida. En ese prólogo, el escritor ruso nos habla de la religiosidad «cristiana» en la que fue educado en su infancia, y de su progresivo alejamiento de la misma.

Para Tolstói, cualquier persona intelectualmente honesta, que no estuviera condicionada por sus obligaciones sociales, tendría que dejar la iglesia tradicional. Su protesta contra ella siempre será una protesta muy «anabaptista»: la gente de su generación cree que es cristiana por nacimiento, pero en realidad son perfectamente incrédulos, y su presunta fe no hace absolutamente ninguna diferencia en sus vidas. La alternativa a la vida inauténtica de los miembros de la iglesia establecida sería el ateísmo. Ahora bien, si el final de la vida no es otro que la muerte, a Tolstói no le parece que la vida merezca ser vivida. En realidad, pensaba Tolstói, la alternativa más honesta para una persona sensata y valiente sería el suicidio.

De hecho, Tostoí pensaba en el suicidio a la altura de Ana Karénina. Sin embargo, no tenía el valor de hacerlo. Y, al mismo tiempo, reconocía que tal vez estaba equivocado, que tal vez había algo más, aunque no sabía en qué podría consistir. Ese «algo más» es lo que Tolstói encontró gracias a la fe sencilla del pueblo, como ya anunciaba en Guerra y paz, pero que le llevó también más allá del cristianismo establecido de la iglesia oficial, incapaz de diferenciarse de la sociedad, enormemente injusta, a la que legitimaba. Tolstói, al final de su vida, no pretendía otra cosa que volver al cristianismo sencillo de Jesús. Queriendo dejarlo todo, murió de una neumonía a los ochenta y dos años, en la estación de tren de Astápovo.

Algunas de las obras de Tolstói posteriores a su conversión son peculiarmente impresionantes. Para Valdimir Nabokov, la obra maestra de Tolstói no está en Guerra y paz ni en Ana Karénina, sino en su pequeño librito sobre La muerte de Iván Illich (1886). En esa obra terrible Tolstói pone al lector ante la certeza de la muerte, y le obliga a pensar sobre el sentido de la vida. Una vida vivida para cumplir las reglas, para ser un buen profesional, para casarse y tener hijos, o para adquirir un puesto social relevante, no es una vida plena, una vida que merezca ser vivida. El protagonista, Iván Illich tiene que reconocer, en el proceso de su enfermedad, que ha vivido de una manera equivocada, y que precisamente por eso la muerte es tan terrible. La muerte desmiente toda su vida, y le obliga, por vez primera, a tomarla en serio, aunque sea en los instantes finales.

Menos trágica, y más extensa, es su novela Resurrección (1899). En su tiempo fue un gran éxito, aunque hoy muchos la pondrían por debajo de Guerra y paz y Ana Karénina. En parte, ello se puede deber a la posición abiertamente combativa que Tolstói toma frente a sí mismo, y frente a su propia clase social. En cierto modo, es una «novela denuncia», en la que se exponen con toda claridad las lacras de la sociedad imperial. Algunos han hablado de esta novela como una última advertencia de Tolstói a la aristocracia rusa, que en unas pocas décadas se hundiría en el baño de sangre de la revolución. Tolstói, que a esa altura había renunciado a las vanidades de la fama editorial, y a sus ventajas económicas, donó los beneficios de la novela a los dujobory, un grupo cristiano ruso, conocido por su radical pacifismo y por su vida comunitaria. Con ese dinero, y con la ayuda de los cuáqueros y otros cristianos, los dujobory pudieron emigrar a Canadá, una vez que su situación en Rusia se había hecho insoportable. En Canadá, los dujobory pudieron continuar con su forma de vida, puesse beneficiaron de una legislación que posibilitaba la existencia de menonitas, hutteritas, y otros anabaptistas.

De hecho, en Resurrección aparecen tres grupos de cristianos claramente diferenciados. Por un lado, la ya mencionada iglesia establecida, que Tolstói parece evaluar como una realidad plenamente ligada al orden establecido, y en franca decadencia. Por otra parte, están los grupos radicales, personas sencillas que se reúnen a leer los evangelios y que son perseguidos, encarcelados y deportados por ello. Pero no deja de ser interesante que también aparecen los predicadores protestantes, que Tolstói diferencia claramente de los anteriores. Los predicadores de «la salvación mediante la fe en la salvación» son escuchados con gusto por las clases dirigentes.

En la novela, en un episodio significativo, el protagonista, conde Nejliúdov, es invitado a participar en una velada de aristócratas, donde van a ser exhortados por un famoso predicador alemán. Este comienza subrayando que nadie se puede salvar. Después emotivamente se echa a llorar, junto con parte de la aristocrática audiencia. Finalmente, les dice que hay perdón gratuito para todos, por medio de la sangre de Cristo. La mayoría se sienten felices y confortados, pero el protagonista sale disgustado. Tolstói pone tales veladas al mismo nivel que otros espectáculos de teatro, destinados a entretener a las clases acomodadas, pero no a transformar.

  TOLSTOI
Tolstói en 1897

Lo que Tolstói está esperando es una transformación real de las personas que sacuda la sociedad de su tiempo. En Resurrección, el conde Nejliúdov es conducido a una conversión mucho más radical que la que proponen tales predicadorees «evangélicos», y más radical que la que experimentó Bezukov en Guerra y paz. No se puede seguir perteneciendo al mismo sistema injusto y corrupto. De lo que se trata ahora es de un arrepentimiento completo, y de un cambio de vida, donde todas las vanidades, mentiras y superficialidades de la vida acomodada queden puestas en entredicho de una forma definitiva. Ya no basta simplemente con ser un buen aristócrata, como los protagonistas de Guerra y paz, sino de dejar de serlo. Ante el sufrimiento humano, el conde Nejliúdov, en Resurrección, se da cuenta finalmente de que la razón última de todos los horrores es que hay personas que consideran que, en ciertas circunstancias, el ser humano no debe ninguna humanidad a otro ser humano. En este aspecto, Resurrección no podía dejar indiferente a sus contemporáneos, ni a los críticos literarios. Todavía hoy, mientras unos la consideran como una novela meramente folletinesca, para otros es la más grande de las obras de Tolstói. Tal vez solamente una lectura veraniega nos permita decidir sobre esta cuestión…

Tolstói ciertamente fue un cristiano radical. La iglesia ortodoxa lo excomulgó en su vejez. Esto no lo convierte necesariamente en un anabaptista. En ciertos aspectos, podríamos decir que Tolstói, más que anabaptista en un sentido clásico era quizás un cristiano anarquista, que no podía aceptar la existencia misma de las instituciones estatales, y militaba contra ellas. Por otra parte, su enfrentamiento a la iglesia establecida, y el influjo del liberalismo teológico decimonónico, le llevó a rechazar muchas doctrinas cristianas tradicionales, y posiblemente, al hacer esto, no discernió adecuadamente el valor de las mismas. En este aspecto, tal vez muchos anabaptistas nos identifiquemos más fácilmente con los dujobory que con la fallida teología de Tolstói. Sin embargo, todavía hoy, la lectura de sus últimos textos sigue resultando fascinante.