El primer nacimiento del hombre viene del Adán primero y terrenal, y por consiguiente su naturaleza es terrenal y adánica, es decir, de mentalidad carnal, incrédula, desobediente, ciega a las cosas divinas; sorda y necia; cuyo fin, si no la renueva la Palabra, será la condenación y muerte eterna. Pero ahora si deseáis que esta naturaleza perversa sea borrada, si deseáis liberaros de la muerte eterna y condenación para poder obtener con todos los cristianos verdaderos lo que les está prometido, entonces debéis volver a nacer. Porque los renacidos se encuentran en la gracia y tienen la promesa, tal como habéis oído.
Los renacidos, entonces, llevan una vida nueva y penitente, porque han sido renovados en Cristo y han recibido un corazón y un espíritu nuevo. Antes eran de mentalidad terrenal, ahora celestial; antes eran carnales, ahora espirituales; antes injustos, ahora justos; antes eran malvados, ahora bondadosos; y ya no viven conforme a la vieja naturaleza corrupta del primer Adán terrenal, sino conforme al a naturaleza recta del Adán nuevo y celestial, Jesucristo, como dice Pablo: «Mas no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Su vida miserable y débil renuevan cada día más, y esto conforme a la imagen de Aquel que los creó. Sus mentes son como la mente de Cristo, y con gusto andan como Él anduvo; crucifican y doman su carne con todos sus desenfrenos malignos.
Ignoran el odio y la venganza, porque aman a los que los odian; hacen bien a los que los hostigan rencorosamente y oran por los que los persiguen. Aborrecen y se oponen a toda avaricia, orgullo, impureza sexual, y pompa, toda borrachera, relación sexual ilícita, odio, envidia, cotilleo, mentira, deshonestidad, peleas, discordias, robo y pillaje, sangre, idolatría —en fin, todas las obras impuras y carnales— y resisten contra el mundo y todas sus tentaciones.
Meditan en la ley del Señor de día y de noche; se regocijan en el bien y entristecen con el mal. No devuelven mal por mal, sino bien. No procuran su propio bien sino lo que es bueno para el prójimo, para su cuerpo y para su alma. Alimentan a los hambrientos, dan de beber al sediento. Hospedan al necesitado, dejan en libertad a los presos, visitan a los enfermos, consuelan a los quebrantados, exhortan a los que yerran; están dispuestos, conforme al ejemplo de su Maestro, a poner su vida por los hermanos.
Repito, sus pensamientos son puros y castos, sus palabras son verdaderas y están sazonadas con sal, con ellos el «Sí» es de verdad sí, y el «No» es de verdad no. Y hacen sus obras en el temor del Señor. Sus corazones son celestiales y nuevos; sus mentes, en paz y gozosas. Buscan la justicia con todas sus fuerzas.
En pocas palabras, se sienten tan seguros en su fe por el Espíritu y por la Palabra de Dios, que son victoriosos, gracias a su fe, sobre todos los tiranos sangrientos y crueles, con todas sus torturas, encarcelamientos, exilios, saqueos, autos de fe, ejecuciones, potros y máquinas de tortura. Y de puro celo, con un «Sí» y «No» inocente, puro y sencillo, están dispuestos a morir. La gloria de Cristo, la dulzura de la Palabra, y la salvación de sus almas son más preciosos para ellos que ninguna cosa bajo del cielo.
1. Menno Simons, El nuevo nacimiento; en Wenger, ed., The Complete Writings of Menno Simons (Scottdale: Herald, 1956) pp. 92-93.