Pero Pedro bautizó a Cornelio
Dionisio Byler
Este antecedente vale para numerosos casos donde lo que a unos su conciencia como cristianos les impide, otros consideran positivo ante Dios.
La cuestión de fondo es que Pedro dio mayor importancia a las evidencias incontestables de la obra del Espíritu Santo, que a las ideas previas que pudiera tener él. Para esto mismo ya lo venía preparando el Señor mientras estaba orando en la planta alta de aquella casa en Jope, con la visión del lienzo que bajaba del cielo lleno de toda clase de animales «inmundos».
Con lo del bautismo de Cornelio solemos fijarnos más en la cuestión de gentiles y judíos, que en la de su condición de militar. Como militar romano, Cornelio había jurado lealtad al divino César como su rey y señor, como su dios por quien lo daría todo, hasta la mismísima vida. Y había jurado devoción a la diosa Roma, patrona de la ciudad con ese nombre. Es imposible distinguir el escándalo que provocaba el bautismo de Cornelio, en los buenos hermanos de Jerusalén, por una cosa y por la otra. El escándalo era todo uno: la condición de militar del Cornelio era de suyo inseparable del culto al César y el culto a Roma. Era por consiguiente, inseparable de su condición de gentil idólatra, que por mucha devoción que profesara ahora al Dios de los judíos, sin embargo tenía jurada su lealtad a dioses falsos, los dioses de este mundo, los dioses que se encarnan en el sentimiento patriótico o nacionalista de los que no conocen al Dios verdadero.
Los soldados romanos, bajo el mismo juramento que Cornelio, habían ejecutado la orden de Pilato de torturar hasta la muerte a Jesús por medio de la crucifixión. Lo habían hecho porque no importaba en absoluto lo que ellos pudieran opinar personalmente acerca de la inocencia o no de Jesús, acerca de su valor como profeta del Dios viviente. Lo único que importaba era el juramento militar por el que estaban obligados a obedecer órdenes. Esta es la clase de persona que era Cornelio.
Cuando aquellos primeros cristianos de Jerusalén, habiendo oído el testimonio de Pedro, decidieron dar por bueno el bautismo de Cornelio, no es que renunciaran a sus convicciones. Sabemos por las persecuciones que padecieron durante siglos y por el testimonio antisistema del libro de Apocalipsis, que los cristianos siguieron firmes en su convencimiento de que Jesús y el César eran dos reyes en oposición irreconciliable. Que no se podía servir a Cristo y a la vez servir a los dioses de este mundo.
Sin embargo, aceptaron a Cornelio a la comunión de la iglesia, porque no podían negar su experiencia del Espíritu Santo. Lo aceptaron pensando, seguramente, que ya tendrían oportunidad de instruirle, de llevarle más allá de los sentimientos de arrebato espiritual inicial, a un más profundo conocimiento de los propósitos de Dios. Pero de todas maneras, lo aceptaron.
En el siglo siguiente, la iglesia fue aclarando en qué condiciones se aceptaba como miembros a los militares. No estaban obligados a renunciar públicamente a su juramento al divino César y a la diosa Roma, siempre que no se encontraran con la obligación de matar. Pero si matar se hacía inevitable, debían arrojar al suelo sus armas y declarar su lealtad a Cristo y su renuncia a esos dioses paganos que obligan matar. Esto, naturalmente, se pagaba con el martirio. Si, como Cornelio, eran comandantes, lo mismo: ante la obligación de mandar a sus soldados matar, debían declarar su lealtad a Cristo y aceptar el martirio.
Y quien no actuaba así, era por supuesto excomulgado de la comunión cristiana. Porque al matar, testificaba que su juramento militar seguía en pie y anulaba el compromiso de su bautismo.
Pero lo que quiero resaltar aquí es el inmenso respeto que había de la conciencia del individuo que aceptaba el señorío de Cristo sobre su vida. Hasta que no se demostrara lo contrario, se daba por válido el testimonio regenerador del Espíritu Santo en la persona que adoptaba a Jesús como su Señor.
Que el Señor nos halle tan dispuestos como Pedro, a ser flexibles y estar atentos a lo que el Espíritu de Dios está haciendo en las personas. Incluso donde en teoría nos parece imposible.