Nº 141baseline

Febrero 2015baseline

Diccionario de términos bíblicos y teológicos


ortodoxia — 1. La enseñanza correcta. 2. En la historia del cristianismo, el conjunto de doctrinas cristianas acordadas por los obispos bajo la tutela del emperador. 3. En las divisiones entre cristianos, lo que cada sector considera sostener fielmente aunque los demás lo hayan abandonado.

1. En la Biblia no aparece el término «ortodoxia» en sí, aunque desde luego la idea de ceñirse a la enseñanza correcta sí está presente. Se recordará que Hechos 2,42 nos informa que los bautizados el día de Pentecostés perseveraban en la doctrina de los apóstoles. Aquí la palabra «doctrina», por cierto, tal vez quedaría mejor traducida del griego como «enseñanza». En este contexto y otros del Nuevo Testamento, lo importante parece ser conservar una actitud de disposición a aprender de los apóstoles, así como ellos habían aprendido del Maestro, Jesús.

Naturalmente, con el paso de los años Pablo y los demás apóstoles desarrollaron, por inspiración del Espíritu Santo, temas sobre los que no se sabe que se haya pronunciado Jesús. Lo que siempre iba a ser necesario, sin embargo, para ellos y para cualquier cristiano posterior, era poder defender que lo que ahora se enseñaba era coherente y manifestaba continuidad con lo que Jesús sí dijo.

Aquí es importante reconocer el papel fundacional que tiene Jesús: sus palabras que se conservan y las conductas y actitudes y formas de tratar al prójimo que se recuerdan de él. El libro de Apocalipsis es probablemente en el Nuevo Testamento el que más tarde se escribió. Es obvio que no se limita a solamente repetir palabras de Jesús. Sin embargo en Ap 19,10 el ángel revelador le dice al autor: «Soy un siervo compañero tuyo y de tus hermanos que se ciñen al testimonio de Jesús […] Por cuanto el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía».

El testimonio de Jesús —sus palabras, pero también su forma de comportarse hasta el extremo de dejar la vida por sus enemigos y los de su pueblo— son entonces el punto de partida y el punto de llegada de toda «sana doctrina» en el Nuevo Testamento. Todo lo que digamos ser cierto con respecto a la vida que agrada a Dios y es propia de los cristianos, tiene que medirse con lo que sabemos de la vida y muerte y palabras de Jesús.

2. El cristianismo proliferó durante los primeros siglos con una impresionante diversidad de expresiones locales, según el Espíritu daba revelación a sus líderes y según iban surgiendo tradiciones regionales en la práctica del seguimiento de Jesús.

Cuando el emperador Constantino venció a sus enemigos tras adoptar un símbolo cristiano como talismán para sus batallas, decidió que tocaba favorecer a los cristianos en lugar de perseguirlos. Le pareció disparatada, sin embargo, la extraordinaria riqueza de diversidad que había en la enseñanza que sostenían los cristianos. Convocó entonces a los obispos de todo el imperio para ponerlos de acuerdo.

El tema en que se fijaron para decidir quién era o no «ortodoxo» —quién sostenía o no la enseñanza cristiana correcta— fue la definición filosófica exacta de la naturaleza de Jesús, a la vez humano y divino. Desde luego es algo sobre lo que Jesús mismo no se sepa que se pronunciara y sobre lo que «el testimonio de Jesús» parecería admitir que los cristianos de buena voluntad pudieran cada cual sostener sus propias ideas. Sin embargo desde entonces, la «ortodoxia» cristiana es la que acepta incondicionalmente el Credo que salió de aquella convocatoria imperial.

Definido este tema como el esencial para la «ortodoxia», el debate no hacía más que empezar. A lo largo de los siglos fue habitual perseguir hasta la muerte a los que no aceptaban lo que cada partido entendía ser «ortodoxo». La división resultante entre la iglesia oriental nestoriana, la iglesia imperial griega ortodoxa y la iglesia occidental católica jamás ha podido superar el trauma de tanta sangre derramada.

3. Aunque la iglesia se encontró dividida en esos tres bloques regionales desde la antigüedad, no dejarían, naturalmente, de surgir diferentes movimientos, corrientes y formas de pensar en cada una de las regiones. Aquí en Occidente la división más notable fue la escisión de los protestantes, seguida de una proliferación de iglesias evangélicas y sectas de diversa índole a lo largo de estos últimos 500 años.

Los cristianos de cualquiera de estos diferentes grupos, se entienden ser siempre ellos mismos «ortodoxos» en aquel aspecto de la enseñanza cristiana que ellos sostienen ser el más esencial. Aunque hoy día parece feo acusarnos unos a otros de «herejes», sigue siendo usual pretender cada cual ser quien de verdad sostiene la «sana doctrina», la «ortodoxia».

Como el Apocalipsis, tal vez no haríamos mal en volver siempre al «testimonio de Jesús». Menno puso en la portada de cada uno de los libros que escribió, el siguiente texto: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo —1Co 3,11.

—D.B.

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