Las lamentaciones de Jeremías (detalle)
Lienzo de Rembrandt (1639. |
La anomalía del profeta[1]
por Millard C. Lind
En el llamamiento de Jeremías, hallamos una anomalía que es característica de los grandes profetas de Israel:
¡Fíjate! He puesto mis palabras en tu boca.
¡Mira! Hoy te he constituido como supervisor
sobre naciones y sobre reinos —Jer 1,9-10.
En la historia del Oriente Próximo (y del mundo entero) el que supervisa las naciones fue siempre el rey guerrero. ¿Cómo hemos de entender el hecho de que ahora sea un profeta el que está sobre las naciones, un hombre cuyo único reclamo de poder político sea el hablar las palabras de Dios? […]
Esta forma del verbo hebreo (que viene a significar constituir como supervisor, dar potestad, poner sobre, entregar autoridad) aparece unas veintinueve veces en el Antiguo Testamento. De las veintitrés veces que figura en relación con personas, se emplea quince veces en un sentido «secular» con respecto a un cargo político o militar. En los siguientes casos, el verbo aparece con la palabra sobre, tal como figura aquí en Jeremías 1,10:
- había puesto a Godolías como gobernador sobre ellos —Jer 40,11
- puso sobre ellos a Godolías como gobernador —2R 25,22
- Y proceda Faraón a poner gobernadores sobre la tierra —Gn 41,34
- y lo puso como encargado sobre toda su casa —Gn 39,4
- a él y a sus hermanos los puso el rey David al mando de [sobre] los rubenitas —1Cr 26,22
- y ponedlas bajo su cargo [ponedlos sobre ellas] para que las vigilen —Jos 10,18
En vista de cómo se suele emplear esta expresión, así como el contexto de Jer 1,10, aquí solamente puede indicar un nombramiento oficial, un nombramiento a ejercer un cargo sobre las naciones. Este gran profeta en Israel, caso único en todo el Oriente Próximo que se sepa, fue considerado por Israel como el cargo político principal, designado por el Señor. Como funcionario del Señor, está al mando de las naciones para levantar y para derribar.
Si bien el profeta queda constituido como funcionario político del Señor con potestad sobre todas las naciones del mundo, no hay que olvidar la anomalía. Su autoridad no descansa en el poderío militar (que no tiene), sino en la palabra del Señor: ¡Fijate! He puesto mis palabras en tu boca. ¡Mira! Hoy te he constituido como supervisor sobre naciones y sobre reinos. Ésta es la anomalía que resulta tan extraña para la historia del Oriente Próximo y del mundo entero. La potestad política no deviene aquí en última instancia de un cargo que representa un poderío violento, sino que su único poder es la palabra del Señor.
Jeremías reconoce que el Señor ha constituido también a otros funcionarios políticos. Muy temprano en su ministerio pudo observar el lugar que ocupa el poder político violento. Identificado primero como «todos los reyes del norte» (Jer 1,15), este poder se identifica a la postre como Nabucodonosor de Babilonia, el «siervo del Señor» (Jer 27,6).
Jeremías alude en tres oportunidades a que el Señor llama a Nabucodonosor «mi siervo». Una de las más dramáticas —tal vez la más auténtica— de las tres es el oráculo al grupo de embajadores reunidos en Jerusalén: Ahora he dado todas estas tierras como posesión a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo… (Jer 27,6). Si Jeremías hubiera tenido la mentalidad que era habitual en el Oriente Próximo sobre la relación entre el poder político y la deidad, le habría bastado con oír al Señor pronunciar en su llamamiento: «Mira, hoy he constituido a Nabucodonosor como supervisor sobre naciones y sobre reinos». Evitando así la anomalía, la elección de Nabucodonosor por parte del Señor habría análoga al llamamiento del rey Ciro por parte del dios Marduk, según reza una inscripción de la época.
En consonancia con la anomalía, sin embargo, observamos el oráculo dramático sobre la destrucción de Babilonia (Jer 51,59-64), pronunciado probablemente en vísperas de su oráculo sobre las naciones. El reino de Babilonia, cuyo vehículo de potestad política violenta era Nabucodonosor, siervo del Señor para someter naciones, sería a su vez destruido también mediante otra potestad política violenta. Es la ilustración perfecta de algo que diría Jesús: Los que tomen la espada, a espada perecerán. Aunque Jeremías viera a Nabucodonosor como funcionario del Señor, Nabucodonosor no representaba sin embargo el cargo principal del reinado del Señor. Por consiguiente, su elección no es en absoluto equivalente a la elección de Ciro por el dios Marduk. Los oráculos positivos de Jeremías con respecto a Nabucodonosor no están reñidos con el oráculo sobre su propio cargo en tanto que profeta.
Otro funcionario político que reconoció Jeremías fue el rey Josías. Si Jeremías hubiera entendido que Josías era el camino hacia un futuro donde el imperio de David se reconstituiría, podría tal vez haber compartido el entusiasmo que expresa el historiador deuteronomista con respecto a las reformas de Josías (2R 23,1-25). El oráculo sobre su llamamiento podría haberse ajustado al espíritu del momento cuando Jeremías empezaba su ministerio: «Mira, hoy he constituido a Josías como supervisor sobre naciones y sobre reinos».
Ya que Jeremías tenía una buena opinión de Josías (Jer 22,15-16), sus críticas de la reforma de Josías resultan sorprendentes (Jer 3,6-10). No enfatiza la idea del rey de Jerusalén como mesías (Jer 23,5-6; 33,14-18) ni le interesa el carácter militar del soberano futuro. Es evidente que el rey tal cual era concebido en el Oriente Próximo, no es lo principal en su manera de entender el futuro.
A la vez que Jeremías rebaja la temática «mesiánica», sus oráculos positivos sobre el futuro de Israel y las naciones alrededor resultan coherentes con el cargo anómalo del profeta. Llama a Israel a volver al Señor para que se cumpla la promesa hecha a los patriarcas: «Entonces las naciones serán bendecidas y se gloriarán en el Señor» (Jer 4,2). Que las naciones vuelvan a arraigar en su tierra no depende de su poderío militar sino de que aprendan los caminos del Señor: «… si aprenden diligentemente los caminos de mi pueblo […] serán edificados en medio de mi pueblo» (Jer 12,14-17).
Uno de los oráculos más citados de Jeremías es la promesa de un pacto nuevo (Jer 31,31-34). Aunque sólo versa sobre Israel, describe magníficamente la meta del Antiguo Testamento. […] No es que Jeremías se salga aquí de los lineamientos de la «religión estatal» para proponer una religión de sentimentalismo individual. El pasaje no habla solamente de individuos sino de Dios y su pueblo. Como sucede en la vida de cualquier comunidad, sigue haciendo falta la ley. Sin embargo el poder de la violencia para hacer cumplir la ley viene aquí sustituido por la respuesta voluntaria a la palabra del Señor. La ley está «escrita en el corazón».
Este gran pasaje se corresponde entonces con el carácter anómalo del llamamiento profético del capítulo 1. Allí el profeta queda constituido sobre todas las naciones, pero no para gobernar como representante de un poder violento, sino por la palabra del Señor. Aquí en el capítulo 31, el pueblo responde a la ley no por temor a la policía, sino como respuesta interior en conformidad con la ley, por una motivación interior para la obediencia.
1. Millard C. Lind, Monotheism, Power, Justice: Collected Old Testament Essays (Institute of Mennonite Studies, 1990), primeras páginas (pp. 109-112) del Capítulo 10.
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