Una réplica a
«Ya no creencia sino pertenencia»
por John D. Rempel
En su artículo «Ya no creencia sino pertenencia», Nicolien Klassen-Wiebe describe cómo la Comunión abierta está en auge en las comunidades de la Iglesia Menonita de Canadá, por su interés en mostrarse inclusivas y acogedoras. Si la encuesta que realizó realmente representa la realidad, entonces la mayoría de las comunidades de la Iglesia Menonita de Canadá han abandonado la noción de que la puerta de admisión a la Comunión es el bautismo.
Desde mi punto de vista, existe una confusión hoy día acerca de cuál de las ordenanzas de Jesucristo es esencialmente nuestro rito de inclusión. No lo es la Cena del Señor, sino el bautismo. ¿No es, en el fondo, un bautismo realmente abierto a todos lo que deberían estar procurando aquellas comunidades interesadas en ser acogedoras? Invitamos a todo aquel que se siente atraído por Cristo y por la iglesia, al rito de iniciación correspondiente. Los candidatos confiesan su fe en Jesucristo y son constituidos en miembros de su Cuerpo.
Hemos errado en el pasado al esperar una fe madura y un testimonio intachable de aquellos candidatos que acaban de llegar a una fe sentida, que es suya propia. Lo que confiesan los candidatos es que Cristo está llamándolos a una vida vivida con él, y que por su gracia esperan abrazar esa vida en la compañía de otros creyentes. El grueso de la instrucción y formación que son necesarias para la maduración espiritual y moral puede darse después del bautismo.
Para que una comunidad pueda florecer necesita un espíritu de vulnerabilidad y también gestos inequívocos. Con lo primero me refiero a una actitud de humildad, abierta a Dios y al prójimo. Con lo segundo me refiero a que en medio de las innumerables ambigüedades de la vida, tiene que haber lugar para un «Sí» incondicional a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia. Un gesto parecido, en ese sentido, sería la boda: dos personas se dicen mutuamente «Sí». En la tradición anabautista, la conversión y el bautismo constituyen el «Sí» más importante de nuestra vida. Un «Sí» de Dios a nosotros, y después también de nosotros a Dios. ¿Es, tal vez, parte de nuestro problema aquí, el imaginar que los candidatos al bautismo tengan que emprender ese «Sí» por sus propias fuerzas, por méritos propios?
Mi pregunta para aquellos que quieren incluir a todo el mundo en la Cena del Señor según su gusto personal, es la siguiente: ¿Una iglesia así será capaz de esperar y contar con la lealtad de cada participante en Cristo y su reinado, en tiempos cuando ser fieles al evangelio nos pueda exigir la oposición del mundo alrededor?
Nuestra confesión de fe enseña que la Cena del Señor es la renovación del pacto que primero hicimos al bautizarnos. Si es cierto lo que afirma el artículo «Ya no creencia sino pertenencia», parecería que la mayoría de nuestras comunidades ya no valoran ese compromiso. (No es el caso, por cierto, en la región de Niágara, y me pregunto si no habrá otras regiones también.) A mi juicio, esas comunidades que han decidido desvincular la Comunión del bautismo, están en vías de abandonar el intento de ser una iglesia que sostiene toda ella un mismo pacto de compromiso.
Separar el bautismo de la Cena del Señor va en contra del sentido de la comprensión anabautista de la iglesia, y en contra de la práctica de la iglesia del Nuevo Testamento y posapostólica. Desvincular la Comunión del bautismo, pareciera constituir el acto final de asimilación de la Iglesia Menonita a un protestantismo liberal genérico. Me parece a mí otro clavo más en el ataúd de lo que ha sido una identidad menonita histórica.