Diccionario


alabanza — Expresiones de aclamación verbal que indican admiración, opiniones favorables respecto a las virtudes excepcionales que se atribuyen a la persona (o cosa) alabada. Como término de interés religioso, serían expresiones verbales de reconocimiento de las virtudes de Dios.

Las expresiones de alabanza pueden tener objetos muy diferentes. Describiríamos igual de oportunamente como «alabanza» expresiones tan dispares como: «¡Qué hermosa estás hoy!»; «¡Este plato sabe a gloria!»; «¡Esa interpretación de la cuarta sinfonía de Beethoven ha sido sublime!». Es igualmente alabanza expresar entusiasmo por un cuadro, las virtudes de una raza de perro, una app para el móvil, un programa de televisión, el filo de un cuchillo. Es decir que el término «alabanza» no nace del ámbito religioso, del sentimiento religioso. La alabanza es la quintaesencia de la publicidad comercial. La publicidad alaba el artículo a la venta.

Hace algunos años escribíamos en este diccionario sobre el término «adoración». Decíamos que aunque es posible aplicarlo en otras situaciones («Adoro las croquetas»; «Adoro a Meryl Streep»), sin embargo su ámbito más natural es esencialmente religioso. La adoración en esos otros sentidos se referiría por analogía a la intensidad del sentimiento religioso, para indicar la fuerza extraordinaria de esos otros sentimientos. Ahora con «alabanza» es al revés. No es un sentimiento religioso sino una manera particular de hablar, de expresarse. Es expresar aprobación, tal vez aprobación entusiasta.

El sentimiento de adoración puede ser interior. Comentábamos en aquel otro artículo que la adoración puede ser silenciosa. La alabanza no. La alabanza es una forma de hablar, una forma de expresarse; y puede por consiguiente ser sincera o fingida, desinteresada o manipuladora. La alabanza puede estar motivada por un entusiasmo real, por decir cualquier cosa porque uno se siente incómodo con el silencio, o por el interés de ganarse la buena voluntad de la persona alabada. La alabanza puede pretender disimular el interés real, que es pedir dinero o un favor.

Esto no quiere decir que la alabanza a Dios no sea importante en el culto cristiano. Naturalmente la alabanza fingida no debería tener cabida en el culto cristiano, aunque probablemente todos hayamos cantado canciones de alabanza alguna vez con la cabeza en otras cosas, repitiendo las palabras sin pensar en lo que significan.

Pero la alabanza ha sido desde siempre una parte importante del culto a Dios. Muchos salmos son casi enteramente de alabanza, aunque otros muchos encierran una inmensa gama de sentimientos, como la duda, el temor a enemigos, la desesperación y la queja. Pero un pueblo que no alaba a Dios difícilmente va a ser auténticamente pueblo de Dios. Es posible —tal vez hasta frecuente— la adoración sin palabras, es decir sin alabanza. Pero es seguramente mucho más frecuente que la alabanza, repitiendo expresiones de aclamación o entonando cánticos, salmos, loas y aleluyas melódicas, sea la antesala que conduce a la adoración como sentimiento religioso hondamente interior y sublime.

Cuando yo era niño en los años 50 en un pueblo en el interior de la Argentina, teníamos en casa una bomba manual para sacar agua del aljibe donde se recogía la lluvia, agua mucho más dulce que la de la ciudad. La bomba tenía una válvula de cuero que era fácil que se secara y perdiera el efecto de vacío que la hacía funcionar. Entonces había que «cebar» o cargar la bomba echando agua por arriba. Llenábamos el tubo con agua desde arriba mientras bombeábamos con la otra mano, hasta que eliminado el aire, el agua empezaba a subir desde el pozo.

Esa es muy frecuentemente la función de la alabanza en el culto. Echamos un poquito de buena voluntad diciendo o cantando las grandes verdades de las virtudes inefables de Dios. Estas palabras de alabanza empiezan a hacer mella en nuestro ánimo. Nos recuerdan que sí, que en efecto Dios es así. Esto «ceba la bomba» que empieza a hacer fluir desde las profundidades de nuestro interior la adoración sincera, el sentimiento genuino de maravilla y contemplación de la belleza de nuestro Señor.

Seguramente, con mucha concentración, podríamos llegar ahí mismo —a la adoración— en silencio. Pero pronunciar y cantar alabanzas nos lo pone mucho más fácil. Empezamos a repetir las verdades de Dios de manera tal vez un poco rutinaria, y poco a poco empiezan a fluir de suyo, espontáneas, auténticamente sinceras, como expresión de devoción inigualable a nuestro Señor.

—D.B.