La esclavitud del patriarca José
por Dionisio Byler
Las historias bíblicas describen costumbres que eran fácilmente comprensibles en el lugar y la era cuando se escribieron. Pero hoy día nos llegan como historias exóticas de un mundo muy diferente al nuestro. Es fácil no acabar de enterarnos de lo que está pasando. Las narraciones en el libro de Génesis sobre la esclavitud del patriarca José son un caso ejemplar de esto.
Todavía hay esclavitud hoy día aunque se esconde y se ha vuelto invisible porque es ilegal. Hay esclavitud, y mucha, en el negocio de la prostitución. Y hay bastantes elementos de esclavitud en la mano de obra que fabrica muchos de los artículos que compramos a precios ridículamente reducidos —pero en otros países, para que no moleste a los europeos y norteamericanos—.
Empecemos por el dato primero, el de que José es vendido esclavo como alternativa a que sus hermanos lo maten. Esta es la premisa de inicio en que siempre se basa la esclavitud. La trata captura personas libres, que tienen ante sí la posibilidad de resistir hasta la muerte, por mor de la libertad. Quien ha caído en las redes de la trata es hombre muerto o mujer muerta, entonces, porque si mantuviese la resistencia moriría. Al claudicar, al dejar de luchar, al aceptar comer y beber, al obedecer lo que le mandan aunque sea la prostitución, indica aceptar la entrega de cuerpo y alma a cambio de vivir.
Los esclavos son entonces muertos vivientes. Muertos figuradamente, porque muertos estarían si no hubiesen aceptado ser esclavos; vivientes por «misericordia», como alternativa a la muerte, porque sus captores están dispuestos a perdonarle la vida a cambio de tomar entera posesión de su persona. Toman posesión de su cuerpo, de su voluntad, de sus aspiraciones y ambiciones personales. Toman posesión entonces de su ego, su «yo», su alma. Porque la trata posee el cuerpo, pero también el alma de sus esclavos. No es casualidad que se emplee el mismo término, «posesión», para hablar de lo que sucede a la persona «poseída» por demonios. Viene a ser lo mismo.
Por eso es importante establecer que los hermanos de José lo pensaban matar. Al final le tienen «misericordia» y aunque es «persona muerta» para ellos, lo dejan con vida, sí, pero con una condición. Su vida —su cuerpo y su alma— ya no es suya propia sino del amo que lo adquiera.
José quiere vivir. No quiere morir. Acepta el trato. Acepta perder posesión de cuerpo y alma a cambio de que no lo maten.
Es por eso mismo el esclavo ideal.
Hace suyas las aspiraciones y los negocios y hasta la familia de su amo Potifar. Emprende con inusual inteligencia y capacidad de gestión los negocios de Potifar, y hace que prosperen como nunca. Potifar ya era un noble poderoso en la corte de Faraón; pero como José ha interiorizado y hecho suya propia la meta de hacer prosperar sus negocios, Potifar puede dedicarse enteramente a los tejemanejes de la política en la corte, dejando en manos de José sus negocios particulares y el cuidado de su familia.
Llegamos así a la cuestión de la esposa de Potifar. Supone un punto de inflexión en la carrera del esclavo José. De gestionar la casa de Potifar, pasará ahora a gestionar las mazmorras del reino.
Hemos dicho que el amo posee al esclavo de cuerpo y alma. Esto incluye, naturalmente, su sexualidad. Toda cultura esclavista es también, por definición, una cultura de violaciones sexuales. Es en el abuso sexual sistemático —cuando los amos «poseen» sexualmente a sus esclavos— donde se escenifica más completamente la subyugación del esclavo en cuerpo y alma. Los esclavos se saben por fin irremediablemente esclavos cuando tienen que admitir que ya ni siquiera su sexualidad les pertenece.
El sexo de amos y amas con los esclavos, como toda violación, tiene entonces mucho más de abuso de poder y reafirmación de una autoridad absoluta sobre el prójimo, que de ningún sentimiento que pudiésemos identificar como amor o ternura. El sexo con los esclavos es un acto de violencia, un ejercicio de poder abusivo. Su finalidad es expresar la superioridad de amo o ama sobre los seres que están en su poder. No hace falta negar los elementos de excitación o estímulo erótico que experimentaban tanto el amo violador o ama violadora como los esclavos. Unos tanto como otros podían experimentar erecciones o lubricación y goce sensual hasta el orgasmo, pero la realidad de violación y abuso absoluto del poder sobre el cuerpo del prójimo seguía en pie y es lo que ambos experimentaban con la cópula.
En este sentido, el sexo con los esclavos no traicionaría —según la ideología esclavista— el vínculo matrimonial, porque en el matrimonio el sexo, por lo menos en teoría, encerraría otras características y sentimientos.
Como en toda violación, solo la parte dominante podía tomar la iniciativa para la cópula. Que el esclavo —el caso de José— procurase por su propia voluntad independiente tener sexo con la esposa del amo sería escandaloso y criminal. Seguramente provocaría su condena a muerte porque en ese caso el esclavo se estaría postulando, como mínimo, como socialmente igual al ama pero tal vez hasta como su superior. El cuerpo del esclavo o la esclava está siempre a disposición del uso que le quiera dar amo o ama. Pero no es una relación entre iguales. Es una relación de dominación y abuso.
A Potifar en el fondo le tiene que traer sin cuidado, entonces, que las cosas sean como las describe su esposa con las pruebas que le presenta, o que fueran como acaso las contaría José. En cualquiera de los dos supuestos, José ha demostrado independencia, voluntad propia, inaceptación de su condición de esclavo. José debería morir para que los demás esclavos tomen nota de lo que pasa cuando se desobedece. Todos los demás esclavos de la casa entienden bien lo que está pasando. No son tontos y saben perfetamente por qué la señora los ha hecho salir de la casa y se ha quedado sola con José. Conocen también a José, y pueden adivinar su reacción. Vienen observando que viene negándose a ser violado por la señora, así que seguramente saben que esta encerrona final escenifica una venganza contra el esclavo desobediente, más que una incitación sexual.
José protesta que «[Mi amo] no se ha reservado de mí ninguna cosa excepto a ti, por cuanto eres mujer de él» (Gn 39,9). No es un argumento verosímil. El quid de la cuestión no es que el amo le negase al esclavo el uso sexual del cuerpo de su esposa, sino en todo caso que el amo le hubiese negado a su esposa el uso sexual de su esclavo predilecto.
Tal vez lo que tenemos aquí sin embargo no es desobediencia a secas, sino una incomprensión de cuál era realmente su deber. En la cultura hebrea la mujer del prójimo es sagrada y tener sexo con la mujer del prójimo un tabú con una fuerza absoluta. José, criado como hebreo desde la niñez, tal vez no comprendiese la ligereza moral del mundo cortesano en que ahora se encontraba, la falta de refreno moral para dar rienda suelta a la lascivia en la corte faraónica. Con la mejor buena voluntad del mundo, es posible que él —con su mentalidad de hebreo— se viera de verdad como esclavo fiel a su amo, respetando sobre todas las cosas los intereses de su amo al negarse a ser violado por el ama.
Para ella, sin embargo, esta desobediencia e insubordinación es imperdonable. Aparte de su lascivia de cortesana —que no hace falta negar— lo que ahora está en juego es si va a ser respetada y obedecida como ama. Para castigarle va a tener que montar una escena que denuncie ante Potifar el desacato de su esclavo José.
Tal vez pretendía ella la muerte de José, pero por lo menos lo que consigue es que sea expulsado de la casa. El texto pone que Potifar «ardía de rabia». Curiosamente no dice contra quién. Tal vez contra José, que es como tradicionalmente se ha entendido. Tal vez contra su esposa, por poner en cuestión a su esclavo más valioso en lugar de saber hacerse respetar como ama. Tal vez sencillamente le da rabia la situación enojosa en que ahora se encuentra.
La situación ambigua de José, desobediente con su señora, aunque tal vez genuinamente motivado por lo que entendía ser la defensa del honor del amo, pone a Potifar en la obligación de sacarlo de su casa. José ha demostrado sin embargo ser demasiado valioso como esclavo como para matarlo. Así que lo traslada a la cárcel donde van a parar los sospechosos de conspirar contra el faraón. Allí hará carrera igual de brillante a la que ya había hecho como esclavo doméstico.
Y al final, como sabemos, hará igual carrera como esclavo de Faraón. Como esclavo doméstico, como esclavo funcionario de cárceles, y como esclavo de la corte, José siempre se comporta como el esclavo perfecto, como el culmen de la ideología esclavista. Hace enteramente suyos los objetivos e intereses del amo y hasta emprende iniciativas propias cuya finalidad es mejorar la posición de su amo. Es absolutamente digno de confianza porque no aspira a nada personal para sí, solamente aspira a beneficiar a su amo.
La ascendencia del faraón sobre toda la población campesina de Egipto data de muy antiguo. La ideología faraónica hacía del rey un dios encarnado y de los campesinos sus esclavos. La esclavitud generalizada de la población egipcia parece haber existido ya cuando la construcción de las pirámides, más de mil años antes de la época cuando se supone que habría vivido José. Sin embargo el texto bíblico hace un guiño al lector, para inventarse un cuento donde se habría debido al propio José la reducción de un campesinado libre egipcio a la condición de esclavos ellos también de Faraón.
La ideología es la misma que la que tiene esclavo a José. Vida por libertad. Muerte segura (en este caso de hambre), pero queda una alternativa: venderse de cuerpo y alma a ser poseídos por otro. En este caso, son poseídos por el «dios» Faraón, un dios falso, una perversión de la deidad. Tal vez sea una exageración, pero hasta se podría entender como una posesión demoníaca.
Quiere Génesis dar así a entender hasta qué punto es José un esclavo perfecto. Lo es hasta el extremo de atribuirle a él (aunque sea una ficción) la institución esclavista más completa que jamás se haya visto en la humanidad. En esta historia José podría haber repartido el trigo como acto de justicia social, como órgano estatal al servicio del pueblo. Durante siete años ha venido incautando el trigo de los campesinos, y ahora tocaría devolverlo. Autoridad tenía en nombre de Faraón para actuar así. No es eso lo que hace José. Decide él que va a usar ese trigo que les ha arrebatado durante siete años para dejarlos con vida, sí, pero a cambio de su libertad.
Hoy día, cuando la esclavitud nos parece una institución tan terrible e inaceptable, cuesta ver a quien se le atribuye haber actuado así como un héroe.
Cuando el acto fundacional de la identidad de Israel es la liberación de esclavos hebreos que huyen de Egipto, es posible que incluso en los propios tiempos bíblicos esta historia, contada así, se viera como una sombra en el legado de José.
Efraín fue el hijo menor de José con la hija de un sacerdote pagano, con que le apareó su amo Faraón. Efraín fue la tribu dominante en el reino de Israel. «Israel» y «Efraín» figuran muchas veces como términos sinónimos e intercambiables en los relatos bíblicos. Tal vez esta historia en Génesis pretende desprestigiar al patriarca Efraín, hijo de un «esclavo perfecto» y nieto de un sacerdote pagano; y desprestigiando al patriarca, tal vez se pretendiese poner en entredicho la ascendencia de la tribu de Efraín sobre la de Judá, de Samaría sobre Jerusalén.
En cualquier caso, estos relatos también se esfuerzan por dejar fuera de duda que el Señor Dios de Israel estaba en todas. Hasta en estas. A Dios nada se le escapa. Dios a nadie abandona mientras espere en Él. Génesis culmina con la descendencia de Abrahán asentada con paz y prosperidad en el delta del Nilo, donde medrarán y se multiplicarán durante siglos. Están ahí por orden de José, el máximo exponente y culmen de la ideología esclavista de Faraón.
Pero porque Dios así lo quiso.
Al final tal vez lo más sorprendente en toda esta cuestión es esa capacidad de Dios para no desentenderse, para estar presente en medio de todas las ambigüedades de nuestra conducta. Estar presente con nuestras decisiones acertadas o no, con nuestros claros y oscuros morales y éticos en relación con el prójimo.
Y por último esta historia es un alegato a favor de la vida. Mejor es seguir vivo aunque esclavo, aunque prostituida a la fuerza, aunque vendidos y comprados como ganado, aunque «poseídos» como endemoniados. Mejor es seguir vivo, por cuanto existe Dios, y a Dios nada se le escapa. (Aunque parezca que sí.)
Si Dios existe y nada se le escapa, la vida puede dar vuelcos sorprendentes para bien, para bendición propia y del prójimo, para bendición de nuestra descendencia. El mal existe y es terrible. Pero el bien también existe. Y con Dios… ¡el bien puede ser asombroso y extraordinario!