Neandertales, humanos, Génesis, moral
por Dionisio Byler
Los humanos «modernos» convivimos con los neandertales en una misma geografía durante decenas de miles de años. Según cuenta el genoma humano, nuestros antepasados tuvieron hijos con ellos. El debate parece estar servido ahora en si ciertas ramas de homínidos éramos variantes «raciales» de la estirpe humana, o si se trata de especies auténticamente diferenciadas.
No quiero entrar aquí a la cuestión científica, que no manejo adecuadamente. Sí que me suscitan estas noticias, sin embargo, algunas reflexiones sobre lo que significa ser humanos, sobre la naturaleza de la revelación bíblica, y en última instancia sobre la moral cristiana.
El libro de Génesis no se pronuncia en absoluto sobre los neandertales sino que nos informa cómo se entendía la diferenciación de las especies hace apenas unos tres mil años, cuando la humanidad presente era ya la única que quedaba. Génesis no niega que aquellos homínidos de un pasado tan remoto fueran humanos, ni lo afirma tampoco. Cuando sus autores fueron inspirados por el Espíritu Santo, esas eran cuestiones tan ajenas al interés de la gente, como pudiera serlo la posibilidad de comunicarse a grandes distancias mediante un teléfono móvil. No era en aquel entonces información útil para el proyecto de conocer y amar a Dios y tratar bien al prójimo, que es lo que enseña la Biblia.
Ninguna cosa es contraria a la revelación bíblica por el mero hecho de que la Biblia no la mencione. No menciona los continentes de América y Oceanía, que sin embargo existen. Ni es ninguna cosa necesariamente incompatible con la revelación bíblica cuando es el producto de una evolución natural del pensamiento y descubrimiento humano. La psicología es de enorme utilidad, aunque pareciera entrar en conflicto a veces con conceptos de espiritualidad. No todas sus conclusiones son adaptables al cristianismo, pero otras muchas más casan perfectamente con conceptos bíblicos de salud interior. La medicina moderna nos presta una ayuda maravillosa, aunque pareciera entrar en conflicto con la dependencia de Dios como Sanador. La inmensa mayoría de los cristianos preferimos atribuir la salud a Dios y también recurrir al médico. La incompatibilidad superficial no nos engaña, aunque hay sectas cristianas que rechazan la medicina humana.
Hoy tenemos nuevos datos que enriquecen nuestra concepción de lo que es y pudo ser en otros tiempos remotos, ser humanos. Esos datos contradicen superficialmente lo que cuentan las narraciones bíblicas sobre la creación, que fueron escritos en otra era, precientífica. En cualquier caso, lo que ha de cambiar no es nunca el texto bíblico, sino nuestra forma de leerlo e interpretarlo.
En otros tiempos el principio creacional de separación de las especies llevó a llamar mulatos el cruce de europeos y africanos, por analogía del mulo, nacido del cruce de yegua y burro. Para muchos cristianos evangélicos, era pecado horrendo cruzar «humanos» (es decir blancos) y africanos. Era para ellos una cuestión moral bíblica de primerísima importancia. Vamos avanzando, y lo que en otra era algunos cristianos fervientes consideraban abominación escandalosa, hoy nos damos cuenta que no lo era.
Hoy nos damos cuenta que quienes entendían de verdad el propósito de Dios, eran los que luchaban por hacer desaparecer esas formas racistas de entender la humanidad.
Esto es importantísimo. No todo lo que parece contradecirse con el texto bíblico es inmoral. En otras cuestiones también, puede que lo inmoral sea no dejarse orientar por un principio bíblico superior: el amor. Lo esencial es solidarizarnos con el prójimo, aun cuando su identidad y forma de ser humano sea diferente a la nuestra.