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revelación
— Iniciativa de Dios, por la que da a conocer sus propósitos en la historia, y su voluntad para la conducta humana. En última instancia, la revelación divina es autorrevelación: Dios se da a conocer él mismo.

La historia del pueblo de Dios arranca en Génesis 12 con la afirmación: «Y el SEÑOR dijo a Abrán: “Vete de tu tierra…”» Sin explicaciones, el texto da a entender que Abrán ya sabe de antemano quién es este que habla, lo reconoce como su soberano a cuyas órdenes vive, y sabe que entre sus cualidades está la de hablar al ser humano de manera inconfundible, para dar instrucciones claras. Génesis no explica este acto de revelación divina: se limita a decir que Dios habla y que Abrán oye y entiende y obedece.

Generalmente en la Biblia, Dios habla desde la invisibilidad. En diferentes oportunidades, sin embargo, Dios se presenta visiblemente para hablar, adoptando la forma de «el ángel del SEÑOR», que parece ser una materialización visible para efectos de esta divina comunicación: el ángel habla en primera persona, con un «yo» cuyas palabras son propiamente palabras de Dios, no de un intermediario. Sin embargo la mención del «ángel del SEÑOR», parece querer indicar que no están viendo de verdad al propio SEÑOR, que sería de suyo invisible. Incluso Moisés, de quien se dice que hablaba con Dios cara a cara, sin embargo cuando en cierta ocasión expresa el deseo de ver a Dios, como respuesta tiene solamente el privilegio de ver «la gloria» del SEÑOR, y esta, de espaldas.

Más adelante en la historia bíblica, notablemente en Daniel y en los evangelios, los ángeles ya no son «el ángel del SEÑOR» como revelación visible de la presencia de Dios mismo, sino que empezarán a figurar como dioses menores, con nombre y persona que no son el mismo nombre y la misma persona que el propio Dios. Seguirán revelando las palabras y la voluntad de Dios, pero ahora como seres intermediarios entre Dios y la humanidad.

En la Biblia Dios también se revela y revela su voluntad y sus propósitos, mediante la profecía. La profecía no es propiamente, no necesariamente, adivinar el futuro. La profecía es hablar de parte de Dios, comunicar a otros mediante palabras (y actos simbólicos, a veces) la voluntad y los propósitos de Dios; y muy especialmente, el veredicto divino sobra las naciones y sus políticas. Existen casos bíblicos de profecía personal, tocante a la vida de un particular; pero no es lo típico.

El escolasticismo protestante desarrolló mucho la idea de la revelación como algo prácticamente idéntico a la Biblia. En la controversia inicial del protestantismo con el catolicismo, el concepto de «sola Escritura» significaba una nueva libertad para estudiar la Biblia sin tener que ceñirse necesariamente al cúmulo de interpretaciones fijadas ya de antemano por la tradición y el magisterio católico. En las generaciones subsiguientes, la idea protestante de «sola Escritura» pasó a significar que no existe ninguna otra fuente fiable de revelación divina, aparte de la Biblia.

El escolasticismo protestante desarrolló también la idea de que cada una de las palabras del texto bíblico son palabras atribuibles directamente a Dios mismo. La Biblia se cree entonces revelada por un proceso más o menos equivalente al dictado, donde una persona habla y la otra va anotando palabra por palabra. Según cómo se entienda esto, todas las observaciones bíblicas del mundo material, así como cada detalle de la historia que narra, serían entonces de suyo revelación divina, y por consiguiente, verdad absoluta inapelable.

La humanidad tiene también otras formas de descubrir la verdad: la observación de la naturaleza, el descubrimiento científico, la investigación del mundo material, etc. En muchos particulares, la investigación humana nos lleva a otras conclusiones que determinadas afirmaciones bíblicas sobre el mundo material y sobre la historia de la humanidad.

No hace falta escoger entre la ciencia humana y la revelación divina, sin embargo, si se entiende que la Biblia se limita a revelar a Dios, revelar sus propósitos, sus mandamientos y su voluntad; pero no revela ni pretende revelar nada que el ser humano sea capaz de investigar y descubrir por su propia cuenta. Así las cosas, cuando la ciencia y la Biblia no dicen lo mismo, no hace falta tachar de mentiroso ni a la ciencia humana, ni mucho menos a Dios.

Por último, según el Nuevo Testamento, la máxima y última y definitiva revelación de Dios se produce en la persona del Hijo. Jesús nos revela a la perfección, por una parte, la naturaleza moral de Dios, su benignidad y amor y compasión y perdón. Y por otra parte, con su enseñanza y por el ejemplo de su vida, Jesús nos revela cómo desea Dios que vivamos como hijos e hijas de Dios también nosotros.