Ahora entiendo el evangelio (3/20)
El evangelio del reino
por Antonio González
El reinado de Dios no es, en la Biblia, un lugar celestial, sino el hecho de que Dios reina. Por eso, cuando los pies de mensajero aparecen por los montes proclamando que Dios reina, estamos ante una «buena noticia». Dios vuelve para reinar. Y eso significa que Dios va a volver a cuidar de su pueblo. Que se disfrutará de paz. Que no se experimentarán de nuevo todas las injusticias sociales que se experimentaron antes de la caída de los reinos de Israel y de Judá. Que el pueblo no va a seguir a otros señores, ni terrenales ni celestiales, porque solamente Dios va a ser rey. ¡De nuevo va a haber justicia! ¡Es la buena noticia de que Dios reina!
La crisis del reino
Lo que había sucedido en la historia de Israel era lo siguiente. Después del período de los jueces, en Israel se había introducido la monarquía. El pueblo, estructurado en tribus, pasó a estructurarse de una manera estatal. Quiso ser igual que las demás naciones. Y el profeta Samuel les advirtió, en nombre de Dios, lo que eso significaría. El rey iba a acumular tierras, iba a exigir impuestos, iba a formar una corte, iba a tener un ejército permanente. Se terminaba la igualdad. Venía la injusticia social, semejante a la experimentada en Egipto (1 S 8).
De hecho, tanto los libros de Samuel y Reyes, como la mayoría de los profetas, evaluaron de modo muy parecido la introducción de la monarquía. Desde su punto de vista, los reyes de Israel y de Judá habían sido los responsables principales de la introducción de la idolatría y de la injusticia social. Se trataba, ahora lo podemos entender, de dos caras de la misma moneda. En lugar del reinado exclusivo de Dios, el estado de Israel introduce otro señor. Y con ese otro señorío viene la injusticia social.
Pues bien, desde el punto de vista de los libros de Samuel y Reyes, y desde el punto de vista de los profetas, si los dos estados (Israel y Judá) habían fracasado, habría sido precisamente porque prefirieron fiarse de los reyes, en lugar de fiarse de Dios. Dios habría retirado su protección, y los dos reinos habrían sido fácilmente conquistados por los imperios vecinos.
Tras las duras experiencias históricas, tras las derrotas, la nueva cautividad y el exilio, vienen sin embargo las buenas noticias que anuncia el «Libro de la consolación». Esa parte del libro de Isaías comienza diciendo precisamente que la traición de Israel ya ha sido perdonada, y que se inician unos tiempos nuevos:
Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle a voces que su lucha ha terminado, que su iniquidad ha sido quitada, que ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados. Una voz clama: Preparad en el desierto camino al Señor; allanad en la soledad calzada para nuestro Dios (Is 40:1-3).
Dios volvía para reinar. Sin embargo, tal vez estas palabras nos suenan, porque son las mismas que pronunciaba Juan el Bautista en el tiempo de Jesús (Lc 3,4-6). Entonces nos podemos preguntar qué había pasado. ¿Por qué Juan el Bautista seguía diciendo lo mismo que Isaías? ¿No llegó el reinado de Dios al final del exilio?
En realidad, podríamos decir que las esperanzas en una llegada inmediata del reinado de Dios se habían frustrado en gran medida. Después del exilio, bajo el dominio de los persas, que sustituyeron a los babilonios, y los períodos posteriores de la historia de Israel, no se percibía que Dios fuera verdaderamente el Rey de su pueblo.
Es verdad que se reconstruyó el templo, y que se volvieron a levantar las murallas de Jerusalén. Pero los diversos imperios siguieron ejerciendo el dominio sobre el pueblo de Israel. Es cierto que hubo incluso un período de independencia política, bajo los hasmoneos, sucesores de los macabeos. Pero bajo ninguno de los distintos regímenes políticos el pueblo judío experimentó la realización plena de sus esperanzas. La desigualdad, la injusticia social, el enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de otros, siguieron siendo la norma. No se inauguró una nueva era de paz ni de abundancia.
Ante esa situación, algunos siguieron esperando pacientemente la llegada del reinado de Dios. Otros esperaban, no un reinado directo de Dios, sino el reinado de un rey ungido (Mesías), descendiente de David, que volvería a introducir la vieja dinastía de la casa de Judá. Otros más bien pensaban en un gobierno de los sacerdotes, pues en definitiva los macabeos y hasmoneos habían sido de estirpe sacerdotal. Y en esa situación es en la que aparecen Juan el Bautista y Jesús de Nazaret.
Hoy en día hay un acuerdo unánime en que el centro de la predicación de Jesús fue el reinado de Dios. Sus parábolas se presentan directamente como parábolas sobre el reinado de Dios. Y sin duda la predicación de Jesús fueron buenas noticias.
Jesús anuncia el evangelio
Lo que nos dicen los libros llamados «evangelios», que forman la primera parte del Nuevo Pacto, es que Jesús comenzó su actividad pública proclamando el evangelio. Jesús, cuando tenía unos treinta años, fue bautizado por Juan en el Jordán. Después experimentó las tentaciones en el desierto, tras las cuales comenzó su propia actividad. El evangelio de Marcos nos dice lo siguiente:
Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio (Mc 1:14-15).
Es algo semejante a lo que nos dicen los otros evangelios. Jesús inicia su actividad pública anunciando el reinado de Dios (Mt 4,23; Lc 4,43). Claro está que no se trata solamente del comienzo de su vida pública. Durante el resto de su vida Jesús permaneció anunciando el «evangelio del reino» o «buenas nuevas del reino» (Mt 9,35; Lc 8,1). Al final de su ministerio, Jesús también predijo que el «evangelio del reino» se proclamaría por todo el mundo, hasta el fin de la era presente (Mt 24,14). De hecho, es lo que encontramos en el libro de los Hechos de los apóstoles, donde precisamente se nos dice que los cristianos primitivos seguían predicando el «evangelio del reino» (Hch 8,12).
Hoy en día hay un acuerdo unánime en que el centro de la predicación de Jesús fue el reinado de Dios. Sus parábolas se presentan directamente como parábolas sobre el reinado de Dios. Y sin duda la predicación de Jesús fueron buenas noticias, fue «evangelio». Jesús conectó directamente con la idea del reinado de Dios que había en el pueblo judío, y que encontramos en el Antiguo Pacto. Obviamente, el «evangelio del reino» alude a las buenas noticias de Isaías, que nos decían exactamente lo mismo que decía Jesús: Dios reina, Dios se acerca para reinar.
De hecho, la palabra «evangelio» (euaggelion), en el mundo griego, no era una palabra «religiosa». La expresión se usaba en el lenguaje secular. Por ejemplo, el rey de una región llegaba para visitar una ciudad. Entonces, los heraldos del rey iban por delante anunciando la venida del rey. La ciudad se debía preparar para recibirle. A ese anuncio, en el mundo griego de la época, se le llamaba justamente «evangelio».
Y esto es lo que anunciaba Jesús: el «evangelio del reino». Esta expresión equivale, como vimos en el texto de Marcos, a la de «evangelio de Dios». Evangelio del reino es lo mismo que evangelio de Dios porque en ambos casos se nos está diciendo la buena noticia de que Dios viene para reinar.
A veces en el evangelio de Mateo podemos encontrar una expresión que puede confundir un poco a los lectores actuales: el «reino de los Cielos». Esta expresión llevó a muchos a entender que el reino de Dios era un reino situado en los cielos. Algo ajeno a nuestro mundo. Más adelante, otros pensaron que el reino de Dios era algo así como una utopía, todavía no presente en el mundo, pero que se podría realizar, con el esfuerzo humano, al final de los tiempos.
En ambos casos se ignora lo que quieren decir los «Cielos» en el lenguaje de Mateo. Para Mateo, como para muchos judíos piadosos, era conveniente evitar usar el nombre de Dios, para no usarlo en vano. De ahí que en lugar de decir «Dios te bendiga», ellos dirían «que los Cielos te bendigan», etc. Los Cielos era un circunloquio para hablar de Dios sin mencionar su santo nombre. Por eso, el reino de los Cielos significa simplemente «el reinado de Dios».
Y claro está entonces que ni Jesús ni los judíos que le escuchaban pensaban que el reinado de Dios era solamente un reinado en el cielo, sino un reinado de Dios sobre su pueblo, y por tanto un reinado para la tierra, y para el presente. Jesús no decía que el reinado de Dios fuera una utopía para el futuro. Todo lo contrario: su afirmación es que el reinado de Dios se había acercado ya, es decir, que Dios estaba comenzando a reinar.
Todo esto era, literalmente, evangelio, buenas noticias. Las buenas noticias del reinado de Dios. ¡Dios ya viene! ¡Dios está comenzando a reinar! El tiempo de la oscuridad, de la violencia, de la opresión, ha pasado. Un nuevo tiempo está irrumpiendo. ¡Es la gran buena noticia!
Pero entonces podemos preguntarnos una cosa. ¿Qué tiene esto que ver con lo que tantas veces nos han presentado como «evangelio»? Aquí no se habla de la muerte de Jesús por nosotros. Aquí no se habla del perdón de los pecados. ¿Qué es esto? ¿Hay dos evangelios; uno, el evangelio de Jesús; y otro, el evangelio proclamado por los cristianos primitivos? ¿O solamente hay un evangelio? Es lo que tendremos que seguir estudiando.
Preguntas para la reflexión