Diccionario

Paráclito — Jesús emplea esta palabra griega en el evangelio de Juan para describir el tipo de actividad o función que tendría el Espíritu Santo entre sus seguidores cuando él, Jesús, ya no estuviera materialmente presente entre ellos.

Paráklitos es un sustantivo griego derivado del verbo parakaléo, que tiene varios tipos de significado. En primer lugar tenemos la idea de mandar llamar, llamar en auxilio, rogar, invocar, pedir. En segundo lugar tenemos la idea de fomentar, provocar, exhortar. Y por último y en tercer lugar, tenemos la idea de consolar. Estas dos últimas ideas se aúnan, tal vez, en nuestro concepto castellano de «animar», o «infundir ánimo». Quien anima o infunde ánimo, puede estar exhortando o estimulando o provocando a la acción. Pero quien anima o infunde ánimo también puede estar consolando, puede estar procurando aliviar una tristeza.

Guarda relación con este verbo el sustantivo paráklisis, que vendría a ser un llamamiento, o bien una petición de auxilio, pero también la exhortación y por último, el consuelo.

Y así llegamos al sustantivo griego que nos interesa: paráklitos, que es la persona que hace este tipo de cosa: un paráclito sería alguien que intercede por otro, es decir, que da voces pidiendo auxilio; o tal vez un defensor, incluso un abogado defensor; pero un paráclito podría ser también un consolador.

Cuando Jesús en los capítulos 14 a 16 de Juan describe al Espíritu Santo como el Paráclito, está aludiendo a esta configuración de relación entre el Aliento de Santidad y nosotros:

  1. Por una parte, el Paráclito es quien cuando estamos en momentos de máxima necesidad, empieza a dar voces pidiendo auxilio por nosotros. Unos más que otros, no es del todo raro entre los cristianos sentir que en determinado momento tienen que dejar todo lo que estaban haciendo para interceder en oración por alguien. Ese es el Espíritu Santo en su función de pedir auxilio, de poner en marcha la oración de los hijos de Dios.

  2. Es parecida a esta idea, la del Paráclito como quien intercede ante el Padre por nosotros, para guardarnos de todo mal. Incluso de males que podemos provocar nosotros mismos sobre nuestras cabezas, por nuestras imprudencias o pecado. El Paráclito es quien intercede ante el Padre para que intervenga como Salvador y Rescatador de los perdidos.

  3. Muy próximo a éste está su papel como nuestro abogado defensor. La Biblia ensaya en diversos pasajes la idea de una especie de tribunal celestial, donde Dios preside como juez y ante él presenta sus argumentos el diablo o Satanás, actuando como fiscal de la acusación. Pero ahora de parte nuestra intercede ante el juez nuestro abogado, el Espíritu Santo. Ya puede presentar todas las pruebas y argumentos que quiera el Acusador— porque tenemos un abogado defensor en el cielo: el Paráclito, es decir, el Espíritu Santo. Él presentará pruebas de nuestra dedicación a Dios y nuestra obediencia a sus propios impulsos —del Espíritu Santo— a irnos perfeccionando en santidad.

  4. Habíamos mencionado que el verbo parakaléo tiene entre otros sentidos, el de exhortar. Entonces el Paráclito, el Espíritu Santo que vive en nuestro interior, está procurando constantemente guiarnos y exhortarnos para que nos superemos, para que seamos mejores personas. En una palabra, nos impulsa constantemente hacia la santidad. Su Viento nos sopla hacia la separación de las actitudes, conductas y manera de vivir del mundo a nuestro alrededor. Como el Espíritu también es Santo, desde nuestro interior nos impulsa a nosotros también a distinguirnos, a separarnos del montón, a consagrar nuestras vidas para Dios y para el prójimo (que es lo que viene a significar el concepto de «santidad»).

  5. Y por último tenemos el Paráclito como Consolador. Ojalá no tuviéramos que vivir este aspecto de cómo se relaciona con nosotros el Espíritu Santo. Pero inevitablemente, a toda vida humana llegan momentos de dolor intenso —a veces temporadas más o menos extensas de situaciones tristes o difíciles, que se pueden prolongar durante años. Pienso, por ejemplo, cómo nos afecta el futuro limitado que puede tener un hijo severamente discapacitado. O la lenta progresión de una enfermedad en un ser querido, que desemboca al fin en muerte pero no sin antes haber socavado la fuerza interior de los que le quieren.

Para todo tipo de situación dura, ahí está el Espíritu Santo en su condición de Paráclito o Consolador. Su aliento nos alivia aunque sólo sea por un rato la tristeza. Nos descubrimos cada madrugada capaces de afrontar otro día más con sus luchas y su dolor, porque nos sabemos acompañados. Aquí en nuestro interior respira el Aliento Divino que nos infunde aliento.

—D.B.