¿Quieres curarte?
Nelson Kraybill
Con cáncer en su cuerpo de edad mediana y la expectativa de una vida truncada, Doug Brewer su sumó a una peregrinación a Tierra Santa en 2014, cuando su salud todavía se lo permitía. Al empiece de la Vía Dolorosa —el camino tradicional de los padecimientos de Jesús cuando llevaba su cruz por las calles de Jerusalén— Doug y algunos compañeros de peregrinación visitamos las ruinas de del estanque de Betzatá (o Betesda). Un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo yacía en su esterilla un día junto al estanque, hasta que Jesús le preguntó (Juan 5,6):
—¿Quieres curarte?
El estanque de Betzatá se conocía en la antigüedad como un lugar de curaciones. Algunos manuscritos del Nuevo Testamento ponen que «un ángel del Señor solía bajar de vez en cuando al estanque y agitaba el agua; entonces el primero que se metía al agua cuando estaba agitada se curaba». Este hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo tiene que haber estado paralizado.
—Señor, no tengo nadie que cuando se agita el agua, me meta al estanque —respondió—. Para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.
Que otros en la iglesia o en la sociedad se les adelante es algo que les pasa a veces a las personas que viven con una enfermedad o una discapacidad. «No tengo nadie que me meta al estanque» es otra manera de decir que mi comunidad me ignora. En algunas comunidades, los que padecen una enfermedad crónica se sienten condenados por su presunta falta de fe o de fuerza de voluntad. Hay quien hasta les puede acusar de vivir con pecados inconfesados.
El hombre junto al estanque de Betzatá no gozaba de una comunidad de apoyo. Nadie le ayudaba a meterse al agua. Después los perros guardianes de la religión nada tardaron en ponerse a ladrar, cuando milagrosamente, maravillosamente, fue capaz de levantarse y cargar con su esterilla(5,10). ¡Es que había violado las reglas estrictas sobre el sábado!
Alguien en nuestro grupito de peregrinos le preguntó a Doug si deseaba que orásemos pidiendo que el Señor lo cure. En pocos instantes lo estábamos rodeando con manos cálidas y una petición a Dios hecha de todo corazón. Nadie presumía de tener personalmente poderes de curación; todos encomendamos la salud de Doug a su amante Creador.
Dos años después pregunté a Doug por email qué tal estaba. Resulta que entre tanto, había estado al borde de la muerte pero ahora vivía. «Por la gracia de Dios y muchas oraciones —escribía— he recuperado la normalidad y me siento realmente bien. Mi nivel de cáncer ha estado a 0 estos últimos meses, así que por el momento no necesito más quimio».
¡Gloria a Dios! Una familia y una comunidad de amor acompañó a Doug mientras recorrió su Vía Dolorosa personal. La fe, el poder divino y la medicina moderna, convergieron para restablecer a Doug. Es bueno considerar que toda curación es en el fondo un don de Dios, sin que sea necesario distinguir entre recuperaciones milagrosas y naturales. También es bueno aceptar que a veces, por muy abundante que sea la fe y por excelente que sean las atenciones médicas, nosotros o nuestros seres queridos no nos curamos y hasta moriremos.
El autor de Eclesiástico —un libro que la iglesia temprana consideraba canónico— escribió, hacia el año 200 a.C., consejos que pueden resultarnos válidos hasta el día de hoy: «Cuando caigas enfermo […] ruega al Señor y él te curará. […] Luego deja actuar también al médico, que también a él lo creó el Señor. […] Hay ocasiones cuando en sus manos queda la recuperación y ellos también elevan ruegos al Señor para que les conceda acertar en el diagnóstico y en la curación» (Si 38,9-14).
Agradezco a Doug Brewer haber leído estos renglones y haberme dado permiso para publicarlo.
Fuente: https://peace-pilgrim.com/2016/11/ Traducido con permiso del autor para El Mensajero.