virgen — Una joven casta. Existen en hebreo dos términos sinónimos, betulá y ʻalmá. Ambas palabras describen indistintamente tanto la juventud de la soltera, como la castidad o virginidad que se le presupone. En griego el término es partenos y es más exactamente equivalente al término castellano «virgen», como expresión de nunca haber yacido sexualmente con otra persona.
En la cultura hebrea —como entre algunas gentes hasta hoy— sufría un desprestigio importante la familia entera si una joven yacía con varón antes de casarla. La sociedad del pueblo bíblico, en ambos Testamentos y a pesar de vivir en eras y civilizaciones diferentes, fue siempre fuertemente patriarcal. En las sociedades patriarcales existe una enorme inseguridad masculina en relación con las mujeres. Esa inseguridad se manifiesta en el impulso obsesivo por controlar la sexualidad de las mujeres y categorizarlas conforme a los intereses masculinos.
La mujer en la sociedad hebrea del Antiguo Testamento se clasificaba automáticamente en tres divisiones: la «virgen», la «casada» y la «prostituta». Tanto la soltera como la casada, si tenía trato sexual fuera del matrimonio, pasaba a tener la consideración de «prostituta». No interesaba conocer sus motivaciones personales sino solamente su conformidad a las expectativas impuestas por la inseguridad obsesiva de los varones. La mujer violada, por consiguiente —como crimen civil o por la soldadesca enemiga— pasaba también a tener la consideración de «prostituta». Lo mismo sucedía con las esclavas, cuyo cuerpo estaba legalmente a disposición de su amo y de quienquiera el amo dispusiera. Por lo menos en tiempos del Nuevo Testamento, si no antes también, a la esclava se le presuponía promiscuidad sexual precisamente por carecer de ninguna capacidad de controlar lo que otros hacían con su cuerpo.
La virginidad no tiene especial consideración teológica en el Antiguo Testamento. Tiene mención, sí, dentro de los listados de tabúes sexuales que regían en la sociedad hebrea: regirse por esos tabúes era una de las formas de expresar «santidad» en relación con Dios. Aparte de eso el término carecía de interés teológico. No así la «prostitución» (es decir, cualquier tipo de experiencia sexual femenina fuera del matrimonio), que figura ampliamente en los profetas como metáfora de la infidelidad del pueblo de Israel con su «marido», el Señor su Dios.
En el cristianismo el interés principal del término recae en la madre de Jesús, conocida universalmente en castellano como «la Virgen». Esto tiene importancia teológica, naturalmente, en aquella variedad de cristianismo que considera que la Virgen, sin ser exactamente la diosa esposa de Dios, sin embargo, a todos los efectos prácticos la venera, adora y considera como tal diosa. Podemos descartar esto como una herejía en la práctica si no en teoría, sostenida por personas que desean ser considerados monoteístas sin serlo.
Para los cristianos que se precian de fundamentar su doctrina en los apóstoles y en la Biblia, la madre de Jesús fue una buena persona, casada y normal. Aguarda, como todos los mortales, la resurrección de los muertos cuando la consumación final de los planes de Dios y la parusía de nuestro Señor Jesús [parusía: ver El Mensajero Nº 159].
La virginidad de María, en el testimonio bíblico, es un detalle interesante de las circunstancias del nacimiento de Jesús, pero no se le atribuye ningún valor propio teológico. Ni Marcos ni Juan ni Pablo ni Santiago ni Judas (el de la Epístola) ni los autores de Hebreos o del Apocalipsis lo mencionan. Esto parecería indicar que en la generación apostólica se entendía que la referencia a su virginidad solamente indicaba su juventud, tal vez su recato personal como mujer honrada, y nada más. Desde luego nada de valor teológico, ni que incidiera en la obra, el ministerio y la salvación que nos trajo su hijo Jesús.
Existe, por último, la descripción de los 144 mil que en una escena del Apocalipsis tañen arpas y cantan loas al Señor: «Estos son los que no se ensuciaron con mujeres, porque son vírgenes» (Ap 14,4). El versículo concluye añadiendo que son lo más escogido ante Dios y el Cordero. Aunque los tabúes sexuales del Antiguo Testamento consideraban «sucias» a las mujeres con la regla, la idea categórica de que la mujer ensucia al varón sencillamente por serlo, es realmente sorprendente. Yo diría que hasta repugnante. Como tantas otras expresiones en la Biblia, cuando su sentido literal ofende la sensibilidad moral, hay que considerar otras interpretaciones.
Como explica J. Nelson Kraybill en Apocalipsis y lealtad, la «gran prostituta» en el Apocalipsis es Roma. Lo es recuperando el sentido metafórico de «prostitución» en el Antiguo Testamento, como infidelidad a nuestro «esposo» Dios. Estos 144 mil «vírgenes» del Apocalipsis, entonces, probablemente sean una cifra alegórica que indica a toda aquella multitud de fieles que no se han contaminado con la idolatría en general, ni con la idolatría de Roma en particular.
—D.B.