Elefante

Parábolas para un mundo que vive a corto plazo (XIV)
No limites a Dios a tus conocimientos y experiencia
José Luis Suárez

Cuatro ciegos estaban palpando el cuerpo de un elefante.

Uno tocó la pierna y exclamó: El elefante es como un pilar.
     El segundo tocó la trompa y dijo: El elefante es como una serpiente.
     El tercero palpó la barriga del paquidermo: El elefante es como un tonel.
     El cuarto tocó la oreja y aseguró: El elefante es como un abanico.

Los cuatro comenzaron a discutir sobre la figura del animal y estaban a punto de pegarse entre ellos cuando pasó un caminante quien, al verles a punto de pelearse, les preguntó qué pasaba y cada cual le explicó lo que defendía y todos le pidieron que se pronunciara en su disputa.

El hombre pensó un instante y dijo:

Ninguno de vosotros no ha visto nunca un elefante. El elefante no es como un pilar; sus piernas son como pilares. Tampoco es como un tonel; su barriga es como un tonel. Tampoco es como un abanico: son sus orejas las que parecen abanicos. Y tampoco es como una serpiente, porque únicamente su trompa se parece a una serpiente. El elefante es como una combinación de todo esto, pero también es mucho más de lo que imagináis.

Esta parábola de los cuatro ciegos y el elefante, muy conocida y de origen indio, pero de autor desconocido, nos demuestra la incapacidad del ser humano para conocer la totalidad de una realidad que experimenta.

Está historia constituye un auténtico desafío en nuestra relación con el otro, el diferente a uno mismo. Al tiempo nos permite descubrir las justificaciones de nuestros razonamientos, que la mayoría de las veces consideramos infalibles y, como tales, la única verdad posible.

Como para el creyente la única verdad está en Dios, pretendo con este artículo tener una mirada a esta parábola desde esta vertiente, al considerar que es a partir de esta mirada de nuestra vivencia de Dios que podemos sacar el mayor beneficio a esta parábola, e incluso entender mejor nuestra relación con los demás.

De entre algunas de las lecciones que podemos sacar de esta historia me limitaré a tres:

1. Las dificultades en la comunicación entre los seres humanos

Cada vez son más las personas que asocian el silencio y la escucha con la sabiduría, porque en ambas actitudes se encuentra el secreto de la comunicación entre los seres humanos. La renuncia a la palabra, en un mundo donde las palabras corren a raudales y la gente apenas se escucha, nos suena a chino. Hasta suena a algo de otro planeta la propuesta de dejar de hablar y hacer silencio. Si miramos durante 15 minutos un debate político en la TV, será suficiente para constatar cómo se habla sin escuchar para nada al interlocutor. Los efectos de estos debates sirven para muy poco ya que casi nada cambia.

2. la necesidad del silencio y la escucha para entender a la persona con la que hablamos

Muchas veces se habla sin parar, se habla para ocultar realidades profundas que una persona siente y experimenta. Se habla sin finalidad, ni siquiera para decir algo significativo. Se habla para no oír nada. Pero si el ser humano quiere comunicarse con el otro, debe haber silencio, ya que el silencio es una parte irrenunciable de la comunicación. Si hablamos sin escuchar al otro, difícilmente entenderemos lo que vive, lo que piensa o la situación por la que está pasando.

Callamos y creamos silencio para entender lo que el otro nos expone, pero es necesario también que nuestro corazón y nuestra alma puedan captar la profundidad de su mensaje. El primer servicio que una persona regala a su prójimo consiste en escucharlo, así como el comienzo de nuestra relación con Dios consiste en escuchar su Palabra.

El que no sabe escuchar detenida y pacientemente a los demás, hablará siempre al margen de lo que le ocurre al otro. El que piensa que su tiempo es demasiado valioso para perderlo escuchando a los demás, difícilmente encontrará tiempo para escuchar a Dios. Sólo tendrá tiempo para sus palabrerías y sus proyectos personales.

El mundo en que nos ha tocado vivir, es el mundo de las palabras. Somos bombardeados sin parar por palabras que nos llegan por todos los medios de comunicación —incluidas las redes sociales— donde el silencio y la escucha del otro brilla por su ausencia.

Son muchas las personas que lo consideran una de las enfermedades más importantes de nuestro mundo actual y un paradigma del tiempo en que vivimos. Es una necesidad urgente darnos cuenta de este hecho y actuar en consecuencias.

3. Algunas pinceladas sobre lo que la Biblia nos enseña acerca del silencio y la escucha

elefante

Una lectura global de toda la Biblia nos enseña que el encuentro del ser humano con Dios es escucha de la Palabra Divina, para después hablar con Él. No es posible separar estas dos realidades. El silencio ante Dios es desconcertante y perturbador porque rompe todos nuestros esquemas de cómo actuamos en nuestras relaciones humanas, en las que nos consideramos el ombligo del mundo. Sin escucha y silencio a aquello que Dios quiere comunicarnos, se me antoja difícil descubrir lo que tan fácilmente repetimos: «Conocer su voluntad para nuestra vida».

La Biblia está llena de referencias a la escucha y el silencio. Jesús habló y mucho de este tema. Ya en el Sermón del Monte hablando de la oración, nos dice: «Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido…». Estas palabras se refieren a la oración, pero incluyen la totalidad de nuestra vida cuando hablamos. Jesús nos pone en guardia con sus comentarios acerca del uso de palabras vacías y sin contenido.

La ausencia de la palabra —el silencio— es muy significativo en la vida de Jesús.

En Lucas 23,9, se nos dice que Herodes preguntó a Jesús muchas cosas y el relato nos dice que Jesús no le contestó ni una sola palabra.

Cuenta el libro de Marcos 14,53-65 que Jesús es llevado al Consejo Supremo para acusarle. El Sumo Sacerdote le pregunta: «¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti?» El texto bíblico nos dice que Jesús permaneció en silencio, sin contestar ni una palabra.

En el relato que encontramos en el libro de Juan, capítulo 8, los maestros de la ley le presentan a una mujer que ha cometido adulterio. Después de afirmar lo que le dice la ley acerca de este hecho, le preguntan: «¿Tú qué dices?» El silencio de Jesús ante esta pregunta desconcierta de tal forma a sus acusadores, que cambia radicalmente el desenlace final de la historia.

En el relato del siervo sufriente que encontramos en Isaías 53,7 se nos dice: «Era maltratado y humillado, pero él no abría su boca».

Para el creyente el ejemplo más significativo del silencio y la ausencia de la palabra lo encontramos cuando Jesús es crucificado y grita a Dios con fuerza: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

El silencio de Dios desconcierta continuamente al ser humano. Muy a menudo es aterrador, porque estamos convencidos que Él siempre debe hablarnos cuando tenemos una queja o una pregunta.

Para terminar sobre lo mucho que dice la Biblia sobre el silencio y la ausencia de la palabra, debemos recordar continuamente los primeros capítulos del libro de Job, donde sus amigos intentaron responder a su sufrimiento y a sus preguntas. Cuando leemos sus discursos y todas su palabras, cabría preguntarse si no hubieran actuado mejor callándose y solamente acompañar sin palabras a Job en su sufrimiento.

El creyente que habla sin parar (por supuesto que con las mejores intenciones) de sus experiencias, de sus convicciones, persuadido de que lo que afirma es la pura verdad —como en la historia de los cuatro ciegos— se olvida de lo más importante: Dios es mucho más que su experiencia, mucho más que lo que conoce de él. A Dios no lo podemos meter en la cajita de lo que conocemos y vivimos y defender eso a capa y espada, como si fuéramos los depositarios absolutos de sus misterios y los guardianes de su verdad.

Textos para ir más lejos con esta parábola

  • Eclesiastés 3,7b.
  • Nadie habla con más seguridad que quien sabe callar (Thomas Kempis).
  • Aprende a estar en silencio. Deja que tu mente aquietada escuche y absorba (Pitágoras).