Diccionario


Yahvé / Jehová / el Señor
— El nombre de Dios, revelado a Moisés cuando el Señor se le apareció para enviarlo a Egipto a liberar de la esclavitud a su pueblo.

Los patriarcas —Abraham, Isaac, Jacob y sus descendientes— eran adoradores del dios llamado El. Entre otras evidencias está el propio nombre del patriarca Isra-El («Dios pelea», Gn 32,28). Se sabe que en el 2º milenio a.C., El era adorado por muchos pueblos de la región como el principal entre los dioses. Para cuando toma forma el idioma hebreo, sin embargo, la palabra «el» ya funciona como sustantivo común: dios.

Aquellas gentes del 2º milenio a.C. adoraban otros dioses además de El, entre los cuales estaba Baal, que significa «el Señor». Existía otro término que también se traduce como «señor», adón, de donde recibiría su nombre la deidad griega Adonis. Ambas palabras, baal y adón, podían valer para describir una relación de señorío (el rey con su vasallo, el amo con su esclavo, el padre de familia con su esposa e hijos), pero en Israel se prefirió claramente, para Dios, el término adón —y adonái, mi Señor— por cuanto Baal se siguió conociendo como un dios prohibido, que los israelitas no debían confundir o identificar con Jehová. Que esa identificación o confusión existía, se puede ver en algunos nombres entre los israelitas, por ejemplo en la familia del rey Saúl: véase Isbaal («hombre de Baal» —cuyo nombre figura ridiculizado en algún texto como Isboset, «hombre de una vergüenza»).

Es evidente que a lo largo de todo el período histórico hasta el exilio babilónico, el concepto del Señor como Dios único tuvo dificultades para penetrar en el ideario de los israelitas. ¡Era tanto más natural aceptar como adecuada la «verdad» que todas las demás naciones daban por cierta: que había multitud de dioses, cada uno de ellos patrono de algún grupo o ciudad o país en particular! La gente tendía a pensar que el Señor era único solamente en el sentido de que era el único dios al que debían adorar ellos, los israelitas.

Dios se apareció a Moisés presentándose como el mismo Dios de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. No era cualquier dios del montón, sino el que ya venía adorando desde siempre su pueblo. Moisés, sin embargo, quiso saber algo más. Quiso saber Quién se entiende ser Dios mismo. No el nombre que le dan los hombres, sino el nombre que se da a sí mismo.

La respuesta, más que un nombre, es una afirmación teológica. «Yo soy el que soy. Diles que “Yo Soy” te envía». Esto tiene dos lecturas: Pudiera ser que Dios no se puede definir ni limitar con un nombre: Dios es lo que es, será lo que él quiera ser. La afirmación también pudiera ser una forma de poner en duda la existencia de otros dioses: Yo sí que soy, yo sí que existo, los demás presuntos dioses no existen, no son.

El nombre de Dios con ese significado «Yo soy», se trascribe al castellano diversamente como Yahvé o Yahveh, incluso Jahweh (por influencia del alemán).

La forma «Jehová» tiene una explicación muy interesante:

El pueblo de Israel siempre ha considerado que una de sus principales razones de existir es santificar el Nombre. Jesús pone la santificación del Nombre como primera exclamación de su oración, el Padrenuestro.

Un elemento de la santificación del Nombre, es nunca jamás violar el mandamiento en contra de tomar el nombre del Señor en vano. Para evitar esto, los judíos no pronuncian el Nombre. Esto ya era costumbre en tiempos de Cristo, como se observará por el hecho de que el propio Jesús solía evitar pronunciar el Nombre, Yahvé. Decía: «Reino de los cielos» o «Reino de Dios», por no decir: «Reino de Yahvé».

La forma habitual de evitar pronunciar el Nombre es sustituirlo con la expresión «mi Señor», Adonái. Esto es tan habitual que en los manuscritos de la Biblia Hebrea, con las consonantes que indican Yahvé, vienen impresas las vocales de Adonái. En la transliteración de caracteres hebreos al latín, esa combinación da como resultado Jehovah. Una expresión sin sentido, que en absoluto sería pronunciar el Nombre.

Este servidor que escribe, suelo seguir la costumbre judía en la lectura de los textos hebreos del Antiguo Testamento: Pronuncio Adonái donde pone las consonantes del nombre Yahvé; y pronuncio Adonái Hashem, «mi Señor el Nombre», donde pone en hebreo «Adonái Yahvé». Y para lectura en voz alta en la iglesia prefiero aquellas versiones que ponen «el SEÑOR» en lugar de «Jehová» o «Yahvé». Me gusta la idea de «santificar» así el Nombre del Señor. No me obsesiono con ello: si hace falta, se pronuncia, no pasa nada; es sencillamente una preferencia personal.

—D.B.