El sionismo —y especialmente el movimiento de comunas kibutz— en aquella era seguía un idealismo utópico socialista de izquierdas ateas. Distaba mucho del fanatismo religioso de derechas que caracteriza el sionismo hoy día. En cualquier caso, como cristiano creyente y para colmo pacifista, es difícil imaginar que me hubieran recibido ni que yo hubiera estado a gusto. Pero me fascinaba —en teoría, por lo menos— la idea de contribuir a la construcción de un territorio donde los judíos pudiesen vivir libres de los inacabables siglos de opresión, odio sin fondo y persecución a manos de la gente de mi religión.
Yo acababa de darme cuenta cabal —en mis primeros meses de seminario— que Jesús y los apóstoles eran judíos. Sus padres y madres habían sido judíos, su historia nacional era la del Antiguo Testamento, que no es otra que la historia de los judíos. Su Dios único en quien creían era el Señor de la Biblia, Señor de los Ejércitos, Señor por tanto de Israel, cuyo templo estaba en Jerusalén. No habían cambiado de religión. Habían visto culminar las esperanzas de su religión con la llegada de Jesús, el Mesías que su religión anunciaba. Rechazados por muchos de sus correligionarios —como es natural y les pasa siempre a todos los movimientos reformistas— ese rechazo sin embargo no los convertía en otra cosa que lo que ya eran de nacimiento y por convicción: judíos adoradores del Dios de Israel, conforme a los profetas de Israel.
No conocía yo todavía el Talmud y el pensamiento de los grandes rabinos posteriores a los apóstoles cristianos. Mis pocos conocimientos de aquello son bastante recientes. Hoy admiro algunos elementos del pensamiento teológico rabínico. Hasta casi diría que envidio su talante infinitamente dialogante, tan diferente de las certezas tajantes—y persecutorias— típicas de la teología cristiana. Lamento mucho que hayamos optado por perseguirlos y enemistarnos, en lugar de seguir aprendiendo juntos lo que significa adorar al Dios de Israel.
En este mi rechazo de la rancia enemistad de los cristianos hacia el judaísmo no ha figurado nunca, sin embargo, uno de los pilares ideológicos del «sionismo cristiano», a saber, que los judíos contemporáneos son los únicos herederos legítimos de las antiguas promesas de Dios a Abraham. El tema es inmenso y tal vez hubiera que abordarlo aparte en otro momento. Digamos que si heredar esas promesas es cuestión de genética y ADN, hay descendientes de Abraham dispersos por todo el Oriente Medio, el norte de África, el Cáucaso, Europa y América. Entre ellos hay judíos, naturalmente, pero también cristianos, musulmanes y ateos. Desde luego entre los palestinos también se encuentran muchos de esos descendientes. Mientras que si heredar esas promesas fuera cuestión de fe y de legado espiritual, es difícil entender por qué no seríamos los cristianos también, igualmente, herederos.
Evolución de territorio palestino e israelí, entre 1945 y 2000.
Premilenialismo
Pasemos ahora a hablar del premilenialismo dispensacionalista y cómo es que llegó a alcanzar una difusión tan extensa entre los cristianos. Se trata de uno de los sistemas con que aquellos cristianos con pretensiones de conocer el futuro, intentan organizar lo que creen que enseña la Biblia al respecto. Cuando primero se inventó —en el siglo XIX— nadie le dio importancia. La idea fue adoptada por un tal Cyrus I. Scofield, sin embargo, que en 1909 publicó en Estados Unidos una Biblia «anotada», es decir, con abundancia de anotaciones y explicaciones teológicas.
Por aquella época (finales del siglo XIX, principios del siglo XX) en el mundo anglosajón (esencialmente Estados Unidos, Reino Unido y Canadá) muchos cristianos evangélicos estaban en plena reacción contra lo que ellos tildaban de «liberalismo» o «modernismo». Esa reacción, que arraigó en un amplio abanico de las denominaciones protestantes, vino en conocerse como «fundamentalismo» por su insistencia en volver a lo que ellos entendían que eran los «fundamentos» de la fe cristiana.
Scofield —el de la Biblia «anotada»— estaba plenamente identificado con el movimiento fundamentalista, lo cual hizo que su Biblia tuviese mucha aceptación. Dado su fundamentalismo acreditado, no pareció importar que Scofield hubiese adoptado el premilenialismo dispensacionalista. La Biblia anotada de Scofield resultó ser una herramienta importantísima en las misiones, por cuanto alguien que llegaba nuevo al cristianismo, podía leer la Biblia con la guía y las explicaciones necesarias y oportunas para acabar con convicciones fácilmente reconocibles como fundamentalistas —contrarias a la influencia perniciosa del «modernismo» o «liberalismo».
Es así como en todos los países que no fueran ya tradicionalmente protestantes —es decir la enorme mayoría de la población del planeta— allí donde los misioneros anglosajones dejaron su impronta a lo largo del siglo XX, el premilenialismo dispensacionalista de Scofield tiene entre los evangélicos el enorme peso de una doctrina aceptada de manera prácticamente universal.
El premilenialismo dispensacionalista afirma que: (1) Surgirá un gobierno mundial del «Anticristo», que perseguirá a los cristianos verdaderos. (2) Después los cristianos verdaderos serán arrebatados al cielo. (3) Entonces Cristo reinará durante mil años («el milenio») sobre los judíos, desde Jerusalén. (4) Todo esto antes del Juicio Final. Se conoce como «premilenialismo», entonces, por la idea de que los cristianos verdaderos serán arrebatados al cielo antes del milenio.
Sionismo y colonialismo
Una de las variantes que más se han popularizado de este ideario pretendidamente bíblico sobre el futuro, es la que sostiene que antes que nada se tiene que restablecer el reino de los judíos en la propia tierra de Israel. Esta idea no solía tener muchos adeptos, pero una vez reconocido el Estado de Israel por las Naciones Unidas, la realidad concreta de tantos judíos que han emigrado allí ha parecido dar la razón a los que mantenían esa doctrina.
El sionismo cristiano, entonces, —o premilenialismo sionista cristiano— se declara aliado político incondicional del Estado de Israel. Considerando que Dios sólo puede culminar su salvación de la humanidad si existe ese Estado, los adeptos al premilenialismo sionista cristiano se sienten muy especialmente impulsados a apoyar a Israel en su política colonialista.
Israel es un país que desde sus inicios existe en medio de la más absoluta enemistad y rechazo por parte de la población autóctona y los países de su entorno. Es Israel, por consiguiente, un país cuya existencia resulta precaria y que por eso ha tenido que militarizarse hasta unos extremos casi inimaginables. La resistencia de la población autóctona —y de sus aliados— es tal, que ese sentimiento de precariedad nacional resultante ha fomentado también políticas cada vez más extremas de supresión y opresión.
Por cuanto el sionismo nació en Europa en el siglo XIX, parecería ser la manifestación más tardía del impulso colonialista europeo. Pero es un colonialismo muy particular. Semejante al de los europeos en Norteamérica, este colonialismo no pretende dominar y explotar a la población autóctona sino sustituirla. El proyecto de construcción nacional en Estados Unidos y Canadá no tenía cabida para los «indios». Aunque aquellos pobladores autóctonos resistieron como pudieron durante dos o tres siglos, al final fueron reducidos a «reservas» vigiladas por los colonizadores.
Algo similar está sucediendo en Israel. El proceso —honda y declaradamente racista, caracterizado de presuposiciones de superioridad religiosa a la vez que superioridad colonizadora europea— no parecería tener nada de «espiritual». Es difícil imaginar que nadie quiera asociar esto con el Dios Padre de Jesucristo ni con la clase de moral y ética que enseñaron Jesús y los apóstoles. Solamente es posible esa asociación si se parte de una convicción previa de que es divinamente necesario el Estado moderno de Israel. Si Dios tiene las manos atadas y no puede culminar sus planes para el futuro sin el Estado moderno de Israel, los padecimientos de la población autóctona parecerían justificarse.
El resultado es teológicamente desolador. El evangelio se vuelve muy claramente «malas noticias» para la población desplazada y despojada de sus tierras ancestrales. Se ignoran las enseñanzas clarísimas de Jesús y los apóstoles acerca del amor al prójimo, a favor de especulaciones futuristas de escasa o nula credibilidad. Se encumbran esas especulaciones con la fuerza de dogma, de tal suerte que parecen una verdad bíblica tradicional e inamovible.
Hay, naturalmente, otras formas de entender los textos de la Biblia que se emplean para llegar a esas conclusiones. Siempre las ha habido.
Hay también alternativas políticas. Por ejemplo, la que han propuesto los cristianos palestinos: La creación de un único país donde hoy existen Israel y Palestina. Su Constitución establecería una democracia secular, aconfesional y multiétnica, donde todos tengan las mismas oportunidades y derechos sin importar su raza ni su religión.
Es espiritualmente imposible dar por buena ninguna doctrina que nos obliga a hacer acepción de personas; a mirar para otro lado cuando se cometen violaciones de derechos humanos. Ninguna doctrina cristiana justifica los métodos terroristas de los pobladores autóctonos palestinos en defensa de sus tierras ancestrales. Ni es tampoco propiamente cristiana ninguna doctrina que alienta el colonialismo sionista. La doctrina cristiana a aplicar aquí es sencillamente la del amor al prójimo —judíos y palestinos por igual— sin acepción de personas. |