Archivo histórico La encarnación de Nuestro Señor
por el anabaptista Peter Rideman (año 1540)
Ahora cuando se aproximó el tiempo de la compasión, cuando Dios quiso cumplir su promesa y tener misericordia de la raza perdida humana, envió su Palabra, que era en el principio en Él y con Él, mediante Gabriel su mensajero, a una virgen que hubo escogido de antemano. Ella, en cuanto creyó, fue sellada con el Espíritu Santo, como le fue dicho: «Un poder de lo alto te hará sombra, y el Espíritu Santo descenderá a ti; por eso este santo ser que te será nacido será llamado Hijo de Dios».
Así operó el Espíritu Santo juntamente con la fe de ella, de tal suerte que la Palabra que ella creyó tomó su propia naturaleza humana y vino a ser un fruto viviente. Así se cumplió lo que Dios se había propuesto y se dispuso a hacer, a fin de que se revelase por cuáles medios y de qué manera y forma, Dios deseaba enviar su Cristo al mundo.
Porque desde que el pecado fue traído al mundo por Adán y pasó así sobre todos los que fueron nacidos a la manera humana de él (tal como Dios les mandó que se multiplicasen, es decir, por la mezcla de la simiente del varón y la mujer), era necesario que aquel que iba a quitar y destruir el pecado que entró al mundo, tuviese un origen diferente del humano. Entonces nosotros fuimos concebidos en la debilidad de la carne y el fracaso humano, pero él fue concebido en el poder de Dios.
Porque mediante la mezcla y unión del Espíritu Santo y la fe de María fue concebida la Palabra y se hizo hombre. No trajo consigo su naturaleza humana desde el cielo, sino que la recibió y tomó de María. Por consiguiente Pablo distingue así entre las dos naturalezas de Cristo: «Que fue de la simiente de David en la carne, pero declarado con poder un Hijo de Dios en el Espíritu que lo santifica, desde cuando se levantó de los muertos en adelante».
Ahora bien, por cuanto entró al mundo de una forma diferente de la forma de Adán, es por consiguiente un ser humano diferente —amén— tanto como uno que condujo y completó su vida en el poder de Dios sin ninguna inclinación al pecado. Y por cuanto es más fuerte en poder que nosotros y no sólo nosotros sino que hasta sobrepasa a los ángeles en su fuerza y poder, porque en él vive de verdad la total plenitud de la Deidad. Dios lo cargó con nuestra debilidad, como está escrito: «Por cuanto a él, que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, a fin de que liberándonos del pecado vivamos para la justicia. Para esto fue enviado al mundo».
Confesamos así que María concibió y dio a luz éste su fruto, sin perder su virginidad; que durante y después de dar a luz ella fue tan virgen como antes, por cuanto nadie la tocó; y confesamos que ella dio a luz al Salvador del mundo, consolación y esperanza de todos los creyentes y gloria de Dios el Padre; ni tampoco se trata de un invento o imaginación sino de un hombre real y verdadero, que en todas las cosas (exceptuando solamente el pecado) fue tentado y puesto a prueba, demostrando así ser un hombre de verdad.
Peter Rideman fue uno de los líderes destacados de la rama del anabaptismo conocida como los hutteritas. Escribió su Confesión de fe en la cárcel en los años 1540-41. Como se observará, en su doctrina sobre la virginidad eterna de María no hay nada original con respecto al dogma católico. Su originalidad anabaptista (muy importante en el caso de Rideman) se observaría en cambio, cuando entra a describir la vida de santidad y el compromiso fraternal mutuo, que enseñaba para todos los cristianos sin excepción. (Hasta el día de hoy, los hutteritas tienen todas sus posesiones en común y defienden esta práctica con la enseñanza de Jesús y el Nuevo Testamento.)
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