Una estatua honra al más emblemático mártir anabaptista
por Dionisio Byler
El 17 de diciembre, Tim Huber publicaba los siguientes párrafos en la revista online Mennonite World Review:
«Con un viento frígido y una temperatura bajo cero, unas 100 personas se congregaron en Mennonite Heritage Village, de Steinbach (Canadá), para dedicar una estatua en honor a un mártir recordado por un acto realizado en hielo que se derretía.
«Basado en un grabado de Dirk Willems realizado por Jan Luyken en el martirologio menonita Espejo de los mártires, el monumento realizado a tamaño natural por el escultor canadiense Peter Sawatzky honra el ideal anabautista de sacrificarse por la paz.
«Financiado con más de 100.000 dólares, el bronce muestra a Willems que rescata al policía que le perseguía cuando se rompió el hielo y se hundió en aguas gélidas mientras perseguía al anabautista, que huía para no ser apresado.
«“Con este acto, Willems expresó claramente su respeto por toda persona; sin embargo fue capturado y ejecutado—escribió Barry Dyck, director de Mennonite Heritage Village en el periódico The Carillon de Steinbach—. Nos congratulamos de tener ahora este monumento, con la enseñanza profunda de su historia, como parte de nuestro museo que la gente puede contemplar”.
«Unos 4.000 mártires anabaptistas perecieron en Europa en el siglo XVI por negarse a bautizar bebés, creyendo que antes de bautizarse es necesario confesar la fe. La historia dramática de Willems es con toda probabilidad la más conocida».
Es una historia que marcó hondamente la psique menonita hasta el día de hoy.
Aunque la escena que inmortalizó el grabado de Jan Luyken es el acto de compasión de un cristiano que se juega la vida por salvar la del policía que le perseguía por sus creencias y su fe en Cristo, la historia que cuenta El espejo de los mártires no concluye en tan edificante momento. El policía quiso dejarle escapar, pero sus compañeros al otro lado del canal congelado le recordaron la solemnidad de su juramento, y al final se sintió obligado a arrestar al hombre que acababa de salvarle la vida.
Willems fue condenado a morir en la hoguera. Para su inmenso infortunio, el gélido día de febrero en que se ejecutó la sentencia soplaba un viento fuerte. Los condenados a la hoguera padecen una muerte dura, pero relativamente rápida por cuanto las llamas y el humo contienen muy poco oxígeno y el condenado no tarda en asfixiarse. El viento que soplaba ese día, sin embargo, alejaba las llamas y el humo de su cara, de manera que el pobre Dirk estuvo asándose a fuego lento un buen rato.
Desde el pueblo cercano al lugar de la ejecución se escuchaban perfectamente los aullidos de dolor de Dirk, que invocó así al Señor más de setenta veces, según contaron los testigos. Al final el comandante de la ejecución, que ya se marchaba a caballo dejando el asunto en manos de sus subordinados, hizo girar su montura y dio orden de que se rematara a hierro al mártir.
La extrema crueldad de la muerte que sufrió Dirk Willems como consecuencia directa de su acto de compasión por el prójimo —por su enemigo que le perseguía, como Jesús había mandado amar al enemigo— aleccionó para siempre a los anabaptistas y menonitas sobre la dureza de tomar la cruz de Cristo y seguirle.
Tomar la cruz y seguir a Cristo no es algo romántico, ideal, recompensado automáticamente con una intervención divina que nos evite tener que sufrir. La muerte que padeció Jesús en la cruz no fue fácil. Fue horripilante, lenta, increíblemente dolorosa. Los romanos eran especialistas en cometer salvajadas de toda índole, y la muerte en la cruz era la cumbre de su «arte» para la crueldad. ¿Cómo es posible imaginar, entonces, que tomar la cruz y seguir a Cristo iba a ser algo fácil, muelle, indoloro, liviano?
Si Jesús nos mandó amar al prójimo y hasta al enemigo, no era por un idealismo romántico y facilón de que los enemigos se iban a transformar automáticamente en nuestros mejores amigos del alma. Lo más probable es que sigan siendo enemigos, y que vean nuestros gestos de compasión y generosidad como signos de debilidad y oportunidad para atacar.
El martirio de Dirk Willems nos recuerda a los menonitas y anabaptistas por qué el bautismo no es cosa para bebés y para niños. El compromiso a tomar la cruz y seguir a Jesús es un compromiso que solamente puede asumir con integridad una persona adulta o si acaso un adolescente con relativa madurez. Como sucedió con Jesús, al otro lado de los padecimientos de esta vida nos aguarda la resurrección y la gloria. Pero ni Jesús ni Dirk Willems alcanzaron esa gloria sin pasar primero lo que tuvieron que pasar.
El compromiso de nuestra tradición cristiana con la paz, con la lucha sin tregua contra el mal, sí, pero solamente con métodos no violentos, hay que asumirlo con los ojos bien abiertos. No nos ofrece salidas fáciles. Casi nadie tendrá que sufrir lo que Jesús o Dirk Willems. «Casi nadie» no es lo mismo que «nadie», sin embargo; y de vez en cuando a alguien le toca sufrir horrores por hacer el bien.
Con ello nadie se gana ninguna recompensa en particular. Con eso no se obtiene «la salvación». Es, al contrario, algo de lo que solo somos capaces si ya hemos sido salvados de nuestro egoísmo esencial y hemos sido transformados por el Espíritu Santo en fiel imagen de nuestro amado Señor Jesucristo. Para vivir como Cristo hace falta primero haber conocido a Cristo y tenerle auténticamente en el corazón y en la mente.